Entrada al Hemiciclo del Congreso de los Diputados (Fuente: Congreso.es)
Entrada al Hemiciclo del Congreso de los Diputados (Fuente: Congreso.es)

Fabricando al candidato perfecto: manual para triunfar en la era de la nueva política

No necesariamente jóvenes, no necesariamente mujeres, no necesariamente técnicos. En una época en la que los votantes buscan nuevas respuestas a sus problemas el mensaje y su forma adquiere una importancia clave ante variables antes más valoradas.

 

Que la política ya no es lo que era se ha contado y analizado por activa y por pasiva. Han cambiado las ideas, los motivos, los protagonistas y los partidos. La gente ya no vota de la misma forma que lo hacía, ni a las mismas formaciones, ni tampoco por los mismos motivos. Y tanto cambio y reajuste conduce a una consecuencia lógica: los cabezas de lista tampoco son como eran antes.

En la mayoría de casos, los rasgos distintivos de los nuevos candidatos son pequeños ajustes en las prioridades del votante: cosas que antes se pedían ahora se siguen pidiendo, pero con énfasis en unas u otras cosas. Sin embargo, también hay cuestiones que antes sumaban y ahora restan, igual que ahora se premian atributos que antes hubieran penalizado.

1. Las formas son tan importantes como el contenido

Las primeras primarias socialistas que ganó Pedro Sánchez son un buen ejemplo de esto. Es cierto que ganó por el apoyo del aparato, y que en ese sentido casi hubiera dado igual quién fuera el candidato, pero hubo algo más que eso. Sánchez, aunque desconocido, era un tipo de discurso directo, atractivo y sonriente.

Su rival, Eduardo Madina, aunque estaba mejor preparado y era mucho más profundo en su propuesta, era menos vendible: ni siquiera su moderna campaña pudo dulcificar su gestualidad, su expresión y la dificultad de algunos de sus mensajes. Un intelectual preparado no tiene porqué ser el mejor candidato.

2. La telegenia por encima de la experiencia

De nuevo unas primarias, pero en este caso las del PP. De nuevo el desenlace depende de muchos factores, pero en el resultado hay algo que llama la atención: la candidata derrotada tenía mucha más experiencia que su rival. Más allá de que el resultado se decidiera por la unión de todos contra Soraya Sáenz de Santamaría, de que estuviera ‘quemada’ tras haber sido la vicepresidenta de Mariano Rajoy y de otras consideraciones, Pablo Casado ofrecía algo de lo que ella carecía: magnetismo.

El hecho de que el ahora presidente del PP se hubiera bregado ante los micrófonos durante años, así como su telegenia, es un valor que incluso solapa a la experiencia en la gestión. Mejor un rostro amable que una trayectoria dilatada.

3. El mensaje lo es todo

Según los analistas, se estima que hasta un 20% de los compromisarios pudieron decidir su voto en el último minuto de las primarias del PP, justo después de escuchar los discursos de los candidatos. Más allá del contenido, el de Casado fue vibrante, intenso y apasionado, mientras que el de Santamaría fue conservador y esquivo.

Otro ejemplo de lo mismo sería la forma en que Carme Chacón perdió su ventaja en las primarias que disputó y perdió contra Alfredo Pérez Rubalcaba: intentó hacer lo que Casado ha logrado con éxito, pero se excedió. Muchos decidieron apoyar a un Rubalcaba más sosegado, certero y comedido antes que a una candidata que se vino arriba con el ‘tono mitinero’, incluso gritando en ocasiones a los asistentes. Un discurso te puede encumbrar, pero también te puede hundir.

4. El espectáculo vence a la calma

El fracaso de Chacón se debió al exceso, pero en realidad la ración justa de energía es un plus necesario en estos tiempos de mayor competencia. La excepción que confirmaba la norma hasta ahora eran Mariano Rajoy y su equipo: grises, previsibles, inalterables pasara lo que pasara. Finalmente, víctima de la indolencia política, no tuvieron margen para responder al torrente de frustración por su gestión de los problemas internos.

En gran parte eso es justo lo que catapultó a Pablo Iglesias y los suyos en su momento: si supieron canalizar el descontento ciudadano y aglutinar movimientos de izquierdas fue en gran medida por su discurso ácido y su dialéctica combativa.

5. Cercanía frente a distancia

En los albores de todo este cambio político, cuando UPyD era una fuerza con cierta influencia en el Congreso y Ciudadanos no existía fuera de Cataluña, se puso en marcha un movimiento de convergencia entre ambas fuerzas. En realidad nunca hubo intención real de generar sinergias entre ambas, seguramente por parte de ninguna, pero se produjo un llamativo trasvase en tiempo récord: la formación de Rosa Díez se diluyó y desapareció del mapa en cuestión de meses, mientras la de Rivera dio el salto a escala nacional y se convirtió en algo mucho mayor de lo que UPyD había sido jamás.

Las formas de la cúpula del partido magenta -la propia Díez, Gorriarán y otros- contrastaba con la forma en que los naranjas vendían sus movimientos -mucho más cercanos y abiertos al diálogo, al menos en apariencia-. Parecer dialogantes es un requisito inexcusable en la política actual.

6. La didáctica supera al dogma

En un contexto tan agitado como el actual, los liderazgos se suceden de forma vertiginosa… y si no, al menos se multiplica el debate y la oposición interna. En ese sentido, y salvo contadas excepciones, el tiempo de los postulados aceptados por todos ha pasado. Dicho de otra forma, nadie es ya imprescindible, ni nadie es líder por decreto. En un contexto como ese, ganan puntos siempre quienes tienen capacidad de exponer propuestas antes que aquellos que sólo las proclaman.

Es el caso por ejemplo de los estilos de Oriol Junqueras o Ángel Gabilondo enfrente de posiciones más dogmáticas, como las de Artur Mas o Carles Puigdemont. Por ceñirlo a la lógica del procés, el líder de Esquerra ha ofrecido un rostro cercano y dialogante, incluso en territorios que pudieran ser hostiles (como en aquel programa debatiendo con una familia andaluza). Mientras, Mas o Puigdemont, aunque han concedido entrevistas y se han expuesto al escrutinio público, han optado por parapetarse en el cargo sin ‘bajar’ a hacer pedagogía.

7. La edad y el sexo importan, pero no tanto

Una lectura apresurada de las demandas de renovación política podría llevar a pensar que se están pidiendo liderazgos más jóvenes. Y aunque es cierto que ahora mismo los líderes de los cuatro grandes partidos tienen entre 37 y 46 años, la edad no lo es todo. De hecho, Iglesias, consciente de ello, puso a Carlos Jiménez Villarejo, de 79 años, en la lista de las Europeas en las que irrumpieron, de igual forma que relanzó a Xosé Manuel Beiras para lograr articular una confluencia en Galicia. A fin de cuentas, la era de la ‘nueva política’ ha visto renacer a figuras como Manuela Carmena o Josep Borrell.

Lo mismo sucede con el sexo: a pesar de la pujanza de figuras como la citada Carmena, Ada Colau, Mònica Oltra, Inés Arrimadas o las ahoras caídas en desgracia Cristina Cifuentes y Soraya Sáenz de Santamaría, el techo de cristal sigue sin romperse. Los liderazgos femeninos escasean en primera línea, aunque al menos se han hecho constantes en segunda. Ser mujer es ya un valor político y no un obstáculo, pero todavía sigue lejos de romper el esquema masculino de nuestra política.

8. Guiños mediáticos, pero con sentido

En una época en la que todo -mensajes, candidatos, actos y debates- se orientan a la notoriedad en medios y redes, podría pensarse que cualquier cosa vale para captar la atención mediática. Error. La lista de ‘fichajes mediáticos’ que finalmente quedaron en papeles secundarios es larga. De hecho, en realidad eso no ha cambiado: baste recordar nombres como Baltasar Garzón en el PSOE, Manuel Pizarro en el PP para ver que la fama no siempre conjuga bien con la política. Ni siquiera en los actos con famosos, ya que artistas, deportistas y estrellas televisivas han prestado su apoyo a formaciones diversas a lo largo del tiempo sin que eso haya generado demasiado impacto -a excepción quizá de aquel vídeo de la ‘ceja’ en tiempos de Zapatero-.

En esta nueva política hay muchos ejemplos, y unas pocas excepciones. En el PSOE probaron con Irene Lozano y Zaida Cantera, y la primera acabó yéndose y la segunda diluyéndose en un protagonismo limitado. Podemos lo intentó con el ya citado Villarejo, que renunció, o con el exJEMAD Julio Rodríguez, que no ha podido conseguir escaño en ninguno de sus dos intentos. En Ciudadanos han hecho lo propio con Toni Cantó -que ya tenía experiencia y es el único que se salva, junto con Rosana Pastor por Podemos-, Félix Álvarez (‘Felisuco’) o Marta Rivera de la Cruz, que han tenido papeles limitados -o, en el caso de la segunda, polémicos, como aquel célebre debate en el que todos acabaron contra ella por sus palabras-.