España ha vuelto a votar para elegir presidente del Gobierno por segunda vez en siete meses y cuarta en cuatro años. Quizá ese sea el mejor resumen del clima político actual: un país que eligió cuestionar al bipartidismo acabó por votar a líderes incapaces de llegar a acuerdos, lo que ha hecho que repetir elecciones empiece a ser a la vez una constante de pasado y una amenaza de futuro.
Y es que las -de momento- últimas elecciones no dejan un panorama más claro que las anteriores: el PSOE vuelve a ganar de forma holgada, pero ningún bloque -suponiendo que exista tal cosa- suma con claridad la mayoría suficiente para garantizar la investidura.
Para lo que sí han servido los comicios, sin embargo, es para cambiarle la cara al esquema de pactos. España se había empezado a acostumbrar a la lógica de cuatro partidos, dos a la derecha y dos a la izquierda, cuando han surgido dos más, aunque con desigual fortuna: Vox ha emergido como tercera fuerza mientras que Más País ni siquiera logrará tener grupo propio. Ninguna de las dos cuestiones parece una buena noticia si lo que se buscaba era facilitar los acuerdos.
PSOE: el peligro de emular al enemigo
Es difícil saber si la repetición electoral ha sido una estrategia acertada. En el lado positivo, es verdad que los socialistas mantienen su victoria de forma holgada porque apenas han perdido tres escaños. También es verdad que han mejorado su posición negociadora en el bloque de izquierda porque UP pierde mucho más: siete escaños, lo que les deja con menos de la mitad de la fuerza que tenían hace ahora cuatro años.
Sin embargo hay un lado negativo, y no es menor aunque eso no quiera decir que no vayan a poder gobernar: en abril el PSOE sacaba 57 escaños al segundo partido, el PP, y ahora apenas le sacan 33. De hecho, desmovilización mediante, se han dejado por el camino casi un millón de votos. Y todo eso por no mencionar el hecho de que ahora la ultraderecha de Vox es ya la tercera fuerza del Hemiciclo, algo que quizá no se hubiera producido si la legislatura hubiera podido ponerse en marcha.
Lo más llamativo es que la estrategia de la repetición electoral tiene precedentes justo en los dos grandes enemigos a los que Pedro Sánchez se ha enfrentado hasta ahora. Lo hizo Mariano Rajoy allá por 2014 cuando ni siquiera se molestó en presentarse a la investidura, y le salió bien. Lo hizo también Susana Díaz en Andalucía cuando preparaba su asalto a Ferraz, aunque en su caso la jugada sólo funcionó una vez: cuando intentó repetir acabó perdiendo el Palacio de San Telmo y convirtiéndose en la primera socialista en liderar la oposición andaluza.
Vox: La crisis nunca se fue
Los grandes protagonistas de la noche electoral son, sin embargo, los representantes de Vox. En poco tiempo España ha dejado de ser la excepción europea en la que la ultraderecha no tenía representación a que esté en casi todas las instituciones: sostiene al gobierno andaluz, al ejecutivo madrileño y, a partir de ahora, será la tercera fuerza política española.
En apenas siete meses ha ganado un millón de votos, lo que supone más que duplicar sus escaños. Todo ello, además, sin necesidad de esconder su mensaje: según su argumentario los enemigos son «la inmigración subvencionada», «el nacionalismo golpista» y el «expolio fiscal». Dicho de otra forma: los efectos de la crisis económica y la cuestión catalana les han dado alas.
Porque más allá de que sus caras visibles sean el perfil de político acomodado y tradicional, la masa votante de Vox no es sólo la de nostálgicos preocupados por la unidad del país. El discurso antimigratorio y ultraliberal es el grito de una parte importante de la clase media y obrera española que sigue viendo amenazada su supervivencia por el desempleo y la falta de ingresos. La exhumación de Franco, la pérdida de los valores tradicionales y la amenaza territorial han acabado de hacer el resto.
Ciudadanos: El centro no existe
Los otros grandes protagonistas, en sentido negativo, son los miembros de Ciudadanos. En un año han pasado de liderar las encuestas y estar en franca ventaja para llegar a la Moncloa a prácticamente desaparecer. Su líder, Albert Rivera, ha anunciado esta mañana que abandona la política tras el batacazo electoral: en siete meses han perdido un 70% de sus votos, lo que gracias al sistema electoral se traduce en casi cinco de cada seis escaños, incluyendo a algunos de sus principales líderes: José Manuel Villegas, Fran Hervías, Juan Carlos Girauta, José María Espejo o Melisa Rodríguez no estarán en el Congreso.
La debacle sólo conoce un precedente en España, y es justo el referente al que más ha hecho mención Albert Rivera durante su carrera: la caída de la UCD de Adolfo Suárez cuando Felipe González llegó al poder. Está por ver si este será el final del experimento o si, sucesión mediante, Ciudadanos consigue resurgir de una estocada tan mortal. Sea como sea, España demuestra una vez más que el centro es un no-lugar político: ese espacio al que todo el mundo apela, pero en el que a la hora de la verdad nadie está.
La autopsia del fallecido apunta a un buen montón de grandes errores, empezando por haber dejado de ser un partido de centro justo desde el momento en el que empezaron a tocar gestión. Llegaron a pactar con PP y PSOE en Madrid y Andalucía, a ofrecer acuerdos de gobierno a Rajoy y Sánchez y acabaron intentando robarle el espacio político a los de Pablo Casado y firmando acuerdos con los de Santiago Abascal. El goteo de bajas y la purga de críticos eran malos augurio que han acabado por confirmarse.
PP: Luchar contra un rival mejor
Estos años de idas y venidas han dado también para que más de un partido haya sido capaz de resurgir de sus cenizas. Le pasó al PSOE de los 85 escaños que acabó gobernando, y le ha pasado al PP que pasó de la mayoría absoluta a los 66 escaños y ahora vuelve a emerger. Por el camino Casado ha tenido que dar varios volantazos, pero se ha demostrado más diestro que Rivera al hacerlo: primero giró a la derecha para taponar la fuga hacia Vox, pero después volvieron a enderezarse para plantar batalla justo en el flanco contrario. Y a tenor de lo sucedido, acertaron.
La recuperación del PP tiene mucho que ver con la alargada sombra del marianismo. Aquel grupo de renovadores que llegaron a Génova con bidones de ideología pronto vieron que no podían competir en heterodoxia con los de Santiago Abascal. El cambio de tono y la resurrección de viejas guardianas como Ana Pastor tienen mucho que ver en la reconexión con cierto electorado que había buscado en Ciudadanos el sosiego que habían perdido tras la moción de censura. El contravolantazo sirvió para evitar el derrape y salvar la curva.
Siguen, es verdad, sin estar en posición de gobernar, pero al menos el PP ha salvado el envite de un sorpasso que hace apenas un año era una posibilidad muy real. Además, ha mejorado sus cartas: debe inquietarles el auge de Vox, pero a fin de cuentas es un rival mucho más fácil de combatir de lo que era Ciudadanos por una mera cuestión de volumen de votantes: hacia el centro hay mucho más terreno que conquistar que hacia la derecha.
UP-MP: Dividir no le suma a la izquierda
Toda la disciplina y el sentido del deber del que hacen gala las formaciones del bloque de la derecha se convierten en enfrentamientos y puyas en el bloque de la izquierda. Mientras los primeros pueden hacer una campaña entera despellejándose para acabar pactando sin mayores problemas, lo segundos prefieren ir descomponiéndose en interminables escisiones que más tarde se demuestran incapaces de pactar.
Así es como llegaba el partido de Pablo Iglesias a las urnas: divididos por dentro -con Errejón fundando su partido- y por fuera, perdiendo por el camino a las Mareas gallegas, a Equo, a Compromís y quién sabe si a la esencia anticapitalista andaluza si les fuera mejor de lo que les va. Y todo eso tras meses de combate continuo con el PSOE, llamado a ser su socio natural y que acabó convertido en enemigo principal para alegría de los conservadores.
Con todo, Unidas Podemos ha aguantado el tipo: ‘sólo’ pierde siete asientos, medio millón de votos nada menos, y sigue ahondando en su tendencia destructiva. De hecho, en apenas tres años se ha dejado la mitad de sus asientos y ahora además combate con el partido de Errejón.
Más nacionalismo
Fuera ya de las grandes formaciones nacionales, la gobernabilidad pasa por una pléyade de formaciones de peso mediano. La lucha entre seis formaciones no estaba prevista ni de lejos en la Ley Electoral, lo que ha provocado que algunas al menos dos de ellas acaben teniendo menos peso que partidos nacionalistas que sólo se presentan en algunas circunscripciones. En este caso, le ha tocado a Ciudadanos asumir el papel de la antigua Izquierda Unida.
Y es justo cuando más partidos nacionales hay peleando por los escaños cuando vuelven a resurgir los partidos nacionalistas tradicionales. Sube el nacionalismo español de la mano de Vox, pero también sube el nacionalismo catalán (ERC, JxS y CUP suman 23 escaños) y sube el nacionalismo vasco (PNV y EH Bildu suman 12). Las dos regiones con mayor sensibilidad identitaria volverán a condicionar el debate político de la legislatura con 35 escaños que podrían tener la llave de la gobernabilidad.
Un grupo mixto más mixto que grupo
Más allá de los partidos nacionales y de las formaciones nacionalistas clásicas, estas elecciones vuelven a dejar un nutrido grupo mixto con sensibilidades y mensajes difíciles de casar. Los nacionalistas gallegos del BNG, los regionalistas cántabros del PRC, los ambivalentes canarios del CC o los sorprendentes representantes de Teruel Existe tendrán que convivir con los de Errejón y Compromís o con los aliados navarros del PP.
Y quizá ese grupo heterodoxo, forzado a convivir y a compartir tiempos y micrófonos, sea la mejor expresión de la España que queda tras tanto cambio. Al menos hay una cosa que permanece, de momento, inmutable en el tiempo: los Presupuestos de Cristóbal Montoro se encaminan hacia una nueva prórroga cuando por el horizonte ya se vislumbran las señales de un nuevo temporal económico. Habrá que ver si será su última vez o si el otoño que viene seguimos sin tener consensos ni Gobierno.