Pedro Sánchez y Pablo Casado (Fuente: Agencia EFE)
Pedro Sánchez y Pablo Casado (Fuente: Agencia EFE)

El mapa del poder cinco años después: el bipartidismo sobrevive apuntalado por quienes lo amenazaban

Podemos y Ciudadanos han logrado un hito histórico: conseguir en apenas cinco años convertirse en fuerzas clave del tablero político, piezas indispensables de la gobernabilidad. Eso sí, el bipartidismo sigue vivo y coleando, y en gran parte gracias a ellos.

 

Los cambios nunca empiezan cuando uno los percibe, sino mucho antes. Por eso para explicar la irrupción de Podemos y Ciudadanos en las elecciones europeas de 2014 hay que remontarse unos cuantos años atrás: a la crisis de 2008, al rodillo azul de 2011 y al 15M. De igual forma, en estos cinco años ha pasado casi de todo en la vida política española y mucho de lo sucedido -no sólo la aparición de nuevas fuerzas- tiene que ver con esos antecedentes. Y tanto se ha acelerado todo que hasta ha dado tiempo ya a que los que fueran partidos emergentes empiecen a mostrar síntomas de desgaste y a que el escenario siga cambiando. Ya no son cuatro, sino cinco fuerzas, y lo que iba a ser el fin del bipartidismo ha pasado a ser la continuación del mismo.

Lo que ha sucedido es que España se ha hecho italiana. No tanto por ingobernable, sino por haber pasado a ser una realidad política más de bloques que de partidos. Ya no se habla de centro izquierda o centro derecha, sino que al pasar de la lógica de mayorías a la de pactos ahora se habla de ‘las izquierdas’ y ‘las derechas’. Ya no importa tanto cuál es la lista más votada sino cuál está en condiciones de sumar una mayoría.

Ha ocurrido algo alejado de la intención inicial de los llamados ‘partidos emergentes’. Las nuevas opciones políticas han acabado sirviendo de punto de apoyo de los partidos tradicionales para gobernar

Esa reconversión del sistema ha traído consigo una consecuencia muy alejada de la intención inicial de los llamados ‘partidos emergentes’. Las nuevas opciones políticas han acabado sirviendo de punto de apoyo de los partidos tradicionales para gobernar. Incapaces como han sido hasta ahora de superar a sus marcas de referencia -no hubo ‘sorpasso’ de Podemos a un PSOE partido, ni de Ciudadanos a un PP derrocado-, su función ha sido la de dar o quitar gobiernos.

Así, de las diecisiete comunidades autónomas ya sólo una funciona con mayoría absoluta (Galicia, del PP) y en otras cuatro existen gobiernos en los que los ‘emergentes’ han quedado al margen (País Vasco del PNV con el PSOE, Cataluña de CDC con ERC, Cantabria del PRC con el PSOE y Canarias de CC con el PSOE). En dos más gobiernan partidos tradicionales, pero sólo gracias a la abstención de los emergentes (Asturias con PSOE e IU y Baleares con PSOE y MÉS, ambas con la abstención de Podemos). En todas, incluidas esas siete, gobiernan los de siempre, solo que ahora en diez lo hacen gracias a quienes estaban llamados a acabar con el bipartidismo.

Hay sin embargo un cambio de tendencia, ya que el escenario ha ido evolucionando según maduraban y decaían los distintos partidos. El primer punto hay que buscarlo en las anteriores elecciones autonómicas y municipales, las de 2015, que llegaron un año después de la irrupción de Podemos y Ciudadanos en las europeas. Esos comicios confirmaron el crecimiento de ambas fuerzas según fagocitaban los espacios de IU y UPyD.

Ambos partidos compartían un problema ante dichos comicios: carecían de estructura suficiente como para competir con garantías. Sin embargo, lo abordaron de formas distintas: Podemos decidió no concurrir y diluirse ‘apadrinando’ una amalgama de movimientos de izquierda, mientras que Ciudadanos intentó compensar su necesidad de cuadros con la peligrosa inmigración de huidos de otras fuerzas -como UPyD y formaciones regionales-.

Los resultados fueron desiguales. Por una parte, las marcas de Podemos lograron representación en todos los parlamentos autonómicos, además de que conquistaron los ayuntamientos de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Cádiz o las capitales gallegas. Por otra, Ciudadanos se quedó fuera de tres de las trece autonomías -Canarias, Castilla-La Mancha y Navarra-, no logró ningún ayuntamiento relevante y no superó a las marcas de Podemos en ningún Parlamento -sólo las igualó en la Comunidad Valenciana y La Rioja-.

Ambas formaciones, en cualquier caso, fueron decisivas para formar gobierno: Podemos ayudó a formar gobiernos en la Comunidad Valenciana, Aragón, Extremadura, Navarra y Castilla-La Mancha; Ciudadanos lo fue en Andalucía, la Comunidad de Madrid, Castilla y León, La Rioja y Murcia.

Donde sí coincidieron ambas formaciones fue en su estrategia de pactos: aceptaron posibilitar gobiernos bajo sus condiciones, pero sin entrar en ejecutivos autonómicos. El objetivo de ambas era llegar a las generales libres de hipotecas y sin comprometerse demasiado por sus alianzas.

Aquellos comicios marcaron lo que parecía el principio del fin de la hegemonía del PP. No porque el PSOE hubiera resurgido -sus resultados fueron los peores de la historia-, sino por dos circunstancias paralelas. Por una parte todos los demás se pusieron en su contra, y por otra Ciudadanos -uno de sus pocos aliados posibles- no tenía todavía fuerza suficiente para sostenerle, salvo en la Comunidad de Madrid, Castilla y León, La Rioja y Murcia.

Así, las generales que llegaron unos meses después sirvieron como freno a las expectativas: ni el PP estaba tan muerto ni Podemos tan vivo como muchos esperaban. La repetición de los comicios unos meses después recalcaron la tendencia: el PP subió y Podemos se congeló pese a anexionarse a IU. No hubo sorpasso en ninguno de los frentes.

Con esos mimbres llegaron las autonómicas de 2016, que se celebraron en Galicia y el País Vasco, dos autonomías con peculiaridades muy marcadas, aunque distintas. En ambas Podemos y sus aliados emergieron con fuerza, pero en los dos casos el nacionalismo -de izquierdas- sirvió de contrapeso. Por contra en ninguna de ellas Ciudadanos fue capaz de lograr representación, en una porque el PP era demasiado fuerte como para dejarles espacio, en otra porque el programa de la formación iba directamente contra la base económica de la región (el llamado ‘cupo vasco’).

El esbozo de país que se dibujaba entonces dejaba ver un Podemos relevante, con presencia en todas las autonomías, y en muchos casos determinante. Ciudadanos, por contra, sumaba dos nuevas regiones en las que no tenía presencia autonómica. En total, no existía en un tercio de las regiones del país.

Pero Ciudadanos supo gestionar bien otro tipo de ‘poder’. El Gobierno central, en minoría, dependía de su apoyo. Y las dos regiones más sensibles para el bipartidismo -la Comunidad de Madrid para el PP y Andalucía para el PSOE- dependían de ellos. Nunca una cuarta fuerza había sido tan relevante, pese a su irrelevancia numérica.

Un año más tarde, en 2017, llegó el gran salto para los de Albert Rivera. La tensión nacionalista había ido escalando en Cataluña, la región que les vio nacer, y la gestión del Gobierno de Mariano Rajoy les restaba competencia. Ciudadanos, que llevaba ya varias legislaturas de vida orgánica productiva, supo recoger el desencanto de los votantes ‘unionistas’ y conservadores y se convirtió en la tercera fuerza del Parlament. El hecho de que las dos primeras fueran coaligadas les convertía en líderes de la oposición y, a la postre, primer partido de ámbito nacional en el Parlament. Cataluña sería la primera región en la que lograrían superar a Podemos y sus marcas.

El año 2018 trajo consigo la demolición judicial del PP. Los escándalos de corrupción se sucedieron y el ambiente se volvió irrespirable. La sentencia del caso Gürtel acabó de dar la puntilla al Ejecutivo y se puso en marcha la moción de censura que, por primera vez en la historia, tumbaría a un Gobierno. Ciudadanos llevaba meses creciendo en las encuestas y esperaba la llegada de unas elecciones que le permitieran, quizá esta vez sí, dar el ‘sorpasso’ por la derecha. La moción trastocó la estrategia y encumbró a sus rivales.

Aquella situación les obligó a posicionarse, y cualquier opción era negativa. Si apoyaban al PSOE legitimaban a sus rivales y perdían un argumento de oposición -lo de que Pedro Sánchez se apoyaba en nacionalistas e izquierdistas radicales-. Si por contra se ponían del lado del PP confirmarían el argumentario de sus rivales de que actuaban como muleta de la derecha, y además corrían el riesgo de verse salpicados por sus escándalos de corrupción.

La moción salió adelante y la formación de Gobierno les dejó fuera de juego. Sólo el hecho de que el PP se viera noqueado les devolvió al combate que supuso empezar a ejercer de oposición sin serlo del todo. Los errores del nuevo Ejecutivo, la no resolución del conflicto catalán y los conflictos internos de Podemos acabaron por devolverles a la carrera.

Así 2018, el año anterior de las nuevas elecciones autonómicas, traerían una nueva oportunidad para medir fuerzas que, a la postre, abriría otro escenario. Ciudadanos dejó de apoyar al PSOE, que adelantó comicios con la esperanza de ganar sin mayores problemas. Nadie esperaba la irrupción de Vox, que hizo posible que las derechas (PP, Ciudadanos y Vox) pactaran para desalojar a los socialistas de la Junta de Andalucía. Por segunda vez los de Albert Rivera superaban a los de Pablo Iglesias en escaños autonómicos, y además de forma consecutiva.

Los éxitos de Cataluña y Andalucía han impulsado, y de qué manera, a Ciudadanos. Ahora mismo, y a pesar de no estar en cinco de los diecisiete parlamentos, controlan 103 escaños autonómicos, por los 136 de Podemos. Lejos, en cualquier caso, de sumar la mayoría de los 788 escaños autonómicos que hay en todo el país. Es lo que tiene el bipartidismo, que goza de una inercia y una capilaridad difícil de combatir en sólo cinco años.

Andalucía, sin embargo, ha supuesto algo más que otro cambio de tendencia. Por primera vez un partido emergente ha decidido tomar parte en un gobierno autonómico. Ya no apoya a un partido tradicional, sino que gobierna con él, con cargos -desde la vicepresidencia hasta las consejerías- y programa pactado.

Así las cosas, la veda se ha abierto. En tres meses se votará la confección de todos los ayuntamientos y de trece Parlamentos autonómicos, además de la presencia española en el Parlamento Europeo. Y por primera vez suceden dos cosas: Ciudadanos llega con mejor inercia que un Podemos abrasado por sus crisis internas, y ahora los ‘emergentes’ están dispuestos a gestionar.

A falta de que Podemos pueda sacarse algún as de la manga que les prevenga de la tormenta hacia la que llevan meses cabalgando, sólo una sombra se cierne en el porvenir de Ciudadanos: siguen sin tener cuadros de confianza. Así lo han reconocido ellos mismos al entrar a gobernar en Andalucía. Y eso, viniendo de una fuerza que se ha pasado toda una legislatura sosteniendo al Ejecutivo anterior, es preocupante. Siempre es más sencillo hacer de oposición que sentarse a gobernar. Y ahora les ha llegado el momento.