Georgia Meloni y Marine Le Pen (Fuente: Agencias)
Georgia Meloni y Marine Le Pen (Fuente: Agencias)

✋🏻 La Europa de Schrödinger

En Europa los ultras arrasan, pero no impedirán que democristianos, socialdemócratas y liberales renueven alianza de gobierno. En España el PP de Feijóo celebra con euforia su victoria, pero no contra Sánchez, sino contra sus enemigos internos. El proyecto comunitario resiste el pulso, pero la ultraderecha domina en sus países fundadores: todos sienten que están vivos, pero todos hemos muerto un poco.

🇪🇺 Punto uno: celebrar no estar muertos (todavía)

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Los ultras han arrasado, con uno de cada seis votos en Europa. Pero el problema, sabiendo que no podrán ser imprescindibles para gobernar, no está tanto en cuántos votos han sacado -que sí- sino en dónde los han conseguido: en pleno corazón fundacional del proyecto comunitario. 

Las ultraderechas arrasan en Francia, dominan en Italia y ascienden a segunda fuerza en Alemania. Además, dominan en Europa del Este, aunque también es cierto que caen en el norte de Europa y no logran percutir del todo en la Península Ibérica. La excepción europea ya es regla doméstica: aquí todavía queda memoria como para tener el miedo necesario.

Y es que el mismo fantasma de antaño vuelve a recorrer Europa, y otra vez sucede en cuanto suenan los tambores de guerra. Lo peor es que los errores vuelven a ser los mismos: el centroderecha habló en campaña de una ultraderecha ‘homologable’, en tanto que no antieuropea y -sobre todo- no antiOTAN. La línea roja ya no era el miedo al fascismo, sino el miedo a Rusia, si es que son cosas distintas. Sólo a última hora recondujeron argumentarios, viendo que al final no iba a ser imprescindible pactar con el diablo.

Parte de culpa tiene que ver con la participación. A pesar de que gran parte de las leyes que tramitan los Parlamentos nacionales emanan de Europa, a pesar de la lluvia de inversiones que nos han salvado de los efectos de la pandemia, y a pesar de la cohesión alrededor de la guerra, la ciudadanía sigue sintiendo que Bruselas está muy lejos. De ahí que siempre se mande al Parlamento Europeo a figuras a las que difícilmente tendrían cabida en los Parlamentos nacionales: pocos suelen votar.

Por suerte para el proyecto europeo, la ultraderecha es un espacio que necesita un liderazgo único bajo el que arremolinarse, y eso no existe todavía porque Marine Le Pen y Giorgia Meloni compiten en pie de igualdad. Es lo que tienen los intereses ultranacionalistas, que tienden a chocar entre ellos porque son autoexcluyentes. Por eso hay dos grupos enfrentados, tres si contamos a los alemanes, demasiado ultras incluso para los ultras. Si todos unieran sus fuerzas, y los húngaros de Fidesz acabaran por dar el paso y dejar el PP, serían segunda fuerza por delante de los socialistas. Y creciendo.

Europa contiene la respiración mirando a noviembre. Una victoria de Trump en EEUU tendría impacto directo en el desarrollo de las guerras en Ucrania e Israel. Daría alas a Rusia y abriría zanjas en el seno de Europa, además de revolver (más) el avispero en Oriente Próximo y tensar la guerra comercial con China. Él es el líder que puede darle el impulso definitivo a este movimiento en forma de proteccionismo radical. 

🇪🇸 Punto dos: celebrar estar vivos (de momento)

Decía hace unos días Esteban González Pons que las elecciones parecían europeas, pero eran españolas. Sin embargo, es un ejercicio vano lo de trazar paralelismos con hipotéticos resultados nacionales: son unas elecciones con muchísima abstención, en las que se vota con circunscripción única y no hay barrera de entrada. Valen las tendencias, pero ojo con los resultados.

El gran titular es que el PP ha ganado, pero. Lo hace por medio millón de votos, cuatro puntos y dos escaños. Es justo el mínimo que necesitaba Alberto Núñez Feijóo, que celebraba anoche la victoria. Pero no su victoria contra Sánchez, sino contra los ruidos de sables internos en su propio partido. Ahora bien, si esta es la victoria en el peor momento del PSOE -amnistía, caso Koldo, caso Begoña- haría bien en no celebrar demasiado.

En el lado contrario, el socialista, hay motivos para celebrar, pero también cuestiones por las que preocuparse. Parte de su resistencia se debe a haber absorbido los votos más a su izquierda, donde la pelea entre Sumar y un Podemos exiguo se ha recrudecido. En la lógica actual pactar es necesario, de modo que haría bien el socialismo en dejar algo de espacio a sus socios de Gobierno pensando en su propia supervivencia a medio plazo.

La peculiaridad de estas elecciones siempre abre la puerta a que pasen cosas raras. Hace diez años esas cosas raras fueron Ciudadanos y Podemos, que acabaron por protagonizar un nuevo ciclo político que debilitó al bipartidismo como nunca antes. Pero también años antes fue un partido político encabezado por Ruiz Mateos del que quizá no te acuerdes porque quedó en nada. Lo de Alvise, por tanto, puede ser un tiro al aire.

Pero también es un aviso para navegantes: Beppe Grillo, Donald Trump o Javier Milei también parecían frikis imposibles. También Nigel Farage, y prendió la mecha que acabó en ‘brexit’ vía instituciones europeas. La cuestión pasa por saber, en caso de que se asiente, a quién hace más daño: al PP, por fragmentar más el voto de derecha, o a Vox, que si pierde el cordón umbilical digital y joven podría acabar a los pies de las gaviotas. 

Entonces, ¿lo de Alvise es el principio de algo o sólo una excentricidad? Es, sin duda, una señal: señal de que hay movimientos que se asientan fuera del foco de la conversación pública clásica (ochocientos mil votos, nada menos, fraguados en los márgenes del discurso), y señal de que tenemos un problema de desconexión democrática con los jóvenes. Si un difamador creador de bulos y conspiranoias es capaz de algo así es que tenemos un problema de educación democrática básica, pero también de ruptura social. 

Es la evidencia de que el enfado ha cambiado de bando (otra vez). Pasó de la izquierda a la derecha, y ahora de mayores a jóvenes. Ya no son ‘señoros’ cabreados porque no entienden ni comparten el mundo que les toca vivir porque sienten que amenaza sus valores. Ahora son jóvenes desafectos, que ven lo público, lo tradicional y hasta la democracia como culpables de la situación que tienen. Para qué seguir venerando las estructuras de un mundo en el que no hay hueco para los que son como yo. El ‘que arda todo’ es neoliberalismo destilado, y apunta al fin de lo común.

🤔 Uniendo los puntos

De susto en susto hasta la muerte final. Termina al fin el atracón de campañas (gallegas, vascas, catalanas, europeas) con algo en lo que pensar: la estrategia de la campaña permanente para mantener prietas las filas de los partidos contribuye a la polarización de la gente, y acaba por extenuarnos hasta dejarnos en casa y no votar, o votar cualquier cosa. Y cuidado, porque cuando duerme la razón es cuando llegan los monstruos.

Descansa. 👋🏻