En los últimos años ya abundaban los análisis políticos sesudos sobre Eurovisión, pero lo de esta edición se lleva la palma. Y es que ha dejado de ser un festival de la canción para convertirse directamente en política con música de fondo. Pero, más al fondo, y aunque las polémicas lo tapen todo, se escucha un compás muy propio de nuestro tiempo: la polarización, que marca el ritmo a un fin muy concreto.
🙏🏼 Punto uno: “lo siento”
Mucho de lo que marca el ciclo político actual ya empezó a pasar tiempo atrás. Sucede con la ultraderecha, que lleva carcomiendo el corazón de Europa desde finales de los ’90. Y sucede con la atomización del voto que se da desde hace más de diez años.
Seguramente te suene el nombre de Nick Clegg, que llegó a ser viceprimer ministro británico entre 2010 y 2015. Él quiso ser liberal y renovador, como Albert Rivera en España tiempo después, pero acabó siendo una bisagra del sistema, como Albert Rivera en España tiempo después. Fue, como él, el hombre necesario en el momento preciso. El aliado imprescindible para que las cosas siguieran funcionando sin cambiar demasiado.
Su historia empezó con el exitazo electoral de 2010, cuando su partido -el Liberal-Demócrata- sumó 6,8 millones de votos y 57 escaños (sobre 650). Se quedó a 1,6 millones de votos de los laboristas de Gordon Brown y a 3,9 de los conservadores de David Cameron. Por primera vez desde 1974 ninguno de los dos grandes sumaba, así que Clegg pudo decidir a quién dar el Gobierno.
Lo que pasó a continuación te sorprenderá (bueno, no, porque ya sabes qué es lo que también hizo Ciudadanos en España elección tras elección).
En realidad aquello fue un exitazo sólo por poder gobernar. Es verdad que nunca antes habían tenido tantos votos, pero a decir verdad habían perdido escaños: en 2005 Charles Kennedy había sumado 62 (sobre 646) con 5,9 millones de votos. Pero Kennedy no fue necesario para que nadie sumara, por lo tanto nadie le recuerda. La política, ya se sabe, la escriben quienes tocan poder.
Sin embargo no tardó en hacerse evidente que estar en el Gobierno no es lo mismo que poder gobernar. El papel de Clegg se redujo al de mera comparsa de lo que los conservadores dictaban. Tanto fue así que en 2012 lanzó un vídeo disculpándose por todas las promesas incumplidas, un vídeo que se hizo viral ya entonces por lo sincero del mensaje y lo inusual del contenido.
Pero Clegg ya había fracasado. En las elecciones de 2015 se derrumbó, perdiendo 49 escaños (se quedó en 8) y a más de la mitad de sus votantes (apenas llegó a 2,4 millones). Cameron sumó más de medio millón de votos y otros 24 escaños. Los nacionalistas escoceses de Nicola Sturgeon, con un millón menos de votos que Clegg, lograron sumar 56 escaños. Los liberales habían huido en desbandada y el nacionalismo emergía.
Clegg fue denostado por sus errores, y utilizado como títere de partidos mayores, como también lo sería Rivera en España años después. Buscar el vídeo de arriba en la versión que subió el partido es un ejercicio de arqueología, ya que son mucho más populares las versiones burlescas que aquel original. Es el caso de esta canción con ‘autotune’ (¿ves? todo estaba ya inventado)
El 8 de mayo de 2015 presentó su dimisión. Con el tiempo fichó por Facebook y ahora vive de forma acomodada de la empresa privada, como buen liberal. Igual que Rivera, que también dimitió cuando las cosas se torcieron y, como Clegg, no volvió a meterse en política nacional. Otra cosa que comparten, en este caso honrosa.
En 2016, un año después del adiós de Clegg, se llevó a cabo un referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la UE. Cameron lo hizo por la creciente presión de los euroescépticos. Porque sí, además de laboristas y conservadores, liberaldemócratas y nacionalistas escoceses, formaciones como el UKIP de Nigel Farage empezaban a ser incómodos. No en las elecciones domésticas, pero sí en las europeas. Cameron quería hacer como con Clegg: fagocitarlos y reunir el voto para seguir gobernando.
Spóiler: la cosa le salió relativamente mal. La parte ‘mal’ fue que el Reino Unido ya no estaría en la UE porque ganaron los que debían ser fagocitados. La parte ‘relativamente’ es que, con el tiempo, laminó al resto de partidos por lo mal que salió todo. El problema es que, con tanta huida hacia delante y tras varios primeros ministros achicharrados, las próximas elecciones se auguran catastróficas para los conservadores. Según los sondeos los laboristas no sólo podrían volver al poder veinte años después, sino que podrían arrasar.
🧲 Punto dos: los polos
No hay nada más peligroso para la estabilidad que la convivencia de demasiados partidos con peso específico. El motivo es sencillo: a mayor dispersión del voto, mayor reparto de los escaños -con los matices de cada sistema electoral-, y más necesario se hace el pactar. Hay regiones en las que eso es una constante (Cataluña, sin ir más lejos), pero en otros ámbitos eso supone una enorme complicación.
El Brexit, además de las consecuencias económicas y políticas que todos conocemos, fue un potente polarizador del voto. Los laboristas británicos han estado perdidos en un combate que no supieron ganar, y sorprendentemente tampoco han sabido hasta ahora rentabilizar el caos que los conservadores crearon.
En España el ciclo político cambió en 2014. En las europeas de mayo de aquel año irrumpieron Ciudadanos y Podemos, y una conjunción de eventos haría posible que esos nuevos partidos no fueran pequeños como UPyD e IU, sino que estuvieran destinados a disputar la hegemonía a los grandes.
Por si te interesa, escribí un par de artículos académicos sobre el tema (la transición de IU a Podemos y la de UPyD a Ciudadanos), además de toda una tesis doctoral acerca de una parte de esa “conjunción de eventos”, en concreto la tocante a los medios de comunicación.
Ya hemos contado cómo fue la cosa en Reino Unido, y también sabemos cómo le fue a Rivera. También sabemos lo que ha ido pasando en estos últimos diez años, con cinco elecciones en una década. Lo dicho: lo peor para la estabilidad es la multiplicación de opciones.
Pero ese ciclo ya ha terminado. Podemos se ha diluido a regañadientes en Sumar, que no está tampoco boyante, y ha desaparecido de las plazas a las que se ha presentado en solitario. Ciudadanos apenas ha superado los 20.000 votos este fin de semana en Cataluña, lo que es menos del 1% del total, cuando hace siete años fue la primera fuerza no nacionalista en ganar esas mismas elecciones en votos (más de un millón, por encima del 25% del total) y escaños (con 36). Vox, de momento, aguanta el tirón, aunque va menguando. Sic transit gloria mundi.
La polarización funciona contra esa dispersión. El final de ETA, la corrupción, el descontento y el procés no fueron eventos polarizadores en su inicio, pero han acabado por serlo en su final. Y, como el Brexit, funcionaron. Ha acabado el ciclo político volviendo, con matices, al punto de origen: donde hubo una IU ahora hay un Sumar porque el espacio a la izquierda se ha moderado tras Podemos; donde hubo un UPyD ahora hay un Vox, porque el espacio a la derecha se ha radicalizado tras Ciudadanos. Y el poder se lo siguen repartiendo, por turnos, PSOE y PP.
España vuelve a ser bipartidista con apoyos puntuales. El plan ha funcionado. Aunque también es verdad que se corría el riesgo al polarizar de no aglutinar el voto alrededor de los partidos tradicionales, sino de acabar de romper el sistema. Francia e Italia son buenos ejemplos de eso: en la primera, el socialismo y los conservadores han dejado paso al centrismo liberal y la ultraderecha; en la segunda, han ocupado sus lugares directamente la antipolítica populista primero y el neofascismo después.
También podía pasar -y ha pasado- que las fuerzas tradicionales se transformen, quizá de forma irreversible, como le ha pasado al Partido Republicano en EEUU. El PP se dejó las pieles tras Rajoy de una forma similar a la que el PSOE se la puede dejar tras Sánchez. Su carta bien podría ser el pistoletazo de salida a un proceso de sucesión controlado para evitarlo.
💃🏻 Punto tres: el baile
Para polarizar hace falta rabia, descontento o victimismo. A veces, las tres a la vez. El equipo de Eden Golan, la representante de Israel en Eurovisión, lo tenía claro. Sabiendo lo que iba a pasar, compartió un vídeo en el que ellos mismos le abucheaban como preparación para lo que le esperaba.
“Unidos por la música”, rezaba el lema de una gala patrocinada por una marca de cosmética israelí. El evento, ese en el que Europa se traviste en unas ropas de tolerancia y frivolidad que no suele vestir, se emitió con decalaje de unos segundos para evitar que se colaran declaraciones indeseadas. En cuanto acababa cada actuación, cortaban el micro de los cantantes, a los que se veía mover los labios sin escuchar qué decían. En cada plano hacia el público se veía alguna bandera de Israel. Expulsaron al representante holandés tras haber mostrar una prenda palestina. Se tapaba el sonido ambiente para amortiguar los abucheos con cada voto a Israel y, por supuesto, durante toda su actuación.
Hubo música, sí. Pero unidad no. Al menos en uno de los lados, porque en el otro sí.
Quienes estaban en contra de la participación de Israel en la gala -otro debate es si está bien censurar a un país que esté en guerra, como se hizo con Rusia, también en el deporte- tenían a veinticuatro artistas a los que votar. Quienes querían demostrar adhesión a Israel sólo tenían una opción.
Los jurados profesionales calificaron a Israel como una de las peores opciones -quizá porque no era buena canción, quizá por posición política-, mientras que el voto popular se concentró y a punto estuvo de darles la victoria. En ese caso no hay duda de qué propició el resultado.
🤔 Uniendo los puntos
Eurovisión suele servir para enseñar política: qué países apoyan a otros, qué vínculos geopolíticos existen… Pero en esta ocasión ha sido útil también para evidenciar algo más: la dinámica de ‘conmigo contra mí’ no es casual, sino que responde a una estrategia. España está polarizada y, como consecuencia, vuelve a la senda del bipartidismo. No son dos cosas separadas: es sencillamente que la polarización da resultados.
Descansa. 👋🏻