De José Luis Rodríguez Zapatero se sabía poco cuando irrumpió en escena, hace ahora diez años. En teoría, el 35º Congreso Federal del Partido Socialista iba a ser un paseo en barca para José Bono, favorito en unas primarias en las que concurrían cuatro candidatos y que buscaban estabilizar el partido tras cuatro años de bandazos al no haber digerido la derrota electoral de Felipe González en 1996 y no haberse resuelto la bicefalia entre Joaquín Almunia y Josep Borrell.
Apenas nueve votos decantaron la votación hacia el desconocido al que, poco antes de la votación, González bendijo. Fuera porque los socialistas quisieron una renovación más a fondo, sea porque pensaron que un giro más a la izquierda del que podía ofrecer el centrista Bono era la mejor forma de plantar cara al PP y su mayoría absoluta, el cambio se completó. Las otras dos candidaturas, la de Rosa Díez -hoy en la oposición- y Matilde Fernández se quedaron en meras anécdotas.
Por aquel entonces de Zapatero sólo se conocía su juventud: ni siquiera llegaba a los 40 años y llevaba de diputado desde 1986, cuando se convirtió en el más joven de la legislatura con 26. Era una joven promesa del partido, aupado en la candidatura ‘Nueva Vía’, bajo cuyo paraguas aparecían nombres que aún hoy le acompañan y que irían jubilando, poco a poco, a los barones socialistas de más trayectoria.
De hecho, de los quince miembros de la ejecutiva federal que resultó de aquella cita, diez han ocupado cargos de alta responsabilidad en el Ejecutivo o en el partido: Manuel Chaves, José Blanco, Trinidad Jiménez, Jordi Sevilla, Consuelo Rumí, Cristina Narbona, Carme Chacón, Juan Fernando López Aguilar y Leire Pajín, u otros que no estaban en la Ejecutiva, pero sí a la sombra de Zapatero, como Jesús Caldera, Miguel Sebastián o José Antonio Alonso.
Otra forma de oposición
Desde que Zapatero se afilió al Partido Socialista con 18 años, quienes le han conocido de cerca han destacado su capacidad negociadora como principal arma. Si a los 26 años entró en el Congreso, a los 28 consiguió un acuerdo para liderar la Federación Socialista Leonesa, muy vinculada al sindicalismo minero tradicional al que él no pertenecía.
Precisamente esa capacidad negociadora, ese ‘talante’ que usó hasta el cliché en sus primeros pasos en la primera división política, le llevaron a hacer una oposición no agresiva al segundo Gobierno de Aznar. De hecho, lejos de la postura de constante negación que tradicionalmente llevan a cabo los partidos opositores, Zapatero alcanzó acuerdos determinantes con el Ejecutivo, por ejemplo en materia antiterrorista, que cristalizó en la Ley de Partidos que permitió la ilegalización de formaciones vinculadas a ETA.
Esa voluntad negociadora estuvo presente también en el Zapatero presidente, pero sólo durante la primera legislatura: durante la actual han tenido que recurrir al Decreto para legislar en temas espinosos. Además, en el momento del estallido de la crisis, Zapatero sacó su vertiente más presidencialista, prescindiendo en muchas ocasiones de sus ministros a la hora de tomar decisiones y limitándose a consultar con su guardia pretoriana, integrada según el momento por nombres como los de Blanco, Jiménez, Chacón, Pajín, Alonso, Sebastián o López Garrido. Suyas han sido las voces que han susurrado al oído del presidente o, en su defecto, han sido los destinatarios de las llamadas de móvil desde Moncloa para recabar opiniones acerca de una decisión concreta.
En los mentideros monclovitas se dice que en tiempos de bonanza, muchos líderes socialistas -de los veteranos y los emergentes- pugnaban por agradar a Zapatero y entrar en su círculo de confianza, pero que al presidente siempre le ha gustado mantener la tensión premiando y castigando de forma invariable a sus asesores de cabecera. Atendiendo a que sólo tres asientos del Consejo de Ministros mantienen a sus inquilinos en las mismas posiciones (De la Vega, Moratinos y Espinosa), el comentario toma visos de verosimilitud.
Impulso social, trabas recurrentes
Desde su llegada a la Moncloa hizo de la política social su bandera de Gobierno: la aprobación del matrimonio homosexual, la creación de un Ministerio de Igualdad y la puesta en marcha de la Ley consecuente, la subida paulatina de las pensiones, la Ley de Dependencia y las ayudas del Estado para recién nacidos y declaraciones de la Renta han marcado su agenda, que recientemente ha completado con la reforma de la Ley del Aborto.
Junto a esas medidas, otras que han suscitado profundas polémicas en nuestra sociedad: la retirada de símbolos franquistas o el apoyo velado a la investigación de los crímenes de la dictadura promovida por el juez Garzón, además de la reforma de los estatutos de Autonomía, han provocado la reacción de los más fieles constitucionalistas, contrarios a cambiar las bases sobre las que se desarrolló la Transición política española.
Otra cuestión que cambió radicalmente el líder socialista cuando consiguió su primera victoria electoral fue la posición internacional del país: de apoyar las intervenciones militares preventivas a acuñar y defender la ‘alianza de civilizaciones’ como procedimiento marco, lo que provocó que la política internacional dejara de mirar a EEUU y se centrara en la UE e Iberoamérica, al menos hasta la llegada de Obama a la Casa Blanca.
Pero Zapatero, que cada vez ha ido ofreciendo una imagen más sobria y cansada, ha tenido que enfrentarse a un grave problema en cada legislatura. Si el proceso de diálogo con ETA marcó sus cuatro primeros años de Gobierno, especialmente tras el atentado de la T4, la crisis económica y sus dramáticos efectos han acabado por encerrar al presidente cada vez más en sí mismo, exponiéndose continuamente a los embites de la oposición, con el consiguiente desgaste que ello supone.
Si del primer problema el Gobierno ha conseguido resarcirse gracias a su cambio de política antiterrorista logrando que la actividad etarra se haya visto reducida drásticamente, el segundo sigue pesando como una losa sobre su gestión: de hablar de pleno empleo en 2007, cuando había 1,7 millones de parados (una tasa del 7,95%), se pasó en 11 trimestres a tener 4,6 millones de personas sin actividad profesional, lo que ha supuesto triplicar la tasa de paro hasta el 20,05%.
Asignaturas pendientes
El caos de la Justicia española, que acumula retrasos y falta de renovación de sus órganos más sensibles, el eterno debate de la reconversión del Senado, el pacto de Estado en materia de Energía o la pretendida reconversión de la economía española del ladrillo a las renovables, son algunas de las asignaturas pendientes de Zapatero como presidente, que tiene por delante dos años para cerrar la legislatura y plantearse si da por terminado su ciclo o decide presentarse a la reelección.
Con el sólido apoyo que da en el seno de un partido ocupar el asiento de la Moncloa, Rodríguez Zapatero no encontrará grandes voces críticas en el seno del PSOE que urjan a su sustitución como candidato para 2012. Pero el desgaste sufrido en estas dos intensas legislaturas y la falta de renovación en el partido de la oposición podrían ser las bazas que movieran al presidente a promover una transición más tranquila de la que a él le tocó vivir.
La respuesta a si tras esta década de Zapatero vendrán más años de actividad en la primera línea de la política sólo la conoce él, el negociador reconvertido a gestor presidencialista, el de los asesores intermitentes y el consenso tatuado en la lengua. Las inminentes elecciones autonómicas podrían servir para mover fichas en el seno del partido de cara a encabezar candidaturas en plazas sensibles, y quizá ahí el estratega leonés empiece a plantearse mover piezas. Incluída la suya.