«No tengo muy buena memoria. El tiempo pasa, ¿sabes? Sin enterarse». Carlos estaba recostado sobre el reposabrazos de su silla, encogido, con la chaqueta sobre los hombros y la bufanda al cuello. Estaba solo en el despacho, enorme y elegante, al abrir la puerta. Como había pasado las dos últimas semanas enfermo de gripe en casa había dado el día libre a su asistente y la calefacción estaba apagada. Fuera la noche caía sobre una Pamplona fría y lluviosa y dentro la temperatura no era mucho más apacible. «Hay una época en la vida en la que uno es el más joven cuando está sentado en una mesa y luego se da cuenta, con espanto, de que es el mayor». Cualquiera que hubiera contemplado la escena hubiera visto a un anciano en retirada y a duras penas hubiera reconocido a aquel lehendakari seductor, ese que introdujo al PNV en un poder casi ininterrumpido y al que su propio partido acabó quitándose de encima tras dos gobiernos. Sin embargo, el retrato es engañoso: los años han pasado, sí, pero ese hombre encogido y abrigado que acaricia los ochenta años de existencia conserva intacto el discurso mordaz, la reivindicación de su legado y la socarronería que le caracterizaron. Allí, bajo el yugo de la congestión, estaba agazapado el lehendakari Garaikoetxea.
Sus primeras palabras fueron premonitorias: una broma, en ese caso sobre su estado. Las últimas, al final de la charla, una retahíla de chistes y anécdotas políticas graciosas con las que quiso hacer un libro. En medio, el drama de los años más duros de ETA. «La vida zurra mucho», dice en tono grave. «Si a mí me hubieran dicho que aquello iba a durar treinta años más casi… -deja dos segundos de pausa y termina la frase sonriendo- habría sufrido un soponcio». Ningún médico le hubiera recetado para su recuperación el salir de casa justo en plena tormenta nocturna para acudir a una cita, pero el tratamiento le funcionó: las casi tres horas de conversación hicieron que poco a poco elevara la voz, se quitara la bufanda y se incorporara en la silla. La memoria, que no era ni mucho menos tan mala como decía, hizo de medicina como quien se quita de encima una piedra invisible. «Las cosas también tienen su ciclo, su tiempo, y un movimiento de la entidad de ETA, con el soporte social que tenía, no se difumina de la noche a la mañana. Ha tardado más de lo que podía, se perdieron oportunidades que hubieran sido decisivas», comenta. Y ese es precisamente uno de los pocos «peros» que pone a su gestión: si volviera atrás en el tiempo «habría sido partidario de hacer más esfuerzos negociadores, desde luego», asegura.
«Yo quiero entender siempre las razones del que está enfrente, y no lo han tenido fácil», comenta en referencia a los otros interlocutores políticos de su época. «Uno no se mete en esos fregados por frivolidad». En el caso concreto de esas negociaciones con ETA, asegura que había «muchas zancadillas». Cita su libro de memorias para relatar «hasta veinte historias de correveidiles, de embajadores, de negociaciones poco serias. Eran tomas de temperatura, pero a veces con personas que claramente no tenían credenciales para negociar y que no eran tomadas en serio. Se intentó, pero no sé si lo suficiente y con la suficiente seriedad, porque a veces, joder, había unos embajadores y unos tíos que no podían ser tomados en serio ni por casualidad. Hasta se ofendían los receptores, que tampoco estaban en condiciones de rasgarse las vestiduras y pedir los frascos de las sales, porque ellos también traían a cada ejemplar… En fin, así es la vida», comenta con tono desenfadado. Desde su posición de lehendakari hasta el año 1985 vivió muchos de esos momentos, incluso antes como presidente del Gobierno provisional del Consejo General Vasco, «que se llamaba ‘el ente preautonómico’, nunca mejor empleada la palabra ‘ente’ «, apostilla apretando los labios.
El soporte social es el secreto de que ETA haya durado tanto
Tantos contactos, aunque fueran informales, sólo se entienden por la dilatada historia de violencia que los hicieron posibles. «ETA ha durado más de lo que imaginábamos y por supuesto de lo que deseábamos, pero el movimiento y el soporte social que tenía era muy grande. No tenía nada que ver con las Brigadas Rojas, ni con la Baader-Meinhof, aquí tenía un sector de la sociedad muy grande que le daba apoyo y que estaba convencida también de que sin resistencia armada no había liberación nacional ni proceso soberanista», describe mientras arquea las cejas con una expresión escéptica. «Mientras, en fin, otros dijimos que había que hacer política anteponiendo los derechos humanos por encima de cualquier otra consideración y entendiendo que son hijos de este pueblo quienes piensan así y quienes piensan asá», explica. «El soporte social es el secreto de que ETA haya durado tanto». En concreto cincuenta y tres años, entre 1958 y 2011, cuando emite el comunicado en el que anuncia el alto el fuego definitivo. «Fue un gran alivio. Pensé en todos los que no tendrían que mirar debajo del coche si tenían una bomba, y en compañeros a los que, a pesar de nuestra distancia política, quería, les consideraba mis amigos. Que pudieran vivir de otra manera completamente diferente. Pensé en aquellos a los que pedían el impuesto revolucionario y que vivían angustiados. Hay que hacer esa aproximación a situaciones personales o humanas para entender el horror de la violencia», razona. «El cambio ha sido tremendo, y yo a veces me irrito un poco cuando algunos no quieren reconocerlo».
La conversación es amena, en ocasiones divertida, plagada de autorreferencias y totalmente caótica. Relatando un suceso da un salto en el tiempo a otro y luego a un tercero, para más adelante enganchar con el que describía originalmente. Componer un relato es una especie de puzzle de memoria, de iniciativas, bromas, negociaciones y atentados. Las digresiones se vuelven frecuentes dentro de una charla desestructurada, con algunos fragmentos privados que pide no revelar una vez ha contado, incluyendo comentarios y confesiones con Adolfo Suárez, Felipe González o Patxi Zabaleta, entre otros. De las guerras carlistas a la democracia, del proyecto autonomista a Lizarra. El camino hasta el comunicado en el que ETA anunció que lo dejaba discurre en su relato por cada rincón de la historia no siempre reciente. «Es un proceso que nos parece largo, pero en términos históricos parecerá episódico». Tiene sentido, habida cuenta de que la cronología de su relato empieza en el siglo XIII. «Este es un país que si ha sobrevivido como tal, si ha pervivido su idioma, ha sido porque vive también en compartimentos bastante cerrados», describe. «Es un país que no ha tenido una unidad nacional, salvo el Reino de Navarra hasta el siglo XIII, pero que sí ha tenido unas instituciones de autogobierno soberanas».
Aunque ni los parámetros ni los elementos de juicio actuales se puedan trasladar a la época, este país está en estado de ocupación militar
La reclamación nacional no es, en su relato, una reivindicación moderna, como tampoco es algo actual el conflicto violento. «Este ha sido un país convulso durante mucho más tiempo, mucho antes de que ETA trajera convulsiones. Desde 1839 está en situación de conflictos cíclicos». Se refiere a las guerras carlistas que sacudieron la península en una suerte de guerra civil por oleadas. «Aunque ni los parámetros ni los elementos de juicio actuales se puedan trasladar a la época, este país está en estado de ocupación militar», analiza. Cuando termina la contienda, a finales del siglo XIX, es cuando entra en escena el considerado padre del nacionalismo vasco. «Sabino Arana, que es un personaje ‘sui generis’, con muchas carencias y muchas intuiciones, hace una apelación a una conciencia colectiva y, en términos políticos, se plantea también una confrontación diferente a la anterior», explica Garaikoetxea moviendo el brazo con el codo ya apoyado en la mesa. «El replanteamiento viene con un concepto que es propio también de la época, el Romanticismo, con tantas eclosiones de los sentimientos nacionales». Unas décadas más tarde llegaría el golpe de Estado fallido y la Guerra Civil y, tras ella, la dictadura franquista, durante la cual nacería ETA. «Es una rebelión contra el propio nacionalismo oficial que considera que hay que acudir a las armas, con disgusto y desaprobación del Gobierno vasco en el exilio», explica.
ETA había tenido en la época de Franco la comprensión no sólo en el País Vasco y en los medios abertzales, sino en el resto del Estado. Se consideraba que era la resistencia por antonomasia al régimen, algo de esa percepción existía
Varios de los primeros atentados cometidos fueron contra elementos del régimen franquista, desde el torturador Melitón Manzanas hasta, más adelante, Carrero Blanco, delfín del dictador. «ETA había tenido en la época de Franco la comprensión no sólo en el País Vasco y en los medios abertzales, sino en el resto del Estado. Se consideraba que era la resistencia por antonomasia al régimen, algo de esa percepción existía». Pero acabó la dictadura y ETA decidió seguir adelante. «Entienden que se adopta un camino alternativo al que ETA preconiza para el País Vasco y se va produciendo la deriva errática. Desde su dogmatismo, ETA va endureciendo cada vez más sus posiciones, defendidas por quienes luego fueron aparentemente muy moderados de Euskadiko Ezkerra, que decían que el derecho de autodeterminación en el debate constitucional era una exigencia. Bueno, era un brindis al sol porque se sabía que era imposible», corrige. Una de las cuestiones con las que más crítico se muestra el lehendakari Garaikoetxea es la falta de realismo en las posturas mantenidas en aquella época, que llevaron al enquistamiento de la situación durante tres décadas más. «ETA podía haber parado en el año ’78, cuando se produce el tránsito hacia un nuevo sistema de libertades, pero el fenómeno no es tan simple, no desaparece de la noche a la mañana», argumenta, y se pone en la piel de ETA para explicar su decisión. «Optó por defender el derecho de autodeterminación y la unidad territorial de Euskal Herria, y ninguno de los dos objetivos se había conseguido, antes porque había un dictador a sangre y fuego, pero ahora porque otros claudican en la reivindicación», dice hablando por ellos. «Fue la respuesta de quienes consideraban que el proceso de transición no fue rupturista, lo que hizo que ETA se revolviera con especial virulencia. Paradójicamente, consideraban algunos desde su lógica que era peor que en la época anterior», lamenta.
Aquel autogobierno fue un pulso difícil y, hay que reconocerlo, Suárez lo afrontó con bastante coraje teniendo lo que tenía alrededor. Pero ETA no entendió eso: ETA entendió que se había producido una claudicación
«Hay un tránsito hacia un sistema, con todos sus defectos, de carácter democrático y de libertades, y de un grado de autogobierno interesante que, hombre, algunos lo hubiéramos deseado de mayor alcance, pero que daba respuesta a las gravísimas urgencias de toda índole que tenía el país», rememora. «El país estaba en una situación dificilísima: había un 30% de paro en zonas de Euskadi, un expolio fiscal porque Vizcaya y Guipúzcoa no tenían su régimen de concierto, un proceso de declive y obsolescencia de la industria tradicional, y así en todos los órdenes. Desde el punto de vista lingüístico, si Franco dura veinte años más este país pierde su seña de identidad más clara. Eso, que a algunos les parecen manías identitarias, aquí y en cualquier lugar del mundo es algo muy serio», explica. El relato de Garaikoetxea en este punto se vuelve casi institucional, como hablando desde el papel que le tocó desempeñar. «Aquel autogobierno fue un pulso difícil y, hay que reconocerlo, Suárez lo afrontó con bastante coraje teniendo lo que tenía alrededor. Pero ETA no entendió eso: ETA entendió que se había producido una claudicación».
¡Joder, y me llenan de cuarteles el país!
No ayudó a templar los ánimos de quienes no veían satisfechas sus ansias nacionalistas lo que el lehendakari describe como una falta de desarrollo del Estatuto que él negoció con el entonces presidente del Gobierno. «Había una comisión mixta, pero Suárez me dijo: ‘Si te parece, nosotros estamos en tu despacho y vamos desatascando las cosas que allí se atasquen’ «, relata. «Tengo también una visión muy parcial, muy interesada -confiesa-, pero a mí me parece que no se ha sido leal en el desarrollo del autogobierno. ¿Por qué hay un montón de cosas que tendrían que estar funcionando y no lo están? Están en el Estatuto, pero nos consideran menores de edad para entregar semejantes competencias, y están incumpliendo la Ley», afirma. Se refiere a instituciones con competencias que no se activaron, o desarrollos que no se completaron. Y un ejemplo paradigmático es, por ejemplo, la Ertzaintza. «La policía vasca era un asunto muy sensible aquí por el problema de Intxaurrondo: tenía un clima emocional alrededor y mucha carga política. Se llegó a una formulación de que sería una policía integral, salvo en materias extra y supracomunitarias, como fronteras, pasaportes, contrabando… No se citaba ni siquiera el terrorismo, y ahí estuvo mi fallo», dice, en referencia a no haber definido específicamente todas las competencias exclusivas. «¡Joder, y me llenan de cuarteles el país!», exclama. «No se trata de una aversión especial por la que queremos que esto desaparezca, pero de la misma manera que los funcionarios de Sanidad o de Educación son propios, aquí hemos creado una policía que va a ser propia, aunque sea con la gradualidad necesaria en el tiempo, y resulta que la Guardia Civil y la Policía Nacional están en todas partes. Hay tanta policía como antes, y eso ha desacreditado quieras que no a la policía autónoma, que aparece a veces con ciertos tintes folclóricos, con sus uniformes, como una fuerza subordinada», analiza. Y eso, a la vez, le trae problemas en clave interna. «Los tíos a los que les habíamos dicho “oye, aquí además vamos a tener una fuerza de seguridad propia y se acabaron los líos con la Guardia Civil” se encuentran con más controles que nunca en las carreteras. Eso tampoco te deja muy bien con tus tesis, y alimentas las contrarias», lamenta recostándose en la silla.
No es por menospreciar a ninguna región española, ni mucho menos, pero sentimientos nacionales los hay donde los ha habido siempre, y generalizar un tratamiento homogéneo a cosas heterogéneas es un mal asunto
«Entonces, ¿las aspiraciones mayoritarias del País Vasco están obteniendo una respuesta cumplida con las fórmulas que un día se acordaron con realismo político y procurando no tirar de la cuerda para que no se rompiera? No. ¿Y eso a qué conduce? A que se radicalicen las posiciones». Es por eso por lo que Garaikoetxea considera que el Estado no resolvió las cosas como debería. «Desde un punto de vista político creo que el error de los errores fue no entender que había situaciones muy diferentes desde que se planteó el propio Estado autonómico. No es por menospreciar a ninguna región española, ni mucho menos, pero sentimientos nacionales los hay donde los ha habido siempre, y generalizar un tratamiento homogéneo a cosas heterogéneas es un mal asunto. Cataluña o Euskal Herria tienen unas aspiraciones y unas necesidades desde su punto de vista para pervivir como pueblos y dar respuesta a sus especificidades que no existen en otros lugares», explica. «Tras el golpe de Estado vinieron los pactos autonómicos, la LOAPA -siglas de la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico, aprobada en 1982-. Ahí hubo ya un proceso de marcha atrás a través de leyes básicas con las que se iba erosionando el nivel competencial, legislativo e incluso ejecutivo de estas autonomías. Entonces, claro, se empezó a dar una mala solución a lo que hubiera podido ser una solución mejor, más acorde con la aspiración mayoritaria de este país, guste o no guste», interpreta.
Para saber lo que es el drama de la violencia hay que estar viendo a una viuda joven, o a una madre a la que le han matado a un hijo, sea quien sea
En ese contexto, con un Estado en plena reinvención, estrenando sistema e instituciones y con conatos golpistas, a él le tocó liderar el primer Ejecutivo autónomo del País Vasco. «Los años ’80 y ’81 fueron los años más duros, y a mí me tocó apechugar con ello. Se llegó a tener un atentado casi dos o tres días de promedio», recuerda con gesto sombrío. «Para saber lo que es el drama de la violencia hay que estar viendo a una viuda joven, o a una madre a la que le han matado a un hijo, sea quien sea. Humanamente, el haber vivido esas circunstancias marca y precisamente le hace a uno mucho más refractario a cualquier expresión de violencia». Las cosas en su lado tampoco eran sencillas. Describe el nacionalismo vasco como un mundo en dos mitades, «el MLNV» apoyando la violencia y el PNV, «más un movimiento que un partido», en el que «había de todo: democristianos y socialdemócratas, soberanistas y autonomistas… y hasta del Athletic», dice riendo. «La primera gran manifestación contra la violencia, que levantó ampollas en el mundo nacionalista, la convoqué yo en Bilbao en 1978 siendo presidente del PNV», rememora. «Hubo una gran convulsión en las filas del propio PNV porque hubo muchos que todavía no entendían esa confrontación. En el propio nacionalismo moderado mucha gente estaba todavía con el chip de la ETA de la dictadura, de Carrero Blanco. Por aquel entonces mucha gente tiró el carnet».
La tregua la reventó ETA con un atentado, y cuántas veces después les he recordado no sólo cuánto sufrimiento se hubiera evitado si aquello hubiera salido adelante, sino qué mejor final habría tenido ETA y su trayectoria histórica, incluso en términos de réditos, no sólo penitenciarios, sino también políticos
En ese clima convulso, Garaikoetxea puso en marcha un primer contacto para intentar poner fin a la violencia. «En el año ’83 tuve una iniciativa, la llamada “mesa por la paz”, en la que hablé con todas las partes: con Felipe González, con el mundo del MLNV… Convinimos hacer una mesa de diálogo y negociación, quizá con mucho voluntarismo y demasiado optimismo», confiesa. «La reventó ETA con un atentado, y cuántas veces después les he recordado no sólo cuánto sufrimiento se hubiera evitado si aquello hubiera salido adelante, sino qué mejor final habría tenido ETA y su trayectoria histórica, incluso en términos de réditos, no sólo penitenciarios, sino también políticos. Porque entonces se negociaba, y también después se negoció», reconoce. «Tras aquel primer intento negociador Joseba Elosegi, que era un gran amigo mío, me pidió permiso para intentarlo». Elosegi, que estuvo en el bombardeo de Gernika y combatió en la Guerra Civil, se prendió fuego delante de Franco mientras gritaba ‘Gora Euskal Herria askatuta’ (‘Viva Euskal Herria libre’). Fue su acción más llamativa, pero no la única: escaló la catedral de San Sebastián para colocar en lo alto de la torre una ikurriña, prohibida por el franquismo, y robó otra de un museo militar para que no apareciera supeditada a la bandera española. «Fue un personaje curioso, como novelesco», dice el lehendakari sonriendo. «Tenía todas las credenciales para presentarse y decirle cualquier cosa a cualquiera en el mundo de ETA. Me pidió permiso y se lo di. Hizo un intento de negociación pero no hubo nada que hacer», asegura sin dejar de sonreír. «Tuvo mucha gracia cuando se encontró con Txomin Iturbe -entonces jefe de ETA- y por poco se pegan en lugar de saludarse», dice riendo.
De ahí se pasó al primer intento negociador comandado por el Gobierno central, las conversaciones de Argel. Duda al responder si entonces ETA tenía intención real de llegar a algo. «Voluntad», repite resoplando: «Depende de las condiciones que uno considere mínimas desde su voluntad. Hubo una época en la que siendo el líder indiscutido de ETA Txomin Iturbe había una visión seguramente más proclive a una negociación con más dosis de realismo que la que hubo en otros momentos. Porque en la dirección de ETA se fue produciendo un endurecimiento a medida que la renovación generacional en su liderazgo fue haciendo que los nuevos líderes fueran más duros, más sectarios». El punto de inflexión vino con la muerte accidental de Iturbe durante la negociación, que sería sustituido por ‘Artapalo’. Durante mucho tiempo el Estado pensó que era el apodo de un nuevo líder, pero en realidad era un triunvirato que estuvo detrás del fin de las negociaciones y firmó los atentados más duros de ETA, incluido el asesinato de ‘Yoyes’. Francisco Mujika Garmendia ‘Pakito’, José Luis Álvarez Santacristina ‘Txelis’, y José María Arregi Erostarbe ‘Fiti’, marcaron una nueva era justo a la vez que se conoció la existencia de los GAL. «El recurso al terrorismo de Estado fue una barbaridad», dice con gesto sombrío. «Pero aparte del GAL hubo años tremendos… Yo conozco, con cara y ojos, a gente como Mikel Zabalza. Conozco a su familia, a su hermana… Eso fue un asesinato como una catedral. Pero de estos hubo un montón», asegura. «Estas son cosas que retroalimentaban al mundo de la violencia».
Hasta ahí llegó su camino como lehendakari. Sus desencuentros con Xabier Arzalluz hicieron que el PNV implosionara. El desencadenante fue la Ley de territorios históricos, respecto a la que propuso una configuración diferente a la que defendía su partido, favorable de mantener las diputaciones. «Decían que tenían que ser una especie de bastiones, por si un día se caía en la desgracia en este país de que gobernara otro», dice con retranca. «Decían que había que hacerse fuerte en las diputaciones y yo dije que no, que eso no es una visión de país», hablando de la duplicidad de competencias y lo caótico de la gestión. Según cuenta, tuvo una propuesta formal de los socialistas y Euskadiko Ezkerra para volver a ser lehendakari. En la última negociación, en Treviño, cuenta que estaban Txiki Benegas, Juan Manuel Eguiagaray y Kepa Aulestia. Todo se vino abajo, recuerda, cuando pidió la gestión de Empleo, el Crédito Oficial y la Seguridad Social. «Entonces interrumpió el PNV, que veía que se le escapaba el Gobierno y fue abierto de piernas, de brazos y de todo», dice riendo. «Y ni Empleo, ni Seguridad Social, ni nada. Habría sido una jugarreta imponente coger el Gobierno al año siguiente de que te lo reventaran, probablemente ahí fui demasiado rígido», comenta riéndose. «Tampoco me interesaba hacer gobiernos para luego engañar a la gente diciendo que vamos a hacer esto y esto para luego hacer lo contrario», dice, reclamando su legado. «Todo ha ido degenerando: se hacen gobiernos, se hacen programas, luego se hace lo contrario… Poco a poco se han ido burocratizando los partidos, y los gobiernos van saliendo de los partidos burocratizados. En aquella época había mucha ilusión y la gente quemaba las naves, se tiraba sin red a la aventura política. Estoy bastante asqueado, aquí viviendo en mi monasterio de Yuste, apartado de la política», dice con una sonrisa final abriendo los brazos como mostrando su despacho. Antes de seguir con la conversación vuelve a reivindicar su legado a modo de cierre de esa etapa como gobernante. «Hice mi primer gobierno con el ardor del neófito, y no ha habido un gobierno ni aquí ni en Madrid como aquel», dice sonriendo mientras recuerda a algunos de los miembros de su equipo: Pedro Miguel Etxenike, Mario Fernández, Javier García Egocheaga, Pedro Luis Uriarte… «Francamente, desde el punto de vista de la gestión política y mi trayectoria, creo que el tiempo me ha dado bastante la razón: desde la evolución que se ha dado en otros, hasta nuestras propias tesis».
Si no tienen camino expedito en la Ley para que se asuma la voluntad democrática expresada en el país, ¿de qué nos sirve defender esas ideas, sólo a efectos retóricos?
Una de las primeras cosas que hizo su sustituto en la lehendakaritza fue convocar el Pacto de Ajuria Enea, un acuerdo entre fuerzas políticas contra la violencia. Eusko Alkartasuna, el nuevo partido que encabezó Garaikoetxea como una escisión del PNV, también firmó aquel texto, aunque él se define como «un contradictor permanente, aunque no quise romper la baraja», asegura. El motivo era que en el acuerdo se contenía la idea de que sin violencia todas las ideas eran defendibles. «Otra cosa es que luego no tengan cauce legal», añade como réplica. «Si no tienen camino expedito en la Ley para que se asuma la voluntad democrática expresada en el país, ¿de qué nos sirve defender esas ideas, sólo a efectos retóricos?». Para las fuerzas estatales aquel acuerdo ha sido la representación de un momento determinante en la lucha contra ETA, pero para él no. Garaikoetxea da un salto de una década para encontrar el suyo: el Pacto de Lizarra. «Fue un momento decisivo que produjo una gran esperanza y, a la vez, una enorme decepción, también en el mundo de la izquierda abertzale». Relata que estaba en su residencia de Zarautz, en la costa donostiarra, cuando le anunciaron que ETA había puesto sobre la mesa una tregua indefinida «siempre que, por decirlo de forma coloquial, nos comportemos como buenos nacionalistas», dice sonriendo.
Estábamos en condiciones de dar un paso gigantesco y nos brearon como cómplices del terrorismo
«Pensamos que se llegaba a una oportunidad inédita hasta entonces. ETA nos pide conversaciones al PNV y a EA, y ofrece una tregua indefinida con un planteamiento, dentro de la retórica de ETA, hablando de que las fuerzas nacionales colaboren políticamente en un proceso más o menos soberanista en el país dentro de un clima de no violencia. Nosotros entendemos que es precisamente lo que se está pidiendo», relata. Al otro lado del espectro político no se vio igual. «Joder, estábamos en condiciones de dar un paso gigantesco y nos brearon como cómplices del terrorismo. Contra todo lo que se estaba diciendo e intoxicando desde el Gobierno, mi amigo Jaime Mayor Oreja en particular, no era un acuerdo excluyente», asegura. «Pusimos condiciones a ETA. Primero, diciendo que, si las instituciones requerían colaboración con partidos nacionalistas o no nacionalistas, se asumiera. Segundo, que los derechos humanos preceden a cualquier otra consideración, y que, si el proceso de paz iba a ponerse en discusión, se pusiese en discusión, pero que no actuara como siempre unilateralmente ETA», rememora. Pero poco se habló de todo eso. «Se ocultaron de una manera tramposa las condiciones que pusimos. Se dio luz sólo a las que planteaba ETA y se deformó la propuesta como excluyente, de colaboración exclusivamente cerrada entre nacionalistas», lamenta. «Vimos una oportunidad y nos demonizaron porque entramos, quizá con ingenuidad, como truchas al cebo. Estas manipulaciones han existido siempre». En su opinión, la importancia de Lizarra estuvo en lo que pudo haber significado si hubiera salido adelante, pero también en lo que supuso su fracaso. Fue la propia ETA la que atentó para romper la tregua y recrudeció su actividad. «Hubo entonces asesinatos tremendos, como el de Buesa. Hombre, todos son igual de horribles y de condenables, pero eran ojos y caras muy próximas», dice Garaikoetxea. «Ahí empieza esa convulsión dentro del mundo de la izquierda abertzale, fue una enorme contrariedad ahí dentro. Los ‘otegis’ y todos estos, cuando se produjo el atentado, yo creo que se quedaron lívidos. Ahí se produjo una crisis y una reacción y se empezó a incubar el proceso definitivo», explica.
Si tuvieran que juzgar los tribunales de Gibraltar el contencioso de España y Gibraltar tampoco se quedaría uno muy resignado pensando en la imparcialidad de los tribunales
Tras el fracaso de Lizarra y los nuevos atentados pasaron muchas cosas. La izquierda abertzale fue ilegalizada y un nuevo lehendakari llegó al poder con una abrumadora mayoría absoluta nacionalista. «Con Ibarretxe tenía una relación muy estrecha. Tuve mucho contacto con él, solíamos comer juntos… Era un poco cómplice también de sus travesuras», dice de nuevo sonriendo. Con esas «travesuras» se refiere al proyecto soberanista que salió del Parlamento Vasco que, asegura, era «mucho más contenido que el proceso claramente independentista y rotundo» iniciado en Cataluña. «En el caso de Ibarretxe era un plan diferente. Podían chirriar los términos como “Estado libre asociado”, pero esas cosas luego se discuten. Por lo menos tendría que haber habido el respeto de no despachar el asunto casi con un palmetazo en el Parlamento», critica. «No era tan descabellado, se podría haber discutido y haber relajado el tema». Pero no fue así: «Solía decir en broma que si tuvieran que juzgar los tribunales de Gibraltar el contencioso de España y Gibraltar tampoco se quedaría uno muy resignado pensando en la imparcialidad de los tribunales», asegura sonriendo con el enésimo chascarrillo. «Hay también un nacionalismo español», dice al respecto, sin evitar también una crítica al lado vasco. «Lo que hay que tener es un ‘plan B’ siempre, y no lo había. Hicieron tres manifestaciones del estilo PNV y ya», ironiza. El lehendakari se quita la bufanda y se retira la chaqueta de los hombros, echándola hacia atrás en el respaldo de su silla. Se incorpora y apoya los brazos en la mesa. La medicina va surtiendo efecto mientras fuera el viento golpea las ventanas a su espalda, ya con la noche cerrada.
«Yo ya no era muy optimista a medida que íbamos de desengaño en desengaño en los procesos de paz», asegura. Pero en aquellas fechas ya se estaban fraguando las conversaciones de Loyola. Los contactos, encabezados por Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi, acabarían llegando también a PNV, EA y ETA. «Ahí hubo una oportunidad en la que había una mayor dosis de realismo», dice, mientras pone en valor el trabajo del líder socialista «jugándose políticamente mucho». Sin embargo, aquel proceso tampoco acabó bien. La frase de Francisco Javier López Peña ‘Thierry’, entonces líder de ETA, espetándole a Eguiguren que tendría que comprar corbatas negras y que él pasaría el resto de su vida en la cárcel acabó siendo una profecía cumplida. ETA voló el parking de la T4 de Madrid y volvió a matar, y ‘Thierry’ fallecería años después en la cárcel. «Ahí fueron perdiendo oportunidades ETA y su mundo, y eso nos hizo a algunos, una vez más sin esperar ninguna comprensión de los espectadores, trabajar con cierto denuedo en pro de un proceso que definitivamente parara a ETA y se pasara a las vías políticas e institucionales», relata. «Poco a poco se los va convenciendo, porque están asumiendo ahora lo que les decía hace treinta años: que hay tres ámbitos políticos -el País Vasco, Navarra y el País Vasco francés., que no se puede pedir simplistamente en el año ’98 que se hagan unas elecciones únicas… Ahí algunos jugamos muy fuerte, aunque nunca se sabrá y cada cual dará la versión que le dé la gana. Y esto desembocó en Bildu y en Amaiur».
El proceso también fue muy demonizado. Para ETA es irreversible. Es algo que creíamos que iba a llevar un alivio enorme a mucha gente, y sin embargo en temas políticos se produce una reacción más virulenta que nunca diciendo ‘sí, cesa ETA, pero si sus objetivos políticos se cuelan en las instituciones…’, como si hubiéramos hecho una faena
Fue su partido, Eusko Alkartasuna, el que suscribió la ponencia ‘Lortu Arte’ (Hasta conseguirlo) con la todavía ilegalizada izquierda abertzale. Fue el primer paso hacia la coalición soberanista que ahora está en las instituciones. Era el año 2010 y, como Otegi había dicho en un mitin unos meses antes, se apostaba en el texto por las vías exclusivamente políticas y democráticas. «El proceso también fue muy demonizado. Para ETA es irreversible. Es algo que creíamos que iba a llevar un alivio enorme a mucha gente, y sin embargo en temas políticos se produce una reacción más virulenta que nunca diciendo ‘sí, cesa ETA, pero si sus objetivos políticos se cuelan en las instituciones…’, como si hubiéramos hecho una faena como un pan de obleas», exclama. «Es muy curioso lo que ha sucedido. Recuerdo los años ’80, cuando HB no iba a las instituciones y todo el mundo decía: ‘Que vayan a las instituciones, y que lo digan allí, que las asuman como todos’. Y ahora, cuando han ido a las instituciones sus sucesores, todo el mundo ha montado en cólera y se ha visto más exasperación que nunca. ¿En qué quedamos?». Todo este proceso de reflexión interna en la izquierda abertzale es el que acompaña a ETA a su final, algo que cree que se produce «no solamente, como se quiere explicar simplista e interesadamente, porque está derrotada. ETA acaba porque hay un proceso de persuasión política dentro del propio país, que advierte que estos asuntos generan más problemas que soluciones, y porque dentro de su propio mundo hay una reflexión», asegura. «Aunque algunos de los que han reflexionado están en la cárcel, como es el caso de Otegi y compañía, esa gente ha evolucionado. Y hemos sido algunos los que humildemente hemos contribuido bastante a esa persuasión, y los que les hemos dicho en muchas ocasiones que una cooperación política entre fuerzas nacionalistas sería posible sin violencia, pero con violencia jamás».
Algunos nos hemos empeñado en poner una pista de aterrizaje, una salida política, y unos elementos de persuasión para que de las vías violentas se pase a la práctica política no violenta e institucional. Otros parece que lo que querían era una labor de hostigamiento que hiciera las cosas lo más difíciles posible
Ese acompañamiento es el que hizo que su partido se coaligara con ellos. «En los últimos años hay un trabajo tanto en el mundo de la exBatasuna como de mis compañeros para coadyuvar a que se produzca esa decisión, que es el gran salto. El de ‘vamos a hacer una apuesta política en las instituciones’. Se impone esa tesis y ETA la asume y para», explica. «Otra cosa es que colee. Que una organización como ETA de repente diga ‘me disuelvo y dejo a los presos y a todo el mundo hor konpon’ (‘ahí te apañes’)… En la vida las cosas son complicadas». Esas dificultades, en su opinión, no justifican los obstáculos que bajo su punto de vista se han puesto desde fuera. «Algunos nos hemos empeñado en poner una pista de aterrizaje, una salida política, y unos elementos de persuasión para que de las vías violentas se pase a la práctica política no violenta e institucional. Otros parece que lo que querían era una labor de hostigamiento que hiciera las cosas lo más difíciles posible, y yo no sé lo que habría sucedido», dice en referencia a que no se hubiera permitido a Bildu concurrir a las elecciones de 2011. «En el mundo de ETA hay un debate y también prevalece ese criterio y esa requisitoria de su brazo político. Es significativo que hayan aflorado otra vez grupos de reivindicación de la actividad armada y haya habido una llamada de atención del mundo de ETA diciendo que de eso nada. Ahí también se ha producido una evolución esencial: si antes marcaba las pautas ETA a su brazo político, el brazo político ha trasladado sus tesis al mundo de ETA», resume.
Lo que antes era inconcebible resulta que ahora es el ‘abc’: están gobernando instituciones que antes decían que eran inasumibles
El viaje por la historia política llega, finalmente, a la actualidad, ya sin ETA. «Para eso es decisivo el hecho de que en su sector, su base política y social, se llega a la persuasión de que esas vías ya no conducen a nada y de que hay que ir a jugar a la política. Asumen las reglas que antes no asumían y las instituciones que antes no asumían porque eran poco menos que franquistas. Lo que antes era inconcebible resulta que ahora es el ‘abc’: están gobernando instituciones que antes decían que eran inasumibles. Es la evolución de ese mundo», dice arqueando las cejas.
Esa evolución le lleva finalmente a concurrir con ellos a las elecciones bajo las siglas de Bildu. «Los puntos que nosotros señalamos como fundamentales de nuestro proyecto político en el año ’86, cuando hacemos EA, son vías políticas no violentas, derechos humanos, socialdemocracia, derecho a la autodeterminación del pueblo vasco, vías soberanistas…», dice tocándose los dedos para marcar la enumeración. «Bueno, en eso estamos. ¿Quién ha cambiado?», pregunta. «Los que han cambiado han sido los que han dejado lo fundamental, el gran muro que nos separaba, las vías violentas, y han ascendido las vías pacíficas, políticas e institucionales. Por tanto, veo que es una evolución lógica», dice sobre unir sus caminos políticos. En el enésimo salto en el tiempo vuelve décadas atrás para recordar una pregunta de un periodista, hecha «con mucho enfado desde Madrid» sobre si estaba de acuerdo con la alternativa KAS. «Yo le dije: ‘Sin violencia, sí’ ”. Claro que estoy de acuerdo con el derecho de autodeterminación, y con el de la integridad territorial del País Vasco, porque no quiero a mi país troceado. En eso estamos de acuerdo», dice sonriendo. Confiesa, eso sí, la dificultad de la vida en coalición, las «tentaciones monopolísticas» por el hecho de que la base social abertzale sea mayor que la de EA… «Otros hemos puesto las ideas que al final han prevalecido», sentencia en tono triunfal.
«Siempre he dicho a mis compañeros que nosotros tenemos aquí dos objetivos. Uno inmediato y fundamental, y por ese ha merecido la pena hacer ese proyecto: conseguir que se dé el gran salto de la etapa anterior con violencia a una formación política en la que decididamente ya la antigua Batasuna entre a hacer política. Ese objetivo está conseguido. Si no hubiéramos apuntalado el proceso nosotros, incluso en términos legales… las consecuencias no sabemos cuáles hubieran sido, si esos grupos disidentes de ETA no habrían tenido más fuerza», asegura en tono sombrío. «La segunda etapa es la práctica de la política, el ver las cosas no desde el exilio, la resistencia o la mera oposición, sino gobernando. Que vaya cayendo el pelo de la dehesa a quienes quizá todavía tenían maneras de hacer política más o menos atípicas, y conseguir que se vaya templando y moderando, incluso en las formas, y se vaya a una izquierda homologable más o menos a lo que hay por ahí. Esta segunda etapa es más complicada porque la gente no cambia de estilo y de costumbres con facilidad», dice riendo por lo bajo.
Ha habido un hostigamiento que daba la impresión que provenía de gente que obtenía más rentabilidad política de la existencia de ETA que de su inexistencia
«Ahora la historia sigue aquí, y este viejo pueblo está empeñado en sobrevivir como tal», dice acerca de la situación actual. «Hace un tiempo, yendo por un valle próximo a Pamplona donde todavía había algún vascoparlante me encontré con un hombre mayor subiendo al monte. Hablamos en euskera y me contó que de pequeño se fue a vivir a Idaho,“allí hablábamos euskera: aquí lo perdieron y yo allí lo mantuve”. Qué triste historia la de un pueblo que tiene que mantener sus señas culturales a 6.000 kilómetros de distancia», dice. Y otra vez pasa del tono grave y sombrío al chascarrillo y la anécdota, esta vez sobre el pasado y el trato a lo vasco. Cuenta que un sobrino suyo hizo la mili en Valencia y el superior militar le decía «así que tú tienes el primer apellido vasco y el segundo normal», y se encana de risa con el recuerdo. Y una vez más, otro salto en el tiempo hasta la actualidad, la incomprensión y los palos en las ruedas: «Ha habido un hostigamiento que daba la impresión que provenía de gente que obtenía más rentabilidad política de la existencia de ETA que de su inexistencia. Todavía observamos que se reverdece mucho la historia de ETA con aparente interés de rentabilidad política. Hay hasta cosas sospechosas, personajes que están controlados desde hace meses o años, que están en Venezuela y que de repente, hombre, en vísperas electorales reaparece el ‘Deus ex machina’ de ETA», critica sonriendo. «¿ETA? ETA ha parado hace años, es irreversible, está buscando salvar no voy a decir la cara, pero algo que, guste o no guste, es lógico: la situación de los presos y demás», comenta. La velocidad y la expresividad con la que habla, su gestualidad, ha cambiado por completo. Ya no hay ni rastro del anciano encogido en la silla en la que se acurrucaba. El lehendakari Garaikoetxea, aquel político enérgico de los ’80, ha reaparecido con tanto viaje de ida y vuelta en el tiempo. «Veremos si cuando pasen estas etapas políticas y haya otro clima se le puede dar el cerrojazo formal al asunto. Pero, de hecho, esto está terminado».