A Pedro Arriola, el hombre que susurraba al oído de Mariano Rajoy, sólo se le recuerdan tres errores de bulto en su carrera: no atar la presidencia de Andalucía en 2012, subestimar el recorrido de Podemos en 2015 y no prever la moción de censura de 2018. Nada de lo ocurrido en la ya histórica noche electoral andaluza del 2 de diciembre se puede entender sin esos tres errores.
A falta de que empiece el baile de dimisiones, acuerdos y estrategias, las elecciones dejan dos consecuencias inapelables. La primera, que el PSOE está en condiciones de perder el gobierno de Andalucía por primera vez en la historia de nuestra democracia. La segunda, que la ultraderecha ha vuelto a las instituciones.
Para entender las causas de semejante terremoto político conviene bucear en los fundamentos de esos tres errores, que más que de Arriola son los tres errores de juicio de la ya obsoleta política tradicional española.
Hay restas que suman
El primer error de Arriola del PP fue el dar por sentado que con una campaña gris Javier Arenas lograría la mayoría absoluta en las andaluzas de 2012. Él, que hizo carrera especializándose en el control de daños, entendía que el rodillo del partido en las autonómicas, municipales y generales de 2011 bastaría para darle la victoria frente a unos socialistas enfangados en el ‘caso ERE’.
El PP era una fuerza hegemónica pero aislada por su propia forma de relacionarse con otras formaciones: para gobernar siempre necesitaban la mayoría absoluta
El candidato popular ganó en aquella ocasión con 50 escaños, casi el doble de los que tienen ahora, pero no gobernó. Eso fue posible porque el PSOE supo mantenerse en la Junta gracias a IU y, tras las elecciones de 2015, gracias a Ciudadanos. El problema, por tanto, no era el tipo de campaña, sino que aquel PP no podía ganar solo. Por descontentos que pudieran estar los andaluces con el PSOE, el PP no podía ofrecer algo diferente: unos escándalos de corrupción no eran mejores que otros.
En los años sucesivos Arriola contribuyó a crear un argumentario según el cual debía gobernar siempre la lista más votada, ya que -defendían- no tenía sentido que el poder se repartiera con «pactos de perdedores». Era el tiempo en el que el PP era una fuerza hegemónica pero aislada por su propia forma de relacionarse con otras formaciones: para gobernar siempre necesitaban la mayoría absoluta.
El azote de la corrupción desgastó al PP hasta tal punto que empezó a tener competidores en su espacio ideológico: primero le creció Ciudadanos por el centro y después le apareció Vox por la derecha. El partido había actuado como aglutinador tradicional de todas las corrientes -desde el centrismo huérfano de Adolfo Suárez a la derecha ultraconservadora-, y ahora hacía aguas. Era como una presa a punto de reventar que, al romperse, conllevaría la crecida de otros embalses.
El peor PP desde 1990 podría gobernar en Andalucía precisamente porque ya tiene compañeros de viaje dispuestos a auparles al poder
La lógica decía que la implosión del PP, que no sería rápida ni directa, implicaría la división del voto de derechas. Pero sucede que la política no siempre es lógica, de forma que eso ha acabado por no ser malo para sus intereses, sino más bien todo lo contrario. En su propia crisis el PP ha ayudado a crear a los aliados que necesitaba para tener con quién pactar.
Así, el peor PP desde 1990 podría gobernar en Andalucía precisamente porque ya tiene compañeros de viaje dispuestos a auparles al poder. Juan Manuel Moreno Bonilla dijo en su día que aceptaría los votos de investidura que le llegaran, y Juan Marín ya ha dejado claro que el cambio suma. La política es una ciencia inexacta en la que una victoria puede ser una derrota y en la que se puede ganar incluso perdiendo.
Los márgenes del ideario
El segundo error de Arriola llegó tras las europeas de 2014, cuando Podemos acababa de conseguir cinco eurodiputados sin ser siquiera un partido político constituido. El asesor de Rajoy dijo entonces que apenas eran «cuatro frikis» y que no tendrían continuidad. Hoy es la tercera fuerza política, sostén del Gobierno y controla los principales ayuntamientos del país.
Podemos fue el producto de un largo proceso de desencanto. Lo que se visibilizó el 15M de 2011 fue la voz de muchos ciudadanos huérfanos de la política que entendían que habían pagado de forma injusta el precio de la crisis. Sentían que ninguna formación política les representaba, pero por el cariz de sus reivindicaciones acabaron encuadrándose en un espacio antisistema y a la izquierda del debate político, en parte también por el hecho de que todo aquello madurara bajo un gobierno con mayoría absoluta conservadora.
Fue un proceso de cuatro años, no siempre visible, pero constante. Los escándalos de corrupción, las reformas políticas, la sucesión en el trono y la progresiva desafección política acabaron por condensar todas esas voluntades en un polo común. Esos «cuatro frikis» habían crecido hasta despuntar como contrapoder en las encuestas.
Han pasado otros cuatro años más y el debate político ha cambiado, no sólo por la irrupción de Podemos, sino también por la de Ciudadanos. Pero cierta latencia de todo ese movimiento ha seguido su camino, y ahora los «cuatro frikis» son los de Vox. No es que de pronto hayan aparecido, sino que surgen del mismo descontento, aunque con un signo totalmente cambiado. Es un estrato de votantes siempre presente, pero a veces diluido en esa profunda presa que era el PP, que con su ruptura ha acabado por desbordarse.
Les ha costado varias décadas, pero la ultraderecha ha vuelto a España, y ha vuelto a entrar por Andalucía
La polarización del debate hizo posible la eclosión de Vistalegre y la aparición de diversos catalizadores -el soberanismo catalán, la exhumación de Franco- han asentado el golpe en la mesa de la formación en Andalucía. Había, además, terreno abonado para ello: desde la tensión migratoria -en zonas como el desierto de plástico de Almería- hasta el hecho de que ahí el ‘statu quo’ ahí lo representa la izquierda.
Una vez conseguido un hito semejante -doce diputados autonómicos de una tacada- el efecto podría multiplicarse. No en vano, su presencia cada vez es más visible en otros puntos de España, con manifestaciones numerosas en Madrid y sonados boicots en Valencia. Una vez visibilizados serán difíciles de contener. Les ha costado varias décadas, pero la ultraderecha ha vuelto a España, y ha vuelto a entrar por Andalucía.
La España ‘real’
El tercer error de Arriola fue no ver venir la moción de censura. Es más, hizo mayor el error acelerando los plazos de la moción al pensar que eso dificultaría que se lograran los apoyos necesarios. Creía que el PNV, que apenas unos días antes había firmado los Presupuestos con el ellos, se mantendría fiel. Pero la sentencia judicial del ‘caso Gürtel’ lo cambió todo y sucedió lo inesperado: todos salvo Ciudadanos votaron contra ellos-.
El error, por tanto, fue pensar que era imposible que se dieran según qué pactos. Que los soberanistas catalanes apoyaran la investidura de un candidato que firmó la aplicación del artículo 155 contra ellos. O que la izquierda abertzale se prestara a aupar un presidente a La Moncloa. O que el PNV cambiara de voto en una semana.
La España ‘real’ ya no es la que era. Antes bastaban dos partidos para entenderlo todo. En 2014 ya hacían falta tres. Un año más tarde eran cuatro. Ahora ya son, como mínimo, cinco. Y no es sólo que haya más partidos importantes, sino que exista la posibilidad de que se den pactos antes impensables, y todo ello en tiempo récord: donde antes había inercias ahora hay una realidad cambiante casi cada semana.
Antes bastaban dos partidos para entenderlo todo. En 2014 ya hacían falta tres. Un año más tarde eran cuatro. Ahora ya son, como mínimo, cinco
Todo este desbarajuste provoca, por ejemplo, que el PP pueda conseguir un logro histórico justo en su peor momento y sin haber pasado por su esperada travesía por el desierto. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que haya acabado su ‘via crucis’. La derrota del PSOE tampoco tiene por qué ser un mal síntoma para Pedro Sánchez, ya que implica la caída de su mayor rival interna. Ni siquiera tiene por qué ser mala la derrota para Pablo Iglesias, que ve como el movimiento autónomo de Teresa Rodríguez no ha logrado erigirse como modelo a imitar por otros barones insurrectos.
De haber logrado PSOE o Ciudadanos un escaño más podría haberse dado una nueva alianza entre ambos. Los de Rivera hubieran emulado a aquellas CUP que pidieron la cabeza de Artur Mas para apoyar a CiU, y seguro que Sánchez hubiera estado encantado de entregarles la testa de Susana Díaz. Pero ni siquiera esa opción ha sido posible, que sin duda hubiera marcado un giro en las estrategias políticas de cara a las generales, autonómicas, municipales y europeas que están por venir.
Por el momento esta nueva España tiene ya una Andalucía inédita, y un escenario desconocido: el PP ya tiene con quién pactar, y ha sido en tiempo récord.