Comparecencia de Carles Puigdemont (Fuente: Wikimedia Commons)
Comparecencia de Carles Puigdemont (Fuente: Wikimedia Commons)

La única respuesta frente al nacionalismo es… ¿otro nacionalismo distinto?

La política es un delicado juego de equilibrios que admite pocos matices. Normalmente esos equilibrios se dirimen en ejes temáticos con visiones más o menos opuestas. Lo más tradicional es una división ‘izquierda’ contra ‘derecha’, pero también hay otras visiones que acaban alinéandose alrededor de ese eje principal. Así, sucede con lo ‘social’ frente a lo ‘liberal’, el ‘sistema’ contra lo ‘antisistema’ o lo ‘monárquico’ contra lo ‘republicano’.

Hay también, claro está, extremos políticos que se tocan en algunos postulados -como ‘europeísmo’ contra ‘euroescepticismo’-, aunque sea por motivos contrarios. O también circunstancias muy ligadas a regiones concretas, como en el caso español podría ser el modelo de Estado, que enfrenta al ‘autonomismo’ o el ‘federalismo’ contra el ‘centralismo’ o el ‘republicanismo’ contra la ‘monarquía’.

El problema viene cuando se cambia por completo el eje de la discusión política, momento en el que el debate entra en una lógica totalmente distinta. Es lo que sucede con el debate nacionalista, que en un extremo puede llegar a desdibujar las fronteras anteriores. No es una circunstancia demasiado frecuente, pero en ocasiones puede llegar a darse.

En Cataluña, por ejemplo, sucedió con la alianza entre Convergència y Esquerra, dos formaciones de signo ideológico y naturaleza antagónica, pero que convergieron en un polo común por un bien político mayor. No de una forma tan directa, pero también se vivió una alianza similar hace un par de décadas en el País Vasco, cuando PNV y Euskal Herritarrok tendieron puentes comunes de cara a una estrategia soberanista.

¿Cuál es el antagonista lógico del nacionalismo? Lo lógico sería pensar que una posición contraria, entendida como ‘antinacionalismo’, pero en realidad no existe tal cosa. Lo que tiende a suceder es que a un nacionalismo se le opone otro

Ahora bien, ¿cuál es el antagonista lógico del nacionalismo? Lo lógico sería pensar que una posición contraria, entendida como ‘antinacionalismo’, pero en realidad no existe tal cosa. Lo que tiende a suceder es que a un nacionalismo se le opone otro. De hecho los investigadores políticos hablan de varios factores como detonantes de muchos movimientos identitarios en el mundo, siendo uno de los más destacados la reacción a la globalización.

Así, la manifestación del miedo a la pérdida de los valores propios -idioma, costumbres, cultura- diluidos en una corriente de pensamiento más homogéneo y global hace que emerja una corriente contraria de reivindicación de lo propio.

De esta forma, al nacionalismo de cualquier signo no se le opone un ‘antinacionalismo’ o un ‘integracionismo’, sino un nacionalismo contrario. En Cataluña, por ejemplo, la respuesta al soberanismo identitario es otro nacionalismo -el español-, difícil de percibir para un español pero muy evidente desde una perspectiva externa. Del mismo modo, al nacionalismo español se opone un nacionalismo centrífugo de signo contrario -el catalán, por ejemplo, o el vasco-.

El Brexit y el sueño del IRA

La política europea, que durante siglos ha estado determinada por esa lógica de lucha de identidades, sabe mucho de tensiones nacionalistas. Pero tampoco hace falta remontarse a los estertores del Imperio Austro-Húngaro, a la escalada pangermánica del Reich o a la caída de la URSS o Yugoslavia para entenderlo. Un acontecimiento tan reciente como el brexit basta para ilustrarlo.

En realidad el Reino Unido siempre había sido el verso suelto comunitario, y sus ciudadanos ahondaban en el problema cuando elección tras elección ni siquiera llegaban al 50% de participación

De nuevo, un proyecto de identidad global -en este caso la UE- fue el punto de partido de una tensión emergente ante una identidad diluida. En realidad el Reino Unido siempre había sido el verso suelto comunitario, y sus ciudadanos ahondaban en el problema cuando elección tras elección ni siquiera llegaban al 50% de participación. Sin embargo, el proyecto de Constitución Europea y los efectos de la crisis económica en la industria del país acabaron por desequilibrar la balanza.

UKIP primero y los conservadores después viraron hacia lo identitario como polo político y pusieron en marcha un proceso de desconexión. La lógica siempre es la misma: hay un ente superior que actúa de forma extractiva con los recursos y las inversiones, de forma que hacen cundir la lógica de que al territorio afectado le iría mejor por su cuenta.

Ahora bien, siempre hay una reacción en cadena. El Brexit ha hecho reverdecer las pulsiones soberanistas escocesas, que hace algunos años se quedaron estancadas por el fracaso de su referéndum de autodeterminación. No pocas voces piden ya un segundo referéndum porque el nacionalismo escocés se ha alineado con el sentimiento europeísta, de forma que un nacionalismo (escocés) que se opone a otro nacionalismo (británico) acaba abrazando otro proyecto supranacional (europeo). El enemigo de mi enemigo acaba siendo mi aliado, sobre todo en política.

De igual forma, las recientes elecciones irlandesas han dibujado un panorama nunca antes visto. El Sinn Fein, considerado el brazo político del IRA, se ha colado entre las dos principales fuerzas del país -ambas conservadoras- y es ya un partido de gobierno. Su primera reivindicación, histórica, es la reunificación de Irlanda. Y, como en el caso escocés -aunque salvando las distancias- el discurso europeísta sirve de bandera: quieren permanecer en Europa ahora que el Reino Unido se marcha, de forma que la independencia y la reunificación son los únicos caminos para lograrlo.

Esa cadena de consecuencias es siempre complicada de detener. A la reforma del Estatut de Cataluña le sucedió su recurso en el Constitucional, a lo que le sucedió el impulso del ‘procés’, a lo que sucedió la aparición de Ciudadanos, a lo que sucedió la desintegración del PP, a lo que sucedió la irrupción de Vox, a lo que sucedió el primer gobierno de coalición y la llegada de Podemos e IU al Consejo de Ministros.

Si hay una representación política del ‘efecto mariposa’ esa es, sin duda, el nacionalismo. Falta saber dónde termina el aleteo de la identidad perdida.