Urkullu conseguía hace casi cuatro años algo inédito hasta la fecha: era el primer presidente del PNV que sería, a la vez, lehendakari. Supuso un giro brutal en un partido, tradicional e institucional como pocos. Él había sido el elegido después de que el abandono de Josu Jon Imaz, un hombre particularmente bien relacionado con Madrid, y de la dolorosa salida de los nacionalistas de Ajuria Enea.
¿Por qué Urkullu, un hombre carente de carisma y mucho más gris que otros líderes jetzales alcanzó semejante cuota de poder? Fundamentalmente por ser un hombre práctico. Al más puro estilo de Rajoy, Urkullu destaca más por un perfil casi discreto, dejando hacer más que haciendo, y basando su fuerza en las debilidades de sus rivales. Así se deshizo de la dupla que aupó a Patxi López a la lehendakaritza, así resistió el subidón de Bildu tras once años de ilegalizaciones y así ha conseguido hace pocas semanas condicionar la política española con un simple gesto: convocar elecciones en Euskadi.
Esa misma practicidad de Urkullu es la que le ha llevado a acallar el debate soberanista. Este PNV suyo sigue teniendo las mismas pulsiones internas que aquel de Arzalluz e Ibarretxe, pero en esta etapa la discreción y el perfil bajo se han impuesto a la vía que ahora abanderan sus hermanos políticos de Convergència en Cataluña.
Los resultados de la decisión saltan a la vista: el PNV ha logrado tener grupo propio tanto en Congreso como en Senado, donde además tiene presencia en la Mesa. Mientras, Convergència ha quedado relegada al grupo mixto y ve peligrar su posición hegemónica en Cataluña, desgastada como está por los escándalos, la traumática escisión de Unió y el posible sorpasso de ERC por su carrera soberanista.
La convocatoria de elecciones de Urkullu responde a un doble objetivo. El primero está puesto en Madrid y es autodescartarse de la investidura de Rajoy. Es cierto que el PP ha logrado la presidencia del Congreso gracias al apoyo, entre otros del PNV, y es cierto que, aunque doloroso, este PNV sí puede permitirse votar al PP. A fin de cuentas, y no conviene olvidarlo, ambos partidos son equiparables en ideología, visión económica y empresarial y hasta tradición religiosa, siendo el foco ‘nacional’ lo único que les diferencia de entrada. Ahora bien, permitir que Rajoy sea presidente ya es otra cosa muy distinta.
El segundo objetivo, una vez lograda su cuota de poder en las Cortes de Madrid, es afianzar su posición de dominio en Euskadi. Sin la ‘mancha’ de apoyar a Rajoy puede conservar la bandera nacionalista, al tiempo que ve a sus rivales directos competir por un nicho de voto que no le pertenece. Aquí la segunda plaza no está entre las fuerzas hegemónicas en Madrid -PP y PSOE- sino en el voto de izquierdas y soberanista de EH Bildu o proreferendum de Unidos Podemos.
El panorama en Euskadi presentará de cara a las elecciones del 26S una batalla desigual entre seis ejércitos. A un lado, los de la batalla nacionalista (vasca) con el PNV, EH Bildu y UP, y al otro la batalla del otro nacionalismo (español) con PP, PSOE y Ciudadanos. Aquí, sin embargo, el orden de las fuerzas es muy distinto a como es en Madrid.
A juzgar por los resultados del 20D y el 26J cabría esperar una lucha encarnizada por el poder entre PNV y UP, pero hay factores que distorsionan ese análisis. El fundamental, que en Euskadi -como en otras regiones- no se vota igual en unas generales que en unas autonómicas. Así, y aunque la izquierda abertzale ha sufrido un duro varapalo en las últimas elecciones, cabe esperar que tendrá unos resultados mucho mejores, aunque posiblemente no esté en condiciones de disputarle la primacía de la lehendakaritza al PNV como pasó hace unos años.
El éxito de los abertzales de hace unos años se basó en el voto de simpatía que recibió de muchos electores de izquierda aunque no necesariamente soberanista tras su apuesta por la paz tras años de ilegalización. Ese voto, sin embargo, se ha esfumado cuando ha aparecido una alternativa de izquierda sin ese componente ultranacionalista, como es UP. Batallan, pues, por el mismo nicho, y en esa contienda el candidato inclinará la balanza.
No es casual, pues, la elección en UP de Pili Zabala, hermana de Joxi Zabala -asesinado por el GAL en los 80-, símbolo en las bases de HB de la época. Enfrente, mientras UP va a machete a por el votante abertzale más de izquierdas que nacionalista, Arnaldo Otegi es el gran valedor: es un candidato para ‘arrejuntar’ las filas, divididas tras los últimos resultados, con una apuesta decidida por la esencia abertzale. No es, por tanto, un candidato transversal, sino uno inequívoco, -pata negra-. El as en la manga sería si la Justicia española no le permitiera concurrir a las elecciones, en cuyo caso se podría reactivar ese voto de simpatía y decantar la balanza a su favor.
Al otro lado, y a mucha distancia, compite el bloque nacionalista español, donde la hegemonía será más difusa. Posiblemente el PSOE sea el mejor situado, con una candidata como Idoia Mendia, muy cercana al mundo nacionalista y última representante de la vía vasquista que triunfó en las filas socialistas tras el fiasco de la alianza entre Mayor Oreja y Redondo Terreros contra Ibarretxe. Es la última representante del legado de Patxi López.
Repetición de elecciones generales
Se supone que el PP tendrá un papel casi testimonial, a pesar de haber colocado a un ‘peso pesado’ de Génova como candidato -cerrando la puerta, una vez más, al sector más posibilista encabezado por Borja Sémper y otros-. Además de su posición natural en la zona, muy minorizada, cuenta con el problema del desgaste del partido por sus políticas en Madrid y los casos de corrupción. A eso hay que sumarle la desaparición de ETA del debate público y su cuestionada gestión del asunto, que le ha hecho perder pujanza y muchos apoyos.
Ciudadanos, por último, es una incógnita. Teóricamente aspiraría, como mucho, a tomar el relevo de UPyD y quedarse con el último escaño de los magenta en España, escaño que ha defendido su ahora líder desde 2009. Ahora bien en Cataluña, su tierra natal, ha conseguido convertirse en la fuerza antinacionalista de referencia, así que quizá con el tiempo puedan aspirar a una mayor implantación en la zona siempre y cuando estas elecciones logren entrar al Parlamento Vasco.
La batalla que se presenta el 26S es, por tanto, doble. El PNV se ‘blinda’ para no apoyar a Rajoy una vez conseguidos sus objetivos -es evidente que no se les puede pedir su apoyo en plena campaña, y el PP entenderá que las alternativas al PNV en Euskadi son mucho peores para sus intereses-. A la vez, un nuevo mapa se dibujará dependiendo de cuál sea el partido hegemónico a la izquierda.
De la misma forma que el 26S es consecuencia directa de la negociación para la investidura en Madrid, el camino tendrá una vía de regreso. Un PNV ganador necesitará, en cualquier caso, un apoyo para gobernar. Y en ese camino no le puede acompañar el PP, pero sí el PSOE, como ya hizo varias veces tiempo atrás. Y eso, a la vez, abre nuevas alianzas posibles en el Congreso de cara a la investidura.