Arnaldo Otegi y Gerry Adams (Fuente: Wikimedia Commons)
Arnaldo Otegi y Gerry Adams (Fuente: Wikimedia Commons)

La izquierda abertzale libra su última guerra contra sí misma

Igual que se asume que en todos los partidos políticos conviven varias almas en tensión, sucede lo mismo en la izquierda abertzale. No todos comparten exactamente los mismos medios y estrategias para lograr sus objetivos.

 

En toda formación conviven dos o más almas pugnando por imponerse. Las tensiones suelen ser notorias, incluso fuera de las estructuras de los movimientos políticos, pero los flujos entre unas líneas y otras suelen ser muchas veces sutiles. Al final, son las circunstancias externas y el contexto las que hacen que los proyectos viren más en uno u otro sentido.

Hay más de un PSOE, más de un Podemos, más de un PP y más de un Ciudadanos. Los distintos liderazgos lo hacen evidente, y cuando las crisis se agudizan las diferencias estallan en procesos de primarias con más enfrentamiento que tranquilidad.

En ese sentido la izquierda abertzale es una corriente ideológica como todas las demás, pero con una notable diferencia: la tardía digestión de la normalidad democrática ha hecho que sus pugnas internas escapen a la lógica del resto de corrientes. Si han sido heterodoxos en lo importante no iban a dejar de serlo en la forma de definir su rumbo.

Dos hechos recientes bastan para demostrar la vigencia de las tensiones. Un día se reviven los fantasmas del pasado cuando hacen un escrache en el domicilio de la líder de los socialistas vascos, Idoia Mendia, y al día siguiente EH Bildu firma un documento con el PSOE en Madrid.

Las izquierdas abertzales (en plural)

Para entenderlo conviene aceptar que en realidad nunca ha existido una izquierda abertzale entendida como un bloque homogéneo y unidad de acción. De hecho, nada más lejos de la realidad: desde el mismo inicio de la actividad terrorista de ETA la corriente ideológica ha estado combatiendo contra sí misma por su propia identidad.

El nacimiento de ETA en los estertores del franquismo fue el primer caso. La escisión durante la Transición de los ‘polimilis’ fue el segundo. Ahí se libró el primer gran combate entre quienes abogaban por primar las armas y quienes apostaban por la política. Y la continuidad de la violencia condicionó el resto de su actividad política durante décadas, incluso hoy una vez terminada la violencia.

En los ’80 la Euskadiko Ezkerra de los ‘ex-polimilis’ acabó integrándose en el PSOE. Estalló el caso de los GAL. Se rompió el proceso de Argel. Y hasta se viró de estrategia para empezar a asesinar a políticos y civiles en lo que se denominó ‘la socialización del sufrimiento’. Cada cambio ha supuesto un debate enconado entre las muchas almas de eso tan amplio que se define como izquierda abertzale.

Nunca ha habido una, sino muchas ‘izquierda abertzale’

Y es que nunca ha habido una, sino muchas ‘izquierda abertzale’. Cuando asesinaron a Gregorio Ordóñez la concejal de HB en San Sebastián Begoña Garmendia reaccionó con una rueda de prensa en la que, entre lágrimas, dejaba su puesto horrorizada. Cuando secuestraron y asesinaron a Miguel Ángel Blanco Patxi Zabaleta mostró su oposición en la ‘mesa nacional’ de la formación y se escindió para formar Aralar. El nombre -además del topónimo- no era casual: era corriente interna que abogaba por abandonar la violencia.

Y así, de batalla en batalla, llegó la lucha final, que fue el llamado ‘proceso’. El socialista Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi fueron los encargados de poner los cimientos del fin de ETA durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Aquella negociación fracasó, porque acabó con el atentado de la T4, pero también triunfó porque removió los cimientos de la izquierda abertzale. El contexto y las circunstancias habían cambiado con la Ley de Partidos que les dejó fuera de las instituciones y pocos años después -y aun con Otegi en la cárcel- triunfó la línea política sobre la terrorista.

Objetivo: evitar la ruptura

La significación política está llena siempre de generalizaciones y olvida esos no tan pequeños matices. Durante los ’90 cundió la idea de que todo lo que no fuera una oposición frontal al nacionalismo vasco era ETA. Cerrada la etapa más oscura de la violencia el debate ha cambiado de términos -para casi todos-, pero no de procedimientos. Ahora ETA ya no está y la izquierda abertzale ha vuelto a las instituciones, pero igual que antes existió la línea del ‘todo es ETA’ ahora sobrevive la idea de que ‘todo es EH Bildu’.

La realidad siempre es más compleja que los brochazos gruesos y las generalizaciones: los del escrache no son los mismos que los del acuerdo

Por eso puede ser difícil de entender que un día se hagan pintadas y se acose a una líder socialista y al día siguiente firmen un acuerdo con el PSOE en el Parlamento. Pero la realidad siempre es más compleja que los brochazos gruesos y las generalizaciones: los del escrache no son los mismos que los del acuerdo.

Los primeros se han ido articulando en los últimos años alrededor de movimientos como AB (Askatasunaren Bidea -Camino a la Libertad-) o ATA (Aministia ta Askatasuna -Amnistía y Libertad-). Son ahora el bando minoritario tras haber dominado el proceso durante décadas. No necesariamente piden volver a la violencia -algunos hay-, pero sí se sienten traicionados por la ‘vía política’ posibilista de Otegi y los suyos y apuestan más por romper puentes que por levantarlos. De participar en la política nacional nada, por ejemplo.

Los segundos son EH Bildu (Sortu, Eusko Alkartasuna y una escisión de IU) haciendo política en Madrid. Si hace unos años podía sorprender que la izquierda abertzale -en general- volviera al Congreso tras veinte años de ausencia, más sintomático aún es que ahora se avengan a participar en el debate nacional. No sólo contribuyen a elegir presidente del Gobierno en mociones de censura y debates de investidura, sino que reclaman la derogación de leyes laborales.

Así, en ese contexto de guerra inacabada y tensiones, se entiende que la candidata de EH Bildu rechazara el escrache a Idoia Mendía, o que la portavoz del partido en Madrid pusiera su firma junto a la del PSOE. No era una contradicción, era una respuesta. Pero no a los rivales externos, sino a los internos.

Durante el ‘proceso’ se criticó la prudencia con la que se daban los pasos y las precauciones del Ejecutivo. El objetivo, decían los defensores de las conversaciones, era que ‘toda’ la izquierda abertzale se aviniera a dar el paso. Como cuando se extrae una astilla poco a poco de la herida: el objetivo es que no se rompa y se enquiste dentro.

Casi una década después ETA es historia, salvo en algunos argumentarios políticos. Mientras, la izquierda abertzale combate -ya a ojos de todos- contra las resistencias internas a su progresión política. La lucha sigue. Ahora al menos van perdiendo los malos.