Han pasado 70 años desde el fallecimiento de Arthur Vandenberg, aunque su obra había conseguido sobrevivirle durante todo este tiempo. Es cierto que muchas cosas han ido evolucionando desde aquella Guerra Fría que guió la política de este senador republicano de la administración Truman, con cambios de fronteras y pesos estratégicos, pero el fondo había permanecido inalterado. EEUU ganó la última gran guerra y trazó el mapa a su antojo.
Como presidente del Comité de Relaciones Internacionales del Senado americano, él fue el responsable directo de la puesta en marcha del Plan Marshall y de la creación de la OTAN. Lo primero implicó la reconstrucción económica de una Europa devastada por dos guerras mundiales en su suelo; lo segundo creó una especie de ejército internacional para apuntalar el dominio geoestratégico de EEUU.
Ambas medidas, encaminadas a contener la expansión del comunismo, supusieron una victoria militar evidente sin necesidad de disparar una sola bala, y contribuyeron a asentar el mundo actual. Al menos hasta ahora, cuando un virus de origen chino ha obligado a más de medio planeta a encerrarse en sus casas y, junto a otros factores, amenaza con redibujar el mapamundi global que Vandenberg contribuyó a trazar.
EEUU, ahora capitaneado por un presidente de quien desconfían la mayoría de líderes occidentales, ha dejado de ser el faro del mundo
Y es que EEUU, ahora capitaneado por un presidente de quien desconfían la mayoría de líderes occidentales, ha dejado de ser el faro del mundo. En lugar de reagrupar sus alianzas ha optado por romper puentes: primero cuestionó el papel de la OTAN, después acabó con tratados comerciales tan relevantes como el TTP o la NAFTA y ahora, en plena crisis sanitaria mundial, suspende las aportaciones de su país a la OMS.
En Europa las cosas no van mejor. El auge de los partidos populistas y ultraconservadores, las cicatrices de la crisis económica y el enquistamiento del Brexit se han visto agravados por las profundas divisiones norte-sur que la pandemia ha vuelto a poner de manifiesto. El euroescepticismo crece a lomos de las tensiones migratorias y la falta de articulación interna.
Así las cosas, y aunque parezca sorprendente, la lista de contribuciones con el desbloqueo y envío de material sanitario a España la conforman países República Checa o Turquía, por citar dos. Mientras, los enfrentamientos más agrios son con países llamados a ser socios tradicionales, como una Holanda convertida en la nueva guardiana de la ortodoxia económica centroeuropea.
China ya es la primera economía mundial. Y Rusia, consciente de la debilidad estratégica de los antiguos aliados, ha ido tensando la cuerda de las injerencias internacionales. Primero se atrevieron a hacerlo en Europa, con Georgia y Ucrania como escenarios gracias a la permisividad del liderazgo de una Alemania dependiente del suministro gasístico del Kremlin. Después, midieron la capacidad de reacción de EEUU ‘participando’ en las elecciones presidenciales que ganara un Trump al que años después desafían en la enquistada guerra de Siria.
EEUU y la UE, en el punto de mira
El estallido del COVID-19 a nivel mundial no sólo amenaza con dar la puntilla al frágil liderazgo americano o a la cohesión en entredicho de la UE. También es la oportunidad que gigantes dormidos como Rusia o la propia China estaban esperando. Quizá por eso ambos fueron los primeros en enviar ayuda internacional para dar respuesta al virus a los países que más han sufrido la pandemia, como son Italia y España. Un pequeño plan Marshall de los antiguos enemigos, quizá un anticipo de lo que está por llegar.
Gran parte del impacto económico mundial tendrá que ver con el hecho de que incontables empresas occidentales contribuyeron a la prosperidad china externalizando la producción a unas factorías cuya seguridad ahora está en entredicho
En el mundo que contribuyó a dibujar Vandenberg ese escenario parecería irreal. Sería la UE o los propios EEUU quienes se hubieran puesto a la cabeza de la reconstrucción. No ya por bondad, sino por estrategia de control, como se hace todo en política. Y se utilizarían armas económicas contra la amenaza de la pujanza China, como recalcar no ya que el origen del virus fue su responsabilidad, sino que gran parte del impacto económico mundial tendrá que ver con el hecho de que incontables empresas occidentales contribuyeron a su prosperidad externalizando la producción a unas factorías cuya seguridad ahora está en entredicho.
Más que cíclica, la historia a veces es profundamente irónica: ahora el equilibrio creado para contener al comunismo amenaza con derrumbarse por un virus ‘exportado’ desde la última gran superpotencia comunista del mundo. China, ante la inacción americana y europea, podría estar a un ‘plan Jinping’ de redibujar el mundo del mañana: él puede poner el dinero, porque la oportunidad ya la han dispuesto los líderes occidentales.