Albert Rivera, rodeado por Begoña Villacís e Inés Arrimadas (Fuente: Wikimedia Commons)
Albert Rivera, rodeado por Begoña Villacís e Inés Arrimadas (Fuente: Wikimedia Commons)

El último tren de Ciudadanos: la crispación política les da la oportunidad de redimirse

La debacle electoral de Ciudadanos tras su deriva hacia la derecha sigue lastrando su futuro. En una encrucijada por su propia supervivencia, Inés Arrimadas, la nueva líder de la formación, tiene en la moderación algo más que una opción: quizá sea su única posibilidad de redención.

 

Cuando Toni Roldán se fue de Ciudadanos se movieron los cimientos del partido. Y no porque diera un sonoro portazo como hacen quienes abandonan unas siglas para abrazarse a otras, sino precisamente porque se iba de verdad, a su casa, desengañado. «No me voy porque yo haya cambiado sino porque Ciudadanos ha cambiado», declaró en su última comparecencia el que había sido portavoz de la formación y mano derecha de Albert Rivera. Era junio de 2019.

Se confirmaba así de forma abrupta lo que durante meses había sido un clamor pero sus dirigentes habían negado hasta el absurdo: muchas voces importantes de la formación que antes eran cercanas a Rivera se habían convertido de pronto en críticos por no compartir la estrategia del líder. Emulando lo que le sucedió en su día a UPyD, el futuro de Ciudadanos había pasado a ser naranja oscuro casi magenta.

¿Cómo vamos a superar la dinámica de la confrontación entre rojos y azules que venimos a combatir si nos convertimos en azules?

«¿Cómo vamos a superar la dinámica de la confrontación entre rojos y azules que venimos a combatir si nos convertimos en azules?», se preguntó entonces Roldán. Como él, otros pesos pesados del partido -como Francisco Igea, Luis Garicano o, externamente, Manuel Valls- entendían que un partido no podía ser de centro si sólo miraba hacia la derecha a la hora de pactar. La postura de esos ‘críticos’ pasaba por pactar con el PSOE para propiciar un Gobierno moderado que cerrara el paso a Podemos.

El problema es que Rivera había declarado la guerra a Pedro Sánchez en su objetivo de descabalgar al PP, y quería ganar esa batalla aunque para hacerlo tuviera incluso que avenirse a pactar con Vox. Andalucía fue el ensayo y la manifestación de Colón su puesta de largo. Bloqueó el acuerdo y forzó la repetición de las elecciones confiado en su tendencia ascendente, pensando que ya estaba curado de su error durante la moción de censura.

Pero la realidad es tozuda, y las encuestas no se equivocaban: hubo derrumbe electoral, dimisión de Rivera y llanto por la oportunidad perdida. «Qué noche tan triste. Qué lejos aquellos 180 escaños que pudieron transformar España. Qué profunda irresponsabilidad», tuiteó Roldán. Era 11 de noviembre y habían pasado cinco meses desde de su marcha.

Derrumbe, irrelevancia, ¿resurgimiento?

Aquellos cinco meses pasaron como un suspiro, pero los siguientes se eternizaron. A una velocidad inesperada PSOE y Podemos firmaron el primer Ejecutivo de coalición de la historia y el debate público se polarizó hasta el extremo. Vox empezó a marcar la agenda y el PP, en su intento de retomar la primacía conservadora, endureció el tono. Ciudadanos, ahora un grupo menor en el Congreso, empezó a desaparecer de los titulares: habían pasado de tener la llave de la Moncloa a la irrelevancia en apenas unos meses.

Como le sucediera a Rosa Díez y los suyos años atrás, Ciudadanos empezó a aparecer en los titulares sólo cuando había malas noticias. Sucedió, por ejemplo, con el agrio enfrentamiento ante las cámaras entre Inés Arrimadas e Igea, candidatos a suceder a Rivera en unas primarias que recordaban de nuevo a UPyD. Como en aquellas entre Andrés Herzog e Irene Lozano, ganó la candidatura oficialista de Arrimadas. Pero, a diferencia de ellas y por fortuna para los naranjas, el proceso llegó después de unas elecciones y no justo antes. Se libraron, por tanto, del descalabro.

En esta nueva política a veces sucede algo que antes era imposible: que hay segundas oportunidades. Le pasó a un Sánchez casi devorado por Susana Díaz, le pasó a Pablo Iglesias casi enterrado por sus errores internos… y ahora le podría estar pasando a Ciudadanos. La crisis del coronavirus, que ha supuesto un frenazo en el tiempo para todos los sectores, les ha ayudado a recuperar terreno perdido.

Sin dejar de actuar como oposición, ha empezado a marcar distancias con el discurso polarizado. Se han ofrecido a pactar y han comenzado a hacer propuestas

Al pararse el reloj se pospusieron las elecciones gallegas y vascas, y eso ha permitido a Arrimadas evitar un error letal: dejarse seducir por unirse al PP bajo el paraguas de la marca electoral ‘Suma’. El motivo hay que buscarlo justamente en el pasado: han aprendido de sus errores y han cambiado el tono. Así, sin dejar de actuar como oposición, ha empezado a marcar distancias con el discurso polarizado. Se han ofrecido a pactar y han comenzado a hacer propuestas. Mientras, PP y Vox siguen instalados en el bloqueo.

Así es como cinco meses después el tono de Roldán también ha cambiado. En pocas semanas ha dicho de Arrimadas que está en el grupo de políticos que saldrán reforzados de esta crisis ‘por tener empatía y altura de miras, por ser ‘crítica pero respetuosa’, por tratar ‘honestamente de remar en la dirección correcta’ y por hacer propuestas. En su opinión, Arrimadas «lo está haciendo muy bien», con tono «muy distinto al anterior, muy constructivo».

Hasta Igea, el mismo del agrio enfrentamiento, ha publicado un mensaje llamando a la unidad. Dice estar «orgulloso» de trabajar a su lado en lo que ve como un nuevo proyecto.

El futuro no se antoja fácil para la formación. El centro es peligroso cuando los argumentos se afilan y vuelan los dardos a derecha e izquierda. Y las hipotecas del pasado pesan: la exigua cuota de poder que controla la formación depende de su entendimiento con el PP y de no soliviantar a Vox, una trampa mortal si lo que quiere es tomar distancia de ambos.

La sacudida política ha dado a Ciudadanos una segunda oportunidad, por más que sea complicado aprovecharla. Las alternativas no son mejores: desaparecer o ser asimilados. En las guerras del poder la redención también hay que ganársela.