Apenas dos semanas después de la implosión del PP, Alberto Núñez Feijóo ya es el único candidato posible para dirigir el partido. Será elegido por aclamación, como quería. Pero, como temía, aún no ha llegado y ya le ha estallado el primer problema: Mañueco ha pactado un gobierno con Vox, permitiendo a la ultraderecha gobernar y llevándose la reprimenda del partido a nivel europeo. Y a río revuelto puede haber un beneficiado al que ya dábamos por amortizado: Ciudadanos podría tener una bola extra en el pinball que es la política nacional.
Al lío 👇🏻
🥀 Punto uno: naranja marchito
La historia del auge de Ciudadanos tiene un punto de inflexión que explica gran parte del fenómeno que fue: el marketing político. Gracias a él consiguieron dar a entender que era un partido nuevo aunque en realidad fuera más viejo que aquel al que había venido a sustituir. Para entender esto hay que remontarse a 2006, cuando consiguen su primera representación institucional (tres diputados en el Parlament catalán), un año antes de que naciera UPyD.
Durante los siguientes ocho años su meta consistió en sobrevivir a la formación de Rosa Díez, que poco a poco iría viviendo sus momentos dorados (llegada al Congreso, algún diputado autonómico, grupo parlamentario propio). No sería hasta 2014, el año en el que el descontento por la crisis de representatividad tras el 15M cristalizó en formaciones políticas, cuando dieron el salto. La ‘renovación’ se convirtió en el gran argumento político, y supieron enfundarse en ese disfraz con mensajes innovadores y candidatos jóvenes y telegénicos. El naranja acabó por brillar más que el magenta gracias, de nuevo, al marketing político.
Desde entonces, Ciudadanos ha conseguido representación en el Congreso y el Parlamento Europeo (desde 2015 hasta ahora) o el Senado (durante unos meses en 2019). Además, ha logrado asientos en casi todos los parlamentos autonómicos. Lo consiguió en dos tandas: su gran salto en 2015, primero con peso específico en Cataluña y Madrid, y después ampliando su presencia, primero en 2018 cuando entra como socio de gobierno en Andalucía, y después en mayo de 2019 cuando logra hacerse un hueco en Canarias, Castilla-La Mancha y Navarra (en coalición con PP y UPN). Sólo se han quedado fuera en Galicia y País Vasco.
En aquel momento Ciudadanos pudo haber sido el socio centrista de un Gobierno con el PSOE, pero prefirió dar la batalla por conquistar la derecha. Entre lo primero, en abril de 2019 (con 57 diputados), y su derrumbe como opción política siete meses después (con sólo diez escaños) medió el que posiblemente sea el mayor error político de nuestra historia moderna. De la vicepresidencia como punto de partida a la irrelevancia y el abandono.
Como si de un terremoto se tratara, su poder territorial ha ido sufriendo desde entonces devastadoras réplicas. En febrero de 2021 dejaron de ser la referencia españolista en la Cataluña que les vio nacer, perdiendo un tercio de sus escaños, y tres meses después desaparecieron de la Comunidad de Madrid engullidos por el PP de Isabel Díaz Ayuso. Habían perdido la guerra de la primacía de la derecha y, con ella, la posibilidad de ser una alternativa de centro reformista. Las recientes elecciones en Castilla y León, donde pasaron de socios de gobierno a mantener a duras penas un asiento, han confirmado que el derrumbe ha seguido a pesar de los cambios de liderazgo y estructuras. Inés Arrimadas apenas goza de migajas de atención en comparación con Albert Rivera.
El final del proyecto parecía tener una fecha clara: 2023, a más tardar. Es el año en el que la mayoría de parlamentos autonómicos se renovarán y es el límite legal para celebrar elecciones generales. Pero Castilla y León, justo la última comunidad en la que han besado la lona, puede ser el punto de inflexión en ese futuro que parecía ya escrito. El pacto del PP con Vox, el primer gobierno en el que participa la extrema derecha en democracia, puede tener consecuencias. Es verdad que ha sido posible gracias al derrumbe de Ciudadanos, pero también es verdad que ese escoramiento del PP hacia la derecha podría ser la última oportunidad para que Ciudadanos logre sobrevivir.
🌱 Punto dos: brotes verdes
La debilidad de Ciudadanos ahora mismo es tal que su futuro ya no depende de ellos. Depende, básicamente, de lo que hagan otros con los que compite. Y mirando desde fuera, con la renovación en el liderazgo del PP (Alberto Núñez Feijóo por Pablo Casado) podría pensarse que se le cierran puertas. A fin y al cabo, Feijóo parece de entrada más centrista que Casado. Pero claro, con Casado el PP sólo había gobernado con apoyos externos de Vox y ahora el PP va a gobernar directamente con Vox. Eso cambia las cosas, aunque Feijóo intente lavarse las manos estirando el cliché del gallego que habla siempre en condicional.
Es verdad, y tiene razón Feijóo en esto, que aún no ha llegado al cargo y ya le están culpando por las decisiones de sus barones. Y también es verdad que si Mañueco ha pactado con Vox ha sido porque la decisión de Génova (la de Casado) de adelantar elecciones le ha forzado a ello. Al menos si quería mantener la presidencia, claro. Pero es precisamente Feijóo el que ha dicho que es mejor “perder el Gobierno que ganarlo desde el populismo”. Claro, que lo ha dicho después de que se firmara el acuerdo en Castilla y León. Porque, no seamos ingenuos, Mañueco no habría suscrito ese acuerdo si Feijóo se hubiera opuesto, aun no siendo todavía el presidente ‘oficial’ del PP.
Así las cosas, es un interrogante si el PP descuidará el centro o no. El perfil de Feijóo, y el hecho de que parte del ‘marianismo’ retome posiciones (“vuelven las canas al PP”, decía el otro día alguien -no recuerdo quién- en la radio), hacen pensar que no. Pero el pacto con Vox deja clara una realidad: amortizado Ciudadanos, al PP sólo le queda fagocitar a Vox para lograr la ansiada reunificación del voto de la derecha. Y si ese combate se libra ahí, el centro puede quedar libre.
A fin de cuentas, en el PP ya han hecho gran parte del trabajo de absorción. Igual que los restos del naufragio de UCD en 1982 sirvieron para apuntalar al PP de 1989, en el PP postRajoy se han pasado desde 2019 intentando juntar madera naranja para parchear las fugas del buque azul. Feijóo ha dicho que no seguirá haciendo eso, dejando al contramaestre Fran Hervías en la tabla antes de lanzarlo a los tiburones. Tampoco es que queden muchas maderas aprovechables a flote…
Pero no sólo del PP depende el futuro de Ciudadanos, sino también del PSOE. Viene de un gobierno de coalición con Podemos y está a la espera de ver si Yolanda Díaz logra aglutinar al espacio postPodemos a pesar de tantas zancadillas internas como suelen darse en esa parte del espectro político.
Los socialistas no se sentirían incómodos mirando más hacia el centro -ni ahora ni hace tres años-. Y más sabiendo que la reelección de Sánchez entre pandemia e inflación puede depender de mostrar su vis ‘hombre de Estado’ moderado. El centro puede volver a tener peso justo cuando más polarizados están los discursos.
🤔 Uniendo los puntos
En 2023 Ciudadanos puede encontrarse con un panorama desolador: ocho diputados en el Parlamento Europeo (hasta 2024), seis diputados en el Parlament catalán (hasta 2025, como mucho), un juntero en la Junta de Castilla y León (hasta 2026).
La visión más pesimista, y la predominante hasta ahora, es que seguramente no habría ninguno más, ni en el Congreso ni en otras autonomías. Sería la larga agonía de una herida letal autoinfligida en 2019.
Pero quizá, quién sabe, pueda encontrar una nueva luz: un PP enzarzado a la derecha con Vox y un proyecto fuerte a la izquierda del PSOE que les obligue a pelear (sin hacer sangre) lejos del centro. Y todo un carril central despejado para cazar descontentos. A pesar del peso del tiempo y del desencanto por los errores pasados, claro está. Pero libre al fin y al cabo.
O eso o la desaparición siete años después de irrumpir. Y, la verdad, sería un final triste, sin haber logrado cambiar apenas nada y habiendo servido sólo para apuntalar al bipartidismo al que vinieron a combatir. El tiempo, y la polarización, dirán.
Descansa, te escribo en unos días 👋🏻