Svend Åge Saltum, líder de la ultraderecha en 'Borgen' (Fuente: Netflix)
Svend Åge Saltum, líder de la ultraderecha en 'Borgen' (Fuente: Netflix)

🐄 Penitencia por los pecados de la carne

Hay un fino hilo conductor que une en el tiempo a Mariano Rajoy con Pedro Sánchez compartiendo mantel en un restaurante. A un lado el expresidente exclama aquello de “¡viva el vino!” y al otro el actual inquilino de la Moncloa brinda con él diciendo “a mí, donde me pongan un buen chuletón al punto…”. Alberto Garzón abrió la semana pasada un pequeño vórtice temporal que en realidad no va ni del campo ni de medio ambiente, sino de votos. Y ese es el pegamento que une a todos en esta historia.

Al lío 👇🏻

🐷 Punto uno: el voto de los olvidados del sistema

En un mítico capítulo de ‘Borgen’ (perdón por citar una serie tan manida) el líder del Partido de la Libertad, el equivalente a Vox en la ficción, habla a las cámaras desde una granja. No es que sea como los candidatos cuando hacen campaña subiéndose a un tractor vestidos con camisa, es que el personaje es un exitoso empresario porcino del área rural danesa.

En la entrevista explica que no puede ser que esos-rojos-del-Gobierno cuestionen las cosas que se hacen en el campo. La cosa es que por un accidente el Ejecutivo descubre que el país consume y exporta carne de cerdos que van hasta arriba de medicación. Él destaca que la carne de cerdo danesa es motivo de orgullo nacional, y pone un ejemplo para mostrar el desconocimiento del que habla: antaño, explica, se cortaba el rabo a los cerdos porque estos se los mordisquean, se infectan y enferman, pero que con tanta protección animal ahora no dejaban hacer esas cosas. Ni corto ni perezoso, coge un cochinillo ante las cámaras y con una cauterizadora le arranca el rabo con gesto de suficiencia.

En esa Dinamarca ficticia la escena desata una oleada de desagrado y pone casi punto y final a su carrera política. Da igual que lo que diga tenga razón de ser, es que el debate era otro y esas formas no son homologables a la política de primer nivel. Aquel capítulo, por cierto, también trajo cola (nunca mejor dicho) en Argentina.

En política suele gustar lo elitista, lo que queda bien en cámara, el debate de cosas presentables. Hablar de la España de 2030, de prospectiva, cosas necesarias vestidas de eslóganes convincentes y ruedas de prensa con mensajes optimistas. En eso la izquierda no tiene rival. Hablar de cambios sostenibles, inclusivos, transversales, y toda esa prosa llena de significado pero que en muchos pueblos suena a marketing vacío diseñado en despachos de ciudad. Incluso en las propias ciudades, donde colectivos alejados de todo ese oropel argumental canalizan enormes cantidades de voto, como es el caso del sector del taxi.

Y es que esta España nuestra tiene mucho de lo otro: de granjas, de pueblos faltos de infraestructuras y de regiones en las que ‘las renovables’ no son una alternativa sostenible sino un molesto y ruidoso molino de viento al lado de mi pueblo. Basta preguntar en Zaragoza, Lleida o Lugo, por citar tres ejemplos. En esas lindes del sistema suele haber mucho descontento. Son los no salen en las cámaras y no siempre aparecen en los programas electorales. Y la derecha sabe pulsar ese malestar muchísimo mejor. 

Los urbanitas luego haremos bromas en las redes sociales cuando los candidatos se pasean por el campo vestidos de ciudad. Pero en la vida real eso ayuda a ganar elecciones. 

🦃 Punto dos: amenazados por lo global, también en la ciudad

Por eso, como ya hablamos en un boletín hace algunas semanas, que exista una ‘España Vaciada’ con aspiraciones políticas es una terrible noticia para el PP. Gracias al sistema electoral, en las zonas despobladas va a haber pocos escaños para repartir entre opciones similares. En el caso conservador, entre esa ‘España Vaciada’ y el PP.

En los medios se ha vendido como algo casi pintoresco, con ese desdén, ese cierto pavo, con el que miramos desde la ciudad. Como quien cree que hace cosas muy importantes cuya relevancia otros no alcanzan a entender. Y ese pavo parece haberse contagiado a cierta izquierda, que se ha desapegado de su origen para volverse urbanita y elitista.

La consecuencia: el voto rural es azul desde hace años. Quizá Andalucía era el último bastión progresista, y llevaba años viviendo dos realidades: el mapa era azul, pero acababa siendo rojo en los resultados por el empuje de las ciudades. Sirva como comparación el mapa de las municipales de 2011 (máximo del PP) y el de las generales de 2019 (máximo reciente del PSOE).

Algo similar ha pasado también en las ciudades que, por tamaño, acaban fragmentándose. Un vecino de mi barrio me espetó una frase lapidaria hace algunos años: venía a decir que Carmena perdió la alcaldía de Madrid porque el olor de sus magdalenas se quedó en el molón y cosmopolita barrio de Malasaña, mientras el extrarradio obrero que le dio su apoyo olía a otras cosas. Sentía, y con él muchos otros, que les habían dado la espalda. 

Ese extrarradio es el que se siente perdedor del sistema, que quiere dejar de ser obrero para vivir mejor, que a veces vive en PAUs en los que paga impuestos y no tiene dotaciones públicas o que acaba abrazando posiciones racistas porque teme que la inmigración se quede con el trabajo poco cualificado al que puede acceder. Ese mismo que acabó girando también hacia la derecha que, a fin de cuentas, les había hecho llegar el Metro en época de Esperanza Aguirre. De nuevo, así se ganan elecciones. Y Vox a ese juego también está sabiendo jugar, y muy bien.

¿Y qué tienen que ver los cerdos con el Metro? Una forma de hacer política. Lo que ha dicho el ministro de Consumo no es ninguna tontería, ni ataca nada de nuestro país. Son frases sacadas de contexto de una declaración entera que él mismo ha compartido. Pero no importa: el PP ha olido sangre y ha movido pieza electoral porque sabe pulsar el descontento. Ahora el debate gira alrededor de dos ideas idénticas a las que se esgrimían en ‘Borgen’: se está dañando la imagen del país y se está atacando la forma de vida del campo, él que en la vida ha pisado tierra rural. Lo primero es una idea frecuente, pero lo segundo es una bomba de relojería para alguien que representa a la izquierda.

El adelanto electoral en Castilla y León no es casual. Más allá de querer fagocitar a Ciudadanos como ya hicieron en Murcia y la Comunidad de Madrid, lo que quieren es cerrarle el paso a la España Vaciada. Y las declaraciones de Garzón son la gasolina perfecta para su argumentario: ahora pueden erigirse en representantes del campo y de lo rural.

🐮 Punto tres: manual popular para ganarse al campo

Nada de esto es nuevo. José María Aznar “bajó al olivar” cuando se negociaba con la UE. Su ministro Miguel Arias Cañete comió ternera ante las cámaras en plena crisis de las ‘vacas locas’, y se relamió con yogures caducados para llamar a la calma, entre otras cosas. Hasta Rajoy, en aquel memorable ‘viva el vino’, dijo algo más: hablaba de un supuesto ‘acoso’ del Gobierno de Zapatero a lo rural:

“Lo hemos visto con el aceite, lo hemos visto con el arroz y espero que ahora no lo veamos con el vino” – Mariano Rajoy

Y es que quizá Rajoy fue el que mejor entendió todo aquello, siendo un tipo más bien sencillo y amante de los paseos por el campo. Se le criticó mucho por lo de su primo negando el cambio climático, pero no fue casual que lo dijera: no era antiintelectualismo, sino más bien campechanía (la del Marca) y cercanía a una España más real que la que sale en las cámaras. 

La prueba de que la estrategia funciona es que fue bajo su mandato cuando lo rural viró hacia el azul. Él fue quien colocó a María Dolores de Cospedal como presidenta de Castilla-La Mancha a base de hacer que la candidata paseara por todos los pequeños pueblos de la serranía para pelearse por cada voto. Luego el hecho de que Guadalajara se convirtiera en un apéndice demoscópico de Madrid hizo el resto.

🤔 Uniendo los puntos

La desconexión con esa España más agraria, más industrial, más de servicios básicos, es un mal endémico que ha aquejado a la izquierda tradicional en los últimos años. Y no sólo a ellos: también a Podemos y Ciudadanos, que no lograron capilaridad más allá de las capitales. Pero los nuevos-partidos-nuevos van aprendiendo la lección. Por eso Vox ha logrado ser lo suficientemente transversal como para ensanchar su base de votos de la ciudad al campo.

Del mismo modo a la izquierda el PSOE intenta retomar posiciones, consciente de que los pecados de la carne traen consigo un voto de castigo. Por eso el presidente del Gobierno ha dejado sólo a Garzón con esta polémica, igual que le dejó al pie de los caballos cuando proclamó su amor al chuletón al punto. Habrá que ver si esta vuelta al campo del socialismo no sirve de plataforma de crecimiento urbana para lo que se gesta a su izquierda.

Sírvete el menú que quieras, que el sábado te escribo de nuevo 👋🏻