Pedro Sánchez y Susana Díaz (Fuente: Reuters)
Pedro Sánchez y Susana Díaz (Fuente: Reuters)

Las dos almas de los partidos políticos: el difícil equilibrio entre pluralidad y escisión

La brecha ‘horizontal’ del PSOE y las cuentas pendientes del PP marcan la vida de ambos partidos. Por su parte, Podemos tiene las tensiones más repartidas y Ciudadanos se libra… de momento.

 

«Cuando el hambre entra por la puerta, el amor salta por la ventana», reza un conocido refrán español. La sentencia se refiere a las relaciones de pareja bien avenidas que en momentos de crisis o necesidad acaban rompiéndose. Pero en los partidos, que son quizá la expresión política más humana de todas, también saben mucho de eso: las victorias amalgaman en torno al líder, pero las derrotas hacen que se le acabe moviendo la silla.

En todos los partidos políticos hay, como mínimo, dos almas en tensión. Hay ciclos en los que la fisura apenas se ve, cuando el liderazgo parece incuestionable y todo va bien: en la victoria todos rodean y jalean a la cabeza visible de la formación, que es quien da y quien quita. El problema es que en cuanto ese poder se difumina las grietas se hacen visibles.

La brecha ‘horizontal’ del PSOE

En las últimas semanas, y de una forma acelerada, es lo que se ha visto en el PSOE. Es cierto que la formación es muy dada a las conjuras, conspiraciones y alianzas inconfesables desde hace mucho tiempo, pero no es menos cierto que fuera difícil conocer la profundidad de las divisiones que ahora han emergido.

En el caso de los socialistas la diferencia no ha sido nunca la de ‘más izquierda’ contra ‘menos izquierda’, aunque muchos analistas lo hayan señalado así. Las divisiones socialistas son mucho más horizontales que verticales, y tienen que ver con el cuestionamiento al aparato o la pertenencia a él: la candidatura ‘ungida’ por los padres del socialismo contra aquellos que emergen de las bases o de otras reuniones fuera de los cenáculos del poder.

No hay un debate generacional, ni de posiciones ideológicas: hay una contienda entre ‘aparato’ y ‘lo demás’

¿Y quiénes son esos poderosos? Fundamentalmente los supervivientes políticos del pasado histórico del partido, que gobernó España durante el periodo más largo de nuestra democracia y que puso en marcha muchas de las estructuras y reglamentaciones con las que nos manejamos ahora. Además, se unen los llamados barones territoriales -antaño eran básicamente dos y ahora hay unos cuantos más, aunque mucho menos poderosos- y la cúpula de la federación andaluza, que supone un tercio del propio partido.

Esta fisura ‘horizontal’ se vio por ejemplo cuando esos ‘factotums’ del partido alzaron a Almunia, aunque la base acabó apoyando a Borrell. Se vio de nuevo cuando Rubalcaba fue e elegido frente a Chacón. Y, más recientemente, cuando Sánchez se impuso a Madina. No hay, por tanto, un debate generacional, ni de posiciones ideológicas: hay una contienda entre ‘aparato’ y ‘lo demás’.

En la historia reciente del PSOE sólo ha habido dos excepciones a esto. Cuando la contienda sí era ideológica -entre felipistas y guerristas-, y cuando un ‘renovador’ como Zapatero se impuso a los poderes fácticos encarnados en Bono. El origen de la situación actual, por tanto, no hay que buscarlo tanto en que se busque una renovación, sino más bien en que el aparato eligió un candidato al que luego no pudo controlar y que ha llevado al partido a una situación y unos debates que la ‘vieja guardia’, cada vez más conservadora, no tolera. No es edad ni ideas, es conmigo o contra mí.

Las cuentas pendientes del PP

En el PP también saben mucho de ruido de sables, aunque en su caso saben llevarlo con mucha más discreción que los socialistas. Es conocido y visible que el ‘aznarismo’ y el ‘marianismo’ no maridan bien. La diferencia en este caso es más pragmática que de fondo: Aznar y sus fieles son gente de acción, de pocos tapujos, de jugar al ataque. Rajoy, por su parte, rehúye los enfrentamientos y prefiere patear calles y despachos sin hacer gran cosa para que sus propios enemigos se destruyan. Y le funcionan.

Pero, al margen de esta discrepancia en la forma de hacer las cosas, también hay tensiones en otros ámbitos. Precisamente la fuerza cohesionadora que ha tenido el partido para juntar a gente de todo signo desde el centro a la derecha es, a la vez, su debilidad: hay muchas grietas, pequeñas y poco profundas, pero numerosas. Y cuando la tensión es suficiente, las grietas se abren.

Sucedió, por ejemplo, cuando Rajoy fue derrotado por segunda vez tras una legislatura durísima contra Zapatero en lo que a la unidad nacional y la lucha contra el terrorismo se refería. Esperanza Aguirre, depositaria activa del legado de Aznar y fiel enemiga de casi todos los demás, hizo de muñidora de una candidatura alternativa que quedó en nada cuando Francisco Camps, entonces un poderoso barón, se puso del lado de Rajoy. Eran otros tiempos.

Con Aguirre, por ejemplo, Rajoy ha pinchado en hueso muchas veces. La lideresa popular es una liberal confesa (aunque los liberales más puros no la conciben como tal). Es, por tanto, poco amiga de subidas de impuestos, gasto público o controles diversos. Y ahí choca frontalmente con Rajoy, expresidente de Diputación y político de carrera.

También hay tensiones morales entre facciones del partido. Algunos pocos defienden y apoyan cuestiones como el matrimonio homosexual o el aborto, mientras otros muchos claman contra ambas cuestiones. En términos políticos, y dado el contexto actual, es imposible mostrar esa rama más ‘religiosa’ de la política, y por tanto se esconde. Pero no es que exista, es que es profundamente mayoritaria en el seno del partido.

Otra gran diferencia ha sido la de la gestión de la situación con ETA y la izquierda abertzale. Sonadas fueron las tensiones de Rajoy con Mayor Oreja, María San Gil y otros destacados miembros de la formación, así como con el más visible colectivo de víctimas de ETA: hay ciertos postulados políticos difíciles de cuestionar desde dentro.

Las demás fisuras

No sólo los partidos tradicionales mayoritarios viven estas dicotomías internas. Podemos, por ejemplo, va de confrontación en confrontación. Primero fueron los ‘tuerkos’ (la cara más conocida de Podemos, sedimentada alrededor de la Universidad Complutense y el programa televisivo La tuerka) y los ‘troskos’ (por ‘troskistas’, miembros de Izquierda Anticapitalista, partido minoritario pero muy capilarizado que sirvió de base estructural para hacer crecer la formación).

Cuando se toca poder se reparten lealtades, cuando se pierde poder se ensanchan las grietas

Una vez enterrado (que no superado) ese debate, hay muchos otros. Se habla de la pelea entre ‘errejonistas’ (donde entraría también Echenique y que habrían sostenido una vía más posibilista de cara a pactar con el PSOE) y ‘pablistas’ (con Monedero, por ejemplo, como pilar ideológico). Las tensiones vividas con Andalucía o Madrid, por ejemplo, evidencian estas distancias.

En Izquierda Unida también saben bien lo que es, paradójicamente, dividirse. El peso del Partido Comunista en su interior ha sido muchas veces un elemento diferencial entre miembros más veteranos y más jóvenes de la formación. El último ejemplo, sin embargo, ha venido por la integración o no de IU en la candidatura de Podemos: la ‘vieja guardia’ se oponía, con voces discrepantes muy contundentes como la de Gaspar Llamazares, mientras que los renovadores lo venían como única vía de salvación ante el tsunami de Podemos.

En UPyD también hubo división, en este caso muy en la línea del PSOE de ‘conmigo’ (con Rosa Díez y su guardia pretoriana) o contra mí. E Irene Lozano y otros supieron que la sombra de Díez es alargada y que Herzog o Maneiro estaban bien cobijados por ella.

En formaciones como Esquerra, con luchas entre Carod-Rovira y Puigcercós, lo saben bien. También, qué decir, en CiU, donde la tensión soberanista acabó por romper una alianza histórica y reducir a Unió a un papel irrelevante. En el caso vasco las divergencias causaron escisiones, como le pasó al PNV con EA o a la izquierda abertzale con Aralar.

Por ahora sólo Ciudadanos parece resistirse a esa dualidad interna. Y será así al menos mientras la figura de la dirección del partido siga generando tirón.

¿Dónde termina la pluralidad interna y empieza la discrepancia? En muchas ocasiones tiene que ver con la fuerza y el personalismo del líder de turno, y siempre con el contexto de victoria o derrota: cuando se toca poder se reparten lealtades, cuando se pierde poder se ensanchan las grietas.