Mucho antes de que los focos se centraran en la polémica manipulación de las primarias de Ciudadanos en Castilla y León la formación ya tuvo conatos de resistencia interna en la Comunidad Valenciana. Fue a manos de la pareja -política y sentimental- que encabezaba la marca en la región, Carolina Punset y Alexis Marí. Ella acabó dejando Ciudadanos por su deriva conservadora y visitando a Puigdemont en Bélgica; él fue retirado de la portavocía y señalado públicamente por sus críticas antes de salirse del partido.
La Comunidad Valenciana era, como Madrid o Cataluña, un territorio crítico para la formación de Albert Rivera por tres motivos: es un territorio sensible al nacionalismo catalán, el PP está en franco retroceso por los interminables escándalos de corrupción y -quizá lo más relevante- pone en juego un buen puñado de escaños y es un prominente bastión de influencia nacional.
Por todo ello la dirección naranja decidió que la situación tenía que cambiar. Tras la disolución de UPyD hace cuatro años Toni Cantó, que salió derrotado de las primarias que pusieron fin a la dirección de Rosa Díez, acabó recalando en Ciudadanos. De entrada no podía comandar a las tropas para no sublevar a las bases, pero era cuestión de tiempo. Su perfil público y su línea ideológica le hicieron ideal: primero concurrió como diputado y, en estas elecciones autonómicas, como candidato. Aspiraba a ser el próximo president de la Generalitat.
Una de sus primeras consignas al tomar las riendas de la formación en la Comunidad Valenciana fue clara: muchas cosas iban a cambiar. El discurso de Ciudadanos en Les Corts empezó a ser duro, en la línea con el giro de la formación a nivel nacional. Resucitó incluso el viejo mantra de Francisco Camps en los días en que Valencia era una fiesta: el nacionalismo catalán era la amenaza, y Compromís -socio necesario de los socialistas en el Consell- su vía de entrada.
La estrategia era la misma que a nivel nacional: comerle el hueco electoral a un PP en franco retroceso y hacer inviable la reedición del tripartito de izquierdas (PSOE, Compromís y Podemos) que gobierna la región desde 2015. De los miembros del tripartito, los nacionalistas eran el blanco idóneo por aquello del procés en Cataluña. Sin embargo, no ha sido suficiente.
Un PSOE fuerte y un Vox pujante
La maniobra de última hora de Ximo Puig para adelantar las elecciones valencianas y hacerlas coincidir con las generales fue, visto lo visto, clave. La idea era que la corriente favorable del PSOE nacional hiciera de arrastre al PSOE local, y ha funcionado. Tanto es así que Compromís, que hasta ahora contaba con cuatro diputados en el Congreso -sacaron nueve, cinco de los cuales eran por Podemos- se ha quedado en uno.
El triunfo del PSOE de Puig es, a la vez, la condena del Compromís de Mònica Oltra. Y un poco una piedra en el camino para el Pacte del Botànic: ha sido la sintonía entre ambos líderes la que ha sostenido la gobernabilidad, ya que la relación entre los miembros de ambos grupos es cuanto menos tirante.
Así las cosas, Puig es el claro vencedor y con más escaños de los que tenía. Compromís sufre un pequeño retroceso -mucho menor que en las generales, pero retroceso al fin y al cabo- y Podemos se deja un tercio de sus votos. De no ser por el descalabro del PP, que sigue tocando fondo en la Comunidad, la pujanza de Vox habría sido suficiente para descabalgar el tripartito.
Con todo Puig sale triunfante: podrá seguir gobernando y tendrá argumentos para restar algo de peso a Compromís. Si el adelanto no ha trastocado el feeling podría mantener a Oltra como segunda a cuenta de rascar alguna cartera más. Cuatro años más de baronía y con el viento a favor, una vez aminorado el poder de su principal aliado -y, por tanto, competidor-.
El gran perdedor, pese al crecimiento, es Ciudadanos. No sólo no ha logrado hacer funcionar el viejo espantajo del nacionalismo catalán, sino que ni siquiera ha logrado superar a un PP en demolición. De hecho, la estrategia de fiarlo todo a la oposición nacional a Compromís puede haber jugado en contra: por una parte ha movilizado a la izquierda y por la otra ha dado votos a Vox, formación ultra que en Valencia va a encontrar una muy movilizada base desde la que crecer -la misma que España 2000 en su día-.
Queda ahora por ver la repercusión de este primer ‘round’ electoral en las elecciones municipales del mes próximo, donde un Compromís tocado por su tropiezo se juega la alcaldía de Valencia. El Pacte del Botànic podrá seguir adelante, pero no sería de extrañar que la sintonía entre Consell y Ayuntamiento de la capital saltara por el aire si el frente de derecha consigue rearmarse y sumar.