Pedro Sánchez y Mariano Rajoy se saludan tras la moción de censura (Fuente: Wikimedia Commons)
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy se saludan tras la moción de censura (Fuente: Wikimedia Commons)

Diez cosas que han cambiado para siempre con la moción de censura

Del predecible bipartidismo a encadenar hitos inéditos. La política española ya tiene un ‘nunca antes’ más en su cuenta: la primera moción de censura que prospera y que acaba con la era de Rajoy el inexorable.

 

La España de las mayorías absolutas y la plácida alternancia pasó a la historia. Ya no habrá rodillos, ni bloqueos de una sola fuerza, y sólo será posible gobernar si se alcanzan acuerdos y se tiene capacidad de diálogo. Este mantra, que llevan repitiendo propios y extraños desde que se entreviera el panorama allá por las municipales y autonómicas de mayo de 2015, ha tomado cuerpo en forma de jornada histórica en el Congreso. Todos lo sabían, pero no actuaban en consecuencia. Hasta este jueves.

Nunca España había tenido dos reyes, ni dos presidentes de la Generalitat, ni un gobierno en funciones durante medio año, ni una legislatura sin presidente, ni cuatro partidos pugnando por el poder, ni un gobierno huido de la Justicia o recluido en la cárcel, ni dos mociones de censura en un año. Nunca se había descrito a un partido en el poder como una organización criminal, y nunca se había cuestionado la veracidad de la declaración de un presidente en sede judicial.

Se pueden discutir los motivos de fondo para una moción de censura -que si retomar protagonismo, que si obligar a los rivales a significarse, que si llegar al poder, que si higiene democrática-, pero sí hay un hecho que parece aguantar a la luz de cualquier ideología: las circunstancias políticas del país se han vuelto muy excepcionales.

Del debate del jueves se extraen muchos titulares, pero en el fondo de todo el ruido de horas de debate subyacen ciertas cosas que ya han cambiado el devenir de la política nacional, quizá para siempre. Tanto querer este Ejecutivo influir en el poder judicial y va y al final ha sido el poder judicial el que ha tumbado al ejecutivo.

Primera moción que prospera

En la lista de cosas que nunca habían pasado faltan hitos por añadir, y uno de ellos es el más evidente: nunca había prosperado una moción de censura en nuestro país. La figura, recogida en la Constitución aunque desde Ciudadanos se afanaran en describirlo caso como una artimaña efectista, es una especie de seguro de vida institucional: para evitar que se abusara de su uso en una democracia primigenia se formuló de forma constructiva, es decir, proponiendo un candidato alternativo.

Por tanto, es a la vez una moción contra un presidente y una investidura de un candidato alternativo. Tan excepcionales son las circunstancias que este complicado recurso se ha vuelto la vía más sencilla y verosímil de construir una candidatura alternativa. Sánchez, que fracasó en la investidura, lo sabía y se apresuró a lanzarse al vacío confiando en su suerte, a la vez que bloqueaba a Ciudadanos y su petición de elecciones ahora que las encuestas le sonríen. Lo hizo seguramente con la intención de emular a Felipe González y recuperar pulso político aun perdiendo. Pero ha ganado.

Sin programa ni escaño

En una era política tan nueva como extraña, la moción de censura ha mutado. Ciudadanos inventó el apellido ‘instrumental’ en un intento de trampear la legislación para crear una especie de impeachment que condujera al adelanto electoral. Los socialistas, por su parte, la han vendido como una jugada contra un PP asfixiado por la corrupción en lugar de como una vía de alcanzar el poder: no era una moción a favor de Sánchez, sino en contra de Rajoy. Y va y Sánchez no sólo logra ganar una moción de censura, sino que lo hace además sin ser siquiera diputado.

Quizá por eso, y en un giro sorprendente de los acontecimientos, el candidato no presentó propuestas ni programa alguno, más allá de ciertos eslóganes generales y pretendidamente vagos: no puede prometer qué hará porque dependerá de con quién pueda pactar. El debate, incluso, tuvo momentos extraños en los que líderes de grupos como Pablo Iglesias se dedicaban a atacar por sistema a líderes de grupos como Albert Rivera, obviando por completo a los dos líderes que, en realidad, centraban el trámite.

El PP no tiene ‘federación andaluza’

En el PSOE han existido siempre ciertos contrapoderes internos. La célebre ‘federación andaluza’, que engloba a un tercio de los militantes, estuvo detrás de la decisión de que el PSN no pactara con Nafarroa Bai en los tiempos de Zapatero, igual que estuvo detrás del golpe de Estado fallido contra Sánchez o del bloqueo de las negociaciones con Podemos. Pero eso el PP hace años que no lo tiene, y del discurso de los ‘casos aislados’ se ha acabado por ser un partido aislado, de los demás y de sí mismo.

La falta de una especie de órgano de control interno ha subyugado al PP a estar a merced de hiperliderazgos. Es algo que Aznar supo gestionar bien señalando a su sucesor y retirándose antes de la inesperada debacle. El problema es que Rajoy ha diseñado un partido a su imagen y, sin el carisma de Aznar, lo ha dejado desarmado a los pies de los caballos. Perder el Gobierno ahora, a no ser que Sánchez e Iglesias se hagan el harakiri en estos dos años -opción nada desdeñable- condena al PP a no afrontar su renovación, a quedarse a merced del empuje de Ciudadanos y a llegar a las generales, sean cuando sean, en una posición francamente delicada. El hundimiento.

Un cadáver flotando en el río

De entre todas las imágenes de la jornada una quedará para el recuerdo: la de la bancada del Gobierno vacía -a excepción de la estoica vicepresidenta y algún ministro- y la de Rajoy saliendo entre una nube de escoltas de un restaurante en el que se atrincheró durante ocho horas mientras se debatía echarle del Gobierno. El impacto de esa foto en la imagen de un hombre que hizo carrera siendo un tecnócrata nada dado a salirse del guion será una mancha vergonzosa que le acompañará mientras viva.

Al final le ha ido a ganar el Sánchez más rajoyesco, el que sobrevivió cuando le daban por muerto y resurgió pese a quedarse sin escaño, el que se ha presentado sin programa. El hombre que no se inmutaba ha caído sin inmutarse, derrotado por el que parece ser ahora mismo su mejor alumno en eso de contemporizar.

El cuento de Pedro y el lobo

Cuando Zapatero llegó a la Moncloa por sorpresa tras los atentados del 11M el PP se quedó desencajado: pasar de la mayoría absoluta a la oposición era algo para lo que no estaban preparados. Aquel terremoto estuvo cerca de costarle el sitio a Rajoy y provocó una transición interna en el PP que tuvo ecos en una furibunda oposición al PSOE, la más excesiva desde los tiempos de González a Suárez.

Aquel PP y este de Rajoy son muy distintos, pero la sensación de patrimonialización del poder es muy similar. El desdén con el que han tratado ciertos temas, propio de Ejecutivos que no ven peligrar su poder -véase el Prestige, el ‘no a la guerra’, los ERE, el 3% o las víctimas del Metro- evidencia hasta qué punto pensaban que seguirían sobreviviendo. Y auguran, en cualquier caso, un infierno de legislatura: el tono dialectal y el hostigamiento a cualquier tipo de acción de Gobierno van a ser tremendos, y sólo una complicada cohesión de las fuerzas que han dado la espalda al presidente podrán soportar algo así. A fin de cuentas, el PP aún es el mayor grupo.

El error de Ciudadanos

Ciudadanos ha votado junto al PP, con CC, FAC y UPN, que fueron en coalición con los populares. Por más que Rivera hilvanó un discurso duro contra Rajoy, reprochándole falta de diálogo y espetándole que el presidente «se equivocó de enemigo», eso le genera un problema de imagen.

Si Rivera sólo piensa ya en sustituir al PP, el acto de reafirmación patriótica de hace unos días y su cercanía a Rajoy le ayudarán. Pero para convertirse en una fuerza de Gobierno necesita más votos al centro, y ser el único partido del lado del PP le aleja definitivamente de ahí. Sólo una cosa justifica su postura: Ciudadanos quería generales ya, porque las encuestas le sonríen, y porque necesita empuje suficiente como para llegar a las autonómicas y municipales con una estructura más asentada. No puede aspirar a ser un partido hegemónico si a nivel regional no pinta nada.

La sutura de una herida histórica

El ‘no’ de Pablo Iglesias a Pedro Sánchez le ha perseguido durante años. De hecho, gran parte de los problemas internos de Podemos -torpezas aparte- derivan de la escisión entre el posibilismo de Íñigo Errejón y los suyos y la ortodoxia de Iglesias y su camarilla. Pero durante el debate, y después de leerle la cartilla a Sánchez, el líder morado entonaba el ‘mea culpa’ y se disculpaba. Ambos, de hecho, se han emplazado a gobernar juntos, como ya hacen en ayuntamientos y regiones, y a llegar a acuerdos.

Es verdad que ambos son enemigos declarados y que cuando se acerquen las elecciones acabarán chocando. Y eso pasará aunque este PSOE parece competir más con el espectro ideológico de Ciudadanos que con el de Podemos. Sin embargo, lo que no se hizo hace dos años parece hacerse ahora: ha hecho falta un enemigo común y una necesidad interna acuciante -la irrelevancia de Sánchez, el chalet de Iglesias- para espolearse al encuentro. Ese entendimiento, de perdurar, podría ser el inicio real de un cambio de ciclo, y más si el voto de centro-derecha se desmoviliza.

Adelanto del debate que vendrá

Al margen del choque entre Sánchez y Rajoy, el debate deja alguna intervención épica. En concreto, una que augura algo que pueda venir en el futuro: el Sánchez más presidencial se midió al Rivera más opositor. No era la segunda fuerza contra la cuarta, sino más bien un adelanto de un hipotético escenario en el que un presidente socialista debate con el líder de la oposición de Ciudadanos.

La pregunta que deberá despejarse en estos dos años -o lo que quede- de legislatura es si Sánchez optará por acercarse a Iglesias en el futuro, o si su aliado natural acabará siendo el que hoy parecía su enemigo a batir más allá de Rajoy. En lo ideológico parecen mucho más cercanos Sánchez y Rivera que Sánchez e Iglesias. Todo dependerá de lo gobernables que resulten los meses que estén por venir.

Frente nacionalista común

En la política posibilista no se trata siempre de conseguir tu objetivo, sino también de saber identificar cuál es la opción menos desfavorable entre las posibles. De eso los nacionalistas saben un rato, y aunque Sánchez fue la muleta necesaria, Rajoy fue el artífice del 155. Esquerra, que ya pactaba con los socialistas en tiempos del Estatut primigenio, fue la primera en ofrecerse. Le siguió el PDCat «con una pinza en la nariz».

La clave era qué haría el PNV, que mantuvo el suspense hasta el final y logró arrancar la concesión de que los PGE se mantuvieran, y con ello llevarse los 500 millones que Rajoy les prometió. La jugada al final sale perfecta para sus intereses: mantener al presidente habría dado alas a EH Bildu y a la vez hubiera roto su gobierno con el PSE.

EH Bildu ya sabe hacer política

Entre tantos focos apuntando a los grandes protagonistas hubo un gesto que casi pareció invisibilizarse: EH Bildu decidió apoyar la moción. El hecho, que es irrelevante en términos numéricos, es histórico y elocuente con el cambio de ciclo en Euskadi.

La izquierda abertzale nunca había participado de las instituciones nacionales de forma activa hasta su regreso en 2011. El hecho de que participen en la designación de un presidente del Gobierno, añadido al hecho de que sea del PSOE, es una auténtica revolución en su discurso interno y en su trayectoria histórica. Ya son una fuerza política institucional más, y como tal sabe hacer política homologable al resto.

Si Zapatero apuntaló a ETA, puede decirse que Rajoy apuntaló la reconversión de los abertzales. Aunque haya sido, como casi todo lo de este jueves, contra su voluntad.