La política es a veces como los libros de fantasía: existen los seres mágicos, pero sólo salen a la luz cuando nadie está mirando, así que es difícil demostrarlo. Algo así ha pasado con Castilla y León, una región que ha conseguido escapar al combate de la crispación política en mitad de la pandemia.
Un reguero de pequeños intercambios ha ido salpicando las redes en las últimas semanas. El más llamativo, que el líder de Podemos en la región, Pablo Fernández, agradeciera públicamente la cercanía y predisposición del vicepresidente autonómico, de Ciudadanos. Francisco Igea le devolvía la gratitud poco después.
Días más tarde el líder del PSOE en la región se mostraba dispuesto a «hablar y acordar» con el Ejecutivo regional, liderado por el popular Alfonso Fernández Mañueco. Éste por su parte convocaba a los partidos para buscar acuerdos porque «no puede haber diferencia irreconciliable que evite que avancemos en el pacto por la recuperación».
El resultado salta a la vista: la comunidad, la mayor en extensión y número de provincias del país, solicitó un paso de fase gradual en su territorio de forma que sus capitales no progresarían pero sí lo harían sus vastas extensiones rurales. Y eso a pesar de que es la novena región en población y la de menor densidad, lo que en teoría debería ser un seguro a la hora de prevenir contagios. Y lo hizo con acuerdo de todas las fuerzas y sin grandes lamentos políticos.
¿Cuál es el secreto? Lo que Luis Tudanca, líder socialista regional, denunciaba en un tuit: «Escucho algunas opiniones en los medios y me gustaría aclarar, por si acaso, que no toda España es Madrid. Ni siquiera la mayoría».
Tanto es así que en muchas otras regiones se han dado situaciones similares. También Cataluña solicitó una progresión de fase desigual. También en regiones como la Comunidad Valenciana ha habido cierta unión entre los partidos. Y también líderes de otras regiones, como el gallego Alberto Núñez Feijóo, del PP, o el extremeño Guillermo Fernández Vara, del PSOE, han hecho llamamientos al acuerdo en medio de la refriega política.
Hasta en Madrid se celebró el acercamiento entre el alcalde José Luis Martínez-Almeida y la líder de la oposición, Rita Maestre. En las circunstancias actuales parece que lo que más aplauso genera a la hora de hacer oposición es precisamente no hacer oposición.
El problema con todo este clima de aparente entendimiento es el mismo que tienen las hadas. O los unicornios. Los gestos que generan el aplauso del común de los ciudadanos suscitan a la vez el rechazo de los ortodoxos. Y Madrid es el escenario central del teatro, donde todos -medios y políticos- actúan, en muchas ocasiones sin mirar más allá de lo que sucede en su regazo a no ser que sea controvertido, como es el caso de Cataluña.
Y es que en una estrategia de guerra de posiciones ideológicas, la confrontación es más rentable para generar atención. Por eso quizá regiones como Castilla y León, normalmente fuera de la atención mediática, pueden permitirse una lógica política que en Madrid apenas dura un día. A menor atención mediática, menor teatralización política, menor búsqueda del choque y, por tanto, mayor margen para el acuerdo y el encuentro.
Para demostrarlo bastan dos ejemplos sobre en qué otros momentos Castilla y León copó el foco político en los últimos años. Hasta no hace demasiado con cada salida de tono del controvertido exalcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, una máquina de fabricar titulares. Y más recientemente, cuando León hizo público su deseo de escindirse en una autonomía propia.
Quizá las hadas existen, pero se desvanecen al mirarlas. Lo que sí se queda ahí, fijo en el plano, es el escenario de la batalla política a su alrededor.