De Chacón, fallecida por sorpresa con sólo 46 años de edad, se recordará que fue la primera ministra de Defensa de España. Se recordará aquel viaje a Afganistán embarazada de siete meses, o la icónica imagen de que pasara revista luciendo orgullosa su avanzado estado de gestación. Se recordarán los anacrónicos comentarios que suscitaban sus estilismos o el que fuera una mujer (y catalana) la favorita de Zapatero. Pero sobre todo se recordará que estuvo a punto de liderar al PSOE y, quién sabe, de haber podido convertirse en la primera presidenta del Gobierno.
Aquel día estaba visiblemente nerviosa. Ella, que casi no había hecho otra cosa que militar en el partido, estaba ante la oportunidad de su vida. Llegaba de la mano de un presidente que la colocó en primera línea, con un rival al que superaba en muchos aspectos y con el apoyo de un grupo de comunicación que pugnaba por reubicar las guías ideológicas de su partido. Lo que no sabía es que su suerte ya estaba echada en ese gran día en el que daría su discurso de candidata a las primarias. El aparato socialista, ese que pone y quita liderazgos, ya había decidido que el ganador sería Alfredo Pérez Rubalcaba. Sin embargo Carme Chacón salió al escenario e intentó lo único que podía hacer: visibilizar por qué ella era distinta a su rival.
Su discurso fue demasiado enérgico, demasiado elevado. No hablaba, gritaba. A ratos incluso se le iba la voz de tanto alzarla. Intentaba agitar al partido, adormecido ante la tormenta que venía. Se salía de siete años de placidez en el Gobierno y se divisaban las nubes negras de una larga travesía por el desierto a merced del oleaje de la herencia de la gestión de la crisis. Nadie entonces parecía ver el tamaño del iceberg hacia el que iba el Titanic.
Ella estaba convencida de que una candidata joven y moderna les concedería una oportunidad, pero el partido pensó que recurrir a un hombre de Estado con experiencia era una apuesta más segura. Chacón acabó perdiendo aquel tren por 22 votos sobre un censo de casi un millar de delegados, y el PSOE siguió hundiéndose en las sucesivas elecciones con resultados que cada vez empeoraban más sus registros históricos.
La intrahistoria de su derrota
Aquellas primarias, como todas en el PSOE, tuvieron mucho más de traiciones que de lealtades. La misma gente que había estado alrededor de Zapatero -salvo nombres como De la Vega o Pajín- acabó alineándose con su rival. Ahí estuvieron Trinidad Jiménez o Patxi López, por ejemplo. Y otros pesos pesados como González, Bono o la plana mayor del socialismo andaluz, encarnado entonces casi más por Gaspar Zarrías o Micaela Navarro que por Griñán. Venía de ser ministra de Defensa, pero quizá no estaba preparada para librar una guerra tan cruenta como esta.
El problema para ella fue que aquella elección no era sólo entre una joven y un veterano, entre una mujer y un hombre: aquella elección fue entre dos modelos de PSOE
¿Habría evitado el impacto de la ‘herencia recibida’ de Zapatero un PSOE con Chacón como candidata? Es difícil saberlo. Pero el problema para ella fue que aquella elección no era sólo entre una joven y un veterano, entre una mujer y un hombre: aquella elección fue entre dos modelos de PSOE, el clásico, apoyando a un Rubalcaba aupado desde los púlpitos de PRISA, y otro iniciado por Zapatero que de su mano hizo nacer a La Sexta e hizo posible la aparición de Público. En cierto modo Carme Chacón fue víctima de aquel célebre «fuego amigo» socialista, una batalla interna que se libraba entonces con el 15M en las calles y pagan ahora con Podemos en las instituciones.
Pero Chacón no fue víctima de un juego al que no supiera jugar. Tanto ella como su expareja Miguel Barroso, aliado de Zapatero en aquella convulsión que supuso la creación de Mediapro, sabían competir en la arena política. Ella era una política nata y él un marketiniano puro, y juntos idearon un plan que empezaba por dar un estratégico paso atrás para que Rubalcaba se estrellara en las elecciones de 2011 y poder vencerle después. Perdió pese a ello, pero siguió jugando: al ser derrotada volvió a retirarse de los focos un año después para regresar dos años más tarde, justo a tiempo de asegurarse un puesto de salida en las listas del PSC, aunque fuera contra la voluntad de muchos en el partido.
El verbo ‘chaconear’
Rubalcaba, como era previsible, acabó cayendo, y los ojos de muchos se volvieron a posar en ella. Sin embargo en política las segundas partes de según qué películas son complicadas. Su imagen de renovadora había dejado paso a otra, fomentada en muchos mentideros, de urdidora de intrigas. Había en el partido quien usaba incluso el verbo «chaconear» como sinónimo de conspirar, y algunos de sus giros sorprendentes daban argumentos a sus críticos. Por aquel entonces ella fue una de las primeras personas en llamar a la puerta de Eduardo Madina para ofrecerle su apoyo, y también una de las primeras en cambiar de bando.
Su momento había pasado. El PSOE ya había superado la batalla en la que ella participó para meterse de lleno en otra nueva
Tras la victoria de Sánchez se incorporó a la Ejecutiva en la que no había querido estar tras su derrota en el congreso anterior. Su posición política volvía a no ser mala, con un pie en el poder orgánico del partido y otro en el escaño del Congreso, pero tocaron a rebato desde Despeñaperros. En un mensaje privado tras aquel fin de semana en Ferraz en el que cayó Pedro Sánchez describió con una sola palabra su visión de los hechos: «Horrorizada».
No es que su destino estuviera unido al de Sánchez, porque nada que ver. Sencillamente su momento había pasado. El PSOE ya había superado la batalla en la que ella participó para meterse de lleno en otra nueva. La Chacón candidata había envejecido mucho más rápido que la Chacón política.
En el último acto público que participó, apenas unas semanas antes de fallecer, había una silla de plástico reservada para ella. En el folio se podía leer «Carma Chacón», su nombre (mal) escrito tal y como sonaba. Era la proclamación de Susana Díaz, igual que la de Chacón en su día, para intentar ser la primera candidata a presidenta del Gobierno. Quizá por eso le había dado todo su apoyo en su última elección de bando para la guerra política. Una guerra que empezó con ella misma y que quizá acabe con otra política consiguiendo lo que ella no pudo, esta vez sí de la mano de la aristocracia socialista. Sea como sea, en esta batalla ella ya no combatirá, y pase lo que pasé esta guerra ya no la verá terminar.