Esta semana se cumplen diez años de un día que generaciones enteras deseaban pero que, cuando llegó, fue acogido entre la indiferencia y el escepticismo. ETA llevaba mucho tiempo languideciendo, pero no terminaba de irse. Y cuando por fin se decidió a dejar las armas el anuncio dejó a muchos como cuando lees en las noticias que ha fallecido un famoso y piensas ‘¿otra vez?’.
Al lío 👇🏻
👔 Punto uno: claro que era política, ¿qué iba a ser si no?
‘Patria’ batió récords en el sector del libro. ‘Maixabel’ cabalga a lomos de las críticas en las salas de cine. Incluso ‘Fe de etarras’ se hizo viral gracias a la campaña de Netflix. En su día ETA fue un tema que nos aburrió, del que quisimos pasar página, pero quizá pasado este tiempo ya seamos capaces de mirar hacia el pasado con otros ojos. Porque lo vivido realmente importa.
ETA mantuvo su actividad durante más de medio siglo, que se dice pronto. Durante ese tiempo dejó “más de 3.500 atentados, 853 asesinatos, 2.632 heridos, 86 secuestrados y un número desconocido de amenazados, exiliados y damnificados”, según recoge Gaizka Fernández Soldevilla.
Las cifras bailan, pero su legado no. Asesinó a intocables del régimen franquista y puso en jaque a todos los Gobiernos de nuestra democracia. Atentó contra un presidente del Gobierno y planeó matar al Rey. Puso bombas en el corazón de nuestras ciudades y sus miembros se escurrieron entre los dedos a la Inteligencia española durante años. Generaciones enteras de amenazados, con cargo o sin él, aprendieron a mirar los bajos del coche antes de subirse.
Algo de esa envergadura no puede reducirse a “un grupo de asesinos”. ETA fue mucho más que eso.
Hace siete años a Pablo Iglesias se le ocurrió decir que la violencia de ETA tuvo “explicaciones políticas” y le llovieron las críticas. Meses después tuvo que puntualizar diciendo que afirmar eso no quiere decir que la violencia tenga justificación. El expresidente Zapatero cerró el círculo: el final de ETA, dijo, “fue político”.
¿Por qué ETA duró tanto? Porque muchos la apoyaron: consentían sus métodos criminales convencidos de que eran los adecuados para sus objetivos políticos. Y eso era así porque no eran sólo una banda de asesinos, sino porque muchos que no eran asesinos crecieron viendo sólo la cara de la moneda que fuera de Euskadi casi nadie ha querido ver. En concreto, quienes fueron víctimas directas o indirectas de otro terrorismo, el del Estado, de las torturas en las comisarías o de decisiones judiciales que difícilmente se habrían aplicado en otras situaciones o lugares.
Esta conversación que tuve con unos chavales de Elorrio pocos meses antes del anuncio, cuando Bildu entró en las instituciones, igual te ayuda a entender esa otra parte. O esta otra con Manu Egaña, entonces concejal de Bildu en Oñati. Porque, por supuesto, también hubo mucha gente atrapada entre dos realidades: aquellos que rechazaban los métodos criminales pero apoyaban las ideas políticas o, yendo más allá, se solidarizaban con lo que se hacía como respuesta a las acciones del Estado.
Y es que para muchos la violencia no fue un ataque, sino una respuesta. Y eso aplica a ambos lados. Spóiler: las desavenencias, por profundas y enconadas que sean, mejor resolverlas hablando en lugar de respondiendo a los ataques.
El final de ETA llegó por muchos factores -policiales, judiciales, políticos-, pero sólo uno decantó la balanza: hubo gente de ambos lados que quiso hablar, muchas veces y de muchas formas, hasta que en una de esas lo consiguieron. Justo de eso va la política.
🪢 Punto dos: tirar despacio para arrastrar sin romper
Críticos con el diálogo ha habido muchos, a pesar de que gobiernos de todo signo lo han intentado. Lo hizo Suárez de tapadillo y mataron a uno de los mediadores; lo hizo González en los años más duros; lo hizo Aznar liberando presos y llamándoles ‘movimiento de liberación nacional’; y lo hizo Zapatero, que se desgastó en su apuesta pero acabó consiguiendo lo que los demás no.
Como en nuestra política hablar de ‘paz’ era insinuar que había una guerra (y por tanto dos bandos y no uno solo) aquello se llamó ‘el proceso’, sin más. Él lo llamó ‘diálogo’ cuando acudió al Congreso para pedir autorización para hacerlo. Le criticaron, primero por hacerlo y después porque -decían- fracasó con el atentado de la T4.
Y es que la Historia dice que la cosa acabó mal, pero ese coche bomba fue el principio del fin. El triste evento, otro más, que hizo que parte de la izquierda abertzale cambiara su visión de forma radical. Pero claro, un proceso tan complicado no se puede terminar de forma acelerada,a sí que el final de la partida duraría todavía unos años más. Era como sacar el corcho de una botella demasiado tiempo cerrada: o se hacía despacio o caerían trozos dentro. Como la ‘sokatira’, pero con miedo a que se rompiera la cuerda.
Una década después de aquel proceso a todas luces exitoso quedan, por supuesto, muchas virutas de corcho. Muchas víctimas que sufrieron y seguirán sufriendo. Mucha gente que no perdona. Mucha gente que sigue pensando que cualquier medio vale si responde a su fin, sea el que sea.
Y quedan también muchos interesados en avivar esas llamas en extinción, ya sea saliendo a las calles para gritar viejas consignas, ya sea pensando que unos pocos melancólicos de las pistolas representan a la mayoría.
✊🏻 Punto tres: la increíble sensación de normalidad
«El día en que en Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías o se oiga música rock americana, y todo el mundo vista ropa americana y deje de hablar su lengua para hablar inglés; el día en que todo el mundo, en lugar de estar contemplando los montes, esté funcionando con internet, para nosotros será un mundo tan aburrido que no merecerá la pena vivir”.
La frase es de Arnaldo Otegi en ‘La pelota vasca’, una cinta de 2003 que abrió los ojos a muchos y escandalizó a todos los demás por idénticos motivos: les puso ante los ojos realidades menos monolíticas de las que habían visto hasta entonces. Aquella frase se interpretó como una muestra de radical nacionalismo, pero en realidad era una crítica a un mundo que, deseable o no, ya existía.
Veinte años después todo el mundo navega por internet, escucha rock americano, viste ropa de una multinacional (gallega, eso sí) y hay hamburguerserías en Lekeitio. Los jóvenes apenas saben qué fue ETA y la izquierda abertzale ha vuelto a las instituciones con notable éxito, hasta el punto de conquistar las alcaldías de San Sebastián o Pamplona. Y no sólo hace política en sus feudos, sino que participa de forma activa en el debate nacional. No van a audiencias con el Rey, pero sí votaron en la moción de censura y toman partido en los Presupuestos Generales del Estado.
«Gritad más, que gritáis poco. Que mientras gritáis, no matáis», dijo Ernest Lluch en un mítin en 1999, y un año después le mataron. “O bombas o votos”, les decía Rubalcaba en 2010. Un año después eligieron votos y, aunque sean muchos los críticos a uno y otro lado, todos vivimos mejor que cuando algunos elegían las bombas.
🧐 Uniendo los puntos
Los críticos de un lado dicen que cambiaron armas por política porque no tuvieron más remedio. Los críticos del otro dicen que ahora pisan moqueta mientras muchos siguen en las cárceles o escondidos en el extranjero. Siempre hay críticos. Lo que no hay ya son muertos. Y, sobre todo, hay normalidad. Qué más da que algunos hayan cambiado de opinión por interés si eso ha servido para que desaparezca la violencia.
Esta semana auguro empacho de temas ‘remember’. Te escribo el sábado proponiéndote algunas cosas -espero- menos conocidas 👋🏻