Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)
Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

Mikel Buesa: «¿Por qué vamos a perdonar?»

Entrevista a Mikel Buesa, catedrático de Economía de la Universidad Complutense. ETA mató a su hermano Fernando en 2000, junto a su escolta. Este texto es parte de ‘Guztiak‘, un libro de entrevistas sobre el final de ETA.

 

«Yo no pretendo que me pidan perdón». «A mí no me interesa el arrepentimiento». «No tengo ningún ánimo de venganza». El discurso de Mikel está plagado de frases tajantes que, a la vez, están llenas de matices porque no tienen el sentido que uno creería entender de primeras. No pretende que le pidan perdón, y a la vez reconoce que él mismo ni ha perdonado ni tiene intención de hacerlo. No le interesa el arrepentimiento, y de hecho ve casi imposible que pueda darse. No tiene ánimo de venganza, y sólo se remite «al cumplimiento de las leyes; como decía Primo Levi, eso es lo único que es necesario».

De rostro afable y respiración sonora, recuesta su orondo cuerpo en la silla de su despacho en la universidad en la que es catedrático. Se trata de una estancia pequeña, como varada en el tiempo: metal, madera, un radiador viejo y hasta un radiocassette negro en la pared. Viste un jersey fino azul, insuficiente para el frío día que hace en el campus de la Facultad de Economía, en Somosaguas, en la frontera de Madrid hacia la sierra. Los edificios que le amparan no son tan vetustos como el despacho, pero todo en la Complutense parece igual: congelado en el tiempo, y no por el frío.

Entre las víctimas del terrorismo hay mucha frustración y que en muchas posturas que se defienden, sobre todo desde el ámbito asociativo, hay mucho deseo de venganza

Mikel Buesa habla todo el tiempo con las mismas muletillas, «vamos a ver» y «pues bueno». Da unas pocas palabras de respuesta a cada pregunta, lanza una de las dos expresiones y vuelve a empezar. Así una y otra vez. En muchas ocasiones, aunque la frase encierre el drama del dolor sufrido, sonríe. Entre frase y frase deja escapar su vena docente: habla de Primo Levi, pero también de Leonardo Sciascia, de Rogelio Alonso o de Ignacio Sánchez Cuenca. Cita libros, trabajos y artículos, propios y ajenos, para apoyar sus tesis. Y su tesis es que ETA, la organización que asesinó a su hermano Fernando, no ha desaparecido, pero la situación es mucho mejor de lo que era pocos años atrás. Su base para afirmar lo primero es racional: «ETA es obvio que no ha acabado porque sigue haciendo comunicados y sigue teniendo militantes, la mayor parte de los cuales, además, metidos en la cárcel. Y es precisamente eso lo que está dificultando el final de ETA, por dos motivos: porque ETA quiere lograr algún resultado con respecto a sus presos que justifique su propia existencia y porque el Gobierno no está haciendo nada para aprovechar esa circunstancia y conducir a ETA al cierre final». Su base para decir lo segundo, que la situación es mucho mejor, es una cuestión numérica. «Estamos mucho mejor que hace diez años desde el punto de vista del terrorismo, creo que esto es obvio», asegura. «Si nos ceñimos a los hechos hace ya años que no hay ninguna muerte de ETA, y en sus últimos años hubo varios atentados, pero de una dimensión muy inferior a la que habían tenido antes». Pero no todos lo ven igual. «Ya sé que entre las víctimas del terrorismo hay mucha frustración y que en muchas posturas que se defienden, sobre todo desde el ámbito asociativo, hay mucho deseo de venganza, y eso no me parece nada satisfactorio. Una cosa es la Justicia y otra la venganza. Es verdad que la Justicia es limitada porque no se puede recuperar lo perdido, y eso requiere aceptar esa situación y hay gente que no la acepta. Ahora, también hay mucha gente que lo acepta: yo conozco a muchas víctimas que incluso han perdonado a los que les hicieron mal». No es su caso. En el año 2000 dijo que el asesinato de su hermano era un crimen de tal magnitud que los familiares no se podían permitir el derecho de perdonar. «Y lo sigo diciendo, sí», porque «en absoluto» pretende perdonar. «Lo único que pretendo con respecto a los autores del asesinato de mi hermano es que cumplan su condena. Punto. ¿Por qué vamos a perdonar?».

Aquel año 2000 fue uno de los más sangrientos en la historia reciente de ETA, con veintitrés asesinatos. El 22 de febrero añadieron dos nombres más a la lista, el de su hermano Fernando y el de su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza. ETA puso un coche-bomba que estalló en el campus de Vitoria de la Universidad del País Vasco, ubicado en una larga calle que discurre en paralelo a las vías del tren, a las afueras de la ciudad. Fernando era socialista, y uno de los impulsores del sistema actual de ikastolas reivindicado por los nacionalistas. Mikel no simpatiza con ninguna de las dos corrientes. Con los socialistas las cosas se torcieron ya antes del juicio tras el atentado. «Hubo tres juicios. Al primero vinieron. Vinieron un poco forzados, pero vinieron. Yo llamé al que fue presidente del Senado, ¿cómo se llamaba?… Es que tengo una memoria fatal para los nombres, sobre todo para los de los que me caen mal», sonríe, irónico, al referirse a Javier Rojo. «Le llamé y le dije ‘oye, que es el juicio de mi hermano’, y me dijo: ‘¿Y qué hacemos?’. ¿Cómo que qué hacemos, no eres tú dirigente del Partido Socialista? Pues, para empezar, dar órdenes a tus militantes para llenar la sala del juicio con gente del partido». Y así sucedió. En esa sala estarían personas que, años después, dirigirían la política vasca, como Patxi López. «Al segundo juicio ya no vino ninguno», recuerda. Esa ruptura, para él, tiene que ver con los cambios en el partido. «Son los cuatro años que pasan desde que mataron a mi hermano hasta que el PSOE llega al Gobierno, cuando empieza un proceso que da lugar a un fortalecimiento de la corriente más vasquista dentro del partido. Luego acaban siendo los que ejecutan en el País Vasco la política que hace Zapatero en Madrid, y a partir de ese momento es cuando yo entro en oposición a ellos».

En su oposición ha aparecido vinculado a varias fuerzas políticas, pero niega su pertenencia a ninguna de ellas. Apareció en las últimas líneas de una lista del PP, pero asegura que fue una iniciativa del Foro de Ermua para apoyar la postura que entonces tenían el PP de Jaime Mayor Oreja y el PSE de Nicolás Redondo Terreros contra el nacionalismo, por lo que había miembros de la organización en puestos simbólicos de las listas de ambos partidos. También se le ha visto en mítines de Ciudadanos o de Vox, pero explica que asistió por invitaciones de miembros que son amigos suyos y fue como gesto de cortesía. «Nunca he sido miembro de un partido político hasta que se me ocurrió estar entre los fundadores de UPyD, cosa de la que estoy muy arrepentido», asegura. Tampoco en el partido le tienen mucha estima. «No has podido escoger peor, siento decirte», comentaba en privado un alto cargo de la formación antes de la entrevista al escuchar su nombre. «No es que yo tenga nada personal, simplemente es que uno está defendiendo unas cosas y de repente la política va por otro lado, pero yo como no me dedico a la política no voy por otro lado. Es tan sencillo como eso», resume. Quien sí está en política, además de estarlo Fernando cuando le mataron, es su otro hermano. Jon Buesa es una figura destacada del PNV que atravesó momentos complicados cuando el atentado. En aquellos días las manifestaciones de nacionalistas y no nacionalistas iban por separado, y eso le causó no pocas críticas en un momento tan doloroso. También Mikel se lleva críticas. «Su punto de vista es muy distinto al de otros miembros de su familia, hay otras voces a las que escuchar», sugería días antes y también en privado alguien conocedor de su entorno, sugiriendo que hay diferentes visiones dentro de su núcleo familiar.

Un socialista, un nacionalista y uno enfrentado ideológicamente a unos y otros. La de Buesa podría decirse que es una familia atípica, pero en realidad no lo es. «En el País Vasco hay muchas familias como la mía», dice sonriendo al tiempo que comenta que tiene una relación extraordinaria con ellos. «El problema de la política es hacer de ella una especie de tótem que lo invade todo, incluidas las relaciones personales. En la familia de mi padre eran dieciséis hermanos, por lo que hubo mucho material para que hubiera todo tipo de posturas. Durante la República y la Guerra Civil uno de sus hermanos era dirigente de ANV, otros de los hermanos estaban en algún partido republicano, otros se alinearon rápidamente con el movimiento nacional, entre ellos mi padre… ¿Quiere decir eso que se llevaban mal entre ellos? En absoluto, siempre se llevaron bien, pero bueno, cada uno tenía sus ideas políticas». No es sólo una cuestión de familias. En el País Vasco los círculos sociales son así también. «Y así debería ser», asegura. «La política tiene sus espacios de confrontación, sobre todo electoral, pero una vez cumplidas las elecciones las relaciones personales deben ser normales y además deben incluir la propia discusión política: tú no tienes por qué pensar lo mismo que otro para ser su amigo. Y si no piensas lo mismo no tienes por qué eludir un problema de naturaleza política para no discutir».

Si a Bildu se le impidiera gobernar donde no tiene la mayoría absoluta, Bildu no sería nada. Si cogemos esos ciento y pico ayuntamientos resulta que son mayoría en unos poquitos de ellos, muy poquitos, y casi todos son de menos de quinientos habitantes

Eso es algo que, sin embargo, sí ha pasado allí. Y mucho. «Es verdad que en el caso del País Vasco hemos vivido una polarización demasiado fuerte, y la gente tendría que ser un poco menos vehemente con los asuntos políticos. Nada más». Toma aire en unos segundos de silencio y sonríe. «Discutir es muy sano, pero una cosa es discutir y otra cosa es enfadarse. Son cosas completamente distintas». En la sociedad vasca todos, de todos los signos ideológicos, están en contacto y se conocen, pero otra cosa es que haya más vínculos que ese. «No tengo relación con gente de Bildu, pero tengo algunos buenos amigos nacionalistas», reconoce. A ellos, los de Bildu, los describe como una «minoría radical» que existe en cualquier sociedad. «En unos sitios esas minorías radicales se manifiestan como racistas y, en otros, como sucede en el País Vasco, como independentistas. Negar la existencia de ese fenómeno es absurdo. Ahora bien, yo preferiría que en vez de estar en el Parlamento Vasco o en los Ayuntamientos no estuvieran». No se refiere a una nueva ilegalización, sino a que el resto de partidos se pusiera de acuerdo para excluirles defendiendo que entre PNV, PP y PSOE «hay muchas más afinidades que con la izquierda abertzale». «En un marco político institucional que refleja una fragmentación muy grande esos fragmentos tienen que buscar elementos comunes. Tampoco es tan difícil acordar algunos elementos que conducen a una gestión de gobierno. Cada uno tiene sus diferencias ideológicas, pero si estamos dentro del sistema esas diferencias ideológicas no cuestionan radicalmente el sistema». Y para él la izquierda abertzale sí lo hace. «Si a Bildu se le impidiera gobernar donde no tiene la mayoría absoluta, Bildu no sería nada. Si cogemos esos ciento y pico ayuntamientos resulta que son mayoría en unos poquitos de ellos, muy poquitos, y casi todos son de menos de quinientos habitantes, pero el poder político que han alcanzado es mucho mayor que eso porque gobiernan en minoría, porque los demás partidos no han sido capaces de dejarles fuera. Es verdad que han sido la minoría más votada, pero han preferido dejarles que gobiernen y yo creo que eso es un error político». Para él hay que impedirles gobernar «simplemente porque existe la capacidad política para dejarles fuera».

Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

Desde el asesinato de Fernando han cambiado muchas cosas, no sólo la ilegalización de la izquierda abertzale y su posterior regreso por la puerta grande a las instituciones. También ha habido decenas de asesinatos nuevos, el primer Gobierno vasco no nacionalista o el anuncio del final de la violencia por parte de ETA. Desde entonces hasta ahora Mikel ha centrado gran parte de su carrera investigadora en intentar desentrañar el impacto económico de ETA en la sociedad. En un momento de la conversación se arrastra, sin levantarse de la silla, hasta un armario bajo junto a su mesa y saca un ejemplar de su libro ‘ETA S.A.’, y rebusca entre sus páginas para encontrar cifras. Cuando encuentra la página, empieza a recitarlas: «A precios de 2002, y hasta 2008, veintiocho millones y pico de euros en daños personales cubiertos por pólizas de seguro, casi ciento treinta y cinco millones como consecuencia de las indemnizaciones a las víctimas, casi cuatrocientos dos millones en indemnizaciones por responsabilidad civil, y luego el capítulo más importante, que es el de las pensiones, que suponen sólo para el período que va de 1994 al año 2008 casi quinientos setenta millones». Deja de leer, rebusca otra página de su libro y sigue. «Las indemnizaciones por daños materiales han supuesto otros cuatrocientos treinta y dos millones de euros, más cinco mil setecientos sesenta y un millones de euros de la paralización de la central nuclear de Lemoniz. Luego, los costes de seguridad tienen un promedio anual para el periodo de 1994 a 2003 de tres mil trescientos ochenta y seis…». Levanta la vista y, cerrando el libro, sigue: «De todos modos, el mayor coste económico del terrorismo es el que afecta al crecimiento económico. La pérdida de potencial de crecimiento para el País Vasco ha supuesto, entre 1993 y el 2008, unos ciento treinta mil millones de euros». Toma el libro con la mano y levanta el dedo índice. «Ese sí que es el coste. Ahora, así como los otros costes son irrecuperables, este último se recupera», dice mientras deja el libro en la mesa y lo extiende hacia adelante. «En economía, en cuanto desaparecen los desincentivos, la inversión se recompone y empieza a crecer por encima, en su nivel potencial. Existe un dividendo económico de la paz».

En economía, en cuanto desaparecen los desincentivos, la inversión se recompone y empieza a crecer por encima, en su nivel potencial. Existe un dividendo económico de la paz

Su análisis de la situación no es el que se espera de un ideólogo, o de una víctima, sino el propio de un economista: un balance entre el deber y el haber. «Los efectos negativos que produjo ETA en la economía vasca empezaron a atenuarse a medida que fue disminuyendo la intensidad de la campaña terrorista, y eso es algo muy fácil de ver: mientras duró había más gente que se iba del País Vasco que la que entraba. Cuando empieza a reducirse a la mínima expresión y desaparece empieza a haber más gente que va al País Vasco que la que se marcha. Son datos de la estadística de variaciones residenciales del INE», explica. Con las cifras en la mano entiende lo que otros critican, como la reducción progresiva de escoltas. «Si desaparece el riesgo no vas a dedicar recursos, eso es absurdo». Y con ese mismo criterio no tiene problemas en ensalzar las medidas de unos nacionalistas a los que critica en todo lo demás. «Han hecho políticas muy favorables al crecimiento. Así como en otras partes de España lo de que para que la economía crezca hay que mejorar la tecnología es pura retórica, en Euskadi no, y hay políticas muy certeras en ese sentido». Los datos económicos, al final, esconden un optimismo muy simbólico por lo impensable que hubiera sido hace unos años. «Volverá a ser una región de inmigración para otros españoles, porque hay mucha capacidad, mucha iniciativa y mucho capital que puede movilizarse». También parte de la economía para explicar por qué ETA vivió tantos años. «Un negocio yo creo que no ha sido», asegura. «El terrorismo es una forma de guerra barata. Cuesta muy poco dinero. Montar una organización terrorista está al alcance de cualquiera, lo que hay que tener es la voluntad política de desarrollarla», incide. «Pero por la cuestión de medios, el coste de las armas ligeras y los explosivos, que es lo que utilizan, es muy bajito. Además, estas organizaciones son siempre bastante pequeñitas en general. En ETA en algún momento ha debido haber hasta dos mil personas, como mucho, y tampoco viven en un mundo lujoso, así que su mantenimiento es relativamente poco costoso».

El terrorismo es una forma de guerra barata. Cuesta muy poco dinero. Montar una organización terrorista está al alcance de cualquiera, lo que hay que tener es la voluntad política de desarrollarla

En el hecho de que ETA anunciara el final de su estrategia violenta Mikel también ve un condicionante económico. «La ilegalización de Batasuna en el año 2002 y 2003 fue un golpe brutal que les hizo casi desaparecer, porque este conjunto de organizaciones obtenía sus recursos por una parte de la representación política y por otra del manejo de esa representación. Y claro, cuando tienes a una asociación que se dedica a no sé qué cosa y ya no tienes influencia política tampoco tienes recursos, así que tampoco tienes esa asociación. Por tanto, esto supuso una contracción fortísima de la capacidad política y de proyección social de la izquierda abertzale», sostiene. Según su visión, la decisión de ETA es consecuencia de un cambio en la izquierda abertzale, pero un cambio que no responde a una revisión política, sino a la economía. «Ha habido un cambio, no en el sentido de repudiar el terrorismo, sino en el de considerar que es poco conveniente. Es más, si se dieran las circunstancias políticas adecuadas, la izquierda abertzale volvería a promover la campaña terrorista. A mí de eso no me cabe ninguna duda». En su opinión, con la ilegalización «aprendieron que en contra del Estado ya no podían hacer nada, y es a partir de esa experiencia cuando empiezan a buscar una manera de volver a situarse que entra en contradicción con el desarrollo de la campaña terrorista, que por otra parte también empezó a disminuir de manera importante gracias a la intensidad de la represión policial y judicial».

Ha habido un cambio, no en el sentido de repudiar el terrorismo, sino en el de considerar que es poco conveniente. Es más, si se dieran las circunstancias políticas adecuadas, la izquierda abertzale volvería a promover la campaña terrorista

En ese punto ensalza la labor de otro rival de ideas, el entonces ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, con quien compartió aulas en el colegio del Pilar en Madrid cuando eran niños. «Es el artífice del coletazo final de ETA, porque, aunque durante la negociación se redujeron drásticamente las detenciones, las tareas policiales se mantuvieron, cosa que no había ocurrido por ejemplo en la tregua del ’98, en la que en el caso de la Ertzaintza desmantelaron todo el aparato policial». «A mí no me gusta demasiado Rubalcaba —reconoce—, pero la realidad es que la potencia represiva del Estado sobre ETA después del atentado de la T4, en el que murieron Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, es imponente. Y esto avala la idea, que nunca ha sido expresada de una manera muy clara, de que el propio Rubalcaba era contrario a la negociación con ETA, o no era un ferviente partidario, y desde luego no es su diseñador». El «diseñador» del proceso que critica «es Ignacio Sánchez Cuenca, y ese diseño está en el epílogo de su libro ‘ETA contra el Estado’ «. Lo de Rubalcaba es una idea, pero lo suyo es notorio: para él no se debió dialogar con ETA de la forma en que se hizo.

– ¿Qué problema hay en sentarse a hablar?

– ¿En sentarse a hablar de qué?

– De lo que sea.

– ¿Sentarse a hablar quiénes?

– Que emisarios del Gobierno anterior se sentaran a hablar con ETA…

Ahí es donde aflora la discrepancia más profunda con la política antiterrorista que se desarrolló en los años finales de la violencia de ETA. «En sentarse a hablar hay un problema muy importante, que es que ETA no había cesado su campaña, no había expresado su intención de disolverse ni nada por el estilo, y utilizó esa negociación para tratar de recomponer sus propias bases», dice en referencia a los atentados que sucedieron a las conversaciones. «Lo de la T4 no es una cosa que se prepara en media hora, eso tarda meses, y como el de la T4 unos cuantos más que vinieron meses después. Por tanto, es un error político de primera magnitud una negociación establecida con una organización que no conversa para acabar con la campaña terrorista, sino que hace una pausa en la parte espectacular de esa campaña para tratar de recomponer sus fuerzas». El rechazo es tan profundo que en su día no escatimó críticas contra compañeros de filas como Fernando Savater o José María Calleja, que aceptaron una invitación del entonces presidente del Gobierno para reunirse. «Aquello fue una cagada de Savater. Y de hecho dejó a Basta ya fuera de juego durante bastante tiempo. La rehabilitación de Savater y de la gente de Basta ya en el mundo contrario a ETA me la deben a mí», mantiene.

Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

Para él las dos partes lo hicieron mal. «¿Qué inconveniente hay en sentarse a hablar? Pues muchos cuando las condiciones no son las adecuadas». A los primeros les reprocha las intenciones: «Si ETA hubiese dicho ‘tenemos la voluntad de disolvernos’, que es lo que hizo la ETA político-militar, entonces yo creo que no debería haber ninguno». A los segundos les reprocha su acción: «Los asuntos políticos hay que resolverlos con acciones políticas que sean claras y que estén sujetas a la discusión política de todos los ciudadanos, no a unos que se sientan en Oslo y hablan de esto y de lo otro como si todos los demás no existiéramos».

Hay jefes de ETA que podrían serlo y podrían aclarar muchos de los crímenes que todavía están sin aclarar, pero esos son unos poquitos nada más, cuatro ‘pelaos’. La mayoría son la morralla del ejército etarra

Con críticas al proceso seguido y dudas sobre si de verdad conducirá al final definitivo, quedan muchos escollos que superar. Uno de los principales es el de presos como los asesinos de Fernando. La solución para desatascar la situación pasa, de nuevo, por una lectura económica: «En este mundo todo es una cuestión de incentivos. ¿Qué ofrece ETA? El heroísmo, un heroísmo que hace que haya personas que estén pudriéndose en la cárcel y hasta el gorro. Imagínate a un individuo que está cumpliendo condena por colaboración, al que le dices que si se va de ETA su condena queda reducida a la mitad. Claro, esos incentivos son muy fuertes», defiende. Pero no es eso lo que se hace ahora. «Si lo que tú les dices es ‘no, vosotros arrepentíos, sed unos delatores…’. Muchos de ellos no pueden ser delatores de nada porque son meros ejecutores de órdenes. Es verdad que hay jefes de ETA que podrían serlo y podrían aclarar muchos de los crímenes que todavía están sin aclarar, pero esos son unos poquitos nada más, cuatro ‘pelaos’. La mayoría son la morralla del ejército etarra». Y entre los demás asegura que muchos «están arrepentidos de haber estado en ETA porque quieren salir de la cárcel, pero no lo suficiente como para ser unos chivatos». En cualquier caso, plantea dudas sobre algunos de los testimonios de presos de ETA en los juicios. «Cuando a gente así les ha preguntado el juez han dicho que no recuerdan nada. Bueno, puede que estén diciendo la verdad… pero no me lo creo. Hay acontecimientos en la vida de los individuos que, en fin, algún detalle se te puede escapar, pero si tú fuiste a matar a otro junto con un compañero y habías vivido con él alguna buena temporada dentro de un comando, te acuerdas de que ese iba contigo». Acaba la frase y levanta de la mesa las dos manos a la vez: «Eso es impepinable».

«No estoy hablando de soltar los presos en la calle», explica sobre lo que habría que hacer con esa parte de los convictos, «estoy hablando de incentivar que sean los propios militantes de ETA los que desistan de estar en la organización». El objetivo es que tenga lugar un vaciamiento de la misma que los aboque a la desaparición. La propuesta, «que no puede aplicarse a los que han cometido delitos de sangre», es similar a lo que hicieron en Italia con las Brigadas Rojas y la Ley de disociación. «Esa desvinculación además tenía que ser efectiva y permanente a lo largo del tiempo, de tal manera que un desvinculado que volviera a hacer cualquier acto de propaganda, o que demostrase cualquier conducta que tuviera relación con las Brigadas Rojas, volvía a la cárcel». Los resultados en Italia, asegura, fueron definitivos. «Dieron un plazo de treinta días para que quien quisiera acogerse lo hiciera, y fueron unos mil quinientos brigadistas. Eso acabó con la organización», según recuerda. «Por tanto, no se trataba de soltar presos que firmaban un papelito y ya se ha arreglado todo, no, era una cosa mucho más seria».

Lo de la vía Nanclares es de coña», espeta. «Es un diseño mal realizado con un resultado malo, porque veintitrés o veinticuatro presos sobre un conjunto total de más de seiscientos… que no me cuenten que eso es un resultado bueno

En las antípodas de esa propuesta «mucho más seria» estaría la política de reagrupamiento en cárceles cercanas al País Vasco de presos arrepentidos que se mantuvo durante unos años. «Lo de la vía Nanclares es de coña», espeta. «Es un diseño mal realizado con un resultado malo, porque veintitrés o veinticuatro presos sobre un conjunto total de más de seiscientos… que no me cuenten que eso es un resultado bueno». En la propuesta que Mikel plantea, el acercamiento no es el incentivo: «Si las leyes penales dicen que un preso con un problema puede ser trasladado a otra cárcel para tener una mejor solución, no me parece mal. Me hubiese parecido mal que lo hubiesen tratado de excarcelar por la puerta de atrás». Se refiere entonces al caso de Josu Uribetxeberria, que cumplía condena por varios asesinatos y secuestros y falleció un año después de ser excarcelado para ser tratado de un cáncer terminal. «Hay gente que dice que, encima, no se arrepintió. ¿Y a mí qué más me da si se arrepintió o no? Yo creo que no había que haberle excarcelado por la simple razón de que planteó un desafío al Estado con una huelga de hambre, y el Estado no puede ser tan débil como para responder a ese desafío excarcelándole. Ahora, ante un individuo con cáncer, que está en una situación terminal, pues apliquemos lo que dicen la leyes penales, no necesitamos ninguna moral», dice en referencia a la idea del arrepentimiento. Antes que el de Uribetxeberria cita otro caso similar, el de Aitzol Gogorza, con severos trastornos psiquiátricos: «¿Qué le pasó a Gogorza? Pues que es un suicida y, claro, como el Estado no puede permitir que los presos se suiciden en la cárcel, necesitaba un tratamiento específico y en este caso el tratamiento no consistía en sacarlo a la calle, sino en colocarlo en la cárcel de Basauri, cerca de su familia, donde pudiera tener visitas y estar acompañado de otros presos para que no se suicidara… Bueno, esto es lo que dicen las leyes, pues cumplamos lo que dicen las leyes, no necesitamos inventarnos ningún tipo de excusa».

El terrorismo es una cuestión política, y las cuestiones políticas no se resuelven con criterios morales, se resuelven con criterios políticos

Buesa critica que, respecto a ETA, siempre ha habido disposición para hacer «una interpretación flexible del derecho». Se hizo con la ETA político-militar en los ’80, y aunque valora que el resultado fuera bueno «en el sentido de que hubo un centenar de individuos que abandonaron el terrorismo», también tuvo efectos negativos: «La consecuencia fue que se quedaron sin resolver unos cuantos crímenes que estaban en manos de esos individuos que salieron de la cárcel, algunos de los cuales incluso hicieron luego una carrera meritoria de carácter democrático». Para él, la solución no es «arrinconar la ley para justificar una operación política», sino hacer una ley «que ajuste las actuaciones políticas al derecho, y además que sea conocida por todo el mundo y que sea discutida en el Congreso». Separa por tanto ideas como «arrepentimiento» y «cumplimiento de condena». «El terrorismo es una cuestión política, y las cuestiones políticas no se resuelven con criterios morales, se resuelven con criterios políticos», sostiene, en una frase que levantaría ampollas en boca de un representante de la izquierda abertzale. «A mí que un terrorista se arrepienta o no me da igual, lo que me importa es que deje de utilizar la violencia para tratar de lograr sus fines políticos. La cuestión es que yo a esa afirmación no le doy ninguna connotación moral, pero ese de la izquierda abertzale sí. Para él, alguien que ha matado por sus ideas es un preso político y, efectivamente, es un preso político. Pero cuando el abertzale dice ‘es un preso político’ no está diciendo que lo sea porque haya hecho la política a través de la violencia, sino porque es un preso de conciencia, que es una cosa bastante distinta. En este país hemos vivido una dictadura y hay gente que ha estado en la cárcel por sus ideas políticas, y eso es ser un preso político y a la vez un preso de conciencia. Pero estos de ETA no son presos de conciencia, son presos políticos porque su delito es de naturaleza política, pues consiste en haberse llevado por delante a una o varias personas haciendo política a través del ejercicio de la violencia. Por lo tanto, están muy bien metidos en la cárcel, y no están ahí por su conciencia, sino por sus actos violentos».

Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

Mikel Buesa (Autor: Borja Ventura)

A mí que un terrorista se arrepienta o no me da igual, lo que me importa es que deje de utilizar la violencia para tratar de lograr sus fines políticos

Si el arrepentimiento no debe entrar en la ecuación y la delación no funciona, ¿cabe al menos la reinserción? «Posible es. Hay presos de ETA que han salido de la cárcel y luego se han ido a su pueblo y se han puesto a trabajar allí. ‘Candidito’, como llamaba Pilar Elías al asesino de su marido (Cándido Azpiazu), salió de la cárcel y montó su cristalería, con poca fortuna, por cierto, y no tenemos ninguna noticia de que haya asesinado de nuevo ni nada por el estilo. Ahora, seguro que sigue siendo ultranacionalista e independentista, que vota a los de Batasuna…, pues bien, pues vale. ¿Que a mí no me gustan esos individuos? Pues no, no me gustan, pero viven en una sociedad con el mínimo que debe ser respetado, que es la vida de los demás». Y cita algunos otros ejemplos: «Mario Onaindia, a quien tuve la oportunidad de conocer hace bastantes años, había sido un miembro de ETA; Teo Uriarte fue miembro de ETA -tras la escisión de ETA-PM, ambos pasaron a Euskadiko Ezkerra y, de ahí, al PSOE- y bueno, ahí está, ejerciendo. Quiero decir que la reinserción es perfectamente posible. Ahora, es posible también que haya algunos individuos que no sean reinsertables», reflexiona mientras levanta la mirada por encima de las gafas.

La reinserción es perfectamente posible. Ahora, es posible también que haya algunos individuos que no sean reinsertables

Pasados quince años, los asesinos de Fernando ni se han arrepentido ni se han reinsertado. Mikel tampoco se plantea reunirse con ellos en caso de que eso cambiara y pidieran hablar con él. Tampoco quiere mandar pregunta alguna a ningún otro entrevistado. «Prefiero que no», se excusa, siendo el único que se niega a participar. No es sólo en eso en lo que es el único: está enfrentado a los socialistas, es contrario a los nacionalistas, no tiene relación con el partido que ayudó a montar, mantiene cuentas pendientes con compañeros de plataforma y, según su entorno, también discrepancias con el núcleo de su familia, aunque él asegure tener una extraordinaria relación con ellos. Mikel sabe de economía, de balances y de facturas, pero, como la de tantos otros arrastrados por esta historia, también sabe de las fracturas que hay a su alrededor.