Borja Sémper (Autor: Borja Ventura)
Borja Sémper (Autor: Borja Ventura)

Borja Sémper: «Algunos nos aplaudían sólo cuando poníamos la nuca y hoy, cuando queremos poner la boca, no nos lo permiten»

Entrevista a Borja Sémper, del PP vasco. Llevó escolta desde los 19 años por las amenazas de ETA. Este texto es parte de ‘Guztiak‘, un libro de entrevistas sobre el final de ETA.

 

«¿Esperas a Borja? Aún no ha venido, pero no tardará», dice la joven camarera al otro lado de la barra. Lo hace después de que llegara con prisa, escrutara la sala, viera la endeble escalera de caracol a un extremo, subiera al restaurante y, al verlo vacío, volviera a bajar. Es un cuarto de hora más tarde de lo que debería, pero aún pasará otro tanto hasta que Borja llegue. Al hacerlo, saluda y, tras un gesto, se acerca a las escaleras para bajarlas, no para subirlas. La cita no tendrá lugar en el restaurante, sino en el almacén del local, donde hay una mesa para ocho comensales y un pequeño televisor encendido, un rudimentario reservado en el que pasar inadvertido, destinado a habituales del lugar como él. Es un rincón escondido en un bar aparentemente normal situado en la esquina de una galería a pocos metros del Ayuntamiento de San Sebastián. Chuletón, patatas, una ensalada y una botella de tinto, todo para compartir. Acordar el menú lleva medio minuto de chanzas con otro camarero, al que le pide que esta vez saque «la ternera buena». Al terminar la comida él se las devolverá al mencionarle lo que ese mismo día varios medios de cotilleo llevan en portada: la relación del líder popular guipuzcoano con una conocida actriz vasca. Él sólo sonríe. También lo hace al decir que sí, que seguramente habrá algo más complicado que ese puesto a la cabeza del PP en la provincia más nacionalista del País Vasco, «pero no se me ocurre qué». Acabadas las bromas y la elección del menú, suelta un «al lío» y empieza la conversación.

Si la Euskadi de hoy no es la misma que la del año ’99, el discurso del PP no puede ser el del año ’99. Yo no puedo hablar de ETA como si estuviera asesinando

«Lo que algunos no entienden, probablemente de una manera interesada, es que si la Euskadi de hoy no es la misma que la del año ’99, el discurso del PP no puede ser el del año ’99. Yo no puedo hablar de ETA como si estuviera asesinando». Borja Sémper es una de esas voces que algunos verían discordantes dentro de un partido acostumbrado a un discurso muy monolítico, y justo contra eso es contra lo primero que carga. No tiene problema en decir que sus palabras no son iguales a las del PP de Madrid: «Obviamente no, porque la realidad en la que tenemos que hacer política es completamente diferente. Nos unen una serie de cosas, una serie de posicionamientos políticos, pero la realidad donde tenemos que interactuar es diferente», comenta. Ese contexto al que se refiere es el que le lleva a hablar de «torturas» en el País Vasco, algo que nadie de su partido hace ante una grabadora, o a poner en valor la vía Nanclares y los encuentros entre presos y víctimas. «Algunos nos aplaudían sólo cuando poníamos la nuca y hoy, cuando queremos poner la boca, no nos lo permiten. De tal forma que si tú quieres aportar una reflexión, si tú quieres aportar un análisis, a la primera de cambio, en cuanto haya algo que no les cuadra, te tachan de traidor», lamenta. Pero él tiene claro que en su postura no hay traición alguna a sus ideas: «En el PP vasco seguimos exigiendo la disolución definitiva de ETA sin contrapartidas».

Nuestra democracia falla cuando se producen torturas, y como están condenadas por tribunales se puede hablar con naturalidad: ha existido la tortura en España

Las primeras respuestas de Borja evidencian que su discurso no es el del típico miembro del PP, ni siquiera en el País Vasco. Es cierto que muchos militantes y algunas caras conocidas del partido hacen algunas concesiones inusuales en sus filas, pero casi siempre como una confesión ‘off the record’. Él no. Habla sin pestañear de cosas que harían que esos que lo critican se removieran en sus asientos. «No hemos reaccionado siempre bien», dice mientras da cuenta de un trozo de carne y defiende a la vez el Estado de derecho. «Nuestra democracia falla, o nuestro sistema falla, cuando en nuestras estructuras de poder se monta un grupo antiterrorista ilegal como son los GAL. Eso es un fallo de la democracia serio, grave. Nuestra democracia falla cuando se producen torturas, y como están condenadas por tribunales se puede hablar con naturalidad: ha existido la tortura en España, ha habido funcionarios del Estado que han torturado». Mira directamente a los ojos cuando lo dice, y una vez afirmado eso, devuelve su discurso al marco habitual. «La izquierda abertzale a mi juicio peca, como todos los movimientos extremistas, de hipérboles: el Estado no tortura, sino que ha habido funcionarios del Estado que han infringido la Ley y el Estado ha reaccionado condenándolos», afirma. «A veces con condenas que algunos valorarán más o menos justas», matiza. En su concesión hay, al final, un espaldarazo al Estado: tiene fallos, pero acaba funcionando. «También es cierto, y es algo para hacer un análisis equilibrado y justo, que la directriz que tenían todos los miembros de ETA era denunciar torturas inmediatamente después de haber sido detenidos. Eso también dificulta mucho, y estaría bien que fuera reconocido».

Entre bocado y bocado va hilvanando frases fuera del discurso oficial de su partido con palabras amables para el sistema. «El Estado falla, el Estado comete errores, graves en algunas ocasiones, pero se va perfeccionando. Lo que no podemos tolerar es el diseño, la organización y la acción de grupos que quieran subvertir el orden constitucional o que quieran conseguir objetivos políticos a través de la utilización de la violencia -defiende-, siendo conscientes de que este Estado de derecho es imperfecto, como todos los del mundo desarrollado, y que merece ser perfeccionado continuamente». En la actual situación, lo que queda es, en su opinión, que ese Estado de derecho siga funcionando. «Que aquellos que están en la clandestinidad y que tienen causas pendientes por haber cometido asesinatos cumplan ante la Justicia. Parece razonable que los que están encarcelados cumplan sus penas. Y no es venganza, es la aplicación del Estado de derecho. También parece razonable que si el Constitucional permitió que la izquierda abertzale se presentara a las elecciones, se presente a las elecciones. Es la aceptación de las reglas del juego, la aceptación de la democracia», añade. Borja, que va vestido con una camisa de pequeños cuadros blancos y azules bajo un jersey de pico de color verde, va dando cuenta de otro trozo de carne sin dejar de hablar. A su espalda y junto a él, una hilera de grandes estanterías metálicas con varias filas de botellas de vino y latas de conserva. En la televisión, un partido de tenis que casi sirve de metáfora de fondo a la conversación, entre preguntas y respuestas.

Parece razonable que los que están encarcelados cumplan sus penas. Y no es venganza, es la aplicación del Estado de derecho

Ahora hablar de todo esto, reconocer las sombras de la actuación del Estado y ver normal la presencia de la izquierda abertzale en las instituciones, quizá no resulta tan llamativo. Pero cuando tomó la decisión de meterse en política las cosas eran muy diferentes. Rememora aquellos días y habla de cómo no se podía «hablar con libertad en la calle», o de cómo había gente «a la que le hubiera gustado participar en política y no lo hizo por el riesgo que esto podía entrañar. La convivencia y la política en Euskadi pasan a estar absolutamente condicionadas por la existencia de una banda terrorista», comenta. «Cuando ETA asesinaba, era protagonista; cuando ETA hacía un comunicado, era protagonista. Los ediles amenazados, las agresiones en la calle… Yo me negaba a vivir en una tierra en la que para ser vasco auténtico tuvieras que ser nacionalista porque, si no, eras un vasco a medias. Y el PP, con Gregorio Ordóñez, sobre todo con Gregorio Ordóñez, me parecía el lugar ideal. Yo quería hacer algo para acabar con ETA y entendí que mi sitio era este», describe. Ordóñez, el primer concejal al que mataron en su estrategia de la socialización del dolor, que consistía en llevar a cabo golpes contra objetivos muy concretos incluyendo a cargos electos, fue simbólico para muchos, y también para él. Aunque, en realidad, el caldo de cultivo que lo llevó a dar el paso definitivo para meterse en el PP vino antes. «Para mí hubo una catarsis cuando escribí una carta al director de El País porque habían asesinado a alguien. Tenía catorce años. A raíz de aquello tuve problemas en el instituto, y me dije: ¿qué país es este en el que no puedes escribir diciendo que asesinar está mal? ¿En qué país me ha tocado vivir? ¿Qué casa de locos es esta?». Trenza las preguntas frunciendo el ceño, con expresión de desagrado. «Joder, ¿cómo hemos llegado a este punto en el que no hay un mínimo común denominador entre todos en el que pegarle un tiro a uno porque sea, yo qué sé, de Equo, está justificado, o a mí porque sea del PP, aunque esté profundamente equivocado? O agredirme, chavales de mi misma edad, de mi misma generación, ¿qué está pasando?», vuelve a preguntar. Pincha con el tenedor mientras mira el plato y sigue. «Tíos que no han vivido la dictadura, por ejemplo, que han vivido en una sociedad en la que han podido estudiar en euskera íntegramente, en la que no hay ningún tipo de restricción para que puedas desarrollarte como creas conveniente, en la que incluso puedes decir lo que quieras… Menos yo».

Tres años después de esa carta, con diecisiete, decidió entrar en Nuevas Generaciones del PP. «Yo soy liberal. Conceptualmente los partidos políticos no son las estructuras que más me gustan. En general los colectivos verticales, por decirlo de alguna manera, no me gustan. Pero en aquel momento, en el año ’95, yo estaba deslumbrado por la figura de Gregorio Ordóñez, que era un tipo que en aquellos años decía cosas frente a la izquierda abertzale, frente a ETA, que no era habitual oír. Luego, además, tenía un estilo político que creo que vuelve a ser necesario: era un hombre muy libre, muy independiente con respecto a sus siglas a la hora de pronunciarse sobre cualquier aspecto de la gestión municipal o política», comenta en algo que suena como otra crítica a esos de los que hablaba al inicio de la conversación. A él, y a otros que entraron en el PP más o menos a la vez, se les ha conocido como la ‘generación de Miguel Ángel Blanco’: Antonio Basagoiti, que fuera líder del partido en el País Vasco; Arantza Quiroga, que lo sustituye, o Iñaki Oyarzábal. «Los medios de comunicación tienden a buscar etiquetas para describir situaciones complejas, es parte del juego», dice. «Pero no deja de ser algo significativo que te asocien con una persona que fue secuestrada y a sangre fría le pegaron dos tiros en la nuca. Es un honor por un lado, pero es significativo del mal, del grado de drama que hemos vivido en Euskadi. Nos llaman así porque éramos de la misma generación. Fue Miguel Ángel Blanco pero podía haber sido yo si no hubiera tenido escolta», dice encogiéndose de hombros y negando con la cabeza. «He tenido escolta desde los diecinueve años. No sé si hay un país desarrollado en occidente en el que una persona de esa edad tenga que llevar protección por militar en un partido político», reflexiona, al tiempo que, tras dudar, explica que aún sigue llevando protección cuatro años después del anuncio de ETA, aunque «de una manera más relajada».

Borja Sémper (Autor: Borja Ventura)

Borja Sémper (Autor: Borja Ventura)

Te has librado por los pelos, iban a por ti: les has tenido codo con codo, no te han matado porque pensaban que tenías escolta, pero iban a volver y los hemos detenido justo en ese momento

Con catorce años escribió aquella carta, con diecisiete entró en Nuevas Generaciones, con diecinueve le pusieron escolta y con veintidós intentaron matarlo. «Estaba en la puerta del cine, con mis amigos, y me llamó un guardia civil del servicio de información. Me dijo ‘oye, estoy en un interrogatorio de los que detuvimos ayer en Francia. ¿Tú sales de casa a las ocho de la mañana, te recogen unas compañeras, paráis en Rentería a recoger a otra, vas a la universidad…?’. Y yo, mientras mis amigos entraban al cine, asentía ‘sí, sí…’. Y me dice ‘tío, te has librado por los pelos, iban a por ti: les has tenido codo con codo, no te han matado porque pensaban que tenías escolta, pero iban a volver y los hemos detenido justo en ese momento’ «, rememora. «Me dijeron que en aquel comando participó Iratxe Sorzábal, supuestamente de la cúpula de ETA». Nacida en los ’70 y madre de una hija con el también etarra Mikel Carrera, Sorzábal llevaba huida desde 2001 y fue detenida catorce años después. Tras la caída de las últimas cúpulas de ETA, y después del comunicado en el que anunciaban el cese de la actividad armada, su nombre era uno de los tres que las fuerzas de seguridad del Estado situaban como cabezas de la organización. «Iratxe Sorzábal es de Irún, como yo, mis padres conocen a los suyos. Alguien de mi generación, nacida en el mismo sitio que yo y probablemente perteneciente al mismo estrato social, clase media, iba a participar en mi asesinato», afirma mientras asiente con la cabeza muy despacio.

Mi hijo va a compartir Euskadi con los hijos de quienes me quisieron asesinar. Mi responsabilidad como político es la de contribuir a que la Euskadi de mi hijo y de los hijos de quienes me quisieron asesinar sea infinitamente diferente a la que me ha tocado padecer a mí

Esa no ha sido la única amenaza seria que ha sufrido Sémper a causa de su filiación política. «La Policía Nacional identificó a un comando e incautaron documentación según la cual iban a poner una bomba en un contenedor de mi barrio para cuando me vinieran a buscar al salir de casa. Al final no supieron bien dónde hacerlo y me libré». En otros documentos de ETA aparecía su nombre, señalando que iba «por la parte vieja», narra. «He intentado que ETA no me amargara la vida», dice al tiempo que asegura que tiene copia de esos documentos, que no son una invención. «He tenido concentraciones contra manifestaciones en las que me decían ‘Sémper, fascista, el próximo en la lista’. Eso me ha pasado. No lo digo con dramatismo, porque lo tengo superado desde el minuto de haberme pasado -asegura-, pero ha habido una justificación social de la violencia, y eso es terrorífico. A pesar de esas circunstancias, lo que hay que hacer como responsable político, porque si no me tendría que dedicar al macramé, es mirar al futuro. No quiero una Euskadi en la que a nadie le pase eso. Mi hijo va a compartir Euskadi con los hijos de quienes me quisieron asesinar. Mi responsabilidad como político es la de contribuir a que la Euskadi de mi hijo y de los hijos de quienes me quisieron asesinar sea infinitamente diferente a la que me ha tocado padecer a mí. Pero para eso también tienen que arrimar el hombro los que me quisieron asesinar, para que sus hijos no reproduzcan el odio que tuvieron sus padres», reflexiona.

Borja hace una breve pausa y aprovecha para dar un bocado. «¿Está buena, no? Dale al último trozo mientras yo me trabajo el hueso», dice, intentando comer algo entre frase y frase. Empieza a hablar entonces de otros rivales, los de la política, y de cómo la situación de violencia en el PaísVasco ha hecho que se perciban de otra forma. «Cuando salías de casa por la mañana sin saber si ibas a volver por la noche porque podía llegar alguien por detrás y hacerte así…», dice haciendo con dos dedos el símbolo de la pistola. «Cuando has superado eso, tu forma de entender la discrepancia política se transforma completamente. Claro, eso une. Eso une mucho», comenta con una sonrisa amarga al hablar de la relación entre PP y PSOE. «La discrepancia política, la dialéctica izquierda-derecha, deja de tener sentido. Tiene sentido en un debate político, pero no te distancia de una persona. Cuando voy a Madrid y veo la agresividad que hay entre izquierda y derecha pienso: ¿estáis locos?, ¿de qué estamos hablando? Discrepad, discutid, debatid, pero id a tomar un whisky luego juntos, coño. De cara a determinados periodistas o determinadas líneas editoriales parece que tiene que haber una guerra, cuando la discrepancia política en una democracia consolidada debería ser algo no ya sano, sino a alentar», dice abriendo los brazos mientras apura el último bocado.

Lo que fuera del País Vasco ha sido crispación, dentro ha sido durante años como una especie de frente común, si no en lo político, al menos sí en lo anímico. Pero, tiempo después, eso a lo que se enfrentaban ya no está. «Se ha acabado la ETA que nos mataba, no se ha acabado ETA, y por tanto no se ha acabado la historia de ETA. La ETA que más nos importaba, esa que ponía bombas y asesinaba, esa se ha acabado, y nos queda la ETA simbólica», reflexiona. Y la importancia de ese símbolo es, en su opinión, el asegurarse de que en el País Vasco «no se vuelva a permitir nada parecido». Defiende que para construir «un futuro inmunizado frente al totalitarismo» hace falta que las nuevas generaciones «tengan bien claro que la violencia es ética, moral y políticamente reprobable en cualquier circunstancia. Por eso es importante que nos alegremos, porque ETA ha dejado de asesinar, pero es importante que no bajemos la guardia ante la exigencia ética», asegura. Y ese plano ético es el que más reprocha, por ejemplo, a una izquierda abertzale que, en su opinión, no ha hecho lo suficiente por dejar claro que justificar la violencia no es admisible.

La violencia de ETA pierde profesionalidad. Esa ETA omnipotente de los años ’80 y ’90, capaz de poner bombas en el centro de Madrid o de asesinar a su antojo, pierde esa capacidad operativa. El mito de la imbatibilidad policial de ETA cayó

Para Sémper la decisión de ETA de dejar de usar la violencia tiene que ver con una derrota, aunque advierte que no usa el término en sentido revanchista. En su opinión, ETA deja las armas por necesidad y por derrota policial. «ETA atraviesa su momento de mayor debilidad operativa cuando caen los comandos uno tras otro», dice, y señala «el caso de ‘Thierry’ como el último y más significativo». Saca un cigarro y lo enciende con un aparatoso mechero que hay sobre la mesa. «Esto es muy jodido hablarlo en estos términos, pero la violencia de ETA pierde profesionalidad. Esa ETA omnipotente de los años ’80 y ’90, capaz de poner bombas en el centro de Madrid o de asesinar a su antojo, pierde esa capacidad operativa. El mito de la imbatibilidad policial de ETA cayó, y cayó porque hubo una cosa que se llamó Ley de Partidos que ilegalizó a Batasuna, porque la acción de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, fundamentalmente la Guardia Civil, fue perfeccionándose a lo largo de las décadas, cayó por la acción y la colaboración internacional, por la movilización ciudadana y porque la pérdida de respaldo social o de silencio social fue también determinante», reflexiona. Todo eso, en su opinión, «les lleva a entender que la violencia les perjudica». Pero en su discurso destaca sobre los demás factores el frente político, el de la ilegalización de Batasuna y sus marcas sucesoras.

De hecho, se remonta aún más atrás en el tiempo para describir el inicio de ese ocaso. Concretamente a 1997, cuando Baltasar Garzón ordenó el encarcelamiento de la mesa nacional de Herri Batasuna. En total, veintitrés miembros que fueron condenados a siete años de cárcel por la emisión de un vídeo electoral en el que replicaban un comunicado de ETA en el que la organización sustituía la alternativa KAS, su faro político hasta entonces, por la llamada ‘Alternativa Democrática’. El spot, censurado en los espacios electorales de los medios nacionales, fue el punto de apoyo de la judicatura para iniciar la ilegalización de las marcas abertzales. «Recuerdo una reunión con Jaime Mayor a la cabeza estando yo en Nuevas Generaciones, cuando era insoportable que nos mataran de esa manera. Hubo entonces voces que dijeron “oye, ¿por qué no hacemos como en otros países en los que partidos políticos que defienden la violencia son ilegalizados?”. La respuesta de Mayor a aquella reunión interna fue decir que eso supondría en Euskadi un clima social insoportable», rememora. Pero, según su relato, no fue así.

«Se encarcela primero a la mesa nacional de HB y no pasa nada. Se ilegaliza a HB y sus marcas y no pasa nada. Es verdad que ese mundo se revuelve, pero la vida sigue», asegura. «Mi pregunta es: ¿en España permitiríamos un partido político que justificara por ejemplo la superioridad de la raza blanca sobre la negra? O dicho de otra manera más doméstica: ¿aceptaríamos a un partido que dijera que pegar a las mujeres está justificado por ser el sexo débil? Estoy yéndome a una caricatura -advierte-, a un retrato de brocha gorda». Aspira una calada y continúa: «En España hemos tolerado a un partido que después de cada asesinato decía que estaba justificado políticamente. Oye, en un país democrático eso de ilegalizar un partido… Bueno, pues depende de qué defienda ese partido. Yo no quiero un partido que defienda el franquismo en España, no lo quiero. Tampoco quiero un partido que defienda a ETA», reflexiona. «El problema no lo tenía la democracia, lo tenían quienes justificaban el terrorismo de ETA», dice como respuesta a los interrogantes democráticos que levantó en su día la ilegalización de las formaciones abertzales. «En Euskadi había partidos políticos que defendían la independencia de Euskal Herria y de un Euskadi socialista que no fueron ilegalizados. A Batasuna no se la condena por pensar de una manera determinada: se la ilegaliza por ser el brazo político de una organización terrorista», explica. «El todo es ETA del que hablan no es ‘todo es ETA’. Es que ETA era un movimiento muy global y complejo que tenía varias ramificaciones y varios frentes abiertos. Uno de ellos era el político, el institucional, encabezado por HB y cualquiera de sus marcas, que además era la financiación, el soporte ideológico, político y socializador de esa realidad terrorista», asegura. «Ese hecho -dice en referencia a la Ley de Partidos-, supone un punto de inflexión y abre el fin de ETA. Funcionó. Creo que esa ilegalización sí fue oportuna», zanja, y enumera el aval de diversas instituciones a aquel articulado legal, desde el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo hasta tribunales penales internacionales.

No es que ETA deje de asesinar porque crean que matar está mal, ni hay un cuestionamiento ético tampoco por parte de la izquierda abertzale: hay un cuestionamiento estratégico de la utilización de la violencia para conseguir los fines políticos que tienen entre manos. Por eso ETA deja de matar

Sémper apaga el cigarro apretándolo contra un cenicero que ha tenido que pedir al camarero. «Es verdad que ese mundo tiene un respaldo electoral muy fuerte, importantísimo, pero es un respaldo electoral que empieza y acaba en ese respaldo electoral», reflexiona. Empieza a ligar entonces la idea de la ilegalización de Batasuna con la falta de respuesta social ante la violencia de ETA. «La sociedad vasca, harta y cansada, no da la cara, no se enfrenta… Pero tampoco se queja cuando ilegalizan a la izquierda abertzale. En mi opinión entiende que lo ideal no es que haya una formación ilegalizada, pero lo que es menos ideal es que haya una formación política que en pleno siglo XXI justifique políticamente la utilización de la violencia y los asesinatos», asegura. «Creo que esa sociedad machacada ve con cierto alivio, sin gustarle ese escenario, que aquellos que justifican el terrorismo no tengan un espacio político normalizado». Esa ilegalización es la que, según él, resulta clave en la decisión de ETA de dejar las armas. «En el llamado ‘Movimiento Nacional de Liberación Vasco’, porque no haré como Aznar y les daré esa carta de naturaleza», lanza media sonrisa y sigue, «hay una dirección política y militar juntas en ETA, y un ejecutor político que es la cara social y política, que es el entorno de Batasuna con sus diferentes marcas. Cuando se interioriza por parte de la cúpula de ETA y también por parte de los dirigentes de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi y otros, que a través de la violencia no se va conseguir ningún tipo de objetivo político, que siguen cayendo los comandos y que además la izquierda abertzale está ilegalizada, que pierde presencia política, es cuando hay un cuestionamiento de esa estrategia. En ese cuestionamiento, que empieza probablemente en el mundo de Batasuna, se traslada la dirección de todo ese movimiento desde ETA a la izquierda abertzale por la vulnerabilidad de ETA. Y es cuando la izquierda abertzale dice: ‘Por aquí no vamos a ningún sitio, esta estrategia no funciona, vamos a cambiar’ «. Sémper pide un paquete de tabaco y sigue. «Hay una derrota, a pesar de lo que algunos dicen en determinados medios vinculados con la derecha. No es que ETA deje de asesinar porque crean que matar está mal, ni hay un cuestionamiento ético tampoco por parte de la izquierda abertzale: hay un cuestionamiento estratégico de la utilización de la violencia para conseguir los fines políticos que tienen entre manos. Por eso ETA deja de matar», resume.

En su discurso sobre el final de la violencia de ETA no ve mérito alguno al llamado ‘proceso de paz’ del Gobierno de Zapatero, algo que Sémper define como «una chapuza». A la pregunta de si se tiene que hablar con todos, no duda como otros de su partido en decir «de hecho, se habla con todos». Pero eso no quiere decir, para él, que siempre se haga bien. «Zapatero, con buena fe, cometió una torpeza política no propia de un estadista», asegura. Su pecado fue enviar «a un particular» a hablar con ETA. Ese «particular» era Jesús Eguiguren, entonces presidente del PSE, partido que ocupaba la lehendakaritza y el Gobierno central, pero que en su opinión tenía un problema de representatividad: «No era Estado», es decir, no venía de Moncloa. «Es como si Rajoy me manda a mí a negociar con ETA. No me parece serio porque está hablando del futuro del Estado», asegura. Tampoco le vale el argumento de que Eguiguren fuera un guipuzcoano de pro, con estrechos lazos con el mundo nacionalista. «Hay que entender a tu interlocutor, y ETA desprecia a aquellos que son meros intermediarios. Su gran aspiración era negociar de tú a tú con alguien del Gobierno», asegura, y eso es lo que hizo José María Aznar. «Mandó a Ricardo Martí Fluxá, secretario de Estado de Seguridad, y a su jefe de gabinete y secretario general de la presidencia, Javier Zarzalejos. Es decir, manda a gente con galones de Gobierno», dice en referencia a las reuniones con ETA de aquel Gobierno popular llevadas a cabo en Suiza en 1999. «Sólo hubo una reunión: en cuanto vieron que ETA quería negociar cuestiones políticas ya no hubo más conversación», asegura.

Para Sémper el problema de aquellas reuniones no estuvo sólo en quién designaron los socialistas, sino también en quiénes fueron los interlocutores por parte de ETA. «En documentos que se han incautado, los propios etarras tenían a ‘Thierry’ como a un loco, un iluminado, un tío sin dos dedos de frente. No estamos hablando de gente con una cultura política o con el discurso sólido que podían tener los dirigentes de ETA de los ’80, incluso de los primeros ’90. Estamos hablando de una pauperización de las posiciones políticas de los dirigentes de ETA. Al final acaban siendo los más tontos entre los tontos los que dirigen la banda terrorista», dice. «Esos son los interlocutores últimos del Gobierno de Zapatero». La única pregunta que Sémper declina responder es la referente a si fueron justos los ataques de su partido aquellos días, cuando se llegó a decir que los socialistas estaban traicionando a las víctimas mientras se hablaba de supuestas concesiones a los etarras. Sin embargo, sí reconoce las que llevó a cabo el Ejecutivo de Aznar: se liberó a no pocos reclusos y se acercó a otros tantos a cárceles del País Vasco. «Eso demuestra lo que le importa a ETA sus presos: son una mera herramienta para la consecución de determinados fines», asegura al respecto. Y entonces la conversación vira hacia las cárceles.

Borja Sémper (Autor: Borja Ventura)

Borja Sémper (Autor: Borja Ventura)

«Nos movemos en el terreno del eufemismo, porque yo entiendo que ahora tienen un problema muy serio con gente que vive al margen de la realidad», dice en referencia a los presos. «El colectivo en su mayoría, el que está ahormado, el que tienen controlado, vive en una Arcadia feliz, en una lucha, en una revolución», asegura. «Ahora tienen que decirles ‘tú mataste, justificamos que mataras, estás en el mako, cumples pena, pero nosotros ahora estamos en el Parlamento Vasco pisando moqueta, ¿eh? Tú estás pringando cárcel, chupa mako, que yo mientras estoy en el Parlamento, en la Diputación, en el Ayuntamiento, normalizado en el sistema democrático español, presentando unos estatutos, cumpliendo la legalidad española’ ”. Eso en ese mundo, que ha sido construido a base de la épica de la revolución, tiene difícil explicación», asegura en referencia a la entrada de Sortu y EH Bildu en las instituciones. «Para ellos sería una traición injustificable. Por eso el problema no es de los demás: el problema lo tienen ellos, un problema gordísimo», asegura. Coge el paquete que le han traído y saca un cigarro. Se acerca el encendedor de la mesa, y sigue. «En la legislación penitenciaria española el objetivo penal debe ser la reinserción del recluso. Establece un proceso, una serie de hitos que en caso de irse cumpliendo facilitan la reinserción del penado, la reducción de penas, el acceso a grados penitenciarios diferentes… Frente a esa legislación, ¿qué es lo que han hecho siempre ETA y la izquierda abertzale? So pena de ser acusados de traidores, obligar a los presos a que mantuvieran una posición firme y unida. Por eso ETA llama a los presos ‘el frente de makos’: a los presos los utilizan como otro frente más ante el Estado de derecho», explica. «Tenerlos bien unidos, monolíticos, impidiendo que esos presos se pudieran acoger a esa legislación. No es la legislación, ni es el Estado el que impide a los presos que se acojan a esos requisitos: es la propia ETA la que los obliga a que cumplan de principio a fin la condena impuesta. Aceptar el cumplimiento de esos requisitos supone aceptar la legalidad española, y eso supone ser derrotados en el frente de makos», argumenta.

La dispersión la mantiene viva ETA. La pregunta, a mi juicio, no es por qué se mantiene la dispersión. La pregunta es por qué ETA se niega a disolverse y que se acabe la dispersión

Es ahí donde vuelve a decir algo que no todos en su partido dicen: «Por eso creo que experiencias como la vía Nanclares debilitan a ETA; las experiencias de gente que ha sido capaz de salirse de la férrea disciplina de ETA en las cárceles y hacer un cuestionamiento ético de la utilización de la violencia y contarlo. A mí me parece muy oportuno y muy necesario para debilitar por un lado a ETA y por otro a la cultura de la violencia», explica. No es tan tajante, por ejemplo, sobre la dispersión: acercamiento sí, dice, pero cuando ETA se disuelva. «Me he reunido con familiares de presos de ETA discretamente -asegura-, y lo que te dicen es que el control férreo que todavía mantiene el mundo de la izquierda abertzale en las cárceles es asfixiante, y sobre ellos en el pueblo también. Romper ese control es fundamental: si se sigue produciendo con la dispersión en marcha, qué no sería si todos estuvieran juntos», pregunta. «En estos momentos la dispersión la mantiene viva ETA. La pregunta, a mi juicio, no es por qué se mantiene la dispersión. La pregunta es por qué ETA se niega a disolverse y que se acabe la dispersión», dice. «El problema cuál es, ¿que cumplan la condena en Nanclares de la Oca o en Herrera de la Mancha? ¿Ese es el problema realmente? Yo creo que todos esos discursos por parte de la izquierda abertzale son de consumo interno. Son mensajes para decir ‘esto se ha acabado pero, ojo, que seguimos, no te preocupes que no vas a tener que cuestionarte éticamente tu posición social o política a lo largo de estos años, tranquilo que te vamos a proteger’. Ahora tenemos el tótem de la dispersión o de la situación de los presos, pero la propia izquierda abertzale también ha pasado de un discurso de amnistía a un discurso contra la dispersión, o a uno de que se faciliten las medidas de reinserción, o a uno de sí a las medidas individualizadas. Ellos también han ido buscando un acomodo que justifique su posición», explica.

Entre el Estado de derecho y una organización terrorista tiene que ganar el Estado. Ha ganado, pero oyes a algunos y parece que nos han derrotado porque Bildu está en las instituciones. No: Bildu está en las instituciones porque el Estado de derecho lo ha permitido, porque han cumplido con la legalidad que se les ha exigido

A la izquierda abertzale le reconoce, en cualquier caso, un cambio, igual que ha cambiado el contexto o el propio discurso del PP. «Es distinta desde el momento en el que utiliza otra estrategia para conseguir lo mismo. Está haciendo casi todo lo que le pedíamos que hiciera para que pudiera jugar en democracia, porque falta una cosa, que yo entiendo que para ellos es muy complicada: cómo explican que durante cuatro décadas matar estuviera justificado y ahora ya no», dice, enunciando una idea que repite varias veces a lo largo de la charla. Esa «necesidad» de reconocimiento de lo hecho y avalado. «¿Qué explicación nos habéis dado a la sociedad vasca, una sociedad machacada tras tantos años de terrorismo? ¿Qué explicación me dais a mí, o a cualquier víctima del terrorismo? ¿Dónde queda mi juventud? ¿Quién me da una explicación por estos años perdidos?», dice señalándose el pecho. «En cualquier caso a mí me importa mucho más el futuro que el pasado», asegura, argumentando que para construir ese futuro «sería importantísimo que aquellos que durante cuatro décadas se encargaron de justificar la utilización de la violencia ahora hicieran un acto de contrición y dijeran ‘oye, no estuvo bien: matar a un guardia civil, a un policía nacional, a una mujer, a un niño, a un cocinero, a un periodista… no estuvo bien, no tuvo justificación’ «. Esa explicación es el «casi», el único «pero» que Sémper pone a la izquierda abertzale que ahora está en las instituciones. «Hay que aceptar las reglas del juego, que pasan inexorablemente por la legalidad que empezó a aceptar la izquierda abertzale desde el momento en que presentó unos estatutos acordes a la Ley de Partidos. Pero en España eso no se ha puesto en valor. No se ha puesto en valor la victoria, y no hablo en términos revanchistas: siempre he creído que entre el Estado de derecho y una organización terrorista tiene que ganar el Estado. Ha ganado, pero oyes a algunos y parece que nos han derrotado porque Bildu está en las instituciones. No: Bildu está en las instituciones porque el Estado de derecho lo ha permitido, porque han cumplido con la legalidad que se les ha exigido», explica en otra crítica dirigida más al fuego amigo que a la izquierda abertzale. «Lo que tenemos que hacer con Bildu es ganarles en las urnas», zanja.

«El tiempo va enterrando a ETA», dice, y desliza que es algo que sucede a pesar de algunos «y no precisamente el PP, aunque parezca a veces lo contrario», dice sonriendo. Hasta ahí la crítica a los cercanos, y vuelve a apuntar hacia el otro lado. «El discurso de la izquierda abertzale es decir que se están poniendo palos en las ruedas del proceso de paz. ¿Qué proceso? Ya hay paz». El problema, en su opinión, es que del lado abertzale eso no se puede decir directamente: «Que ese escenario sea aceptado por ellos supondría aceptar que el problema era ETA, que quien alteraba la convivencia de una manera insoportable era ETA», dice. «Al final hay un intento de complejizar el debate por parte de la izquierda abertzale, de enmarañarlo de tal manera, de darse una importancia tan extraordinaria… Todo para obviar que a veces las explicaciones más sencillas son las que valen, y es que ETA alteraba la política vasca: causaba daño a personas con nombres y apellidos, destrozaba familias…, pero también alteraba la política vasca. Desde el momento en el que ETA ha dejado de asesinar, la política vasca ha entrado en otro cauce, y ya está», zanja moviendo en horizontal una mano con la palma hacia abajo. Aspira la última calada del cigarro y, mientras lo apaga, repite: «Ya está».

Es algo muy común a cualquier nacionalismo, me da igual de qué signo: la identificación del enemigo exterior o de un mal que viene de fuera, un agravio cometido sobre un pueblo para justificar determinadas posiciones políticas y seguir echando gasolina

Se recuesta en la silla y sigue: «La izquierda abertzale cuestiona la democracia española continuamente, una democracia que les ha permitido presentarse a las elecciones y gobernar, que los financia, que les da altavoz… Es algo muy común a cualquier nacionalismo, me da igual de qué signo: la identificación del enemigo exterior o de un mal que viene de fuera, un agravio cometido sobre un pueblo para justificar determinadas posiciones políticas y seguir echando gasolina», comenta. «Cualquier movimiento es utilizado por la izquierda abertzale para venderlo como una debilidad del Estado y una victoria suya», analiza. «Están pecando de mucha soberbia». Vuelve a recostarse en la silla y sigue: «Antes, tras un atentado, un dirigente de la izquierda abertzale hubiera salido justificando: ‘Esto no es lo ideal, pero el conflicto explica este hecho luctuoso…’. Ahora no se le pasaría a nadie por la cabeza justificarlo mínimamente. Hay mucha retórica, mucha, mucho eufemismo, pero nadie entra a la crudeza de explicar por qué», insiste. «A todos los partidos políticos nos piden explicaciones por la corrupción. A estos no. Y yo creo que tienen que darnos una explicación política de este cambio, una justificación ética, que no moral, porque eso corresponde a otro ámbito».

Hay una nueva generación que no te compra la variable nacional de ponerse cachondo con una bandera, ya sea roja y gualda, ya sea de aspas roja, verde y blanca

Hace un alto para pedir los cafés entre nuevas chanzas con el camarero. En cuanto se va, Borja sigue con el razonamiento. «La izquierda abertzale es un movimiento muy endogámico, muy cerrado en sí mismo. Se han construido un mundo ideal: el día después de la independencia, en el que la revolución socialista justifica los medios a utilizar», explica. Y ese discurso homogéneo, según su argumento, «dificulta que se hagan públicamente esos análisis que algunos sí hacen en privado». A ese respecto Sémper también advierte acerca de cómo ha cambiado la política y cómo eso puede cambiar los discursos en el futuro. «Lo que nos viene a la cabeza cuando oímos ‘izquierda’ o ‘derecha’ son sistemas que respondían a un momento histórico determinado a finales del siglo XIX. Esas ideologías daban respuesta a ese mundo. Hoy todo se ha transformado de tal manera que las ideas tradicionales de izquierda y derecha ya no responden a un mundo que es mucho más complejo. Quien menos ha evolucionado políticamente en su discurso en Euskadi es la izquierda abertzale, en las formas y en el contenido de lo que dicen. Allá ellos. Creo que el tiempo pasará como una ola por encima de la izquierda abertzale, como pasará probablemente por encima de los partidos tradicionales si no reaccionamos. Hay una nueva realidad política que llega también a Euskadi, y en esta épica de la revolución socialista hay otros que les ganan, porque ante el componente nacional que introducen los abertzales hay una nueva generación que lo relativiza cada vez más. Puede estar de acuerdo con las desigualdades sociales, con un discurso de izquierda rotunda, revolucionaria incluso, pero la variable nacional de ponerse cachondo con una bandera, ya sea roja y gualda, ya sea de aspas roja, verde y blanca, no te lo compra. Es una generación que ha superado esa dialéctica nacional, y eso a la izquierda abertzale también le va a pasar factura», asegura.

San Sebastián era la ciudad más policial de toda España, porque entre los escoltas, los servicios de contravigilancia, los policías de paisano, las fuerzas de inteligencia, la presencia de terroristas… Había más armas por metro cuadrado aquí que en Beirut

Pero el futuro ya llegará, «y yo no voy a darles pistas», dice. El presente, por lo pronto, ya trae la novedad de pensar sólo en términos políticos. «Desde el momento en el que la muerte no es un factor determinante en Euskadi hay un cambio radical. La variable ‘asesinato’ estaba muy presente. San Sebastián era la ciudad más policial de toda España, porque entre los escoltas, los servicios de contravigilancia, los policías de paisano, las fuerzas de inteligencia, la presencia de terroristas… Había más armas por metro cuadrado aquí que en Beirut», comenta con rostro serio. «En España no ha habido nadie, ningún movimiento, ni un solo político que haya hecho una manifestación pública en defensa de los GAL. Socialmente, al menos públicamente, estaban rechazados y repudiados. Si en Madrid hubiera habido manifestaciones multitudinarias diciendo ‘Vivan los GAL’ hubiera sido un escándalo internacional», comenta. Sin embargo, «en Euskadi ha habido un movimiento social y político que se ha manifestado en las calles en favor de ETA. Aquí hemos tenido justificaciones y manifestaciones en las que se los coreaba», rememora. «El factor violencia es tan determinante, está tan presente en el día a día, que todo lo contamina. Hay demasiados jirones, hay demasiado dolor, hay demasiados agravios, demasiadas deudas que saldar», reflexiona.

A nadie se le puede obligar a que se reconcilie con nadie. Lo que tenemos que hacer es convivir en el mismo espacio físico con gente que opina de manera muy diferente

«Hay un espacio en el que yo soy muy pudoroso, el de la intimidad de cada uno», dice al respecto de cómo intentar tejer esos jirones. «Sobre qué hace una víctima del terrorismo con el victimario, sea cual sea su reacción, creo que la única respuesta posible es el respeto a lo que decidan hacer. Odiar, superarlo, perdonar… Eso responde a la esfera privada», dice bajando la voz. «La reconciliación famosa creo que es una palabra absurda en un Estado moderno. A nadie se le puede obligar a que se reconcilie con nadie. Lo que tenemos que hacer es convivir en el mismo espacio físico con gente que opina de manera muy diferente», asegura. La cuestión es que, en su opinión, «sólo puedes convivir con aquellos que aceptan una regla básica e incuestionable: que agredir o asesinar al discrepante no tiene justificación en una sociedad moderna. A partir de ahí todas las discrepancias son posibles. Pero hay un mínimo común denominador que nos tiene que unir a todos: igual que una persona por el color de su piel no es menos que otra, lo mismo que una mujer por el hecho de ser mujer no es menos que un hombre, que alguien por no ser nacionalista no sea asesinado», defiende.

El conflicto es consustancial a la democracia. Ojalá vivamos siempre en una sociedad con conflictos permanentes, porque si no viviríamos en una sociedad totalitaria en la que todos pensaríamos igual

La deuda de la sociedad consigo misma no sería, por tanto, reconciliarse, sino convivir. Y, a la vez, desechar la idea de que el conflicto es negativo. «El conflicto es consustancial a la democracia. Ojalá vivamos siempre en una sociedad con conflictos permanentes, porque si no viviríamos en una sociedad totalitaria en la que todos pensaríamos igual. Interesadamente se ha elevado a una categoría superlativa el llamado conflicto: esta sociedad tiene conflictos y los seguirá teniendo toda su vida. El problema es cómo los dirimes, y en democracia se dirimen en las urnas», afirma. «En Euskadi no existe un problema con el resto de España, lo que tenemos es un problema interno. Algunos creemos que esta sociedad es muy plural, que hay muchas ‘euskadis’, que hay muchas formas de entender la identidad. Otros quieren unificar la supuesta identidad vasca y pensar que Euskadi es homogénea frente a una España que nos oprime», dice. «La identidad es algo que pertenece a la esfera privada de cada individuo. Aceptar la pluralidad de Euskadi significa aceptar que, primero, tenemos que ponernos de acuerdo entre los vascos. Y ese es el gran reto que tenemos».