Acuerdo (Fuente: Pexels)
Acuerdo (Fuente: Pexels)

Los pactos como debilidad y como fortaleza: cuando liderar depende de renunciar

Los pactos en política son peligrosos. Para muchos pueden ser el reflejo de una situación de debilidad, ya que precisar apoyos externos para conseguir algo suele llevar aparejado tener que hacer renuncias al objetivo final. Eso es a la vez algo bueno y malo: cedes para negociar… pero estás cediendo a fin de cuentas.

Además, los pactos casi nunca son igualitarios, ya que un firmante acaba sacando mucho más rédito que la otra. Ejemplos sobran, pero basten dos. El primero, cuando la Gran Coalición alemana provocó un derrumbe del que la socialdemocracia aún no se ha recuperado; el segundo, cuando años más tarde los liberales británicos sacrificaron su alma y sus votos por un gabinete conjunto del que no lograron rascar ni una medida relevante para luego desaparecer del mapa político.

También hay casos, como el ya citado de Alemania, donde hacerlo es casi una necesidad democrática. Por más que la fuerza ganadora tenga mayoría holgada para gobernar, no entienden la formación de Gobierno sin amalgamar fuerzas con otros partidos -aunque eso suponga dejar a la ultraderecha como principal fuerza de la oposición-.

Pero, más allá de tradiciones tan concretas, los pactos en política son, además de arriesgados, imprescindibles. Eso es así especialmente en situaciones donde el voto se polariza y son varias las formaciones en liza, como sucede ahora en España. Cuando las mayorías claras se diluyen, es necesario negociar para decidir. Eso trae consigo que la toma de decisiones se demore, y que efectivamente haya renuncias y desvíos respecto a las promesas electorales. Pero -se supone- conlleva también que los acuerdos nazcan con mayor fortaleza y resistencia a posibles cuestionamientos internos.

El primer enemigo, tu votante

Pactar es, en cierta forma, reconocer al rival. Supone hacer frente común para un interés compartido… o la concesión de algo a cambio de otra cosa. Política, a fin de cuentas.

En términos generales, quien pacta se expone. Y quien pacta demasiado acaba señalado como un oportunista, o como alguien que es capaz de renunciar a la consecución de sus objetivos a cambio de una cuota de poder

Sin embargo el propio votante de las formaciones que pactan es el que muchas veces recela de los pactos. Lo hace no sólo porque suponga desviar el rumbo de una medida concreta, sino también por lo que conlleva de acercamiento al ‘contrario’. En términos generales, quien pacta se expone. Y quien pacta demasiado acaba señalado como un oportunista, o como alguien que es capaz de renunciar a la consecución de sus objetivos a cambio de una cuota de poder.

Se da también la visión contraria: aquellos que, en situaciones de bloqueo, ven en el pacto una salida necesaria. Una especie de ‘responsabilidad política’ en la que se valora justamente la capacidad de sacrificio por un bien mayor.

Sea cual sea la percepción que provoque un pacto concreto, siempre provoca tensiones. Las primeras suelen ser internas, con descuelgues en los partidos -en unos más que en otros- que pueden acabar hasta en escisiones internas. La izquierda española, en general, está llena de casos así. El tamaño de esas tensiones, en cualquier caso, siempre dependerá de lo ‘contra natura’ que dichos acuerdos puedan ser.

El segundo enemigo, tu posición

A grandes rasgos, no es lo mismo un acuerdo puntual que un acuerdo de gobierno. No es lo mismo la formación de una lista electoral conjunta que la asimilación de un colectivo político externo. No es lo mismo un acuerdo en común que coincidir en el sentido de un voto. No obstante, todos esos casos son usados por los rivales políticos como herramienta para dañar: lo primero le pasó a PSE y PP en Euskadi; lo segundo le ha pasado a Podemos e IU o a Convergència con Esquerra; lo tercero le ha pasado hasta al PP con EH Bildu.

No es lo mismo la formación de una lista electoral conjunta que la asimilación de un colectivo político externo. No es lo mismo un acuerdo en común que coincidir en el sentido de un voto. No obstante, todos esos casos son usados por los rivales políticos como herramienta para dañar

En realidad la capacidad de pactar, por más que el riesgo que conlleve sea elevado, es la clave de la centralidad política. Esa idea no sólo implica que cuanto más cercano al centro ideológico esté un partido más fácil será para él pactar, sino también que ocupe la centralidad -entendida como posición estratégica- en el debate político. Baste un ejemplo actual para explicarlo: el Ciudadanos actual comparado con el PSOE clásico.

La formación de Albert Rivera firmó un acuerdo de investidura con el PSOE que fracasó, y pasó más tarde a firmar otro con el PP que sí prosperó. Ahora, en plena ebullición en las encuestas, han anunciado un frente común con Podemos de cara a conseguir la reforma de la Ley electoral. Los dos primeros casos se pueden leer desde una lógica de oportunismo o desde una lógica de responsabilidad, según la simpatía que se profese por las siglas. El tercero es, se vea como se vea, un acuerdo ‘contra natura’ para buscar un bien mayor que, en este caso, beneficiaría a ambas formaciones aunque estén alejadas ideológicamente.

El movimiento no se puede entender sólo desde la perspectiva de que Ciudadanos se conciba como un partido de centro, porque ideológicamente se ubica más hacia el centro-derecha que hacia el centro. Es, más bien, una forma de conseguir un doble objetivo: intentar salvar la barrera que le impide competir por ser un partido ‘grande’, a la vez que demuestra capacidad de pacto como formación ‘de Estado’.

El tercer enemigo, tu ideología

Ciudadanos, sin embargo, tiene una última frontera que muy difícilmente pueda romper: el acuerdo con los partidos nacionalistas, tan necesarios para cuestiones como la aprobación de unos Presupuestos, o de algunas medidas nacionales de calado.

El problema es que el partido de Albert Rivera nace de una gran idea primigenia: la política nacional, entendida como ‘antinacionalismo periférico’. Y aunque coincide en ese punto con el PP, a los ‘populares’ no les ha costado llegar a acuerdos con el PNV o con CiU cuando las circunstancias lo han requerido, aunque fuera mientras les criticaban en su argumentario. Ciudadanos es quizá demasiado joven como formación, y demasiado frágil, como para arriesgarse a un quiebro ideológico de ese calado.

De hecho, sólo un partido en España ha sido capaz de pactar con todos, y ese ha sido el PSOE y sin ubicarse tan al centro como presume de hacerlo Ciudadanos. Los socialistas han sido capaces de pactar con los nacionalistas moderados (PNV y CiU), con los menos moderados (como la ERC del tripartito o el BNG en la Xunta), con quienes están a su izquierda (IU en Andalucía, Podemos en varias regiones), y con quienes están a su derecha (Ciudadanos y PP).

Bien mirado, el inicio de la caída del PSOE responde a muchos factores. Pero su falta de reacción e incapacidad de resurgimiento bien podría achacarse a haber perdido esa capacidad de búsqueda de acuerdos. Su ruptura con Podemos o sus tensiones con Compromís podrían servir de ejemplo, aunque a la vez convivan con acuerdos en minoría con PNV o las confluencias.

Sólo las circunstancias y el músculo del partido, pueden determinar si pactar o no es una decisión inteligente, un sacrificio valiente o un suicidio político. Lo que parece es que en una situación como la actual, con Cámaras cada vez más fragmentadas, sólo quien sea capaz de liderar bloques será capaz de articular mandatos. Y en eso Ciudadanos, aunque a contracorriente, podría estar ganándole al PSOE en su propio terreno.