Artur Mas y Mariano Rajoy (Fuente: Moncloa)
Artur Mas y Mariano Rajoy (Fuente: Moncloa)

Lo que el final de Mas enseña a Rajoy y Sánchez: gobernar o retirarse

El procés ha acabado por devorar a su padre. Artur Mas ha tenido que sacrificarse para que el plan que él impulsó salga adelante, ya que era la condición exigida para que la mayoría soberanista sumara. Todo un aviso para navegantes: gobernar lo es todo si se quiere seguir con vida (política)

 

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez tienen algo que aprender de  Artur Mas: la necesidad política de gobernar. Y no es una necesidad descrita como legítima ambición que casi cualquier político con proyección comparte. Es una necesidad real: si no logran gobernar muy probablemente serán quitados de en medio, en su caso por su propia gente.

Es la primera conclusión del abrupto final político del ya expresident de la Generalitat. Mas tenía un problema, que era que le perseguían. Su carrera política de los últimos años, más allá de sus convicciones ideológicas, se define precisamente como eso: como una carrera. El expresident parecía ir huyendo del pasado, que le pisa los talones: huyendo de la crisis, de las críticas internas, de los problemas de gestión, de las acusaciones de corrupción en su partido, de la escisión de CiU…

En su carrera, Mas fue ido concatenando pasos hacia un procés que tiene un plan de desanexión en año y medio y en el que se manejan sin pestañear conceptos como «consulta», «declaración unilateral de independencia» o «república catalana».

El problema vino cuando consiguió mayoría insuficiente de escaños (cuando las dos formaciones mayoritarias, que concurrían juntas, sumaban una amplia mayoría antes), y perdió en votos. La cuestión es que no podía ser investido sin el apoyo de las CUP, un partido muy a la izquierda y no tanto independentista, sino más bien radical (en lo que a reformas se refiere, desde el marco legal hasta el territorial, que es donde engancha con el independentismo).

Las CUP se dedicaron a decir por activa y por pasiva que no apoyarían a un Mas que ni siquiera encabezaba la lista (un simbolismo, dijeron). Sin embargo no podrían muchas pegas en investir a Raül Romeva, líder de la lista y ex de ICV. Es decir, bastaría con cambiar al candidato para lograr la investidura. Lo que tuvo que pasar al final pasó: a última hora, y cuando Mas había negado por activa y por pasiva, decidió quitarse de en medio y colocar en su lugar no a Romeva, sino a alguien de su propio partido: el ya president Carles Puigdemont.

¿Por qué Mas se resistía a irse? Porque dar un paso al lado provoca muchas cosas. La primera, que él ha dejado de ser el procés, y puestos en esa tesitura hay otras formaciones que quieren hacer su camino -ERC, CUP, ¿Podemos?- y apuntarse el tanto de la autodeterminación. La segunda, y más importante, que el pasado le alcanzará. La gestión, la crisis, la corrupción, la militancia perdida al romper con Unió y entregarse a brazos del independentismo… Por lo pronto, ya hay consecuencias: la refundación de Convergència ya está agendada y Mas ha renunciado a su acta en el Parlament.

Por eso Mas no podía no gobernar: si no gobernaba, le alcanzarían. Al tiempo.

La huída hacia delante de Sánchez

Algo tienen en común Artur Mas y Pedro Sánchez, además de ponerse frente a banderas gigantescas de sus tierras durante los mítines: que huyen. En el caso de Sánchez es a la crítica interna, presente desde el mismo momento en que ganó las primarias contra Eduardo Madina gracias a la intervención de la ‘lideresa’ del socialismo andaluz.

La cuestión es que algunos titubeos, algunas formas y algunos desplantes han hecho que salte una especie de guerra interna indisimulada en el PSOE. Cuentan que Andalucía ya prepara el desembarco de Normandía en Ferraz, y que no pocos barones se han declarado en rebeldía. Hasta el discurso de Madina en una reunión a puerta cerrada parece casualmente filtrado (la cuestión es a quién beneficia y por qué escuchar la reprimenda del candidato perdedor al candidato ganador).

Las opciones de Sánchez para gobernar no parecen una locura, y cada día menos a cuenta de los guiños que ha hecho a unos y otros por doquier: basta con conseguir más votos a favor que en contra, y eso pasa por pactar con alguien y que el PP se abstenga, o pactar con todos menos con el PP. Y a ese clavo se aferra Sánchez contra Díaz. La cuestión es ver cuánto aguanta ese clavo clavado ahí y a quién clava al final.

Las dos derrotas de Rajoy

Las opciones de Sánchez, decíamos, son factibles, pero peligrosas. Primero para el PSOE, por el riesgo de perder votos -si pacta con PP o Ciudadanos- y de sorpasso -si pacta con Podemos-. Por eso podría no ser una mala estrategia para un PP que, aunque ha ganado, tiene complicado gobernar porque se ha trabajado durante la pasada legislatura el tener a todos en contra (aunque sea por la corrupción).

Si el líder del PP fuera un candidato recién elegido, con tiempo de margen, ponerse de perfil y posibilitar una legislatura de un rival no es una tontería. A fin de cuentas, podría bloquear cuanto quisiera con mayoría en el Congreso y mayoría absolutísima en el Senado. Eso, más la inestabilidad que causan las coaliciones y acuerdos, bastaría para augurar una legislatura corta tras la que ir a por todas.

El problema es que el líder del PP no tiene tiempo. Rajoy, aunque ha conseguido calmar al convulso PP de los últimos seis años, ha perdido ya dos elecciones generales y difícilmente puede permitirse unas terceras. Lo que es un buen plan político a medio plazo es una pésima salida a corto plazo en lo personal.

Y eso por no hablar del ERE que supone perder un Gobierno para la plantilla de trabajadores del partido a los que habría que buscar acomodo para evitar que, fruto del descontento, se pasaran al bando de quienes le mueven la silla al líder. Especialmente cuando se viene de una mayoría absoluta y un poder casi total en lo autonómico y municipal, poder que casi ha desaparecido en apenas una legislatura.

En el PP los movimientos aún no se perciben demasiado. Aznar suelta algún desplante. Aguirre frunce el ceño en el balcón de Génova. Hay tensos equilibrios entre Sáenz de Santamaría y Cospedal, que colocan a los suyos en las baronías territoriales… Todavía no se sienten, pero llegado el momento se sentirán. Y si Rajoy no logra gobernar, ni su calma gallega acallará el clamor interno.

Y eso, claro, sin contar el riesgo de que Ciudadanos aguante el tirón de la legislatura, asiente sus bases, y vuelva a parecer una amenaza para combatirle el centroderecha político al PP. Porque ahí, al mover el eje del debate, el PP sufre en su ala conservadora. Ya se le fueron a fundar otros partidos gente como Álvarez Cascos, Abascal o Vidal Quadras, mientras otros como Mayor Oreja o Álvarez de Toledo mostraban su descontento. Quién sabe si el clamor, si no es correspondido, puede acabar en fractura.

Y todo por una silla.