Hace unos días se aprobaba la nueva ley electoral libanesa, la primera de tipo proporcional en la breve historia del país, según la cual a partir de ahora el territorio se divide en 19 circunscripciones para designar 128 escaños. Nada llamativo hasta aquí. Lo que hace de este sistema algo particular es que el número de escaños va fijado según las mayorías religiosas de cada territorio -que son varias, y diversas además-, lo cual hace que cada circunscripción sea un auténtico puzzle de sensibilidades.
Como muestra el ejemplo de la capital, Beirut, dividida en dos circunscripciones. En total la ciudad repartirá 19 escaños, seis para los suníes, tres para los ortodoxos armenios, dos para los ortodoxos (no armenios), dos para los chiíes, dos para los católicos (uno de ellos para los católicos armenios), uno para los maronitas, uno para la minoría cristiana, uno para los drusos y otro para protestantes. Y así en todo el país, hasta configurar un parlamento con 64 diputados cristianos -en sus diversas expresiones-, 56 musulmanes -con sus familias más bien poco avenidas- y ocho drusos.
El caso libanés llama la atención por lo lioso de su configuración, pero no es ni mucho menos el único caso de ‘democracia trucada’ para representar diversas sensibilidades. En este caso son sensibilidades religiosas, pero en otros países se vela por representar también sensibilidades ideológicas (en Suiza el Consejo Federal lo forman siete miembros de cuatro partidos, a razón de dos asientos para los grandes -SVP, PS y FDP- y uno para el CVP) o lingüísticas (como el caso de la Cámara de Representantes belga, donde 87 escaños son para flamencos y 63 para valones).
Estos casos, aunque quizá necesarios para garantizar la estabilidad del país, no ponen de acuerdo a los expertos en literatura científica política: los más críticos consideran que cristalizan las diferencias entre grupos, de forma que el sistema de partidos se especializa en sus diferencias internas, con partidos étnicos, religiosos o incluso lingüísticos.
Vistos los problemas, ¿qué alternativas hay en otros sistemas electorales?
Pros y contras del sistema mayoritario
Pablo Simón, profesor de la UC3M y experto en sistemas electorales, explica que hay dos grandes familias electorales en el mundo. La primera es la mayoritaria, de tradición sajona y que impone que quien gana la circunscripción, «aunque sea por un voto», gana su representación. Es el caso de los sistemas del Reino Unido -donde hay 650 circunscripciones unipersonales– o de EEUU -donde cada Estado es una circunscripción que reparte votos electorales, pero sólo al ganador (excepto Maine y Nebraska, que reparten a más candidaturas)-. Hay variaciones, como el caso francés, que impone una segunda vuelta -a no ser que un candidato consiga el 50% del voto- a la que pasan los dos candidatos más votados, además de aquellos que consigan superar el 12,5% de los votos».
Hay una enorme cantidad de votos que se desperdician, ya que con un solo voto más logras un diputado y el resto, que puede sumar hasta el 70% del voto total, se queda sin representación
La ventaja de este tipo de sistema, según analiza Simón, es que «suelen tender a la concentración bipartidista, con mayorías absolutas que dan pie a dinámicas de estabilidad. Además, como son circunscripciones unipersonales -en el caso de Reino Unido o las legislativas de Francia- los diputados están más pegados a sus territorios de origen», explica, porque de eso depende su reelección. Los inconvenientes, sin embargo, están claros: «Hay una enorme cantidad de votos que se desperdician, ya que con un solo voto más logras un diputado y el resto, que puede sumar hasta el 70% del voto total, se queda sin representación. Es un peaje importante». De hecho, según cuenta, en estos sistemas «hasta el 80% suelen ser circunscripciones seguras, en las que hay tanta distancia de voto entre primero y segundo que los partidos se centran sólo en los distritos electorales disputados, de forma que hay grandes partes del territorio a las que no se presta atención», completa.
La variante francesa de las dos vueltas tampoco solventa el problema: «A efectos prácticos supone que exista una concentración del voto en esa segunda vuelta, que hace que segundos o terceros partidos se queden sin nada. En las legislativas francesas, a pesar de que en las presidenciales los cuatro bloques iban igualados, el Frente Nacional y el partido de Melenchon se han quedado casi sin representación. Es un sistema muy restrictivo para las minorías», explica.
Por comparar, si se aplicara un sistema mayoritario puro en España con los resultados de las últimas elecciones, el PP gobernaría con una enorme mayoría absoluta. Lo haría, además, en un Parlamento de sólo cinco fuerzas, en el que En Comú Podem, la confluencia catalana de Podemos, sería la principal fuerza de la oposición.
Los sistemas proporcionales y mixtos
La segunda gran familia es la de los sistemas proporcionales, como los de Israel o Países Bajos, que funcionan, según explica Simón, con una única circunscripción, como se elige en España en las elecciones europeas. «Eso permite que haya una gran representatividad», comenta, aunque no está exento de problemas.
Genera insatisfacción en el elector, porque en realidad no puede elegir a quién quiere que le gobierne ya que prima la negociación de los políticos
«Es el más justo, pero se le critica porque tiende a generar una importante atomización parlamentaria, por lo que formar mayorías de gobierno es difícil y al final se tienen que hacer coaliciones de muchos. Eso genera insatisfacción en el elector, porque en realidad no puede elegir a quién quiere que le gobierne ya que prima la negociación de los políticos», señala. Se podría dar el caso por ejemplo de que un votante retire su apoyo a un partido, pero se lo acabara dando de forma indirecta si éste pacta con otra fuerza a la que se votó en su lugar.
Hay un tercer caso, que es el de los sistemas mixtos, que es el más complejo, combinando ambas ideas. Es el caso por ejemplo de Alemania, «donde los diputados de cada partido se eligen por lista proporcional, pero los que entran en el Parlamento se eligen en función de quién tiene escaño en la circunscripción unipersonal», comenta Simón. «Se dice que de esta forma se mantiene la cercanía del electo con el territorio al que representa, pero no es tanto así», critica.
España no está en un sistema mixto, pero está a caballo entre un sistema mayoritario y otro proporcional: «Es proporcional, pero es el más mayoritario de los proporcionales», explica Simón. Lo cual no quiere decir que no lo hagan falta algunos retoques para mejorar su representatividad aunque no sean precisamente fáciles de sacar adelante en las Cortes Generales.