Ganó Pablo Casado, aunque casi nadie lo esperaba. De hecho, pocos apostaban porque fuera él y no María Dolores de Cospedal quien pasara a la segunda ronda de la contienda contra Soraya Sáenz de Santamaría. Es más, casi nadie hubiera augurado una candidatura de Casado si Alberto Núñez Feijóo hubiera dado el paso. Sin embargo la política española es ya tan impredecible que hasta el más predecible de los partidos ha llegado a contagiarse: Feijóo no dio el paso, Cospedal no controlaba el aparato y Santamaría no tenía ases guardados contra cualquier rival posible. Acabado el ‘marianismo’, empieza el ‘casadato’.
Por trazar paralelismos reconocibles, el PP gallego iba a ser el equivalente a la Federación Andaluza del PSOE por su peso en el partido, pero acabó haciendo lo que nunca ha hecho el socialismo andaluz: ponerse de lado y no interferir. Núñez Feijóo, el eterno delfín marcado por su fotografía con un narcotraficante, se quedó una vez más en un Godot al que todos esperaban para que nunca llegara. Años atrás ya se despidió del Parlamento gallego entre lágrimas para no poner rumbo a Madrid, y ahora dejó pasar su oportunidad de oro. Quién sabe si de tanto dejar pasar trenes estos acaben por no pasar nunca más.
Siguiendo con los paralelismos, Cospedal demostró ser una suerte de José Blanco en versión ‘popular’. Una abnegada fontanera a los mandos del partido, una estratega capaz de aguantar chaparrones, pero no una líder capaz de tejer una red de apoyos a su alrededor. Casado ganó en gran parte porque al quedar eliminada de la contienda le prestó su agenda. Y como Eduardo Madina bien aprendió, es mucho más fácil ganar unas primarias si cuentas con un ‘Pepiño’ llamando a las federaciones.
Y al final Sáenz de Santamaría acabó siendo la Susana Díaz del PP. Agazapada esperando su turno, tomada por todopoderosa, apadrinada por los ‘popes’ del partido y con un poder orgánico a prueba de bombas. Y precisamente por todo eso, merecedora de todo tipo de odios y rencores de los suyos. En el PP no habló la militancia enfurecida, pero sí los cuadros sobre los que ella asentó su poder a la sombra del líder. Como le sucedió a la lideresa andaluza, que se te vea como la inevitable ganadora no es garantía suficiente para ganar, no en este tiempo político.
Dicho todo esto, la victoria de Pablo Casado no es ni mucho menos fruto de un cúmulo de circunstancias favorables, sino más bien la respuesta a una pregunta que jamás se había hecho. En sus tres décadas de historia, nunca se había preguntado a la gente del partido por su opinión. De hecho, ni siquiera parecen saber cuánta gente eran en realidad, habida cuenta de que el censo real del partido ha resultado ser apenas un 10% de lo que presumían tener. El proceso de primarias ha mostrado a un PP dividido -cosa que pasa siempre con las primarias, cosa que no iba con ellos hasta ahora-, pero también de cartón-piedra, aparente por fuera y un tanto hueco por dentro.
Motivos de una victoria
Así las cosas, lo que todo el mundo daba por supuesto ha terminado por no suceder. Casado ha ganado, y lo ha hecho por tres grandes motivos.
Casado ha ganado por tres grandes motivos; uno de ellos es que no se ha escondido y su rival, sí
El primer motivo es numérico, y puede resultar obvio: ha conseguido más apoyos que su rival. Sin embargo, esto no es una perogrullada tan simple como parece. Ha sumado el apoyo de todos los que quedaron descartados en la primera vuelta porque él no suscitaba el rechazo de su rival. La victoria de Casado, como tantas veces pasa en nuestra política, tiene tanto o más de voto en contra que de voto a favor, y los derrotados se han cobrado de golpe todas sus cuentas pendientes contra Sáenz de Santamaría.
El segundo motivo es de contexto político: Casado no se ha escondido y su rival sí. Y eso, en un momento en el que la política es pura imagen y presencia, ha tenido un efecto demoledor. Él fue el primero en dar el paso y anunciar su candidatura, y lo hizo justo cuando la tormenta arreciaba (con informaciones de trato de favor en la obtención de sus títulos) para cerrarle el paso a un Núñez Feijóo que no quería competir porque esperaba ser elegido por aclamación. Eso y cierta arrogancia por parte de la exvicepresidenta al más puro estilo de Al Gore contra Bush, puso todos los focos sobre Casado.
Durante años, además, el nuevo líder del PP ha desfilado ante platós, páginas de medios y micrófonos. Rajoy le aupó precisamente para eso. Mientras, su rival ha mantenido a distancia y controlados a los medios, y lo ha hecho de una forma casi obsesiva. No ha querido ni debatir con su rival arguyendo que no quería hacerle daño ni mostrar división en el partido. El fantasma de Al Gore de nuevo. A Rajoy siempre le había funcionado la técnica del ‘plasma’ y las respuestas vacías, por lo que su máxima aprendiz pensó que a ella también le iría bien así. El partido ha sido meridiano al poner punto y final al ‘marianismo’, particularmente en lo que se refiere a ese modo de actuar.
El tercer motivo, el ideológico, es quizá la clave de futuro. La victoria de Casado supone la vuelta del aznarismo, una corriente que siempre ha intentado volver porque nunca terminó de irse. Intentaron tumbar a Rajoy cuando perdió por segunda vez contra Zapatero en aquel Congreso de Valencia en el que Francisco Camps acabó rescatando al líder de las garras de Esperanza Aguirre. Al no conseguirlo, la sombra de oposición interna se retiró para dejarse ver muy de vez en cuando según el ‘marianismo’ tomaba el control del aparato situando a sus piezas: el adiós de María San Gil, el desplante de Jaime Mayor Oreja, la distancia con las víctimas de ETA, el eterno verso libre de Aguirre y ya en los últimos tiempos el contrapoder de Aznar con sus críticas, su salida del PP o la ruptura de FAES.
Las claves de la intervención
El discurso de Casado durante la convención es un buen resumen de los tres motivos: integrador con las esencias, brillante en lo comunicativo y conservador en lo moral. Es un rearme en toda regla en el flanco ‘clásico’ del PP, el que tumbó a Felipe González y que reivindica con orgullo su pasado, aunque eso suponga hablar de privatizaciones, aborto, ladrillo o corrupción.
El discurso de Casado: integrador con las esencias, brillante en lo comunicativo y conservador en lo moral
Al final, hasta la muerte del ‘marianismo’ tiene que ver con la sombra de Aznar: la corrupción que le costó el cargo al ya expresidente se cimentó y creció precisamente bajo el mando de su antecesor. Casi parece que lo de Rajoy ha sido un paréntesis en una dinastía que nunca llegó a interrumpirse. Llega un cambio de ciclo: de las evasivas a la confrontación, de la prudencia a la ideología, de las dudas a las decisiones.
El problema de todo esto es que Casado encierra un muerto en el armario que ni Sáenz de Santamaría pudo haber diseñado mejor. Si los trámites judiciales siguen su curso, los próximos meses traerán un reguero de sentencias judiciales demoledoras por la corrupción del PP. En ese contexto, su nuevo líder se enfrenta a una posible imputación por las irregularidades en la obtención de sus títulos. La conjunción de ambas circunstancias podría llevarle a abrasarse en poco tiempo, sobre todo con los plazos y la intensa competencia que marca la política española actual.
Quién sabe: igual Feijóo está esperando a que el AVE llegue a Galicia para tomar un tren mucho más rápido que los actuales para que le lleve, al fin, hacia Madrid.