Voto (Fuente: Getty Images)
Voto (Fuente: Getty Images)

El centro: una quimera política que condiciona el futuro de los socialistas

La victoria electoral ha dependido en muchas ocasiones de qué partido ha conseguido seducir a los votantes llamados ‘de centro’. Pero en realidad el centro no es una referencia, sino un espacio en tierra de nadie, en el que está la numerosa bolsa de votantes que no se decanta del todo por nadie.

 

Hay tres tipos de votantes: los que votan convencidos, los que votan enfadados y los que no votan. Los primeros son la ‘base’ de los partidos, que forman su ‘suelo’ electoral y a los que no conviene agraviar. Los segundos son los que votan por castigo, llegando a apoyar a formaciones en las que no creen para perjudicar a una formación a la que no quiere ver ni en pintura. Y los terceros son los que normalmente toda fuerza política dice querer movilizar.

La participación es, en realidad, un arma de doble filo: hay momentos en los que a una determinada formación política le puede resultar interesante una baja participación -sobre todo si la base propia es elevada- y otros en los que puede interesar una abstención mínima -por ejemplo, para intentar hacer menos absoluta una mayoría del rival-.

El primer grupo de votantes es difícil de convencer o defraudar, así que el objetivo real de los políticos se suele centrar en los otros dos grupos. Y ahí hay una palabra clave que, paradójicamente, no significa gran cosa: el centro.

¿Qué es el centro? Un ‘no-lugar’ político. Un hipotético hueco entre PP y PSOE que intentan ocupar ahora UPyD y Ciudadanos, pero que desde tiempos de la Transición no es nada en sí mismo. Es fácil saber qué tipo de políticas económicas o sociales se promueven desde la derecha o la izquierda, pero… ¿y desde el centro?

Sin embargo, y aunque es una quimera política por su indefinición, es el centro el que da o quita las llaves de la Moncloa. Conseguir movilizar a quienes no votan y sumarlos a tu causa es, en realidad, pan para hoy y hambre para mañana, ya que muchos de esos votos que te aúpan hoy desaparecerán en las siguientes elecciones. Lo que pasa es que los políticos suelen ser bastante cortoplacistas, al menos en lo que a resultados electorales se refiere.

A pesar de que la sociedad española se define a sí misma como más de centroizquierda que de centro según las encuestas del CIS, es ese voto no identificado con los grandes partidos el que se suma al de las bases y, según el descontento con una u otra formación, determinan los resultados.

Visto el gráfico cabría pensar que en España hay una ventaja estructural para el PSOE: si es un partido que llega al centro (porque es de centroizquierda), y además la mayoría de la población se ubica ideológicamente en el hueco que ellos ocupan… ¿qué puede fallar?

Pueden fallar dos cosas: primero, la estrategia del PP de aglutinar fuerzas de centroderecha hasta tener casi el monopolio ideológico; segundo, que el no poder descuidar el voto de centro perjudica más al PSOE que al PP

Esto es así porque, mientras el PP ha logrado crear una marca homogénea y compacta, no exenta de convulsiones internas pero capilarizada y estable, el PSOE es el partido de referencia del centroizquierda… con muchos rivales a ambos lados disputándole su hueco.

Esto significa que a uno y otro lado están los demás tirando de la cuerda. A la izquierda ha estado tradicionalmente Izquierda Unida, cuyos resultados siempre han sido complementarios a los del PSOE: cuando a los socialistas les va bien, a IU le va mal; cuando a los socialistas les va mal, a IU le va bien. Eso ha sido así, claro, hasta ahora: igual que Ciudadanos puede hacerle daño a un PP desgastado por el gobierno, a IU y PSOE les hará daño la irrupción de otro partido más en la izquierda, como es Podemos.

Así pues, si es difícil hacerse un hueco en el centroderecha porque el PP lo copa todo, casi más difícil es lograrlo en un centroizquierda tan poblado por distintas formaciones. Porque antes de Podemos llegó Equo, y antes de Equo IU ya enseñaba una capacidad mayor que la del PSOE para aglutinar. Por eso IU, en una escala menor que el PP, tiene pactos con formaciones como la Chunta Aragonesista o Iniciativa per Catalunya, mucho menos rentables que las de los populares, pero con una estrategia parecida.

Por lo tanto, si el valor del centroderecha es su cohesión, el problema del centroizquierda es su dispersión: en cada autonomía hay pequeños partidos de izquierda, muchas veces de corte nacionalista, lo que dificulta al PSOE alcanzar acuerdos. Así, el polo nacionalista va por libre siendo de izquierdas o, como mucho, alcanza acuerdos puntuales con IU (como fue el caso de Anova en las últimas elecciones gallegas).

Los socialistas viven con una dicotomía que el PP no tiene: el voto más hacia la derecha del PP no ha cuajado, y el voto de centro lo han podido mantener a pesar de la irrupción de UPyD (faltará ver si Ciudadanos sí puede hacerle daño ahí). Sin embargo, el PSOE pierde votos por la izquierda cuando se mueve hacia el centro porque el PP se va hacia la derecha, y pierde votos en el centro cuando se escora hacia la izquierda.

Dos estrategias para evitar pactar

El resultado de todo esto deja dos estrategias muy diferentes, que varían en función de los resultados.

Por una parte, el PP es un partido permanentemente en la obligación de ganar las elecciones y hacerlo con mayoría absoluta. El ser una formación tan amplia en lo ideológico hace que su principal ventaja -que no haya tenido rivales hasta ahora- sea su principal problema: no tiene con quién pactar. Hubo excepciones, como en la época de Aznar, con acuerdos con formaciones de centroderecha conservadoras aunque nacionalistas, como son CiU y PNV. Pero es que precisamente la política ‘unionista’ del PP hace imposible la reedición de ese tipo de pactos si no quiere espantar a sus bases.

Algo similar le pasa al PSOE: la única forma de combatir la atomización de la izquierda es capitalizar todo ese voto, aunque con la dificultad de no dejar descontento al votante de centro que es muchas veces el que da la victoria en las elecciones. El problema viene cuando el PP gana, pero no por mayoría, y las formaciones de izquierda estudian pactos para gobernar.

Esto sucede ahora mismo, por ejemplo, en Andalucía, y el pacto está a un paso de saltar por los aires. O sucedió en Cataluña con el célebre tripartito con ERC e ICV. Y sucederá en la Comunidad Valencia con otro tripartito con IU y Compromís. El problema, como bien saben los socialistas, es que no es lo mismo integrar bajo una misma marca o sumar votos que llegar a un acuerdo con una fuerza cercana, pero rival.

Todo esto se vuelve más evidente cuando empieza la campaña. Por eso desde el PP se intentó promover la idea de que debe gobernar la fuerza más votada (que por la dispersión de los rivales, es más fácil que sean ellos mismos) y por eso intentan desgastar siempre las alianzas en los lugares donde son oposición, como sucede en Andalucía y sucedió en Cataluña.

En la Comunidad Valenciana, de hecho, gran parte de los mensajes políticos del PP pasan por advertir sobre lo que podría pasar si finalmente gobierna un tripartito allí. El fantasma de la inestabilidad, y el recuerdo de la experiencia catalana, son armas poderosas en manos de una fuerza monolítica.