Pintada de apoyo a ETA (Fuente: Agencia EFE)
Pintada de apoyo a ETA (Fuente: Agencia EFE)

De Lizarra a Cambo: así ha sido la travesía de la izquierda abertzale hasta el fin de ETA

La travesía de ETA hacia el final de la violencia ha contado con múltiples ayudas. La más importante, la de la propia izquierda abertzale a través de mensajes y gestos que, entre la lógica desconfianza del resto de fuerzas, ha ido acomodándoles en la política institucional como una fuerza más.

 

Decía Arnaldo Otegi que para «intentar superar el conflicto armado» había que sentar a ETA en una mesa de negociación. Habían pasado apenas siete días desde el asesinato del exministro Ernest Lluch, uno de los más recordados del terrorismo vasco, y aprovechaba la ocasión la izquierda abertzale de aquel entonces para poner en valor el Pacto de Lizarra como remedio a la escalada violenta de aquellos meses. El de Lluch fue uno más, pero uno significativo.

Era difícil por aquel entonces imaginar un fin próximo de ETA, tras cuarenta años de actividad. Después del de Lluch hubo otros 37 asesinatos hasta completar la larga lista de 829 personas a las que ETA mató a lo largo de su historia. Pero por aquel entonces algo empezaba a cambiar.

El Pacto de Lizarra supuso para muchos una iniciativa que excluía a los no nacionalistas, pero también hizo visible un pequeño resquicio para dar una salida política a la violencia de ETA. Aquella vía no prosperó, como tampoco lo hicieron de forma definitiva las sucesivas negociaciones, treguas y acercamientos. El fin de ETA no fue un único acto, sino un proceso. Y en todo ese camino tuvo mucho que ver el papel de muchos actores, desde la Justicia a las fuerzas de seguridad, pasando también por el giro de la izquierda abertzale.

En Anoeta Otegi llamó a «buscar el abrazo de nuestros adversarios y la complicidad de los enemigos», en un gesto que en aquel entonces pasó desapercibido, pero que oficializó un cambio de rumbo

Muchos coinciden en señalar la entrada en vigor de la Ley de partidos, en junio de 2002, como punto de inflexión. Sacar de las instituciones a la izquierda abertzale -en marzo de 2003 se ilegalizó a HB, EH y Batasuna, sus primeras y principales marcas- cerró el grifo de la vía política y redujo la exposición de toda la corriente. Su única vía pasó entonces a ser la violenta. Hubo, sin embargo, otro hecho que cambió el enfoque abertzale: los atentados del 11M en 2004 mostraron a otro Arnaldo Otegi, el que salió, aunque con gesto agresivo, a desmarcar a ETA de lo sucedido. El terrorismo había cambiado de dimensión y significado, y ETA empezó a darse cuenta de que la cuenta atrás había empezado.

Ocho meses después, en noviembre, de nuevo Arnaldo Otegi hizo algo por lo que años después sería encausado, pero que puso de manifiesto que algo se estaba moviendo: en el primer mítin de la campaña electoral, y ante un abarrotado Velódromo de Anoeta, llamó a su mundo a centrarse sólo en la política. Lo hizo comprometiendo a «buscar el abrazo de nuestros adversarios y la complicidad de los enemigos», en un gesto que en aquel entonces pasó desapercibido, pero que oficializó un cambio de rumbo.

El inicio del fin

Aquel guante fue recogido por el nuevo Ejecutivo de Zapatero, que emprendió -como todos- una toma de contacto para acabar con la violencia, haciéndolo oficial -como ninguno- en el Congreso. Era mayo de 2005, y ETA tardaría un mes en declarar una tregua ‘para cargos políticos electos’, y otros nueve más en decretar, por primera vez en su historia, un «alto el fuego permanente».

Aunque Otegi señaló al Gobierno como responsable del fracaso, en privado la decisión de la cúpula de ETA terminó de decantar a gran parte de la izquierda abertzale hacia la necesidad de hacer sólo política

La historia de aquellos días es de sobra conocida. De nuevo Arnaldo Otegi, en un largo proceso con el socialista Jesús Eguiguren, se sentaba en una mesa. Lo que empezó en una sobremesa acabó en Oslo, esta vez con ETA enfrente, y durante muchos meses alumbró esperanzas sobre un punto y final. No fue posible porque Francisco Javier López Peña ‘Thierry’ decidió romper la baraja y atentar en la T4. Pero el final había llegado de forma inexorable: aunque Otegi señaló al Gobierno como responsable del fracaso, en privado la decisión de la cúpula de ETA terminó de decantar a gran parte de la izquierda abertzale hacia la necesidad de hacer sólo política.

En junio de 2007 Otegi entró en prisión por intentar montar un partido político abertzale, contraviniendo la Ley de Partidos. Pasó casi nueve años entre rejas. Mientras, la izquierda nacionalista radical malvivió fuera de las instituciones. Su ausencia permitió en mayo de 2009 que Patxi López se convirtiera en el primer lehendakari no nacionalista, al tiempo que la actividad de ETA empezaba a languidecer. El ministerio del Interior de Alfredo Pérez Rubalcaba derrocaba, una tras otra, todas las estructuras militares que se sucedían en la organización.

En febrero de 2010 la izquierda abertzale, que encadenaría casi una veintena de marcas ilegalizadas, presentaba ‘Zutik Euskal Herria’. Se trataba de un documento en el que hablaban de un «proceso democrático» a través del cual lograr una «acumulación de fuerzas nacionalistas» que había que conseguir -y esa era la novedad- sin violencia: «nadie podrá utilizar la fuerza o amenazar con su uso para influenciar en el curso o el resultado de las negociaciones», recogía el texto. Un mes más tarde ETA asesinaba a la que sería su última víctima mortal, la primera en suelo francés, y uno de los pocos crímenes por los que la banda acabaría pidiendo disculpas.

Eusko Alkartasuna, un partido de amplia tradición institucional, acogía a la izquierda abertzale para concurrir juntos a las elecciones. Era, de alguna forma, un intento de ‘validarlos’ ante la Justicia para acompañarles en el proceso hacia el fin de la violencia

Cuatro meses después se produjo la escenificación de esa intención con la firma de un acuerdo bautizado como ‘Lortu Arte’ por el que Eusko Alkartasuna, un partido de amplia tradición institucional, acogía a la izquierda abertzale para concurrir juntos a las elecciones. Era, de alguna forma, un intento de ‘validarlos’ ante la Justicia para acompañarles en el proceso hacia el fin de la violencia. Tres meses después, en septiembre de 2010, ETA daba su paso y decretaba un alto el fuego que otros tres meses más tarde, en enero de 2011, se ofreció de forma «general y permanente».

En mayo de ese año, y tras un tortuoso camino judicial, el Constitucional dio luz verde a la fórmula electoral planteada, bautizada como Bildu, que regresó a las instituciones con un notable éxito electoral. En octubre ETA declaró el cese definitivo de la actividad armada y ofreció un desarme simbólico en el marco de la llamada ‘Conferencia de Aiete’, un acto que reunió a diversas personalidades políticas de varios países que querían ‘arropar’ el proceso de fin de la violencia.

El proceso invisible: volverse ‘normales’

Entre la Conferencia de Aiete en otoño de 2011 y el anuncio de disolución de ETA hace pocas semanas podría parecer que el tiempo se detuvo. Son siete años en los que no se ha dado esa continua sucesión de declaraciones, plataformas, escenificaciones y gestos. Sin embargo, han sido siete años críticos que han llevado a una disolución que casi ningún analista hubiera esperado a pesar del fin de la actividad armada.

En ese tiempo la izquierda abertzale ha vivido un cambio profundo. Para empezar, han entrado en las instituciones, de las que habían estado alejadas casi una década. En realidad, volver a los ayuntamientos o a las diputaciones no era un gran problema: el reto verdadero era pasarse a la política institucional. Así, regresar al Parlamento Vasco o decidirse a tener presencia en el Congreso y el Senado supuso una importante revolución interna.

Cabe tener en cuenta que la izquierda independentista radical es, al menos en gran parte de su base, antisistema. Además, participar de las instituciones ‘españolas’ implicaba para muchos reconocerlas, aunque fuera de forma parcial. Sólo hubo un precedente, y fue cuando HB tomó posesión de sus actas de diputados y su cabeza de lista, Josu Muguruza, fue asesinado en las inmediaciones del Congreso. Su participación era, por tanto, un hito importante.

Durante estos años han tenido que ‘aprender’ a convertirse en un partido homologable al resto, matizando discursos, ofreciendo gestos y conviviendo con la desconfianza -cuando no rechazo- del resto de grupos

La política institucional ha supuesto una enorme visibilidad para la izquierda abertzale. Durante estos años han tenido que ‘aprender’ a convertirse en un partido homologable al resto, matizando discursos, ofreciendo gestos y conviviendo con la desconfianza -cuando no rechazo- del resto de grupos. El hecho de que desde la tribuna de oradores se haya homenajeado a la vez a víctimas del GAL y de ETA es visto como algo menor para muchos, pero supone un auténtico cambio de rumbo en su lógica discursiva.

Todo ese trabajo se ha llevado a cabo a la vez que ETA ‘desmantelaba’ sus estructuras, y mientras Arnaldo Otegi, el líder simbólico del movimiento, seguía en la cárcel precisamente por intentar crear algo como Bildu. En paralelo, se han conseguido minimizar las resistencias internas -especialmente fuertes en algunos sectores, fundamentalmente en las cárceles pero también en otros ámbitos- y se han evitado escisiones internas como le sucedió por ejemplo al IRA. En definitiva, el hecho de que estos últimos siete años hayan aparentado ser años sin movimiento alguno supone la prueba más evidente de que el trabajo de puertas hacia dentro ha sido tremendamente intenso.

En 2016 Arnaldo Otegi finalmente salió de la cárcel. En marzo de ese año volvió al Velódromo de Anoeta, y fue recibido por una enorme multitud. Se le presentó como el líder del independentismo vasco, que había trabajado por acabar con la violencia mientras sufría la acción del Estado. No se le dejó ser candidato, pero el impacto de su presencia habría sido el mismo. La izquierda abertzale, ahora ya como un movimiento político más, sufriría el mismo desgaste que el resto de partidos.

En septiembre de ese año las urnas castigaron a EH Bildu, reduciendo notablemente su cota de poder. Tampoco entonces pasó nada

En septiembre de ese año las urnas castigaron a EH Bildu, reduciendo notablemente su cota de poder. Tampoco entonces pasó nada. El mundo político vasco había cambiado ya casi tanto como lo hizo el independentismo. Cataluña vivía su propio proceso, y Podemos había irrumpido con fuerza, trastocando el reparto del voto más a la izquierda del electorado. Otegi se volvió durante unos meses un habitual de los medios.

ETA tardaría dos años más en disolverse, en una puesta en escena celebrada en la localidad de Cambo, pero para aquel entonces ya nadie esperaba el paso más que con indiferencia. La política, finalmente, ha ganado el pulso a la violencia.