Pablo Casado, en una comparecencia (Fuente: Wikimedia Commons)
Pablo Casado, en una comparecencia (Fuente: Wikimedia Commons)

Así es como la victoria de Casado ‘mueve’ los espacios ideológicos de los grandes partidos

El efecto mariposa también funciona en política: un pequeño cambio puede provocar grandes cambios. Y si el cambio no es pequeño, sino que se trata de un nuevo liderazgo en el partido más votado del país, el oleaje puede hacer que todo el entorno tenga que moverse.

 

Cuando Eduardo Madina presentó su candidatura a las primarias del PSOE varios medios de comunicación conservadores le recibieron presentándole como un candidato de izquierda radical. Pese a ser un hombre de partido en su acepción más amplia -cercano a Rubalcaba, líder de los suyos en el Congreso y con amplia trayectoria en la formación-, se le dibujó como a alguien ‘demasiado’ renovador. Por aquel entonces casi nadie conocía a Pedro Sánchez, pero fue el elegido por el aparato para encumbrarle porque -se decía- sería alguien más controlable en el futuro.

Tras su victoria Sánchez fue enfrentándose con la mayoría de los ‘pesos pesados’ que le habían hecho alcanzar el trono, particularmente con Susana Díaz. De puertas hacia dentro se vendió como un candidato ‘de las bases’ que luchaba contra el aparato porque, entre otras cosas, no le dejaban plantear siquiera una alianza con Podemos o con los nacionalistas. Sin embargo, de puertas hacia fuera hacía una política bien distinta, con mítines de enormes banderas y alineándose con el Gobierno de Rajoy en cuestiones como la gestión de la crisis catalana.

En este Risk político no hay países que dominar, pero sí votantes a los que seducir, y unos y otros avanzan o retroceden en según qué posiciones en función de circunstancias y liderazgos diversos

La política española siempre fue una especie de tablero de Risk gigante, donde los contendientes nunca llegan a controlar todo el mapa pero sí aspiran a conquistar terrenos fronterizos para tener la mayoría del control. Aquí no hay países que dominar, pero sí votantes a los que seducir, y unos y otros avanzan o retroceden en según qué posiciones en función de circunstancias y liderazgos diversos.

En ese sentido, los partidos políticos siempre tienen anchos márgenes ideológicos. El primer Aznar buscó el centro para quitárselo a González, y acabó virando a la derecha a sabiendas de que no tenía competencia en ese espectro ideológico. El PSOE de Zapatero no decía las mismas cosas que el de Rubalcaba. Y quién sabe si Rajoy hubiera caído antes con un Podemos más de Errejón y menos de Iglesias, más pensando en pactar con los socialistas que en endurecer su discurso reformista. Y es que ahora la partida de Risk se ha vuelto más complicada, con más variables, porque no se juega entre dos, sino entre cuatro.

Un Risk de cuatro colores

Una vez Sánchez logró terminar con su guerra de años y controlar el PSOE, y una vez Iglesias confirmó su dominio en Podemos apartando a los más posibilistas, la izquierda quedó más o menos estancada: unos viraron hacia el centro para vestirse de partido de Gobierno mientras los otros se adueñaron de la izquierda por anexión de un reguero de pequeños clanes regionales y estatales. El socialismo huyó de una batalla que no podía ganar, y abandonó todas las posiciones que controlaba en tiempos de Zapatero y que llevaron a IU al borde de la desaparición en el Congreso.

La gran guerra, sin embargo, estaba al otro lado del tablero: Ciudadanos, que había logrado asfixiar al PSOE disputándole el centro, empezó a girar hacia la derecha. Su victoria en las autonómicas catalanas y su buen momento en las encuestas les dieron alas. Se vieron capaces de ir más allá de Stalingrado, donde nunca había ido nadie, y pelearle los votantes a un PP acosado por la corrupción.

Los populares, siempre compactos y tranquilos en su extenso dominio del electorado, se vieron reducidos a cenizas en Euskadi y Cataluña, ahogados en la Madrid y la Comunidad Valenciana y con un horizonte cada vez más oscuro: el mapa se teñía más de naranja y menos de azul. Y la partida cambió.

La moción de censura, la renuncia de Rajoy y la derrota de su sucesora a manos de Pablo Casado supone un nuevo golpe de timón en toda esta partida. Un terremoto ha movido el mapa y los soldaditos tienen que volver a tomar posiciones.

El panorama que viene

Pablo Casado podría verse como el híbrido perfecto entre José María Aznar y Albert Rivera. De herencia ideológica clásica, su discurso ha venido a recuperar las esencias de aquel ‘aznarismo’ que dio carta de naturaleza al PP: aborto, liberalismo, ideología y unidad nacional. Todo eso sin ambages, retrancas ni plasmas: un lenguaje claro y directo en boca de alguien perfectamente telegénico, joven y rodado en miles de horas en los medios de comunicación. Un nuevo comandante para un ejército en retirada, pero muy numeroso.

La decisión del PP encumbrando a Casado podría entenderse como una respuesta lógica a la ‘amenaza naranja’: crear a su propio Rivera para hacer frente a Rivera. Una visión optimista se inclinará por pensar que un partido como el PP -asentado, capilar y con trayectoria- remontará el vuelo. Una visión pesimista desconfiará del futuro por el grado de descomposición que ha demostrado la corrupción y la división evidenciada en las primarias. Todo depende de si el nuevo comandante es capaz de compactar a las tropas, que no son tantas como decían, pero siguen siendo mayoría.

Casado podría entenderse como una respuesta lógica a la ‘amenaza naranja’: crear a su propio Rivera para hacer frente a Rivera

Sea cual sea el desenlace, el escenario a medio plazo parece claro: ante la ‘derechización’ de Ciudadanos, el PP responderá intentando recuperar su bastión más clásico. Y en eso, inercias aparte, tiene ventaja: la mayoría de votantes son mayores (y a mayor edad, más voto al PP) y Ciudadanos apenas ha logrado salirse del electorado urbanita (mientras que el PP ha demostrado gozar de muy buena salud en un ámbito rural muy lento al cambio).

Si el PP intenta (y logra) reconquistar su posición hacia la derecha, donde no hay gran competencia, Ciudadanos tendría que volver hacia el centro. Perder el centro era arriesgado en una partida de dos jugadores, pero quizá no en una de cuatro, y eso lo sabe este nuevo PP. Así, con Podemos a un lado y los populares al otro, son el resto de contendientes los que deben luchar por dominar un territorio a repartir.

Así las cosas, todo parece apuntar hacia un recrudecimiento de la pugna entre PSOE y Ciudadanos, y promete ser una pelea épica: por un lado, los de Rivera pueden jugar la carta de la oposición a un gobierno de izquierdas apoyado por Podemos y los nacionalistas; por otro lado, el PSOE puede usar la Moncloa como foco para recobrar la iniciativa perdida durante todos estos años de travesía en el desierto y guerras internas.

No conviene, sin embargo, descuidar una última variable: si tus rivales se arrinconan en el mapa quizá la victoria pase por aliarte para controlar la mayor extensión posible. Dicho de otra forma, la mayoría de la población podría recibir con agrado un acuerdo entre rojos y naranjas. De hecho, tal y como se barruntan las cosas, el PSOE preferiría pactar con los de Rivera antes que con Podemos, igual que Ciudadanos preferirá pactar con los socialistas antes que con el PP.

Estaría por ver, eso sí, cuál de los dos gana su partida y controla una mayor porción del centro para dirigir un hipotético proceso de alianza. Todo dependerá en cualquier caso de si esta vez el centro del mapa electoral es lo suficientemente grande como para que la alianza sume los escaños necesarios.