En el ya mítico ‘Fariña‘ de Nacho Carretero se describe un diálogo entre Manuel Fraga, entonces sempiterno presidente de la Xunta, y un aún joven Mariano Rajoy: «Mariano, vete a Madrid, aprende gallego, cásate y ten hijos». La frase encierra muchas cosas que no vienen al caso, pero una que sí: podría parecer que para hacer carrera política hay que abandonar el foro regional y hacerse fuerte en la capital, que a tantas personalidades políticas se ha ido cobrando a lo largo de los años.
El paso de los años parecería darle la razón, ya que acabó siendo presidente del Gobierno. Pero también es verdad que sin salir del terruño (ni del partido) se pueden encontrar ejemplos bien distintos: liderazgos fuertes que se construyen en regiones fuera del centro y que acaban pesando, y mucho, en la política nacional. El propio Alberto Núñez Feijóo, actual líder del PP (y también gallego, para más coincidencias), podría valer.
Pero si hay una región que da ventaja estratégica para hacer política es, sin duda, Madrid. Y otra frase, esta más reciente y pública, lo define bien: «Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?». Es de la actual lideresa del partido en la capital, Isabel Díaz Ayuso, que lleva tiempo colocándose como un contrapoder nacional desde su atalaya territorial. Cosa que antes, igual que ella, otros hicieron desde esa misma posición.
Las tensiones entre lo centralista-nacional y lo que hay más allá de la capital, por tanto, no son nuevas. «El problema está en los medios de comunicación nacionales», señala Alex Comes, consultor de comunicación política e institucional. En su opinión, viven instalados en un «madrileñismo político» que fija el debate político y «que hace que todo se reduzca a lo que pasa en Madrid». El problema es que esa pugna parece haberse acelerado en los últimos tiempos, en parte por la propia aceleración de la política.
España (toda ella) lleva unos años viviendo una campaña electoral continua, a la que contribuyen diversos factores, según el analista de datos de asuntos públicos Endika Núñez. «Por una parte, la política es más inestable y los gobiernos se componen de más de un partido. Y eso, por ejemplo, empuja a los miembros de la coalición a marcar su propio perfil antes de las siguientes elecciones, desmarcándose de sus socios para diferenciarse, y provocando que el partido en el gobierno no pueda cerrar los presupuestos y adelante elecciones. Por otra parte, hay un aumento de la polarización entre bloques que hace que se piense menos en las políticas públicas a largo plazo».
Para dar dimensión a esa tendencia basta fijarse en dos indicadores. De un lado, el número de adelantos electorales, aunque sea tomando en consideración solo aquellos de seis meses o más respecto al plazo marcado por la ley. Del otro, el número de convocatorias distintas que se celebran cada año, entre autonómicas, generales y europeas.
Elecciones y adelantos electorales de más de seis meses
Urnas devoradoras de votos
Pero no todas las elecciones son iguales. Las europeas, de forma inexorable, se convocan cada cinco años desde que se afianzó la adhesión española a la UE. Lo mismo sucede con las municipales y con buena parte de las autonómicas, que por ley y hasta la reforma de algunos estatutos de autonomía, se convocan cada cuatro años de forma obligada.
Hay, eso sí, otras autonomías que tienen concedida la facultad de disolver las cortes y convocarlas a voluntad, como sucede con las generales, y hay autonomías que pueden convocarlas de forma anticipada aunque no tengan potestad para sostener legislaturas diferenciadas. Es, por ejemplo, el caso de la Comunidad de Madrid, que adelantó los comicios a 2021 pero que volverá a pasar por las urnas en 2023.
«Es verdad que a nivel estatal ha habido dos adelantos en los últimos años, lo que ha precipitado la política, pero la tendencia de adelantar las elecciones autonómicas viene de antes», explica Núñez. Porque ha habido varios adelantos autonómicos a lo largo de la democracia, aunque muchos de ellos son recientes. «De las 15 citas electorales más cercanas entre sí, 6 han tenido lugar desde 2015», concreta.
Y es ahí donde aparece otro de los factores que ha servido de correa de transmisión de esa aceleración política nacional al sistema autonómico: cada vez más autonomías varían sus convocatorias, disgregándolas y, por tanto, añadiendo más citas al calendario.
Hay casos de saltos conocidos, como el de Andalucía, que durante dos décadas hizo coincidir sus elecciones con las generales, hasta que empezó a hacerlo en solitario desde 2015. O las de la Comunidad Valenciana, que en su última cita se separó del grueso de autonomías, aunque fuera para coincidir con las generales. En una tendencia contraria, Galicia y Euskadi sincronizan sus urnas desde 2009, cuando hasta entonces iban por separado.
Elecciones celebradas junto a otras
La consecuencia más evidente de que cada vez haya más convocatorias es un aumento del tacticismo electoral. Cada votación demanda posiciones efectistas, logros a corto plazo que garanticen resultados, y eso perjudica no solo la planificación, sino el desarrollo de políticas públicas a medio o largo plazo. Y ese tacticismo responde en muchas ocasiones a una estrategia nacional por parte de los partidos, independientemente de la dimensión geográfica que tenga cada votación.
Sebastián Lavezzolo, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Nueva York y profesor en la Universidad Carlos III, advierte de que esa multiplicación de elecciones no es anormal, sino más bien todo lo contrario. «Es algo característico de los sistemas de carácter parlamentario. De hecho, España, dentro de los sistemas parlamentarios, era de los que menos adelantaban elecciones», explica. «Es algo que no nos tiene que sorprender, del mismo modo que antes no debía sorprender que el sistema se volviera multipartidista o que apareciera la extrema derecha: es parte del proceso de europeización de nuestro sistema de partidos», insiste.
El rodillo nacional
Aunque Lavezzolo considera que todavía «está por ver si va a continuar o no esta dinámica de que tengamos elecciones a cada rato», el proceso de multiplicación de convocatorias todavía está en fase de aceleración. Y ese acelerón, añadido a la inercia de eventualidades en distintas regiones desde el inicio de la democracia, va dejando ver diferencias entre regiones y convocatorias.
Así, si se calculan los plazos marcados por la ley y se toma como referencia el primer año de celebración de cada elección, se aprecian desviaciones sobre qué cabría esperar si las convocatorias estuvieran fijadas, como en el caso de las municipales. El más notorio es el de las generales, que ha vivido cinco adelantos de más de seis meses respecto a la duración máxima de la legislatura, lo que ha provocado que se hayan celebrado tres convocatorias más de las que cabría haber esperado.
A nivel autonómico los casos más notorios son los de Cataluña (cinco adelantos, dos convocatorias de más), Madrid (dos adelantos y dos convocatorias de más) o Andalucía (tres adelantos y una convocatoria de más).
Convocatorias ‘de más’ y adelantos electorales por autonomía
Pero más allá de que sea algo común y que pueda o no volverse frecuente, cabría dilucidar a qué responde, en qué puede traducirse y cuál puede ser su impacto. Sobre todo, en lo referente a si el debate regional está siendo opacado por el nacional a causa de esa estrategia cortoplacista. «El hecho de que cada vez se produzcan más adelantos y repeticiones es más por el estado nervioso y de alta tensión política en la que vivimos», opina Comes. «En su mayoría, han sido movimientos tácticos que el partido del gobierno en cuestión ha decidido porque, según analizaban, les era beneficioso».
En la misma línea lo analiza Núñez, que aprecia cierto uso del tablero regional para una partida nacional. Coincide en que ese juego responde al clima actual, «en el que el partido de la oposición busca llegar a la Moncloa», y pone como ejemplo el reciente adelanto en Castilla y León. «Fue estratégico, porque Pablo Casado pensó que podrían tener buenos resultados ahí y en Andalucía, e ir de elección en elección cosechando victorias para tejer un relato que les favoreciera en las generales».
Situaciones como esa, porque no es la única, provocan que las convocatorias regionales pasen a tener un marcado signo nacional. En ocasiones, explica Comes, porque «también se perciben como reválidas del Gobierno nacional», aunque matiza que no siempre, sino, más bien, «en algunas coyunturas muy determinadas como la actual», donde se percibe cierto «rechazo ciudadano frente a la situación política, económica y social».
Como consecuencia de todo ello, los temas sobre los que gira la campaña regional pasan a ser también nacionales. «Un estudio que hicimos en Castilla y León apunta a que los temas que más se hablan en medios regionales se parecen mucho a los temas en medios estatales», explica Núñez. Es decir, que hay «una agenda estatal que arrastra a los medios regionales, que deberían tratar temas del lugar en vez de temas que no preocupan tanto a la ciudadanía en el día a día», reflexiona.
¿Quién se come a quién?
Entonces, ¿puede inferirse que la política regional está desapareciendo como consecuencia del centralismo político? «No diría que la política regional desaparezca por culpa del centralismo político porque estamos en una coyuntura donde los partidos regionalistas están más presentes que nunca en el Congreso», afirma Núñez.
«Los electores han apostado en las últimas citas de las generales más que nunca por partidos de kilómetro cero que atiendan a sus intereses concretos», explica. «Diría, más bien, que las campañas se centran en temas autonómicos», a pesar de la agenda mediática, «pero sus resultados se interpretan en términos estatales porque parece que puede haber un cambio de ciclo», opina.
«No considero que la política regional esté desapareciendo», coincide Comes, que usa dos ejemplos desde baronías territoriales de signo contrario para explicarlo. «El andalucismo, entendiendo como tal un regionalismo transversal a nivel ideológico, ha sido uno de los principales ejes de la estrategia de Juanma Moreno, ya no solo durante la campaña electoral, sino durante todo su primer mandato», rememora. «Y no es una excepción porque, por ejemplo, Ximo Puig también ha intentado construir un relato de ‘la vía valenciana’, con la que busca caracterizar sus políticas públicas de cara a vender su relato al exterior», añade.
«Creo que se trata de una influencia de ida y vuelta entre lo nacional y lo regional», recoge Lavezzolo. «El ejemplo paradigmático es lo que está sucediendo y sucederá con el Partido Popular», afirma en referencia a hacer compatibles sus posicionamientos regionales con su discurso nacional. «Es también lo que le ha pasado toda la vida al PSOE, porque es el talón de Aquiles de cualquier partido a nivel estatal a la hora de organizar y articular un discurso coherente a nivel estatal».
En su opinión, el PP «es un partido normalmente muy centralista, con posiciones autonómicas muy alineadas en torno al discurso nacional», pero que en este momento «va a tener que tener en cuenta su posición en las distintas regiones a la hora de articular un discurso a nivel nacional. Y, de hecho, el PP lo tiene bastante difícil, porque, si bien ha conseguido mayorías absolutas en algunas autonomías, en otras no ha sido así».
Y eso lleva directamente al debate sobre pactar o no con Vox, que algunos daban por superado tras los resultados en Andalucía, pero que, augura, no podrá exportarse a todas las regiones por igual. Y esto, siguiendo su razonamiento, implica un claro condicionamiento a su política nacional por parte de sus posicionamientos regionales:
«La política autonómica va a estar, obviamente, influenciada por la política nacional, pero también la política nacional por las complejidades y la dinámica de la política autonómica». Y eso sin contar con el impacto en el debate nacional que puede acabar teniendo la llamada España vaciada. Porque como logre hacerse con escaños decisivos en el Congreso quizá sea la política de cercanía la que acabe fragmentando el debate nacional, y no al revés.