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Grandes ciudades: retrato de los agujeros negros que absorben todo a su alrededor

Cuando Isabel Díaz Ayuso dijo aquello de «Madrid es una España dentro de España», lanzó, sin pretenderlo, una definición difícilmente mejorable de un fenómeno social: Madrid es un agujero negro. La actividad de la región está tan concentrada que apenas permite que nada suceda a su alrededor, porque todo sucede dentro.

No es algo único, sino que más bien pasa con todas las grandes ciudades. Pero es verdad que en nuestro país la tendencia se acentúa más: aquí el pasado marca un retrato radial de la geografía, y todos los ojos miran a Madrid siempre, dejando de prestar atención a todo lo demás.

La idea científica del agujero negro va precisamente en esa línea: se trata de un cúmulo hipermasivo de materia, tan masivo que atrae todo lo que tiene a su alrededor, incluso la luz. No es que sea negro en realidad, es que hasta la luz acaba sumiéndose por lo que algunos científicos explican como una especie de desagüe espacial del que sabemos poco. Ni siquiera a dónde, o cuándo, conduce la cañería.

Si España fuera una galaxia sería una con un enorme agujero negro en el centro. Pero habría también otros puntos importantes, estrellas alrededor de las cuales orbita cierta actividad económica y laboral periférica. El Confidencial publicó un interesante especial infográfico en el que se recogían las migraciones laborales diarias: desplazamientos por trabajo que, además del arrastre de Madrid, retrataban un par de ejes mediterráneos conectados, potentes intercambios en Andalucía, País Vasco y Galicia, e incipientes movimientos alrededor de Zaragoza y las capitales extremeñas.

Fuente: El Confidencial

Pero una cosa es el movimiento diario y otra el impacto estructural. Para medir el efecto de arrastre de las capitales en lo que se refiere a recursos, actividad y atención, basta con acudir a las estadísticas oficiales del INE: las zonas más pobladas son también las que más riqueza generan, más empleo crean y más inmigración atraen. Con pocas excepciones, el mapa de España es un plano estelar marcado por atracciones gravitacionales donde el dinero hace la fuerza y las vidas van detrás, persiguiéndolo.

¿Cuántos somos? La primera medición es la más evidente: dónde vive la gente. Las tres provincias que albergan a las principales ciudades aglutinan a uno de cada tres habitantes del país. En una Comunidad de Madrid caben tres provincias de Valencia, que es la tercera en discordia. O, por llevarlo al extremo contrario, 75 Sorias.

¿A dónde vamos? Dejando de lado la inmigración extranjera, el mapa español se rige por una migración interna marcada por el punto anterior. El poder de atracción de las capitales es tan grande que afecta también a su entorno inmediato. Así, no es casual que Toledo o Guadalajara, cercanas y conectadas con Madrid, presenten saldos positivos (es decir, que llega más gente de la que se va). Sucede algo similar en las provincias que rodean a Valencia o Barcelona, especialmente las que cuentan con las capitales más cercanas: Castellón y Tarragona, respectivamente.

La España rellenada. Como sucede en la mayoría de sociedades desarrolladas, nuestro país envejece tan rápido que empieza a decaer. En la mayoría de provincias muere más gente de la que nace, y las únicas excepciones están donde más inmigración se da, ya sea para vivir —como Baleares—, ya sea para trabajar —como Madrid, Murcia o Almería—.

Buscando el dinero. Siguiendo las variables anteriores es fácil averiguar qué regiones son las que generan más riqueza: Madrid en cabeza, duplicando a Barcelona, que casi triplica a Valencia. Y, detrás, el resto de capitales: Sevilla, Alicante, Bizkaia, Málaga, Zaragoza, A Coruña. Justo por donde actúan las otras fuerzas gravitatorias.

Encontrando el dinero. Pero una cosa es en qué regiones se contribuye más al PIB y otra cuánto de eso llega a casa. En la renta media por hogar influyen otros elementos, como la existencia de sistemas impositivos diferenciados, que hacen que Navarra o el País Vasco emerjan al nivel de la Comunidad de Madrid, junto con Cataluña o Aragón.

Pobreza. Si la riqueza está en el cuadrante noreste, el sudoeste muestra una realidad bien distinta: los indicadores de riesgo de exclusión y pobreza reflejan una situación mucho más precaria. La antítesis, de nuevo, viene marcada por los regímenes tributarios especiales.

Empleo indirecto. Mezclando variables se explica la radiografía laboral española: las mayores tasas de empleo, incluso por delante de las capitales, pertenecen a regiones que están junto a ellas y que tienen una densidad de población mucho menor. Así, Guadalajara y Girona son las más favorecidas, mientras que en la periferia oeste las cosas son distintas: Ourense, Zamora, Huelva o Cádiz marcan algunos de los mínimos.

Donde todo se para. Los cuadrantes también sirven para retratar la tasa de paro: el sur y el oeste se enfrentan a una situación mucho más difícil que el norte y el este. De nuevo, el triángulo entre riqueza, capacidad de atracción y densidad de población ayudan a distinguir zonas de movimiento. Fuera de ellas, el vacío.

El mapa de la España desigual no es solo el económico, ni el laboral, ni el de población o infraestructuras. Es el de la gente que llega o se va, y también los motivos que hacen que vayan o se marchen. En ese mapa hay zonas de tránsito intenso, mientras otras pasan desapercibidas. Y eso alienta la percepción que muchos tienen desde dentro de sus agujeros negros: que más allá de las circunvalaciones que delimitan la capital solo hay abismos y dragones.