Leemos, pero no de la forma en que lo hacíamos. Consumimos información, pero no en los medios de siempre. No vemos la televisión en la televisión, ni escuchamos la radio en la radio. La tecnología ha cambiado nuestra forma de consumir información… y justo cuando el sector languidecía, las grandes tecnológicas se vuelcan con el contenido: fichan periodistas, montan aplicaciones informativas y agregan contenido de medios. La era digital nos ha traído una pelea entre trovadores, que componen las historias, y juglares, quienes nos las cuentan
Las cosas entran por los ojos, y se quedan en el alma. Hay historias que uno guarda para siempre, narraciones que cambian su modo de ver las cosas, personas, lugares y sentimientos que uno ata para siempre a sus recuerdos. Pero para que todo eso pase, para que el mensaje llegue, el lector o espectador antes tendrá que interesarse. Comunicar es, en ese sentido, como seducir: puede que el fondo de la historia sea precioso, pero si el aspecto externo no acompaña será más difícil que esa historia llegue jamás a leerse.
Y justo en esa guerra, como en otras, se dirime el sector de nosotros, los cuentacuentos. Porque los periodistas y comunicadores hacemos eso: contamos historias. Algunas son crueles, otras graciosas. Algunas conmueven, otras entretienen. Muchas jamás serán recordadas, y otras ni siquiera serán leídas. Acercamos lo que pasa en lugares remotos a la gente en su salón, o en el metro, o en la oficina. Intentamos descubrir cosas desconocidas, o sorprendentes. Explicamos cosas complicadas de forma que puedan interesar. Destacamos lo que es importante de lo que es accesorio. Hacemos que la gente tome conciencia de por qué algo le debería preocupar. Señalamos posibles consecuencias de lo que actualmente vivimos. Eso cada día, cada hora, cada minuto.
Ese es nuestro negocio. A fin de cuentas, contar cosas. Como quien en la Edad Media componía canciones o poemas con historias míticas. Nosotros también somos trobadores, componiendo historias desde la realidad. Algunos son juglares, repitiendo lo que los trobadores componen. Creamos héroes y villanos, dragones y doncellas, grandes guerras que librar y temores arcanos a los que derrotar.
Pero llegó la crisis. La económica, que hizo que las empresas dejaran de invertir en comunicación y que las instituciones cerraran el grifo publicitario. Descubrimos que detrás de muchos medios de comunicación había intereses de la construcción que, al derrumbarse su negocio, arrastraron consigo a sus cabeceras como un edificio mal comentado hunde al bloque de al lado al caerse. Y también llegó la tecnológica, esa en la que muchas grandes cabeceras se han resistido a soltar su modelo tradicional de negocio convencidos en que todo seguiría igual. Pero no: la gente ya no lee tanta prensa en papel, las revistas tradicionales no enganchan a las nuevas generaciones, la televisión ya no se consume como antes y solo un puñado de radios se resisten a convertirse en minoritarias.
La influencia dejó de ser cosa de los grandes medios. Los Google, Twitter o Facebook empezaron a ser las nuevas ágoras en las que la gente se informaba y compartía información. Los medios empezaron a pelear por hacerse con la atención de esos lectores que se les habían escapado, cazando las historias que se volvían virales y llevándolas a su entorno. Un informativo hecho con YouTube, un artículo lleno de tuits… todo valía para llamar la atención. La carrera de ser los primeros, en posicionar más y mejor, en llenar de palabras clave cada artículo, de generar enlaces aunque no tuvieran utilidad para los lectores. Los medios empezaron a funcionar pensando en los robots que les indexan a cada segundo, no en sus lectores. Así parecía difícil que las personas se volvieran a interesar por ellos.
Palabras como ‘posicionamiento’, ‘usabilidad’, ‘entorno’, ‘navegación’, ‘responsive’, ‘diseño adaptativo’ y otras se volvieron casi tan importantes como ‘testimonio’, ‘fuente’, ‘exclusiva’ o ‘primicia’. La forma de cambiar historias había cambiado. El aspecto parecía más importante que el contenido. Las historias se sacrificaban en el altar de las búsquedas, la velocidad y, en ocasiones, de las grandes infraestructuras tecnológicas y los diseños caprichosos.
Y ahora, cuando parecía que todo estaba perdido, que la narración del presente no la cantaría ningún trobador sino algoritmos, robots y selectores artificiales de información, justo ahora, parece que las historias vuelven a importar. Con miles de periodistas y comunicadores en la calle, sin canciones que componer ni historias que contar, resulta que las grandes empresas tecnológicas, las que habían desplazado a los medios, quieren ser como los medios. Quizá a las grandes corporaciones tecnológicas les faltaba alma y por eso se pusieron a contar sus historias.
Las aplicaciones retoman el relato
Yahoo, que también pasaba su propia crisis, ha sido la que más intensamente ha apostado por los contenidos. Fichó a golpe de talonario a dos de los periodistas más conocidos de EE UU, David Pogue del New York Times para su Yahoo Tech y Katie Couric de la CBS. También compraron una prometedora app llamada Summly, que pretendía llevar a tu móvil las noticias del día en breves resúmenes. El resultado tras unos meses de trabajo es una nueva app llamada Yahoo News Digest, solo disponible en EE UU de momento, que ofrece dos resúmenes diarios de noticias en un entorno visual y multimedia. Como cuando los diarios tenían edición vespertina.
Hasta LinkedIn quiere contar historias. ¿Y para qué puede necesitarlo una red social dedicada a los perfiles profesionales? Para aportar información que secunde sus contenidos. Por eso la empresa compró Pulse a principios del año pasado, un lector de noticias para móviles que había conseguido un rápido crecimiento en todo el mundo, y lo integró en su propia app.
A la lista se apuntará en breve Facebook, que prepara el lanzamiento de Paper, una app que -dicen- será un lector de noticias para competir con ideas como FlipBoard, que a su vez perdió terreno cuando Feedly emergió tras el cierre de Google Reader.
Google, amo y señor del tráfico a través de búsqueda, sigue ofreciendo soluciones un tanto más impersonales: Google News es un portal que criba información para el lector y reparte tráfico para los medios, pero que no aporta contenido propio. Servicios así son interesantes, por ejemplo, cuando se aplican a datos concretos, como con sus portales de información política para algunos países o su cuenta de Twitter para tal fin, donde ofrecen gráficos a partir de los datos que obtienen de sus propias búsquedas.
Algo similar se puede hacer con Twitter, que si bien no tiene una vertiente informativa propia, lanzó en septiembre un servicio de alertas en diversos países con un extenso listado de fuentes que usa para enviar mensajes a los usuarios de su zona geográfica en caso de emergencias.
También hay servicios externos que hacen de las publicaciones en redes sociales algo parecido a boletines de información, como Paper.li o Storify, programas para crear apps de forma sencilla (App Makr, Bizness Apps, Apps Builder, Upplication, Good Barber…), plataformas para crear revistas digitales (Madgazine, Roduly, Pressmatic…), muchísimas plataformas de blogs (WordPress, Blogger, Tumblr, Joomla, Drupal…), apps para estar informado de todos los gustos y colores… Todo el entorno tecnológico se ha volcado, poco a poco, en hacer posible que la gente cuente sus historias.
¿El renacimiento del sector?
Los medios digitales se han multiplicado exponencialmente gracias a la cantidad de talento que la vieja industria mediática ha descartado, además del abaratamiento de costes que supone la Red. A la vez, subsisten antiguos pobladores de la Red que siguen manteniendo discretas redacciones periodísticas para contar historias, como MSN Noticias o Terra.
Incluso las empresas se vuelven a interesar por contar historias: muchas prefieren hacer un blog en el que cuenten qué hacen que pagar por insertar publicidad en medios de comunicación tradicionales.
¿Augura esto un renacimiento del sector? Augura que el sector sigue avanzando por el mismo camino: los medios, que nutren a muchas de las aplicaciones y servicios mencionados, dejan de ser el canal de comunicación. Son la fuente, pero no el lugar donde la gente va a escuchar las historias. Facebook es el juglar de los medios que componen las historias. El público es quien lo ha querido así, y parece complicado romper la inercia. A fin de cuentas lo importante es que sigan leyendo, porque quedan muchas historias que contar.