Independentistas ante la declaración de independencia de Carles Puigdemont (Autor: Iván Alvarado / Reuters)
Independentistas ante la declaración de independencia de Carles Puigdemont (Autor: Iván Alvarado / Reuters)

🔔 Tocan a muerto por el procés

En apenas unas semanas se han sucedido algunos eventos, en apariencia inconexos, que marcan el final de un ciclo político intenso en Cataluña. Tras más de una década de tensión soberanista, y tras el enorme desgaste vivido, todo hace indicar que el procés ha terminado. Al menos de momento.

El final del procés se ha anunciado como los campanarios en los pueblos anuncian el fallecimiento de un vecino: tocando a muerto.

Al lío 👇🏻

🕵🏻 Punto uno: espías, sondeos, soldados e himnos

Que Esquerra y lo que fue Convergència se llevan mal no es noticia. Y no es que sean formaciones de signo contrario opuesto, es que hay mutua desconfianza. Lo contaba bien Toni Aira, que fue parte del equipo de Junts pel Sí, en un artículo que publiqué hace unos meses:

”Ha habido siempre animadversión importante del universo de ERC hacia el convergente, al que acusaban de tratarles con condescendencia, como el hermano pequeño que nunca será mayor; y a la inversa, el mundo convergente acusaba a ERC de una inquina que no podían entender, y eso se fue enquistando”

Por tanto tampoco debería sorprender que de vez en cuando cruzaran críticas. Especialmente ahora, con ERC en el Govern, cuando se pasan facturas por lo vivido en estos últimos años: mientras Oriol Junqueras se quedó y pagó su pena en la cárcel, Carles Puigdemont huyó para intentar seguir mandando en la distancia. Sin embargo, ha habido un punto de inflexión.

Primera campanada. Día 15 de marzo. Gabriel Rufián ataca sin miramientos a Convergència: “Eran señoritos que se creían James Bond (…) simplemente para hacerse un selfie en según qué despachos”, algo que ha calificado de “una frivolidad terrible”. A pesar de decir que se estaba conteniendo, lo que Rufián hizo fue dar por buenas las informaciones que durante años publicaron los medios conservadores, denunciando la injerencia rusa en el ‘procés’.

La respuesta desde el espacio postconvergente fue bastante rotunda, incluyendo una queja oficial del vicepresidente al president Jordi Puigneró a Pere Aragonès. No se puede decir que haya una ruptura total en el polo soberanista, pero casi.

Segunda campanada. Dos días después, el 17 de marzo, la Generalitat publicaba un macrosondeo cuyo trabajo de campo se había hecho en diciembre y en el que se registraba el menor apoyo ciudadano al independentismo catalán en una década. Según esos datos, el 39% de los catalanes defiende la independencia (que sigue siendo una cifra enorme), mientras el 53% la rechaza.

Y no se trataba de algo menor, sino del trabajo del Centre d’Estudis d’Opinió, el equivalente al CIS en Cataluña, controlado por la Generalitat. El barómetro, en el que normalmente se contemplaba esa cuestión, lleva sin publicarse desde mayo del año pasado, pero sirve para retratar bien cómo se fraguó el procés cambiando por completo el sentir de la mayoría de la ciudadanía catalana.

Tercera campanada. Ha pasado algo más inadvertida, pero es también simbólica: el Juan Sebastián Elcano, buque escuela de la Armada, amarró en Barcelona tras 18 años sin hacerlo, con la protesta de los independentistas.

Cuarta campanada. Justo el mismo tiempo, 18 años, hacía que no sonaba la campanada más audible de todas: la de la Selección española de fútbol jugando en Barcelona.

Esta última campanada se fue preparando en enero, cuando la RFEF lo anunció: sería para un partido amistoso contra una selección menor, y no sería en el Camp Nou sino en el mucho más proclive estadio del Espanyol (sic) de Barcelona. Pero era el fin de una ausencia muy notoria.

Y es que precisamente el fútbol es arma política de primer orden. Basta recordar que en no pocas finales de Copa del Rey disputadas por el Barça en los últimos años se ha pitado el himno, en presencia del monarca, y eso estando en ciudades fuera de Cataluña. Del mismo modo, cuando Ciudadanos era el principal partido de la oposición llevó una pantalla gigante a la calles de Barcelona para seguir la Eurocopa. Era 2016, y tanto el procés como Ciudadanos seguían vivos.

Con todos esos ingredientes, la campana tañó por tercera vez: casi 40.000 personas ‘cantaron’ el himno en Barcelona. El partido fue mediocre, pero era lo menos importante del día.

❤️‍🩹 Punto dos: la estrategia de choque de dos nacionalismos

Así las cosas, hay una ruptura política del polo soberanista, un cambio de sentir en la sociedad catalana y un reacercamiento de los símbolos españoles a Cataluña, desde el Ejército hasta el fútbol. Y todo ello en apenas dos semanas que cierran una herida de más de una década.

Pero para curar de verdad las lesiones conviene saber cómo se producen. Y el origen de todo está en la combinación de tres factores unidos en el tiempo: la desafección por una voluntad política no reconocida, la necesidad de ocultar los casos de corrupción y la difícil gestión política de la crisis económica. Aunque en realidad todo había empezado unos años antes, un 13 de noviembre de 2003, cuando un José Luis Rodríguez Zapatero recién llegado a la secretaría general del PSOE se comprometía a reformar el Estatut en el acto central de la campaña del PSC. 

Tres días después Convergència perdía la mayoría y, por primera vez, Cataluña tenía un gobierno de signo político diferente. Fueron dos legislaturas de convulsión, pero también de cambio. La oposición, tanto la de Cataluña como la de Madrid, vio como durante años la región se había convertido en un granero de votos socialistas.

El 28 de junio de 2010, y tras años de tensiones y recursos, el Tribunal Constitucional recortó el Estatut. A pesar de que la corrupción ya empezaba a asomar por el horizonte convergente, el 28 de noviembre de ese año Artur Mas reconquistó la Generalitat, e hizo de la lucha por el Estatut su primera gran reivindicación. Rajoy ganaría con mayoría absoluta unos meses después tras haber hecho campaña contra él durante meses. 

Con el foco puesto en la crisis económica, Cataluña se convirtió en el argumento perfecto para aunar voluntades políticas a uno y otro lado mientras arreciaban los recortes. Para cuando ambos presidentes se reunieron en La Moncloa el 20 de septiembre de 2012 ya estaba todo roto entre ellos, y sobre esa grieta edificarían sus mandatos. El nacionalismo es una hoja con dos caras, y de la misma forma que se disparó en Cataluña también lo hizo en el resto de España.

La historia del procés es la de un enorme desencuentro social que desgajó voluntades en dos frentes. Se sucedieron las manifestaciones en Madrid y en Barcelona, alentadas por discursos incendiarios. Empezamos a acostumbrarnos a términos propios de otros tiempos y latitudes: ‘presos políticos’, ‘derecho a decidir’, ‘vía unilateral’, ‘referéndum de autodeterminación’, ‘guerra sucia’, ‘policía patriótica’. Se echó tanta leña en aquella hoguera que el incendió acabó por ir devorando, uno a uno, a todos los implicados.

Artur Mas tuvo que dejar la política porque las CUP se cobraron su cabeza. Su sucesor lleva años huido del país. La gestión del procés debilitó a un Rajoy al que la corrupción le dio la puntilla. CiU se rompió primero y Convergència desapareció después. Ha habido cárcel, antidisturbios y fondos reservados. Esquerra gobierna y, tras la deriva de Convergència, ha sido su posibilismo lo que ha dado la puntilla al procés. Para empezar, porque hicieron posible la moción de censura que dio inicio al mandato de Sánchez. 

🤔 Uniendo los puntos

Tras toda guerra (política, en este caso) suele llegar la paz. E igual que hay guerras que son frías porque no llegan a estallar aunque sean latentes, también hay paces que no son tal cosa, porque sigue habiendo tensión. Es cierto que el PSOE ha empeñado parte de su capital político en solucionar el ‘procés’. De ahí los indultos a los presos, la creación de una mesa de negociación o la permisividad con ciertos desplantes de ERC en votaciones fundamentales para el devenir de la legislatura.

Por su parte, ERC se ha apuntado a una política más posibilista con la que pretende dar un paso atrás para poder retomar impulso. Por el camino consigue desplazar a la postconvergencia, que sigue partida por el ‘exilio’ de sus líderes y el peso de la corrupción. Además, se lleva algunas concesiones desde Madrid que, si bien no responden a sus reclamaciones, sí les auguran un futuro más favorable.

Así las cosas, ni Esquerra es un socio fiable para el PSOE, ni el PSOE puede dar por cerrado el conflicto con Cataluña. Es más, el ‘procés’ fue la manifestación más evidente y sangrante de una pulsión política que siempre ha existido. Y, como sucede en el País Vasco, es cíclica: hay épocas de mayor tensión y épocas más tranquilas. Ahora el foco político está en otras cosas, pero no es descartable que regrese… aunque cabe esperar que lo haga de una forma menos rupturista.

Ánimo con la semana, te escribo en unos días 👋🏻