Verónica no se define como víctima. “Soy mujer, vasca, madre, periodista… soy un montón de cosas. Desde luego si me tengo que definir ‘víctima de ETA’ es un calificativo que no usaría”, comenta en un restaurante en la céntrica plaza de Abando, en Bilbao. Viste elegante, clásica, de oscuro, pelo rubio liso y ojos azules. “Respeto el dolor de todos y no juzgo a nadie: cada cual lo vive a su manera, y yo lo vivo a la mía”.
ETA mató a su padre cuando era una niña de ocho años. Él salía de su casa en Portugalete para ir a trabajar. Se sentó en el coche, un 124 de color blanco, y encendió la radio. Un terrorista abrió fuego contra él desde la ventanilla del conductor y otro lo hizo desde la parte trasera del vehículo. Eran las nueve de la mañana de un 28 de junio de 1978 y tanto su madre como ella y sus hermanos estaban allí. Su padre era José María Portell, director de La Hoja del Lunes, el primer periodista asesinado por ETA, un profesional conocido en todo el País Vasco.
Ve con buenos ojos que la Justicia haya permitido a Bildu presentarse a las elecciones. “Son parte de la realidad de este país, lo anormal es que no estén”, comenta. No es la visión típica de alguien que ha sufrido una situación como la suya. De hecho sus puntos de vista le han supuesto alguna pérdida dolorosa en su entorno más cercano, donde no todos ven la realidad como ella. No juzga lo que otros hacen, pero no lo comparte.
Lo mismo le pasó cuando hace unos años publicó un libro llamado ‘Y sin embargo, te entiendo’. En él narra un secuestro ficticio a manos de ETA contado de forma coral desde los puntos de vista de todos los implicados, desde el secuestrado al ertzaina que le busca, desde el lehendakari a la etarra que participa en el delito, desde el mero espectador al preso de ETA que se entera de la noticia. Ella, una víctima que no quiere que le llamen víctima, es capaz de ponerse en la piel de aquellos que le arrebataron un trozo de vida. “Vivo mi vida mirando al futuro, no al pasado”, dice marcando la ‘r’ con cada palabra que pronuncia.
Treinta y tres años después del asesinato de su padre Verónica tiene 42 años. La casa del Muelle de Churruca donde pasó todo sigue siendo propiedad de su familia. Ella ha seguido sus pasos como periodista y ha construido su propia familia. Hace cinco años decía que su sueño era que sus hijos sólo supieran qué era ETA por los libros de historia. “Lo he conseguido. Cuando alguien habla de ETA ellos lo ven como algo lejano, como si les hablan de la Guerra Civil”.
Es por eso por lo que rechaza algunos programas que promueve el Gobierno Vasco de llevar a etarras arrepentidos a las aulas para que disuadan a los chavales de repetir sus errores. “Yo me opongo totalmente, nadie tiene que explicarles a mis hijos qué es ETA”. Ellos, claro, no la ven como víctima. No hay trauma para ellos.
Tanto tiempo después y sigue sin saben quién mató a su padre, ni tampoco qué pensaría si tuviera delante a quienes apretaron el gatillo. De hecho, la historia le deja más interrogantes que certezas. En aquellos días el incipiente gobierno de Adolfo Suárez inició conversaciones secretas con el entorno de ETA. Rodolfo Martín Villa se apoyó en Txiki Benegas y éste a su vez en Portell y un amigo que estaba en el otro bando, el antiguo jefe de ETA Juan José Etxabe. Días después del atentado contra Portell ametrallaron a su interlocutor en la banda. Él sobrevivió, pero su mujer no.
ETA reivindicó el atentado contra Portell y en el de Etxabe se acabó señalando al GAL. A Extabe también le acabaron quitando de en medio. Con ambos interlocutores desaparecidos Martín Villa se empeñó en negar todo conocimiento de qué hacía Portell y de la existencia de ningún proceso de diálogo. Carmen, la viuda de José María y madre de Verónica, siempre ha mantenido lo contrario.
Verónica es muy optimista. “También lo he sido en ocasiones anteriores, con la tregua anterior todos lo éramos y nos equivocamos”. Se toma un momento para beber. “Pero sí, creo que algo ha cambiado”. Su padre dejó dos libros escritos cuando le asesinaron, ‘Los hombres de ETA’ y ‘Euskadi: Amnistía arrancada’. En uno de ellos contaba sus preparativos para mediar con el etarra Etxabe.
“Me costó encontrar los libros, pero me hizo mucha ilusión. Los escribió con la misma edad que tengo yo ahora, así que leerlos ha sido como si me estuviera hablando a mí”, dice con una sonrisa triste. “En uno de esos libros contaba lo emocionado que estaba ante la posibilidad de que acabara todo. Claro, tú sabes cuál es el final de la historia, sabes cómo acabó todo y que tantos años después nada ha acabado. Leer aquello es la crónica de una muerte anunciada”.
Se despide diciendo que no siente ningún rencor, que cree en la capacidad de solucionar las cosas. Pero reconoce que no sabría cómo reaccionaría a un nuevo zarpazo de los terroristas en su familia. Ha aprendido a vivir de otra forma. “Si no nos volvemos a ver quiero que sepas que me ha gustado mucho volver a verte”, comenta. “Tengo la costumbre de decir las cosas buenas a la gente, por si acaso”. Sube al taxi y pone rumbo a Getxo, donde tiene que recoger a sus hijos del colegio. La vida sigue para ella.