«La violencia de ETA siempre la he vivido con rechazo y con doble dolor, porque era violencia que decía defender los objetivos políticos que yo siempre he defendido». Achica los ojos y mira a la mesa. A pocos metros, un camarero golpea con saña el mango de una cafetera contra el cajón en el que tira el polvo usado para luego volver a cargarlo de café recién molido. Cada giro de la máquina suena como el gatillo de una pistola sin balas. Otros dos camareros comen en la barra de la vieja cervecería, a pocos metros de la incómoda mesa de mármol con sillas de metal. Uxue pone la palma de la mano sobre ella, y sigue: «Francamente no comprendo el ejercicio de la violencia. Esto era violencia pura y dura, llegados además a puntos tan inadmisibles como la socialización del dolor».
En estos días apura una carrera de una década en el Congreso, conviviendo en un despacho con algunas cajas de cartón para hacer la mudanza de vuelta a su Navarra natal. Siempre ha estado sola, como única diputada de la formación que representaba, primero la coalición Nafarroa Bai y ahora, tras su naufragio, una barca hecha con maderas tras la tormenta llamada Geroa Bai. Lo suyo tiene mérito porque en este tiempo ha logrado sobreponerse a esa soledad política, a las escisiones de los suyos, a las limitaciones de grupo mixto o a tener que compaginar su actividad como concejal en Pamplona. Y todo eso lo ha hecho llegando al Parlamento con apenas cuarenta mil votos. «A quienes somos minoría -dice- es más fácil desconocernos, que es la peor forma de desprecio». Pocos votos en el conjunto nacional, pero suficientes como para haberle dado una voz en las Cortes que la ha colocado en varias ocasiones como la política mejor valorada según el CIS, algo nada despreciable tratándose de una política de izquierda abertzale. Lejos de sacar pecho por lo conseguido, ironiza: «El otro día alguien me decía, ‘sí, pero el 80% de los ciudadanos no te conoce según la encuesta’, y yo le decía, ‘¿y me conoce el 20% de la población española?’ ¡Me parece un verdadero honor!», dice riéndose.
También ha sido una parlamentaria apreciada en las Cortes. Cuando volvió de una pausa de unos meses tras enfrentarse al cáncer, el Hemiciclo le aplaudió de forma unánime en mitad de un debate a cara de perro en una de las legislaturas más tensas que se recuerdan, precisamente con Navarra en el centro de muchas peleas. «Ahí lo que había era el cariño de amigos en la vuelta de un viaje de unos cuantos meses de zozobras», dice con cierto sonrojo. «Fue un momento muy incómodo porque era el día que se debatía la reforma constitucional del artículo 135, y yo tenía preparada una sarta de andanadas para Zapatero, entonces presidente, y para Rajoy, jefe de la oposición. Y yo decía ‘a ver cómo salgo de esta elegantemente y agradeciendo’…», comenta al tiempo que sonríe casi cerrando los ojos. Hace alguna broma sobre su escaso pelo, corto a lo chico, que nada tiene que ver con la melena que lucía antes del «viaje» del que regresó con éxito. La sombra de lo que pasó no se ha perdido, esa se le nota en los ojos. No esquiva hablar de la enfermedad, ni esconde el hecho de que todavía se fuma un cigarro alguna vez, «el peor de los venenos». Estaba a punto de conseguir dejarlo, pero la campaña le había trastocado los planes. Promete, eso sí, que si es investida presidenta de Navarra lo deja del todo. «Antes, tendría que dejarlo antes», decía. Al final lo consiguió: la candidatura que encabezaría para presidir Navarra unas semanas después sería la segunda más votada, lo que con el apoyo de otros grupos bastó para poner fin a décadas de gobierno de UPN. Ella atribuye el mérito al trabajo de su gente, y «a algo que se ha perdido en el parlamentarismo, que es el valor de la palabra expresada». Otra cosa no, pero Uxue Barkos, periodista antes que política que se define como vasca a la vez que navarra, es clara hablando. Habla de forma tan rápida y directa que se le agolpan las ideas en pocos segundos, salta a una, vuelve a otra, y de forma casi mágica el discurso conserva el sentido. Firme, pero sin embarrarse en el atril.
Somos muchos los navarros y las navarras que nos sabemos vascos
Lo de que todos aplaudan a un rival político pasa muy de vez en cuando: en los últimos años apenas José Antonio Labordeta y Joan Herrera consiguieron algo así, y fue al despedirse de su escaño. «Es algo que todos anhelamos en nuestro ámbito profesional, lo que hay más allá de las diferencias o de los criterios que nos puedan separar de un compañero de trabajo», reflexiona. Esa rareza, la de conseguir el aplauso de políticos y la valoración de ciudadanos, la devuelve como crítica en lugar de apuntársela como tanto. «Si acaso lo que expresa es el déficit de una sociedad que tiene una cierta tendencia a vivir de espaldas unos a otros», comenta. «Ha habido quizá una escasa cultura política democrática en el sentido hondo, profundo. He conocido demócratas de altura en tiempos de Franco, y sin embargo en estos momentos de democracia todos conocemos actitudes políticas que más bien te retrotraen a otros tiempos. Falta ese mínimo que en democracia nos debemos dar los ciudadanos, las personas que compartimos una sociedad de una manera o de otra, que es el respeto a la opinión del adversario». En su caso no ha sido fácil: desde UPN o el PP les han señalado como secesionistas y violentos, y desde la izquierda abertzale han arreciado las críticas -«y duras», apostilla- por no seguir los mismos pasos que ellos. «La política se vive de una manera tan herida muchas veces, tan apasionada…». Ella intenta no hacerlo, a pesar de tener muy claras sus ideas: «Somos muchos los navarros y las navarras que nos sabemos vascos. Nos sabemos -repite-, porque es nuestra cultura, porque es nuestra historia, porque hay instituciones similares que explican un pasado común. Y, sobre todo, porque hay un anhelo político de una parte de esa población».
Lo de ese doble sentimiento «se explica malamente», ríe. «Vascos son navarros, o navarros son vascos, en fin, yo siempre digo que soy vasca porque soy navarra. Como si le preguntan a un soriano si es español o es soriano: no tengo ninguna duda de que es uno porque es lo otro, y no sé qué es antes o después. Pero es cierto que lo tengo que ser con la reivindicación orgullosa de que se me reconozca, pero con el respeto a quien no se reconoce como tal», matiza. Y no es poco el matiz. La Constitución, de hecho, reconoce en una cláusula la posibilidad de votar una futura unión entre Euskadi y Navarra, pero Barkos, a pesar de sus ideas y anhelos, no piensa en hacerlo. «No activaremos la transaccional cuarta», decía en otra entrevista, donde señalaba que como presidenta navarra se centraría en la recuperación del empleo y del Estado de bienestar.
Es una Constitución redactada para hacer una transición no rupturista con una dictadura militar
«La Constitución, que tuvo innegables éxitos, fue redactada bajo ruido de sables. Cada vez que digo esto la gente se echa las manos a la cabeza. Oiga no, es una Constitución redactada para hacer una transición no rupturista con una dictadura militar», reflexiona. «Aquellos hombres y mujeres que en el ’78 en todos los niveles políticos y sociales supieron seguir andando me parecen unos valientes. Pero sería tonto pensar que lo que ellos anduvieron no hay que seguir caminándolo y avanzándolo, y en ese sentido sí que creo que nos falta al conjunto de la sociedad la generosidad que hubo en aquel momento». A ese respecto confiesa que en el futuro le gustaría ver «una Navarra orgullosa de su esencia y cómoda en la tierra vasca, en su país», pero a la vez reconoce que «se puede convivir perfectamente y, de hecho, es absolutamente necesario trabajar juntos en el futuro de quienes hoy compartimos techo de Estado». Ese Estado ella lo imagina sin ser rupturista, «asumiendo el que tenemos», pero con mejoras para que sea «perfectamente posible defender todas las posiciones sin necesidad de heridas cotidianas. Y todas las posiciones son también aquellas marcadas por el independentismo». Esas «heridas cotidianas» vienen dadas, en su opinión, por el «desconocimiento bastante notable sobre esta realidad», además de «por el grado de mezcolanza con un origen normalmente interesado para unir ese anhelo político de muchos abertzales navarros con, si no el uso de la violencia, la connivencia con el uso de la violencia. Ha habido mucho interés en identificar abertzale con violento», lamenta, al tiempo que marca su labor como la de «pelear un día tras otro por defender que es perfectamente posible la condena del uso de todo tipo de violencia con la defensa de posicionamientos abertzales en Navarra».
Ahí acaba el papel de la diputada Barkos. La otra Barkos, la candidata, dejó claro durante la campaña que apoyaría para la presidencia a la que optaba a cualquiera con tal de desalojar al Gobierno de UPN. «La única línea roja que tenemos es que ese cambio sea estable, sereno, duradero e integrador», comentaba, marcando cada palabra tocándose un dedo de la mano. «Nunca nos abstendríamos a favor de UPN: les toca chupar banquillo una temporada, aunque sólo sea por oxígeno social». Y, puestos a imaginar una portada de periódico ideal, sacó su lado electoral: «Ahora, clarísimamente, desearía ver en una portada: ‘Hay cambio en Navarra'». Al final resultó ser profética.
Los resultados de las elecciones que finalmente le convirtieron en presidenta muestran que la ciudadanía de la Comunidad Foral se ha dividido en bloques: uno conservador, con UPN y PP, y otro de izquierda radical, con la propia Geroa Bai, EH Bildu o, en la parte no nacionalista, Podemos e Izquierda-Ezquerra. Uno y otro bloque sumaron más de cien mil votos en los comicios, quedando prácticamente empatados. En esa ecuación de bloques queda al margen el socialismo, que consiguió unos pocos menos que EH Bildu o Podemos, siendo una importante fuerza secundaria aunque condenada a la marginalidad, sin opción de integrarse en alguno de esos bloques. Fue la consecuencia, años después, de provocar uno de los capítulos más decepcionantes, en opinión de Barkos, de la política navarra. «En 2007 el PSOE se arrugó», dice. Entonces pasó algo similar a lo de estas elecciones, con Nafarroa Bai como segunda fuerza y el PSOE como tercera, ambas prácticamente empatadas. «El 95% del programa de Gobierno de NaBai con el PSOE estaba hecho», confiesa. Los socialistas navarros aprobaron casi por unanimidad gobernar en coalición, pero Ferraz dio la orden de no hacerlo. «Navarra es más cómodo entenderla, tomarla y trabajarla sin arriesgar posición alguna en el resto del Estado», lamenta. En aquellos años estaban recientes las conversaciones oficiales entre ETA y el Gobierno, que acabaron con el atentado de la T4 -las informales aún se prolongarían un poco más-. El PP, con UPN, había tomado las calles de Navarra con manifestaciones contra lo que veían como una entrega de la Comunidad Foral a los independentistas. La coalición de izquierda nacionalista en la que estaba Barkos estaba encabezada entonces por la gente de Aralar, que se había escindido de Herri Batasuna por condenar la violencia años atrás. Firmar aquel pacto de gobierno habría sido una forma de señalar que con una vía exclusivamente política todo era posible, según explica. Pero no se consiguió. «Faltó el coraje del PSOE, faltó el coraje de Ferraz, no sé si por demonios internos o externos, esto debieran decirlo ellos. Hemos oído hablar muchas veces de lo que algunas federaciones muy potentes exigieron en aquel momento», insinúa sin entrar en detalles.
Montamos la Ley, la Ley pide lo que es impensable para otras formaciones, se cumple con la Ley, se consigue el apoyo de la ciudadanía, pero, ay, me entra el miedo. ¿Entonces qué hacemos en política?
La historia se repitió en 2011, esta vez con Bildu. «Nos encontramos con una fuerza que pasa como nadie el cedazo de la Ley de Partidos. Es que ya no sé qué más queremos: nos montamos la Ley, la Ley pide lo que es impensable para otras formaciones, se cumple con la Ley, se consigue el apoyo de la ciudadanía, pero, ay, me entra el miedo. ¿Entonces qué hacemos en política?», critica. «Falta el coraje de las altas instancias, precisamente aquellas que están más lejos de la realidad». La realidad, según Barkos, es más compleja de lo que se cuenta, y en esa complejidad insiste en varios momentos en que la violencia de ETA es la que más daño ha causado, pero no la única.
Echo en falta un paso adelante en reconocer con más holgura y hondura el daño causado
«El mayor error de ETA ha sido su propia existencia postfranquista. Eso y la sordera que durante cuarenta años ha mantenido ante la voz mayoritaria del conjunto de la sociedad vasca, una sociedad tan golpeada, sobre todo en aquellos convulsísimos años ’80, que ha generado fracturas durísimas, tremendas», dice, aunque distinguiendo entre lo que es la fractura y lo que es pluralidad. «La sociedad vasca ha sufrido mucho la violencia y mucho la vocación de que la violencia perviviera». Señala a ETA más que a nadie, pero no sólo a ellos. «ETA dio un paso, es verdad que todos esperamos otro, que es el desarme, pero no es menos cierto que el Estado está obligado también a sentarse a hablar de determinadas cuestiones y no se ha producido un movimiento en ese sentido», advierte. «Todos debemos analizar lo ocurrido, mirar sin miedo todo lo pasado para encarar el futuro con mayor firmeza y valentía y reconocer allá donde hemos errado, en diferentes posiciones, y siempre desde el respeto absoluto a una parte de la población que quedó especialmente dañada, que son las víctimas», dice abriendo las manos. «Cuando hablo del respeto absoluto, hablo también del respeto de aquellos que las han utilizado como ariete político». Y habla también de la izquierda abertzale, en la que no ve un cambio de discurso. «Creo que hay una modulación, pero se siguen manteniendo las mismas posiciones que se mantenían, que en lo político me parecen perfectamente legítimas, faltaría más. Quizá echo en falta un paso adelante en reconocer con más holgura y hondura el daño causado». Eso, en su opinión, traería «bienestar para la sociedad vasca para empezar, que no estaría mal», dice sonriendo.
ETA ha sido la responsable mayoritaria en términos numéricos del drama que ha habido en la sociedad, pero no ha sido ni mucho menos la única ¿Por qué todavía se tortura en las comisarías de policía? ¿Por qué sigue en marcha la dispersión de presos?
Desde esa izquierda abertzale clásica comenta que ahora se dicen cosas que hace cinco años «eran impensables», pero más que un cambio de discurso ve «un replanteamiento de la posición», asegura. «En el momento en que ETA anuncia el cese definitivo de la violencia nos coloca a todos en un escenario nuevo y por lo tanto se modula el lenguaje y el discurso de todas las partes. Pero es que se modula la percepción de la sociedad también: llevamos varias encuestas del CIS en las que la violencia ha dejado de ser una de las grandes preocupaciones de esta sociedad, por cuestiones evidentes», comenta. «Durante estos cuarenta años ETA ha sido la responsable mayoritaria en términos numéricos del drama que ha habido en la sociedad, pero no ha sido ni mucho menos la única», insiste. «La sociedad vasca en aquellos años ’80 resultaba muy incómoda, seguramente era una de las más contestatarias a aquel régimen militar que no quería morir, y por lo tanto había que aplastar». Cuando habla de las «otras violencias» endurece el tono. Apura el último trago de la infusión que ha pedido y rechaza una llamada entrante en el móvil. «¿Por qué todavía se tortura en las comisarías de policía?», pregunta en voz alta. «¿Por qué sigue en marcha la dispersión de presos?».
La petición del final de la dispersión no es sino la petición de que se aplique una política penitenciaria normalizada, no otra cosa
La situación de los reclusos es una de las cuestiones en las que más énfasis hace. «Se está castigando a los familiares de los presos por una aplicación no normalizada de la política. La petición del final de la dispersión no es sino la petición de que se aplique una política penitenciaria normalizada, no otra cosa», aclara. «Es un elemento que hay que sentarse a debatir ya. No puede ser un elemento de presión y de chantaje sobre el proceso en sí, o un elemento que se guarda en la recámara de un paquete político más general que resulta más o menos cómodo presentar ante el conjunto de la sociedad española. Comprendo la necesidad de discreción en ese tipo de conversaciones, comprendo que es necesario llevar a cabo labores de pedagogía, pero el inmovilismo, a mi modo de entender, es absolutamente inaceptable», zanja.
Una cosa es el uso de la violencia y otra la no condena del uso de la violencia, que siendo éticamente reprobable no considero que pueda ser admisible como razón para la ilegalización de un partido político
No son las únicas críticas que guarda hacia lo que los partidos mayoritarios no hacen, o hacia lo que se ha hecho en el pasado. Califica la ilegalización de la antigua Batasuna de «un error democrático», por ejemplo. «Una cosa es el uso de la violencia y otra la no condena del uso de la violencia, que siendo éticamente reprobable no considero que pueda ser admisible como razón para la ilegalización de un partido político». Habla también del encarcelamiento de políticos como Arnaldo Otegi: «Es fundamental revisar una legislación que lleva a la cárcel a personas por hacer política. ¿Cuál es el mensaje que estamos dando a aquel mundo al que le insistíamos una y otra vez para que dejara las armas para coger la bandera de la política?», se pregunta.
Hasta ahí la defensa de puntos en común con esa izquierda abertzale clásica, porque encontronazos también ha habido, y no pocos, ni poco dolorosos. El hecho de que Eusko Alkartasuna decidiera coaligarse en Bildu hizo saltar por los aires a Nafarroa Bai, algo que se repitió años después cuando Aralar tomó el mismo camino. «En la vida todas las decisiones que se toman te generan incomprensiones, y a veces la incomprensión genera enemistad, o el fin de una amistad», dice cuando explica lo que define como «el momento más amargo» que le ha tocado vivir en política. «Aunque son momentos ingratos y dolorosos, siempre pienso que he podido estar desacertada, pero desde luego no he sido incoherente con lo que siempre defendí y pensé. Cuando se planteaba que había que acompañar a la izquierda abertzale siempre defendí que sí, que faltaría más, pero no sujetando su pancarta», explica.
Ahora que EH Bildu expresa su rechazo a la violencia de forma pública parece lógico pensar que los caminos de ambos bloques políticos puedan acercarse. No ha habido problemas para que ellos apoyaran su investidura como presidenta navarra, ni para que su partido les apoyara en la alcaldía de Pamplona. Ella lo define como «la colaboración normalizada de fuerzas políticas que confluyen en algunas cosas, pero que no son las mismas». Y en esa distinción está la clave de los roces. «El soberanismo tiene márgenes de trabajo bien amplios desde formulaciones políticas propias. Yo tengo mis banderas, mis pancartas, mis posiciones. No entiendo por qué renunciar a ese espacio político cuando en aquello que puede ser necesario caminar juntos perfectamente se puede caminar juntos». Ese «juntos pero no revueltos» supuso «una convivencia difícil en el grupo mixto» del Congreso, según lo define. «Hubiera sido más acertado pelear por ese grupo propio que se había ganado en las urnas, diga lo que diga el PP. Hoy la convivencia yo creo que es tranquila. Hay elementos en los que se puede trabajar tranquilamente y hay otros en los que nos diferenciamos claramente, no sólo en los contenidos, sino en los modos también». Ahí, de hecho, radica una de las diferencias, al menos de cara a la opinión pública. Para explicarlo empieza a hablar más despacio que en toda la conversación, pensando detenidamente cada palabra que usa para explicar a qué se refiere: «Me refiero a mil y una maneras de acometer temas de forma menos efervescente en la escenificación en tribuna y mucho más punzante en el discurso», acierta a explicar.
Los encontronazos con la izquierda abertzale clásica no se limitaron a la disolución de Nafarroa Bai, ni tampoco a la incapacidad de pactar para formar un grupo parlamentario propio en el Congreso, ni siquiera cuando la diferencia entre unos y otros era la condena explícita a la violencia. En el pasado, cuando fueron ilegalizados, vieron una traición que ellos sí concurrieran a las elecciones, hasta el punto de pedir el voto nulo a sus simpatizantes en lugar de ofrecer su apoyo a la formación de Barkos. «Se pretendía hacer responsables a aquellos abertzales que seguían andando políticamente. Nos responsabilizaban de las decisiones tomadas al albur de la Ley de Partidos. Pedir el sacrificio incomprensible de que no participáramos en las instituciones, o que no lleváramos hasta ellas la voz de los abertzales que nos habían votado era quizá la manera más fácil de defenderse de su propia situación, pero creo que la menos efectiva». Las desavenencias no se quedaron en el tímido boicot, sino que llegaron a la crítica directa. Barkos habla de «intentos de desvirtuar el papel» que tenía, en concreto con sus opiniones respecto a la dispersión de presos. «Siempre me ha parecido un elemento necesariamente superable, y creo que uno de los grandes errores del PP y del PSOE es el no haber sabido superar este asunto, el no haber sabido hacer pedagogía en el conjunto del Estado. Pero se ha pretendido hacer ver desde ciertos entornos de la izquierda abertzale que había un rechazo por mi parte a ese reconocimiento, y eso es absolutamente falso».
La paz de gallinero no es paz: no hay paz con hambre, no hay paz con desempleo, no hay paz sin igualdad de oportunidades…
Ahora, ya lejos del Congreso, ella será la responsable de liderar la política navarra, justo con el apoyo de la misma izquierda abertzale con la que comparte fines y enfrentamientos. Lo hará tras abandonar el Parlamento con el aplauso de sus rivales políticos y el aprecio de los ciudadanos, según las encuestas. Tras tanta dificultad, y puestos a pedir, ella pide la paz. «La paz supone muchas cosas. Hay una frase que me encanta, que la paz de gallinero no es paz: no hay paz con hambre, no hay paz con desempleo, no hay paz sin igualdad de oportunidades… Por lo tanto, pido la paz honda y profunda», sonríe. «No me basta con que no exista violencia, yo quiero mucho más. Soy mucho más ambiciosa para la paz».