Rafa Larreina (Autor: Borja Ventura)
Rafa Larreina (Autor: Borja Ventura)

Rafa Larreina: «Pensaban que íbamos a quemar escaños, a montar barricadas en los pasillos e igual sacábamos una pistola en cualquier momento»

Entrevista a Rafa Larreina, exdiputado de Eusko Alkartasuna y uno de los firmantes del Pacto de Lizarra. La izquierda abertzale le encomendó la labor de hacer de ‘puente’ en su vuelta al Congreso tras dos décadas de ausencia. Este texto es parte de ‘Guztiak‘, un libro de entrevistas sobre el final de ETA.

 

«No nos conformamos con la coexistencia, hay que ir a algo más, al entendimiento, a la reconciliación». Rafa llegó a Madrid con una meta: normalizar las relaciones con el resto de los grupos políticos en el regreso de la izquierda abertzale al Congreso. La labor no era fácil: los ortodoxos de la organización sólo habían recogido su acta de diputados una vez, un 20 de noviembre que acabó con Josu Muguruza asesinado a tiros e Iñaki Esnaola gravemente herido tras un atentado de la ultraderecha en las inmediaciones del Parlamento. No regresaron. Hasta que otro 20 de noviembre, el de 2011, lograron siete diputados. El calendario a veces esconde guiños para la historia. En la lista había de todo: independientes herederos de la extinta Batasuna, gente escindida de IU y miembros de Eusko Alkartasuna, como Rafa. A él lo sacaron del País Vasco a regañadientes. Se había pasado diecinueve años en el Parlamento Vasco, y había perdido su escaño por apenas unos votos. Cuando le dijeron de ir a Madrid el encargo no le emocionó, confiesa casi en voz baja, pero acabó aceptando. En su formación y sus creencias -es numerario del Opus Dei- tiene marcada a fuego la idea del sacrificio, de «dedicar al común», de concebir la vida «como una misión», en una lectura que combina fe y política. Y su misión quizá más arriesgada fue la de acompañar a la izquierda abertzale clásica al Congreso.

En Amaiur, nombre que recibió esa convergencia abertzale en Madrid, midieron muy bien los gestos. En los puestos más visibles no colocaron a jóvenes de discurso agresivo, sino a dos personas experimentadas y peso discursivo. Así el portavoz sería Iñaki Antigüedad, exdiputado autonómico de Herri Batasuna, pero también catedrático y uno de los abertzales que condenó el asesinato de Inaxio Uría en 2008. Junto a él el propio Rafa Larreina, que llevaba casi dos décadas intentando que ese sector ortodoxo de la izquierda abertzale se lanzara de forma decidida a la vía exclusivamente política. Su firma -literal- está en el Pacto de Lizarra, en el Plan Ibarretxe, en las conversaciones de Loyola o en aquel acuerdo parlamentario que el PNV y EA firmaron con Euskal Herritarrok. Los seis nombres de aquel documento fueron los de Xabier Arzalluz, Joseba Egibar, Arnaldo Otegi, Joseba Permach, Carlos Garaikoetxea y él mismo. Al final acabó imputado en el llamado ‘caso Atutxa’ a cuenta de la presencia de los abertzales en el Parlamento. No es casual tampoco ver la asignación de escaños en el Congreso. La mayoría absoluta del PP fue tan grande en 2011 que los diputados de ambos grupos se tocaban, con lo que eso podía suponer. Larreina fue el designado para ocupar el escaño ‘fronterizo con el PP’, primero junto al diputado gallego Juan de Dios Ruano y después junto al cántabro Javier Puente. Los primeros puentes se construyen con símbolos como esos.

Antigüedad acabó renunciando al escaño por no poder compaginarlo con su labor universitaria, pero no fue Larreina el elegido como portavoz. «Una de las cosas que más lamento es no ser euskaldun», comenta. «Hablo euskera, pero mucho peor de lo que quisiera, y me cuesta mantener una conversación larga». Por eso en su lugar pusieron a otro de los independientes, Xabier Mikel Errekondo que, además, cumplía otro papel simbólico: su paso por la selección española de balonmano junto a Iñaki Urdangarin ayudaba a suavizar su percepción. Así las cosas, el hombre designado para acercar posturas en la izquierda abertzale resultó que no era el perfil que Madrid hubiera esperado: es del Opus Dei y no habla euskera. «Muchas veces desde la tribuna he dicho ‘bueno, a muchos de ustedes quizá les extrañe que un independentista vasco les diga que le preocupa España, pero a nosotros nos preocupa que no vayan bien las cosas en España’ «, comenta. La cuestión religiosa le ha supuesto no pocas preguntas pero, asegura, ningún problema político, ni siquiera cuando sus postulados morales entran en colisión con lo que propugna su partido en materia de matrimonio homosexual o aborto, por poner dos ejemplos. «En el ámbito de la izquierda se entiende mucho mejor lo que es la objeción de conciencia, algo que siempre se me ha respetado: nunca me he sentido ni atacado ni perseguido», asegura. «Es imposible que nadie esté identificado al cien por cien con un partido político, es imposible el pensamiento único». Niega, en cualquier caso, que el Opus Dei esté a la derecha y lo atribuye a que en el régimen franquista hubo cargos del Opus, aunque también exiliados, «lo que pasa es que esos no salía en los periódicos y eran menos conocidos». En la Iglesia Católica más amplia también hubo exiliados, como el obispo de Vitoria, Mateo Múgica, «en el exilio con la república y con el franquismo», e incluso fusilados.

Se concibe España como prisión, y las naciones o los Estados nunca pueden ser prisiones: tienen que ser de libre adhesión. Uno tiene que ser español quiera o no quiera, y que eso es inamovible y es así porque lo digo yo, y porque siempre ha sido así, aunque no haya sido siempre así

A Múgica lo vetaron unos por monárquico y anticomunista y otros por nacionalista. Y así, entre dos aguas, también ha navegado Larreina. O entre más de dos, porque Amaiur es fruto de la convergencia de tres fuerzas distintas, y ese es un valor importante para él «en una sociedad que se caracteriza por la división continua, donde constantemente surgen nuevos partidos y escisiones». El hilo conductor de la coalición son sus objetivos comunes: «La soberanía, el derecho de Euskal Herria a decidir su propio futuro, y también una visión progresista y de izquierdas de las soluciones a los problemas de la sociedad en clave de justicia social». Lo recita de carrerilla, como si lo dijera decenas de veces al día. Y fruto de esa unión resulta la decisión de volver a las instituciones una vez superada la etapa de las ilegalizaciones. «Se conjuntan dos tradiciones diferentes, la institucionalista de EA con esa otra de la izquierda abertzale que no valoraba tanto las instituciones. Es la etapa de participar y de estar», dice, aunque con matices de lo que define como «un sistema de participación peculiar». «Nosotros aquí, por ejemplo, no entramos en las enmiendas parciales de las leyes, porque no es nuestra misión ni el compromiso que tuvimos con nuestros electores: nuestro compromiso era traer aquí la voz de Euskal Herria», comenta, mientras le aflora el discurso nacionalista. Habla de «la existencia innegable de un pueblo, de una nación, que está ahí y que hay que reconocer» y de que «hay que reconocer a sus ciudadanos el derecho a decidir su propio futuro». Habla de que «se concibe España como prisión, y las naciones o los Estados nunca pueden ser prisiones: tienen que ser de libre adhesión». Ese es el problema de fondo, «que se diga que uno tiene que ser español quiera o no quiera, y que eso es inamovible y es así porque lo digo yo, y porque siempre ha sido así, aunque no haya sido siempre así», matiza. «En todas las encuestas desde hace treinta años hasta ahora, las haga quien las haga, la suma de los que se sienten sólo vascos y los que se sienten más vascos que españoles supera ampliamente al resto, así que ahí hay una clara base identitaria».

Cuando a una persona se le ha arrebatado la vida no se le puede devolver, pero sí hay otros ámbitos de reparación que hay que abordar, y hay que hacerlo sin excepciones

Y con todos esos hilos este tejedor de puentes llegó al Congreso. Cuando lo hizo, la situación no era fácil: ETA ya no mataba, pero había mucha desconfianza mutua. «Venía muy condicionado por la historia pasada y por la realidad mediática, que muchas veces no se ajusta a la realidad de las cosas. Muchos pensaban que al llegar, no sé, íbamos a quemar escaños, a montar barricadas en los pasillos e igual sacábamos una pistola en cualquier momento», ironiza. Sólo ya con ‘estar’ se daba un paso «importante para superar el pasado y construir un futuro nuevo. En esta legislatura, que alguno podría considerar inútil porque se ha avanzado muy poco en la normalización en cuanto al tema vasco, creo que sí se han puesto bases para que se pueda hacer de forma mucho más rápida y eficaz en una nueva legislatura». Los gestos no han terminado en el Congreso: fuera de los focos de las cámaras, miembros de la izquierda abertzale como él han acudido a homenajes de víctimas, también de ETA, siempre que las familias lo han querido. «Llegamos aquí en una fecha significada con ese objetivo de normalizar las relaciones con el resto de fuerzas políticas», recuerda, y pone un ejemplo de los gestos que intentaron. «El pasado 20 de noviembre, que fue el veinticinco aniversario del asesinato de Muguruza, salí a la tribuna del Congreso para reivindicar que durante esos años se había producido un escandaloso silencio, porque esta Cámara nunca había dicho nada sobre ese atentado, e incidí en esa voluntad nuestra de abordar todas las injusticias que se han producido en este país. Como muestra de ello señalé que en esa misma fecha se había arrebatado la vida a otras personas: a Santi Brouard, a un guardia civil que mató el GRAPO y a dos policías nacionales que mató ETA. Quisimos recuperar el recuerdo y el respeto al dolor de todas esas familias, citando a esas personas que también en esa fecha habían sufrido la injusticia». Larreina sabe, sin embargo, que hay «injusticias irreparables», como las define. «Cuando a una persona se le ha arrebatado la vida no se le puede devolver, pero sí hay otros ámbitos de reparación que hay que abordar, y hay que hacerlo sin excepciones. Esa es la tarea».

No se trata de equiparar, se trata de reconocer lo que ha pasado y dar a cada situación la respuesta que necesita, porque convivir pasa por esa reparación, por ese reconocimiento mutuo y por la reconciliación

Ese «sin excepciones» incluye «las torturas en las cárceles y en las comisarías». Habla de las «cerca de setenta condenas en firme, y muchas más contra el Estado español por no investigar», habla de que un documento del Gobierno vasco cifra «en casi cuatro mil las personas afectadas», de declaraciones «de organismos internacionales, desde el relator de la ONU hasta los tribunales de Derechos Humanos de Estrasburgo o Amnistía Internacional». «El fin nunca justifica los medios, y además en materia de derechos humanos nunca caben excepciones, ni para ETA, ni para el Estado, ni para la Policía». Insiste en que hay que dar respuesta «a todas esas injusticias. Y no se trata de equiparar, se trata de reconocer lo que ha pasado y dar a cada situación la respuesta que necesita, porque convivir -argumenta-, pasa por esa reparación, por ese reconocimiento mutuo y por la reconciliación». Abandona el gesto grave y esboza una sonrisa: «Esa es la tarea de esa nueva etapa política, que es tan complicada como la anterior, pero que en este nuevo escenario es mucho más factible y desde luego es muy positiva». Larreina, en su discurso, responde a las réplicas que se suelen hacer desde fuera del mundo abertzale. Lo hace primero con la idea de «equiparar», aun sin haberle preguntado al respecto, y lo repite al referirse a lo que se suele identificar como una denuncia casi sistemática en los detenidos. «Cuando se dice que es una táctica que se utiliza siempre, la de denunciar, pues habrá o no habrá táctica, pero es una realidad muy diferente: los que han sido condenados y han aceptado la pena y los hechos que se les imputan han denunciado tortura en muchos menos casos que los que han sido absueltos y no han reconocido nada». Ahora mismo, reconoce, «se están recibiendo menos denuncias», aunque apostilla que «últimamente también ha habido menos oportunidades» porque hay menos detenciones, y cita a un magistrado en un acto de Amnistía Internacional que hablaba de estos hechos como algo «que no era sistemático, pero tampoco extraordinario» aún hoy en día.

Coincidir con los fines no significa compartir los medios, ni muchísimo menos. Yo siempre he sido independentista y siempre he estado en contra de ETA

El pasado es otra historia. En él aparece la sombra del cuartel de Intxaurrondo. «Ha sido un agujero negro de los derechos humanos durante muchos años. Ahí estaba el llamado ‘GAL verde’ «, un grupo de la Guardia Civil al que se ordenó actuar con violencia contra supuestos radicales en tiempos de la guerra sucia contra ETA. «Era fruto de aquella época en que el fin justifica los medios y en que para evitar que hubiera atentados valía todo. El caso más significativo es el de Mikel Zabalza, una persona que es detenida, que desaparece y que aparece ahogada en el río, y del que todo el mundo tiene el convencimiento de que murió en Intxaurrondo». En su opinión, el origen del problema fue ese axioma del todo es ETA, «quienes forman parte de la organización armada y todo lo que pueda haber alrededor, o que yo pienso que pueda estar alrededor», comenta poniéndose en el lugar de las autoridades. Pone un ejemplo para ilustrar la idea, haciendo referencia a lo absurdo de ilegalizar al PSOE porque ETA propugna la independencia y el socialismo». «Coincidir con los fines no significa compartir los medios, ni muchísimo menos. Yo siempre he sido independentista y siempre he estado en contra de ETA», relata. «En mi época de la universidad, cuando había pintadas en que ponía ‘Haz la mili con los milis’, algunos estábamos en el movimiento de objeción de conciencia e insumisión a la mili contestando con pintadas que decían ‘Ni mili, ni milis’ «.

Mucha de esa gente no se quedó sólo en el rechazo, en el sufrimiento, ni en un ánimo de revancha, de venganza, en dar pábulo al odio. Lo sufrieron, pero al mismo tiempo siguieron trabajando para que esto acabara y para que no lo tuvieran que sufrir otros

No lo nombra entre las «injusticias», pero por cosas así alguna de las muy pocas críticas que desliza van hacia el trato recibido por otras fuerzas políticas. Habla, por ejemplo, de que en EA hay militantes que han sido víctimas de ETA o han vivido bajo presión, y pese a esa vivencia se ha optado por acompañar a la izquierda abertzale hacia la vía política. «Desde EA siempre se transmitió una idea muy clara de que con la violencia no hay nada que hacer, y de que sin violencia estamos dispuestos a apostar, a apoyar, a acompañar, a recorrer el camino que haya que recorrer. Y eso al final ha sido así». Por eso le duele recordar «cuando el PP te echaba en cara no sé qué, cuando sus concejales en pueblos pequeños venían de fuera porque sus simpatizantes en el lugar no se atrevían, o porque directamente no tenían. Ese concejal lo pasaba mal las dos horas del pleno, pero mi concejal, que sí era del pueblo, lo pasaba mal allí las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, las cuatro semanas del mes y los doce meses del año». Cada elemento de la enumeración temporal viene acompañado de un ligero golpe de nudillos en la mesa. «Sí, hemos sufrido acoso, yo creo que todos, en la calle», reconoce. «Uno se puede quedar en eso, en sufrir la injusticia… O en dar un paso más». Salen a relucir los nombres de Begoña Garmendia, la concejal de HB en San Sebastián que condenó el asesinato de Gregorio Ordóñez, o el de Patxi Zabaleta, que se salió de la formación para montar Aralar -ahora integrado en EH Bildu- apostando por los mismos fines pero sin el uso de la violencia. «Mucha de esa gente no se quedó sólo en el rechazo, en el sufrimiento, ni en un ánimo de revancha, de venganza, en dar pábulo al odio. Lo sufrieron, pero al mismo tiempo siguieron trabajando para que esto acabara y para que no lo tuvieran que sufrir otros». Habla también de los movimientos sociales, de Gesto por la Paz, de militantes de EA que se manifestaban con ellos «de los que guardaban la pancarta en su casa», de Elkarri y luego Lokarri, de ámbitos de la Iglesia… Nada de lo conseguido, insiste en varios momentos de la conversación, ha sido repentino. «En estos procesos intervienen múltiples factores. Son fruto de muchos años de trabajo para conseguir convencer de que la utilización de la violencia no tiene sentido para defender ideas y proyectos políticos».

Nadie quiere la injusticia, nadie quiere el dolor, ni propio ni ajeno. Y a través de todos esos años de violencia ha habido mucho dolor, por todas partes

No ve una única causa, pero sí una principal: «El elemento fundamental es la propia reflexión dentro del ámbito de la izquierda abertzale, que tomó su propia decisión. En estos temas no se trata de vencer, sino de convencer. Nadie quiere la injusticia, nadie quiere el dolor, ni propio ni ajeno. Y a través de todos esos años de violencia ha habido mucho dolor, por todas partes». En ese camino señala la sucesión de fracasos, como lo fue el pacto de Lizarra, del que fue firmante y cuya intención defiende que no era excluyente. «Se interpretó así, y quizá tuvimos un fallo a la hora de explicarlo porque no lo supimos transmitir», reconoce. «También es cierto que desde otros ámbitos no se estaba dispuesto a admitir que no era algo no excluyente», dice sonriendo. «Se mezclaron las dos incapacidades. Pero era un acuerdo en clave de derecho a decidir, no en clave de qué es lo que hay que decidir. Cuando se ha hablado del proceso de Lizarra como una ‘tregua trampa’ yo tengo la seguridad absoluta de que no fue así: era una tregua que iba en serio, había un proceso que iba en serio. Lo que pasa es que no se fue capaz entre todos de sacarlo adelante por distintas circunstancias, por la cerrazón de unos, por el inmovilismo de otros, por las iteraciones de unas posiciones y de otras… Pero ya en el año ’98 había esa voluntad de superarlo, y luego se intentó superar en los acuerdos de Loyola, y luego siguieron las conversaciones también con el Gobierno… Y bueno, al final se abrió camino, no sin dificultades, no sin problemas, no sin disgustos, como pasa todo en esta vida».

Rafa Larreina (Autor: Borja Ventura)

Poco después de aquel acuerdo fallido, también puso su rúbrica, junto al PNV, en un polémico acuerdo parlamentario con Euskal Herritarrok. «Fue un 19 de mayo del año ’99. Se firmó porque hubo una declaración clara de rechazo de la utilización de la violencia, y aquello formaba parte de este proceso. Entonces había ya una reflexión para dejar esta etapa y avanzar sólo por vías políticas. Lo que pasa es que cuando Lizarra no salió bien llegó a comienzos de diciembre el fin de la tregua y a comienzos del año 2000 se producen dos asesinatos de ETA, el de un militar -Pedro Antonio Blanco- y el de Fernando Buesa. Aquello supuso una enorme conmoción, y en aquel momento Euskal Herritarrok no fue capaz de dar una respuesta aceptable a aquellos dos atentados desde el punto de vista de superación del conflicto. Y aquel proceso saltó por los aires», recuerda.

Si el 51% no es válido, el 49% menos. Y normalmente cuando se argüía eso era para imponer el 49% al 51%

Tiempo después también fue ponente del llamado Plan Ibarretxe, cuyo fracaso fue distinto. «Ahí no hubo un problema de explicación, ahí hubo un claro posicionamiento político para deformarlo». Parafrasea bromeando a quienes hablan de ‘treguas trampa’ usando la expresión «argumento trampa» para referirse a quienes decían que hay cosas que no se pueden decidir por el 51% de los votos. «Yo puedo estar de acuerdo con eso, pero ojo, que si el 51% no es válido, el 49% menos. Y normalmente cuando se argüía eso era para imponer el 49% al 51%. Y eso que no estamos hablando del 51%, que siempre ha estado en torno al 60-40», dice en referencia a la hipotética consulta soberanista en el País Vasco. Asegura que el plan «estaba claro, se difundió bien y tenía apoyo social», pero achaca la campaña en contra a que «lo que se estaba pensando era en el día después. Es lo que decía en su día Jaime Mayor Oreja, que el problema no era ETA, el problema era el día después de ETA, el proyecto independentista. Y creo que en el Plan Ibarretxe el problema no es el Plan o el nuevo Estatuto, el problema es que si admitimos esto ya se abre el camino para que en un determinado momento los vascos puedan decir que quieren ser independientes. Ese era el miedo que estaba detrás y el que orquestó toda la respuesta a ese texto jurídico, que no era un texto independentista», asegura.

Casi a la vez en el tiempo llegó un nuevo fracaso, que esta vez le tocó de forma directa. La Justicia persiguió al presidente del Parlamento Vasco, el dirigente del PNV Juan María Atutxa, por no disolver el grupo parlamentario de Sozialista Abertzaleak, heredero de Euskal Herritarrok, como consecuencia del proceso de ilegalización al que estaban sometidos. Aquella causa acabó con la imputación de los miembros de la mesa y de sus portavoces. «Viví aquello con una cierta tristeza desde el punto de vista democrático, porque era la negación de la democracia. Se nos quería imputar como delito por ejercer nuestra función parlamentaria. Aquello formaba parte de aquella teoría de ‘todo es ETA’ y todo vale contra ETA, hasta subvertir los principios democráticos básicos, como obligar, que es lo que se pretendía, a los parlamentarios a votar en una determinada dirección», recuerda. «Al mismo tiempo lo viví con tranquilidad total porque estábamos actuando en clave totalmente democrática». Respira y sigue el relato. «A los portavoces nos absolvieron, pero a los miembros de la mesa los condenaron en una grave injusticia, retorciendo la legislación, porque consideraban que tenían una función administrativa en vez de política. Ahora creo que está en Estrasburgo el tema, todavía dando vueltas».

La mayoría de la izquierda abertzale veía la violencia como algo no deseable. La veían irremediable en aquellas circunstancias, pero como algo no querido. Estoy convencido de que la inmensa mayoría siempre ha pensado que la violencia no era buena, que las injusticias que se generaban y el dolor que se causaba y que surgía alrededor de la violencia era algo no deseable. Lo que pasa es que muchas veces no se sabe cómo superar, cómo avanzar

Esos fueron algunos fracasos de muchos intentos. «A veces las cosas no salen a la primera, salen a la segunda, a la tercera…». De hecho, hubo más oportunidades perdidas, como las conversaciones de Loyola, en las que también se implicó, y cuyas cabezas negociadoras fueron el socialista Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi. Aquel diálogo acabó con el atentado de la T4, pero fue el germen de todo lo que vino después. «Nada de esto sería posible sin todo aquello», ha comentado Larreina en alguna otra entrevista. La cuestión es si no pudo ser antes, para ahorrar tantos fracasos y tanto sufrimiento. El proceso, según él, había empezado mucho antes. «La mayoría de la izquierda abertzale veía la violencia como algo no deseable. La veían irremediable en aquellas circunstancias, pero como algo no querido. Estoy convencido de que la inmensa mayoría siempre ha pensado que la violencia no era buena, que las injusticias que se generaban y el dolor que se causaba y que surgía alrededor de la violencia era algo no deseable. Lo que pasa es que muchas veces no se sabe cómo superar, cómo avanzar». Al final muchos factores desatascaron esa reflexión. «La propia evolución de la propia sociedad vasca, los contactos de los partidos, la evolución del mundo… Todo eso ha hecho evolucionar y llegar a la conclusión de que no tiene sentido utilizar la violencia, que hay que abrir cauces políticos y democráticos y que son esos por los que hay que avanzar», reflexiona. «La represión policial también ha jugado un papel, pero no ha sido el elemento fundamental -asegura-, porque represión policial ha habido durante muchos años: cúpulas de ETA se han desmantelado un montón, y sin embargo ha seguido la actividad porque había convencimiento». Para él la clave es la apuesta de la izquierda abertzale por la política. «No estamos ante delitos comunes, son delitos de convicción, así que lo que hay que cambiar es la convicción, si no, no hay forma de superarlo. Por eso digo que el elemento fundamental ha sido esa convicción, esa decisión de que esto no puede seguir así, de que hay que abrir una nueva etapa, de que hay que cambiar». Para él la prueba de que ese convencimiento existe son gestos como las declaraciones de portavoces de Sortu «hablando del reconocimiento del dolor, de pedir disculpas porque muchas veces no se ha sabido transmitir esa cercanía a las víctimas. Eso se ha hecho de forma explícita, no por puro marketing, porque no habría por qué hacerlo: se hace porque hay ese convencimiento».

Otegi es uno de los elementos que más ha contribuido y trabajado para que ETA acabase, y se lo ha condenado por eso, por trabajar para conseguir la paz

El motivo de que esa decisión no cristalizara antes tiene que ver con la teoría del ‘todo es ETA’, que centró la acción judicial y policial de finales de los años ’90 y principios de los 2000. «Fruto de esa teoría se produce toda la ilegalización de Batasuna y esa ilegalización, lejos de favorecer el fin de la actividad armada de ETA, lo dificultó. Estoy convencido de que si no se hubiese ilegalizado a Batasuna el fin de la actividad armada hubiese sido diez años antes, porque ese proceso de reflexión estaba en marcha», sentencia. «Ahora mismo tenemos a Arnaldo Otegi en la cárcel por trabajar para que ETA acabase. Otegi es uno de los elementos que más ha contribuido y trabajado para que ETA acabase, y se lo ha condenado por eso, por trabajar para conseguir la paz. Estuve de testigo en el juicio y le dije a la jueza que en las mismas reuniones que había estado él había estado yo». Sin embargo, eso no sirvió para que no encarcelaran nuevamente al líder abertzale, ni tampoco para que lo acusaran a él. «Esa misma actitud está retrasando otros diez años la normalización política y esa reconciliación que tenemos que conseguir entre todos», asegura refiriéndose ahora al Gobierno de Mariano Rajoy. «Esa actitud inmovilista de no hacer nada, de no sé si pensar que a ver si así se pudre todo, está retrasando esa otra fase que es fundamental y positiva para la sociedad». Lo que habrá al final de esa fase está por ver, pero él imagina muy diferente el País Vasco de dentro de diez años. «Lo imagino con un nuevo escenario en el que está garantizado el derecho a decidir, actuando en paralelo las instituciones de la comunidad autónoma vasca, las de la comunidad foral de Navarra y las instituciones de Iparralde, y trabajando en la constitución de un proyecto común dentro de Europa». Todo ello «en una situación en la que la violencia afortunadamente formará parte de la historia pasada, y será mucho más lejana de lo que la vemos ya ahora, que ya la vemos bastante lejana».

Rafa Larreina (Autor: Borja Ventura)

Rafa Larreina (Autor: Borja Ventura)

He conseguido contribuir a algo importante para mi país, que es el ayudar a conseguir la paz. Y eso ya te da la sensación de misión cumplida

«A veces concibo mi vida en clave de misión, entre comillas, y yo creo que la misión está concluyendo ya». Esa misión era «avanzar en la paz, la normalización y el fin de ETA», enumera. «Todavía no está, pero ya falta poco», sonríe con cierto aire de esperanza. En cierto modo no parece que se negara a repetir en el Congreso si se lo pidieran… pero sí que preferiría que no lo hicieran. «Yo quiero que otros se impliquen, que las nuevas generaciones de gente más joven se tienen que implicar en construir el futuro, que va a ser su futuro, y a recoger la tarea anterior, continuarla y culminarla. A los jóvenes les diría que se mojen. Uno de los temas que me han indignado más es cuando se critica a los políticos. Esa persona igual está ahí porque gente que tú piensas que es mejor, o igual tú mismo, no habéis querido estar, porque muchas veces es más cómodo ver los toros desde la barrera y criticar, o tener tu vida familiar y profesional libre de otras preocupaciones, o ganar más dinero. Eso es mucho más cómodo, que se mojen otros y luego protestar y criticar. Soy de los que defienden que todas las personas tenemos que dedicar una parte de nuestra vida al común, que se planteen el aportar una parte de su tiempo a contribuir, a sacar las cosas adelante, a aportar una visión diferente a la que te dan otros. Les diría que menos criticar y más mojarse», insiste. «Yo querría volver a mi casa», se ríe. «Creo que al final las personas cubrimos una etapa… Porque aquí son cuatro años, pero se me acumulan a los anteriores». En total, casi media vida empujando para tender puentes desde la política. Y la misión le ha valido la pena. «Cuando echo la vista atrás en mi vida, al final sí he conseguido contribuir a algo importante para mi país, que es el ayudar a conseguir la paz. Y eso ya te da la sensación de misión cumplida».