«¿Problemas? ¿Perdido?». La cita llevaba cuatro meses pactada y tanta fue la antelación que Joseba mandaba ese mensaje pasados diez minutos de la hora señalada, pero cuando aún faltaba una semana para la fecha. Al llegar el día de verdad, él era el primero a quien se veía nada más entrar al lugar acordado, el restaurante de una pensión en Zarautz situada a un par de calles del mar. Esperaba apoyado en la pared junto a la puerta y, con él, una veintena de hombres en edad de jubilación completaban el aforo del local. Joseba Permach destacaba entre ellos por ser visiblemente más joven, pero también por su aspecto: alto, muy delgado, con mirada a veces huidiza y amplia sonrisa. Ser uno de los portavoces más conocidos de la izquierda abertzale en la última década, junto a Arnaldo Otegi y Pernando Barrena, también ayudaba a que su cara destacara entre el resto de parroquianos. Fuera, con la noche ya cerrada, empezaba a llover con ganas.
Tras el saludo se decide cenar con calma, tomar contacto y, después, encender la grabadora. La mesa está a unos metros de la barra, justo donde empieza un salón amplio lleno de mesas vacías. La única ocupada está hacia la entrada, envuelta en el ruido del vaivén de vasos y voces junto a la puerta. La conversación, informal, sirve de declaración de intenciones y medición de ideas. Se habla de una reunión con otros grupos soberanistas fuera del País Vasco, de la situación política del momento o de que había puesto al corriente de la cita «a ‘Petri’ y Hasier», en referencia a Juan José Petrikorena, responsable de comunicación de Sortu, y Hasier Arraiz, presidente del partido. Tras la cena se cambia el escenario por otro más tranquilo: la sociedad gastronómica ubicada encima de la herriko taberna que hay justo al lado de la pensión. El salón, una amplia estancia con largas mesas y bancos de madera, está nada más subir una estrecha escalera a la que se accede desde la plaza. Al entrar enciende las luces. Es una fría noche de invierno, entre semana, así que no hay nadie. Sólo aparece por allí, un rato más tarde, la camarera de la taberna para recoger algo y marcharse tras hablar brevemente con Joseba. En las paredes de piedra cuelgan algunas fotografías en blanco y negro y cuadros envueltos en papel cartón con tarjetas en las que un letrero reza «embargado» junto al sello de la Policía Nacional. Es una protesta por el proceso iniciado para cerrar las herriko tabernas, que se vuelve menos humorística en la fachada principal donde una enorme pancarta denuncia la situación. Pocas semanas después el local sería oficialmente clausurado. Joseba coge dos cervezas de una nevera, las abre y, tras servirlas, apunta los gastos en un papel y deposita la cantidad indicada. Se sienta justo enfrente y con un ‘bai’, que significa ‘sí’ en euskera, da por iniciada la conversación.
Éramos insensibles ante otra realidad que estaba enfrente de nosotros. Probablemente sólo queríamos ver el sufrimiento de los torturados, o de los presos, o de las personas que morían en el entorno de la izquierda abertzale
«Nosotros no negamos que hemos hecho cosas, hemos hecho declaraciones o, en muchos casos, nos han faltado declaraciones que han podido hacer mucho daño. Por eso tenemos que hacer autocrítica, y por eso la hicimos». Una de las primeras cosas que hace Permach es insistir en el cambio de discurso de la izquierda abertzale y, además, ahondar en la necesidad de autocrítica, algo impensable una década atrás. «Es evidente que entonces no pude hacerlo, no fui capaz, no fuimos capaces», dice al respecto. «Nos guste o no, para hacer frente a una situación como la que hemos tenido, cada uno vive no sé si en su barricada, en su coraza, y se construyen discursos para intentar parar los que vienen de enfrente y para intentar generar cohesión interna al precio que sea. Era una situación de enfrentamiento violento donde cada una de las partes, y probablemente había más de dos, intentaba justificar su posición», explica con voz queda y semblante grave. El punto de inflexión en ese cambio llegó en 2009, con una ponencia llamada ‘Zutik Euskal Herria’ (‘Euskal Herria en pie’), en la que la izquierda abertzale apostaba por una vía exclusivamente política y emplazaba aparcar la violencia. No era la primera vez que se expresaba eso, ya que en un mitin de 2004 ya se hizo, pero aquel documento fue el que logró propiciar el nacimiento de Bildu como coalición, con una lista de independientes junto a Eusko Alkartasuna y Alternatiba. Más tarde se avaló a Sortu, la marca heredera de HB o Euskal Herritarrok. Dos años después de aquel texto ETA seguiría el camino marcado y dejaría las armas. «Una vez que se ha abierto una situación nueva, eso también te hace poco a poco ir reflexionando y viendo que probablemente en el pasado no fuimos capaces de estar a la altura en algunas cosas. Por diferentes razones éramos insensibles ante otra realidad que estaba enfrente de nosotros. Probablemente sólo queríamos ver el sufrimiento de los torturados, o de los presos, o de las personas que morían en el entorno de la izquierda abertzale», reflexiona.
Ojalá en este país nadie hubiera perdido la vida, tampoco Gregorio Ordóñez
El camino que lleva a ese momento de reflexión empezó muy atrás, y para Joseba Permach vino marcado precisamente por parte de ese sufrimiento. Él fue elegido concejal por HB en el Ayuntamiento de San Sebastián con apenas veintitrés años, y desde ahí vivió uno de los asesinatos más simbólicos de ETA: el del popular Gregorio Ordóñez. «Entonces vivíamos en una situación muy dura y muy dramática, donde todas las consecuencias del conflicto se padecían un día sí y otro también. Euskadi atravesaba una situación de conflicto armado total, con consecuencias gravísimas, incluso en el propio Ayuntamiento donde fui concejal. El propio Gregorio Ordóñez tuvo un atentado y falleció». Aquella fue la primera manifestación del recrudecimiento de ETA. Esa muerte tuvo un impacto tan grande que hizo visible una ruptura en el propio mundo abertzale, algo que quizá no había existido desde la disolución de ETA político-militar: la portavoz abertzale en el ayuntamiento, Begoña Garmendia, o el cofundador de ETA, Julen Madariaga, se desmarcaron de lo sucedido y acabaron por retirarse de la vida política. Permach sería el encargado de sustituir a Garmendia en el primer lugar de la candidatura municipal dos años después. Desde aquellos días se le atribuyen unas declaraciones en las que afirmaba que a Ordóñez se le había asesinado por sus ideas, algo que asegura que nunca salió de su boca. «No dije eso jamás. Gregorio Ordóñez era compañero de corporación, falleció y ojalá en este país nadie hubiera perdido la vida», insiste. Al recalcar el hecho de que usara por segunda vez el verbo «fallecer», lo cambia. «Lo mataron. Y ojalá en este país nadie hubiera perdido la vida, tampoco Gregorio Ordóñez».
Joseba niega con la cabeza y sigue. «En este país no hay desde hace siglos una generación que no haya padecido la violencia como parte del escenario político. En ese sentido en los últimos años ha habido una violencia por parte de ETA que ha generado un montón de víctimas, pero también ha existido una violencia permanente por parte del Estado que también ha generado un montón de víctimas. Todos los que vivimos en este pueblo hemos sido víctimas de ese conflicto, porque todos de una manera o de otra hemos padecido esas consecuencias», asegura. «Veinte años más tarde afortunadamente podemos decir que estamos en un escenario nuevo, aunque por desgracia todavía no hemos sido capaces de solucionar todas las consecuencias del conflicto, pero poco a poco pensamos que se están abriendo las puertas y las esperanzas para que algún día podamos contar entre todos lo que ocurrió», asegura mientras rodea con sus manos el vaso que tiene frente a él. «Todos estamos haciendo un esfuerzo para que jamás ocurra esto en nuestra tierra, en nuestro país, y nuestros hijos e hijas no vivan nunca en un escenario de esas características».
Al preguntarle al respecto no acierta a dar una respuesta lineal y simple a por qué ETA decide dejar las armas. Más bien construye un relato a partir de las migas de pan que ha dejado la historia reciente de la política vasca, con sus avances y sus enfrentamientos, donde el proceso de Lizarra tiene para él un lugar especial. «Ya en el año 1998 existió una tregua unilateral por parte de ETA. Después de cuarenta años era la primera vez en que se producía una tregua de esas características y en que se abría un proceso nuevo. Es verdad que el proceso de Lizarra-Garazi no salió adelante, pero probablemente desde ahí poco a poco se fueron generando no sé si las condiciones políticas y sociales o las reflexiones ideológicas sobre la necesidad de que la confrontación con el Estado español se diera en términos única y exclusivamente políticos», analiza. Tampoco identifica con claridad un momento que sirviera de inicio al camino que condujo al fin de la violencia de ETA, aunque deja entrever que posiblemente fuera aquel malogrado acuerdo. «Con perspectiva, igual sí se puede decir que fuera así, pero yo creo que cada tiempo político aporta sus consecuencias: hoy hablamos teniendo en cuenta o condicionados por lo que pasó ayer. En ese sentido la experiencia de Lizarra-Garazi, su fracaso, fue un golpe muy duro para la izquierda abertzale. Como ejemplo de ello pasamos de tener catorce parlamentarios a tener siete, y es verdad que a posteriori pasamos unos años muy difíciles, pero también es cierto que después de eso se produjo el proceso de 2004-2006, el proceso de Loyola, y que la frustración de ese proceso también volvió a generar una difícil situación dentro de la izquierda abertzale. Al final todo eso, poco a poco, lleva a todo el mundo hacia una reflexión: la necesidad de apostar única y exclusivamente por las vías políticas y democráticas», asegura. En apenas unos minutos repite la misma idea, con las mismas palabras, marcando de nuevo que ha habido un cambio: política y democracia como contrapunto a las armas.
Teníamos que desterrar el conflicto armado de la ecuación política de Euskal Herria y que teníamos que ser capaces de abrir un tiempo de paz donde pudiéramos cerrar las heridas que se han abierto durante tantos años
«La izquierda abertzale hizo una reflexión», insiste. «Consideramos con firmeza que había llegado el momento de abrir un tiempo diferente y que definitivamente teníamos que desterrar el conflicto armado de la ecuación política de Euskal Herria y que teníamos que ser capaces de abrir un tiempo de paz donde pudiéramos cerrar las heridas que se han abierto durante tantos años». De la misma manera que no identifica un único motivo que explique la decisión de ETA, sino que habla de una evolución, tampoco concreta una respuesta acerca de si ese cambio en la izquierda abertzale fue causa o consecuencia del abandono de las armas. «Me acuerdo de una vez que fui a declarar como testigo, cuando un fiscal de la Audiencia Nacional me preguntó si ETA tenía en cuenta nuestras opiniones. Yo le respondí que imaginaba que ETA tendría en cuenta las reflexiones de todos los agentes políticos de este país. Las organizaciones de la izquierda abertzale y ETA han compartido un campo de reflexión conjunta durante años, creo que es evidente que también se podría influir en ese sentido de forma más importante», responde al respecto. Defiende, en cualquier caso, que la reflexión de la izquierda abertzale «es anterior a que ETA finalizara su actividad armada», pero a la vez marca que lo importante «no es tanto si fue causa o consecuencia, lo importante es que definitivamente ETA dejó las armas, dio por finalizada la lucha armada y nos encontramos entonces ante una nueva oportunidad que, a nuestro entender, no está siendo responsablemente aprovechada por los diferentes gobiernos».
Permach habla de forma queda, con expresión tranquila. Si no fuera por el hecho de haber pasado tantos años en una portavocía tan movida daría impresión incluso de timidez. Entre frase y frase, de vez en cuando, suelta algún ‘bai’ a modo de muletilla, como un ‘vaya’ que le ayuda a apoyarse para explicar lo que quiere decir. «Indudablemente todos podíamos haber hecho algo para que esta situación se diera antes. Durante años, por lo menos nosotros, hemos intentado también que se diera el fin de la violencia estatal para que los presos pudieran volver a casa y para que en definitiva se pudiera hacer un proceso de soluciones y un proceso de justicia lo más digno posible para todos y para todas», dice, ligando esa lenta evolución hacia el final de ETA con una de las principales reivindicaciones abertzales. «No lo hemos conseguido», dice al respecto. «En primer lugar nosotros veíamos que la prioridad tenía que ser abordar las consecuencias del conflicto sabiendo que también hay un conflicto político al que habrá que buscar una solución. Pero si nuestra prioridad era buscarle una solución a las consecuencias del conflicto hay dos temas encima de la mesa que, pese a que haya terminado la violencia de ETA, están todavía sin solucionar. Es verdad que en el caso de la reconciliación en algunos campos se han dado algunos pasos importantes, pero también es verdad que en eso se puede hacer muchísimo más y que existen más de quinientas personas privadas de libertad y decenas o centenares en el exilio, y que tienen que volver a Euskal Herria para construir entre todos un escenario de paz, de justicia y de reconciliación», reflexiona. «Luego hay un conflicto político al que también habría que hacerle frente, y es que este país, nosotros desde luego así lo entendemos, tiene derecho a decidir libremente su futuro».
En paralelo a ese lento proceso que llevó al comunicado de ETA en el que anunciaba que dejaba las armas se sucedieron diversas negociaciones con los Gobiernos de turno. «Ha habido diferentes intentos», reflexiona. «Cuando esas situaciones de no solución generan sufrimiento no se pueden valorar positivamente, pero también es cierto que cada paso que se da también nos lleva a esta situación», afirma reforzando la idea de un proceso, paso a paso, hasta la situación actual. «En ese sentido, también tenemos que valorar que probablemente antes se han dado otro tipo de pasos que nos llevan a esta situación».
Nadie hubiera pensado hace cuatro años que si ETA hubiera dejado las armas de forma unilateral y de forma incondicional el Gobierno que fuera, quien fuera, hubiera actuado de esta manera
De las actas y confidencias de los implicados en dichos «intentos» se deduce que, a medida que pasaban los años, las concesiones que el Estado estaba dispuesto a hacer iban menguando, dando la impresión de que ETA hubiera logrado mucho más si hubieran salido adelante las conversaciones de Argel, algo más si hubiera prosperado el proceso de Lizarra y un poco más si hubieran fraguado las conversaciones de Loyola. «Tampoco hay que verlo desde el punto de vista del rédito. Probablemente fuera así, pero también es cierto que nadie hubiera pensado hace cuatro años que si ETA hubiera dejado las armas de forma unilateral y de forma incondicional el Gobierno que fuera, quien fuera, hubiera actuado de esta manera», vuelve a matizar. «Todo el mundo pensaba que ante una situación así el Gobierno del Estado español iba a actuar con un mínimo de responsabilidad, y tampoco se ha producido. Por tanto, decir que hace diez años iba a ser de otra manera es difícil de pensar», considera. «Quizás sí, pero la realidad es que nos encontramos con una situación donde se producen con normalidad procesos de negociación, de repatriación de exiliados, de vuelta o liberación de los presos, o de procesos de desmantelamiento de estructuras militares en diferentes conflictos del mundo que hasta hace poco parecían casi irresolubles, como puede ser el caso de Colombia. Sin embargo, en estos momentos, para la perplejidad de la comunidad internacional, hay una organización armada que ya ha dicho públicamente que no va a utilizar nunca más las armas, que quiere abrir un proceso de desarme y desmantelamiento de las estructuras militares, que quiere hablar de ello con el Gobierno, que quiere hablar del tema de los presos, que está dispuesto a hablar de la reparación de las víctimas… Y no hay ningún tipo de voluntad por la otra parte», lamenta.
Joseba mantiene el mismo tono tranquilo cuando hace autocrítica o cuando acusa de inmovilismo al Gobierno, marcando su discurso político, a veces repitiendo ideas, a veces introduciendo apostillas. Al hablar de los presos se adivina cierta afectación: él mismo pasó dos años y medio en la cárcel, y siente la amenaza de poder volver. «La acusación era por ser miembro de banda armada», explica. «Recientemente se ha hecho el juicio y todas las pruebas que se han utilizado contra mí es haber tomado parte en reuniones y en ruedas de prensa», dice, esgrimiendo que su actividad nunca estuvo oculta del foco público. Habla entonces de Arnaldo Otegi, secretario general de Sortu desde la cárcel y simbólico portavoz de la izquierda abertzale. «Arnaldo y yo hemos compartido decenas y decenas de ruedas de prensa, de actos políticos, y esas son las únicas acusaciones que se nos hace entendiendo que formábamos parte de un entramado. En ningún momento se ha demostrado ni se ha querido plantear si ninguno de nosotros éramos miembros de ETA: simple y llanamente se nos llega a decir que lo único es que hemos estado participando en reuniones y actos políticos de una organización que es parte del entramado de una organización terrorista», asegura. Aún más tajante se muestra al preguntarle si él ha sido de ETA en algún momento, como le acusaba la Justicia española. «Por supuesto que no», responde con una exclamación. «Yo lo único que he realizado son funciones políticas, primero dentro de HB, luego de Euskal Herritarrok y en estos momentos dentro de una organización como Sortu. No he sido nunca de ETA», insiste.
A pesar de su negación, le tocó pasar por la cárcel. «Estuve cuatro meses en Alcalá-Meco, luego casi dos años en Salamanca y los últimos dos meses en Sevilla en régimen de aislamiento», explica. «Consiste en cuatro horas de un patio de unos veinticinco metros de largo y entre cinco y ocho de ancho enrejado también por arriba». El resto del día, en la celda. «Hay gente que lleva viviendo así ya muchos años». Trenza entonces el relato de esa situación de encarcelamiento con el hecho de que, por la dispersión, «tus seres queridos tengan que viajar». Rememora que cada día tenía «cinco minutos para poder hablar con ellos», y que en su caso eran mujer y tres hijos, lo que hacía dividir mucho el tiempo. «Eso se lleva como se lleva», afirma. La sombra que se cierne sobre él es una causa «sobre la propuesta de paz que realizamos en el velódromo en 2004», dice en referencia a aquel mitin de Otegi en el que por primera vez se habló de la exclusividad de las vías políticas y democráticas. «Fuimos juzgados y absueltos, así que estoy a la espera de la sentencia final del Tribunal Supremo», explica. «Me preocupa que de nuevo mis hijos tengan que viajar, para ellos sería un palo», afirma. «He cumplido dos años y medio y la sentencia es de tres años, así que si el Supremo confirma la sentencia tendría que volver para poder cumplir esos seis meses que me quedan», lamenta, aunque pone en contexto sus palabras: «No es absolutamente nada comparado con la situación de otras personas, que llevan diez, veinte o en algunos casos muchos más años en la cárcel».
Parece que a veces lo que se está buscando es a ver qué palabra concreta es la que hace imposible un movimiento positivo
Para Joseba, ninguna de las actividades por las que lo acusaron se vincula «en absoluto» con una actividad terrorista. «Eran actos políticos y reuniones de una organización política que contaba con el apoyo de decenas de miles de personas», argumenta. «Sí se ha trabajado en algunos momentos, cómo no, por la defensa de los derechos de los presos vascos, pero también por el derecho a la vivienda, por el reparto de trabajo, por la rebaja de la jornada laboral, por una política fiscal progresista… Eso también fue ilegalizado, independientemente de que luego la organización ETA y su actividad tuviera una lectura política concreta», dice. La situación de los presos es, precisamente, una de las cuestiones más acuciantes para la izquierda abertzale. «El colectivo ha mostrado de forma reiterada su apuesta clara por este nuevo escenario», afirma sobre la postura de los presos acerca del final de la violencia. «Parece que a veces lo que se está buscando es a ver qué palabra concreta es la que hace imposible un movimiento positivo. Ya no hablo para la excarcelación de los presos, sino para que fueran traídos a las cárceles de Euskal Herria», explica. En su opinión el EPPK «ha solicitado de forma individual, dentro de los parámetros de legalidad, que sean traídos a las cárceles de Euskal Herria. La respuesta que han recibido por parte de Instituciones Penitenciarias ha sido la de los últimos años o la de las últimas décadas, que es la de mantenerlos dispersados y en muchos casos en régimen de aislamiento», lamenta.
El primer paso tiene que ser que todos los presos sean cuanto antes traídos a las cárceles de Euskal Herria y, luego, dentro de un proceso escalonado, todos tendrían que ser puestos en libertad como ha sucedido también en el caso irlandés
El fin de la dispersión sería el primer paso, pero los ‘debes’ en la lista de la izquierda abertzale respecto a quienes cumplen condena no terminan ahí: la reintegración en la vida social de los encarcelados y huidos serían los siguientes eslabones de la cadena. «En el resto de procesos a nivel internacional eso se ha realizado con bastante normalidad», dice. «Con ello no quiero banalizar. Sé que en algunos casos esas personas han podido cometer atentados y puedo entender lo que ello pueda suponer para las víctimas o sus familiares, pero yo creo que todos tenemos que hacer para que todas las consecuencias del conflicto desaparezcan», afirma. «Es obvio que algunas no van a poder desaparecer porque hay gente que ha perdido a familiares o amigos y que esas personas nunca más van a volver, pero también es cierto que los presos tendrían que volver a sus pueblos, a sus casas, y en la mayoría de los casos han cumplido ya decenas de años por lo que hayan podido hacer. Pensamos que ha llegado el momento de que se produzca esa excarcelación y puedan vivir con normalidad», sostiene. Esa medida, en su opinión, debería llegar a todos, aún con delitos de sangre o cuentas pendientes, en diferentes momentos. «El primer paso tiene que ser que todos los presos sean cuanto antes traídos a las cárceles de Euskal Herria y, luego, dentro de un proceso escalonado, todos tendrían que ser puestos en libertad como ha sucedido también en el caso irlandés», insiste.
Es evidente que sigue habiendo violencia. Las armas no han desaparecido, las armas todavía se ven en Euskal Herria. Cualquier persona las puede ver cuando va por las carreteras: las armas, hoy por hoy, son de la Guardia Civil
En su opinión, la actual «es una política que se está aplicando con todos los presos vascos y tiene un doble objetivo, uno de venganza y, el segundo, intentar condicionar y reventar el proceso. Creo que en este momento se han dado cuenta de que es imposible, que es una apuesta definitiva que no tiene vuelta atrás y lo que están buscando, además de esa venganza, es intentar condicionar la actividad del conjunto de la izquierda abertzale: que no se abran otro tipo de debates, como pueda ser uno mucho mayor sobre el proceso soberanista que necesita este país para recuperar su palabra y su decisión», afirma. Es en ese sentido en el que, pese al fin de los atentados de ETA, sostiene que sigue habiendo violencia. «Es absoluta y desgraciadamente normal encontrarse con controles de la Guardia Civil o de la Policía Nacional, coger a jóvenes, ponerlos contra la pared, identificarles y registrar su coche de arriba abajo sin saber muy bien por qué y para qué lo hacen. En estos últimos años, después de que ETA finalizara su actividad armada, ha seguido habiendo detenciones, ha seguido habiendo torturas y se sigue manteniendo la dispersión. Para nosotros es una violencia estructural que se sigue aplicando por parte del Estado», explica. «Es evidente que sigue habiendo violencia. Las armas no han desaparecido, las armas todavía se ven en Euskal Herria. Cualquier persona las puede ver cuando va por las carreteras: las armas, hoy por hoy, son de la Guardia Civil».
La cita a la Guardia Civil no es casual. «De una manera o de otra representan la violencia del Estado, la que hemos padecido». Es por eso por lo que los agentes del cuerpo son la primera respuesta que da a la pregunta de si habría alguien a quien no podría estrechar la mano. Le cuesta unos segundos de silencio pensarlo, pero finalmente responde: «Reconozco que hoy por hoy se me haría muy duro dar la mano a muchos guardias civiles y a muchos responsables de la Guardia Civil, pero también reconozco que se me haría más fácil si se tratara de un familiar de un guardia civil muerto», dice en referencia a ese sentimiento descrito con anterioridad del daño sufrido por la sociedad con la violencia. Al hilo de la mención, y ante una pregunta concreta, Permach habla del cuartel de Intxaurrondo como símbolo de esa violencia del Estado. De él dice lo mismo que sobre el atentado de Ordóñez: «Ojalá no hubiera existido nunca y no tendrían que haber pasado centenares por no decir miles de vascos, y haber padecido lo que han padecido allí». Al volver a preguntar da una respuesta más concreta: «Todo el mundo sabe que en ese cuartel se ha torturado y probablemente se ha acabado con la vida de personas. Fueron capaces de utilizar la tortura hasta terminar con la vida de las personas», zanja.
El recuerdo de Intxaurrondo pertenece a otra época, una en la que ETA mataba y el Estado actuaba al margen de la Ley con la idea de acabar con los atentados. A esa época de acción directa la sustituyó, con el paso de los años, la judicial. Y, por lo que a la izquierda abertzale se refiere, la legislativa, con la Ley de Partidos, tuvo en su origen la doctrina de que muchas cosas eran ETA más allá de ETA misma. «La prueba evidente de que HB no era ETA es que cuando el Gobierno de Aznar puso en marcha mecanismos de interlocución con ETA también los inició de forma indirecta con nosotros. Probablemente era para saber si mantenemos las mismas reflexiones o hacemos reflexiones diferentes», argumenta, pero señala que también «se llevaban a cabo reuniones con HB o, a posteriori, con Euskal Herritarrok. En todos los procesos que he conocido yo el Estado también ha querido tener contacto de forma indirecta o directa con nosotros, pero no para luego dirigirse a ETA. Los diferentes gobiernos han tenido mecanismos de sobra para poder dirigirse a ETA, no creo que el Gobierno de Aznar para ir a Zurich a reunirse tuviera que contar con ningún tipo de ayuda o de instrucciones de HB». Sin embargo, la Ley de Partidos se acabó concretando y sacó del juego político a la izquierda abertzale. «Lo que supone es una aberración democrática absoluta que demostraba hasta dónde estaba dispuesto a llegar el Estado español contra Euskal Herria y contra la disidencia vasca», opina. Acerca de la importancia que le dan muchos para que años después ETA acabara dejando las armas, Permach niega la mayor: «Simplemente habría que estudiar su caso como un capítulo negro en la supuesta democracia española. La consecuencia que ha traído es que en este país ha habido decenas de miles de personas que durante años no han podido votar a ninguna opción política porque la suya estaba ilegalizada, más allá de lo que unos u otros pudieran pensar sobre ETA».
Pasados nueve años de su aprobación, la izquierda abertzale volvió a las instituciones. Sucedió en 2011: primero llegó a las elecciones autonómicas y municipales y después dio el paso a las generales, donde hacía casi treinta años que no participaban en las Cortes. «En la declaración de ‘Zutik Euskal Herria’ la apuesta y el objetivo son claros: conseguir la hegemonía política y social y que nuestro proyecto político sea, por decirlo de alguna manera, refrendado, apoyado o sostenido por una mayoría social de este país», explica. «Eso supone hacer una apuesta por intentar ganar esa hegemonía en el campo social y en el campo político, pero también en el campo institucional. Eso nos lleva a tener claro que, a partir de ese momento, tenemos que participar en todas las elecciones», resume. «Otra cosa es luego ya el papel que podamos dar a cada una de ellas», dice, ejemplificando con la labor en el Congreso «planteando enmiendas parciales para la aprobación de un determinado proyecto de ley. En ese sentido no se discute si tenemos que participar o no: lo único que en cierta manera discutimos es cuál tiene que ser nuestro papel y, además, en este caso, lo hacemos en forma de coalición y con formaciones políticas como EA, con una trayectoria bastante larga precisamente de participación en el Congreso», asegura.
A diferencia de otras formaciones políticas que, de una manera o de otra, habían contado con cierto protagonismo en algunas televisiones de ámbito estatal, a nosotros se nos ha vetado de forma permanente y no pensamos que sea casualidad
Una vez decidida la presencia de la izquierda abertzale en el Congreso, lo que quedó fue fijar objetivos. «Buscábamos dos cosas: que se produjera con normalidad nuestra participación y que esa normalidad pudiera proyectar ante la sociedad española un cambio de situación, y también utilizar el Congreso para intentar hacer llegar ese discurso a la sociedad española. Es cierto que para este segundo objetivo tenemos bastantes problemas porque en general, por parte de los medios de comunicación estatales, hay una cierta sordina, por decirlo de alguna manera, a que los discursos que nosotros estamos realizando salgan ante la opinión pública». Permach lo dice casi con una sonrisa. «A diferencia de otras formaciones políticas que, de una manera o de otra, habían contado con cierto protagonismo en algunas televisiones de ámbito estatal, a nosotros se nos ha vetado de forma permanente y no pensamos que sea casualidad», resume.
Todavía para nosotros ir a Madrid es ir a un sitio hostil
La importancia del regreso de la izquierda abertzale a las Cortes va más allá de esa estrategia, o de que hayan pasado treinta años desde la última vez: también tuvo la simbólica coincidencia con la fecha del asesinato de Muguruza. «Para nosotros el caso de Josu siempre ha sido muy simbólico. Es verdad que en la izquierda abertzale no sólo están Santi -en referencia a Santi Brouard- y Josu. Ha habido muchos más muertos. Siempre pongo ejemplos de cosas que tenemos cerca: hubo un concejal de HB llamado Tomás Alba que no es tan conocido», recuerda. Se refiere a un político abertzale asesinado en 1979, apenas unos días después de enfrentarse a su formación al no votar en contra de que San Sebastián fuera sede del Mundial de fútbol de España en 1982 y de que se construyera un estadio en la ciudad. «Tengo en mente las fotos en la puerta del Congreso de Josu con sus compañeros cuando fueron a recoger sus actas el mismo día del atentado, y la imagen de los representantes de Amaiur bajando la calle acercándose al Congreso. Son dos imágenes que se te quedan ahí en la mente», asegura. «Todavía para nosotros ir a Madrid es ir a un sitio hostil. Hay esa sensación de cómo se nos va a tratar. Igual estamos equivocados», comenta. Él, en cualquier caso, no se vería en Madrid con cargo alguno. Al plantearlo, se ríe. «No, no», dice. «No me veía para ser parlamentario vasco y tampoco me veo para ser parlamentario estatal. En estos momentos ya no me tiran mucho los cargos institucionales, estoy a gusto con las responsabilidades que ostento y con los temas en los que trabajo. Sinceramente, y sin querer hacer daño a ninguno de mis compañeros, me parece mucho más bonito ser concejal de un pueblo», zanja.
Puedo entender que haya gente que considere como una ofensa poner a Urrutikoetxea en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento
No fue siempre así: él mismo fue parlamentario vasco desde las filas de Sozialista Abertzaleak en 2004, aunque apenas fuera durante trece meses. Unos años antes de eso, siendo todavía concejal del ayuntamiento donostiarra, coincidió en el Parlamento con Josu Urrutikoetxea, ‘Josu ‘Ternera’, considerado uno de los líderes de ETA y que entonces residía libremente en el País Vasco. La formación que aglutinaba a ambos decidió colocar a Urrutikoetxea como miembro de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara, acto que fue interpretado como una burla de la izquierda abertzale. «No sé si fue pasarse de frenada, pero sí es verdad que con el tiempo puede interpretarse que lo fue. O una falta de consideración o poco respeto, por ejemplo, con las víctimas de ETA», asegura. Vuelve entonces a recordar la ponencia abertzale y su referencia al dolor causado por sus actos, omisiones o palabras. «Nuestro objetivo no era ese. Cuando hicimos ese planteamiento de que Josu estuviera en esa comisión era precisamente para intentar reafirmar nuestra apuesta por ese proceso, en ese caso en tiempos de Lizarra-Garazi», asegura. «Pero puedo entender que haya gente que considere eso como una ofensa».
Tenemos la sensación de que el objetivo es ir elevando el listón para que cualquier cosa que haga o diga la izquierda abertzale siempre parezca que es insuficiente
Gestos como este de la izquierda abertzale nunca fueron interpretados de forma positiva al otro lado, sino más bien al contrario. Y lo mismo pasa al revés con el uso o exigencia de algunas palabras, a las que Permach sí concede mucha importancia. Cita, por ejemplo, la palabra «condena», tantas veces dirigida a él y compañeros de filas. «Se ha utilizado de forma permanente no para conseguir que finalizara la violencia de ETA, sino simplemente para intentar generar un costo político a la otra parte. Hoy es el día en que, pasados ya unos años de la legalización tanto de Bildu como de Sortu, cuando los estatutos de Sortu rechazan todo tipo de violencia o actividad armada, y habiendo sido legalizados, todavía hay quien dice que tenemos que condenar», lamenta. Permach bebe el último trago de la cerveza y sigue. «No sé si las palabras pesan, pero sí tenemos la sensación de que el objetivo es ir elevando el listón para que cualquier cosa que haga o diga la izquierda abertzale siempre parezca que es insuficiente», sostiene. «Hay quien se ha pasado meses o años pidiendo que tenía que decir ‘a’, y cuando decía ‘a’, a las veinticuatro horas estaba de nuevo el listón a 2,43», reflexiona. La referencia no es casual: habla de la altura del listón que tenía el récord del mundo de salto hace unos años, que fue superada por dos centímetros más. El propio Permach fue atleta antes que político, así que la comparación le viene de dentro.
En el pasado, con nuestras posiciones, hemos podido generar un dolor añadido, pero eso no quita para que tengamos que aportar todos de forma mucho más práctica y de forma mucho más sincera
«Hay un permanente intento de poner la piedra en el tejado de la izquierda abertzale como si estuviéramos en la situación anterior, cuando es evidente que la situación ha cambiado enormemente. Tenemos que ser capaces de generar otro tipo de inercias políticas, otro tipo de acuerdos y otro tipo de planteamientos para acabar con la dispersión, para que los presos vuelvan a casa, y, cómo no, para intentar buscar un mayor acuerdo, normalidad y reconciliación entre las partes, entre las víctimas», dice. «Somos capaces de reconocer que en el pasado, con nuestras posiciones, hemos podido generar un dolor añadido, pero eso no quita para que tengamos que aportar todos de forma mucho más práctica y de forma mucho más sincera», zanja en una referencia dirigida más al presente que al pasado. «Una vez finalizada la violencia de ETA todavía hay quien es capaz de utilizar el ‘todo es ETA’ hasta para criminalizar a la PAH o cualquier movimiento social del Estado español. Eso simplemente ha sido utilizado para intentar condicionar a diferentes movimientos de disidencia y, en este caso, a la izquierda abertzale».
Con todo, Permach cree que la conciliación es posible. «Yo creo que sí. Todos tenemos mucho que hacer, pero no voy a negar que no todo el mundo lo vive de forma igual. Hay personas y víctimas desde los dos bandos, por decirlo de alguna manera, que han estado dando un ejemplo en los últimos años y que han sido capaces de demostrar que, independientemente del sufrimiento interno, tienen que hacer una aportación para visibilizar esa reconciliación. Son de agradecer gestos y posicionamientos que han tenido personas que han apostado claramente por esa reconciliación», asegura al respecto. La práctica totalidad de esas iniciativas que menciona parten de la llamada vía Nanclares. El problema es que la izquierda abertzale ha sido muy crítica con el proyecto, y Permach declina situarse. «Prefiero no hacer valoraciones al respecto», dice sin más. «En algunos casos ese tipo de hechos se han utilizado como condición ‘sine qua non’ para conseguir determinados beneficios penitenciarios», dice, a pesar de que uno de los principios de la iniciativa era que quien participara lo hiciera sin contraprestación. «Ese tipo de reflexiones, bien estando en la cárcel o bien estando fuera, tienen que darse de forma personal: cada uno ha de ver cuál es la aportación que realiza y tiene que hacer una reflexión. No a cambio de nada, sino por su cuenta y por su compromiso para una situación de reconciliación», asegura.
Aunque a veces veamos que las cosas no avanzan a la velocidad que quisiéramos, también es cierto que un conflicto de tantas décadas tampoco puede pasar de negro a blanco de la noche a la mañana
El camino que quedaría por recorrer, según Permach, va en esa dirección. «Aunque a veces veamos que las cosas no avanzan a la velocidad que quisiéramos, también es cierto que un conflicto de tantas décadas tampoco puede pasar de negro a blanco de la noche a la mañana. Quiero pensar que en los próximos meses, en los próximos años, vamos a ser capaces de dar pasos más importantes. Es verdad que para ello Euskal Herria necesita de la contraparte, y ya digo Euskal Herria y no la izquierda abertzale porque la gran mayoría de este país exige otra actitud al Gobierno de España», estima. «Ojalá hubiera otro Gobierno que fuera capaz de encarar esta nueva situación en otros planteamientos que son absolutamente homologables a cualquier proceso de resolución a nivel internacional y, mucho más importante, que ayudarían a decenas de miles de personas», dice. «El pueblo vasco en su conjunto, y también creo sinceramente que el pueblo español, van a afrontar el futuro de una forma mucho más positiva siendo capaces de hacer un relato de lo que ha ocurrido, afrontando las consecuencias del mismo e intentando buscar que el mayor número de personas pueda vivir mejor a partir de este momento». Todo eso, dice, «sin olvidar lo que ha ocurrido e intentando que todo lo que ha pasado vaya a estar presente. Para garantizar que nunca más vaya a ocurrir».