«A mi nieto se lo contaría con una historia de lo más sencilla y natural: estás viviendo una situación y consideras que tienes que aportar en el ámbito militar con tu presencia. Te implicas en esa lucha porque entiendes que hay que hacerlo y ya está. Lo que no puedes hacer es decirle a nadie ‘no, yo me levanté un día, cogí una pistola y me dediqué a matar gente’, porque esa es una simplificación absurda». Josean habla de su decisión de entrar en ETA a finales de los ’70 como una consecuencia de lo que vivió, pero lo que acabó viviendo a causa de su decisión fueron veintidós años de cárcel por participar en un asesinato. Ahora sólo defiende el diálogo.
La expresión de su cara, con los labios ligeramente caídos en sus comisuras, le da un aspecto como de enfadado que su porte fuerte, sus hombros anchos y sus manos grandes acentúan. Su tono de voz, sin embargo, lo desmiente. Responde con voz relajada, aunque para muchas de las preguntas tiene apenas un par de frases cortas, evitando dar detalles y sin conceder mucha importancia a casi nada del pasado. Ni sus años dentro de ETA, ni el día de su detención, ni el paso por la cárcel merecen más que unos segundos de respuesta. Tampoco aquel 5 de junio de 1982 en el que él y otros tres miembros de ETA mataron a Rafael Vega, un comerciante de Santurce cuya familia quedó marcada por su asesinato: las crónicas de la época recogen que su hijo, entonces adolescente, fue el primero que vio el cuerpo sin vida tras oír los disparos, y que su viuda se suicidó unos meses después del atentado. Josean empieza a explayarse cuando llega a la actualidad, a la vida pública que le ha llevado a participar en actos con víctimas casi una década después de salir de un mundo, el de la cárcel, con el que ha seguido en contacto a través de Herrira, organización que luego sería suspendida por la Justicia. Ahora insiste en que no es etarra, sino exetarra, habla de conciliación y dice que su única arma es la palabra.
La conversación, que tiene lugar junto a una conocida plaza cerca de la parte vieja de Bilbao, arranca a toda velocidad, con una cadena de respuestas escuetas sobre su integración en ETA.
No había usado un arma jamás, y evidentemente se da un cursillo para el manejo de armas cortas, en este caso de pistolas
Aunque la decisión de entrar en ETA no conllevara para él el paso a la clandestinidad, sí que supuso aprender cosas distintas a las que conocía. Por ejemplo, a manejar explosivos. «Nunca he llevado a cabo acciones con explosivo contra una persona, aunque sí en su momento contra torretas de Iberduero», explica. También le enseñaron a disparar. «No había usado un arma jamás, y evidentemente se da un cursillo para el manejo de armas cortas, en este caso de pistolas».
No necesariamente. Cuando uno entra en una organización de estas características sabe para lo que entra, y aquello que hace entiende que en aquel momento tiene un valor positivo, así que no se le da más valor que ese. Si lo que me estás preguntando es por algún tipo de remordimiento o cosas de estas, no, nunca.
Hubo una consecuencia inmediata: que la mujer de esta persona se suicidó. Pues sí, evidentemente ahí sientes un dolor, una preocupación concreta y especial. Pero bueno, nada más allá de eso.
Meses después del atentado Josean fue detenido. Como miembro legal, según cuenta, hacía una vida normal en el trabajo y en casa. «Es verdad que se viven unas situaciones de nerviosismo, donde parece que todo el mundo te está siguiendo, o que la policía está encima tuyo. Yo no me apercibo de nada de esto», cuenta. «Estaba trabajando en Petronor, en Muskiz. Estaba comiendo y vinieron dos policías, me preguntaron si yo era tal, me pusieron una pistola en la cabeza y me llevaron en un coche a Bilbao, a la comisaría de Indautxu». Al preguntarle si sufrió abusos policiales responde que sí, y lo explica, pero tampoco se explaya en esta parte del relato. «Mientras llegaba a comisaría fui agredido con puñetazos y golpes en la cabeza. En la comisaría sufrí las torturas de la época, que estaban basadas principalmente en lo físico: electrodos en los testículos, golpes con un listín, flexiones… Y luego psicológicas, diciéndome que estaba mi mujer detenida, que le iban a dar un trato determinado…». Lo cuenta, de nuevo, sin la impresión de dar importancia a las palabras, como pasando rápido las hojas de un libro escrito hace mucho.
La primera respuesta que se alarga más de unos pocos segundos es para explicar en qué momento cambió algo en él, en qué momento, en la cárcel o al salir de ella, el Josean que empuñó una pistola decidió que era más efectivo hablar. «Esa intención la tenía ya desde dentro, lo que pasa es que cuando salgo, en el año 2005, la situación es totalmente diferente a la actual. Llevar a cabo acciones o eventos como yo estoy haciendo hubiera sido bastante complicado. Como filosofía sí lo tenía en mente, pero no lo llegué a desarrollar hasta que se dieron las circunstancias que podrían avalar el que alguien hiciera lo que estoy haciendo yo».
A veces nos movemos en micromundos donde lo único que hacemos es reproducir nuestro propio producto y no sabemos que al lado hay otro que puede ser tan bueno o malo como el nuestro
De la misma forma que niega que hubiera un hecho concreto que fuera determinante en su decisión de entrar en ETA, tampoco ve un momento identificable que lo llevara a cambiar. «Si la cárcel tiene alguna cosa positiva es que te da muchas opciones para conocerte a ti mismo, para leer mucho, para escuchar mucho, para conocer diferentes culturas y diferentes personas, aunque sea en ese ámbito marginal. Lo que sí cambia en ti es esa disposición a conectar o a entender al otro, al inmigrante, al andaluz, al catalán, al francés, a todas las personas con las que te encuentras. Porque a veces nos movemos en micromundos donde lo único que hacemos es reproducir nuestro propio producto y no sabemos que al lado hay otro que puede ser tan bueno o malo como el nuestro. Simplemente lo que hay que hacer es contrastar para buscar un intermedio». Su explicación contradice una de las ideas más extendidas acerca de los presos de ETA en las cárceles: que durante mucho tiempo hicieron vida separada, casi al margen del resto de convictos. «No, es más, en el año ’83, que es cuando a mí se me detiene, la relación con los llamados presos sociales, o presos que no están por razones vinculadas con temas políticos, es totalmente abierta: hacemos vida con ellos, comemos con ellos, compartimos con ellos… En todas las prisiones que he estado he tenido buena relación, ha habido algún incidente, pero como puede haberlo en la calle también», relata.
Según rememora, los compañeros del ‘mako’ los miraban con una actitud muy diferente. «Para ellos nosotros paradójicamente somos luchadores por la libertad, somos gudaris, personas que estamos luchando por unos ideales. Cuando empiezan los medios de comunicación a introducir el término ‘terrorismo’, diciendo que somos unos ‘mataniños’, ellos también beben de esa fuente y empiezan a considerarnos como terroristas de una manera natural, sin intencionalidad». Ese paso de etarra a exetarra, sin embargo, no tiene que ver con su cambio de mentalidad. «Siempre he tenido claro que desde el momento en el que eres detenido dejas de ser militante de ETA por sentido común: tú no puedes seguir militando en una organización clandestina cuando ya no haces vida clandestina. En el momento en el que eres detenido, y todo el periodo que pasas en la cárcel, ya no eres de ETA. Por consiguiente, cuando sales tampoco eres de ETA. Es por una cuestión de seguridad, porque salvo en escasísimas ocasiones con miembros de ETA, el reingreso, aparte de que no se te acepta, no tiene ningún sentido. Y es también por una cuestión práctica: si tú estás veintidós años en la cárcel, te está esperando una familia y te vuelves a meter, pues…», dice soltando un suspiro. «Es un poquito contradictorio, salvo que le digas a esa persona nada más te detienen ‘oye, mira, no quiero saber nada de ti porque en cuanto salga me voy a liar otra vez la manta’. ETA siempre ha tenido claro que no se pide: en el País Vasco siempre ha habido gente dispuesta a entrar, y no había la necesidad de que fueran siempre las mismas personas», cuenta.
La lucha armada históricamente ha sido en todos los pueblos una herramienta, nunca un fin en sí mismo. Y una herramienta se utiliza cuando uno la necesita, una vez que uno no necesita esa herramienta adapta su estrategia
La siguiente idea sobre las cárceles y ETA que Josean contradice es la referente a la presión que, según la Justicia, ejerce sobre los presos el EPPK.
El fin de la «utilidad» de la violencia y la soledad de ETA en el contexto internacional serían, por tanto, las causas que él ve desde fuera respecto a la decisión de dejar las armas. «Imagino que, como todo en la vida, hay una evolución. Se entiende que se está viviendo una situación nueva, no sólo en Euskal Herria, sino en el resto de conflictos que se dan a nivel internacional, donde ya en Europa el único conflicto es el de ETA porque todas las organizaciones han llegado a principios de acuerdos o han intentado adoptar salidas negociadas o democráticas. En esa clave, ETA entiende y dice: ‘Pues bueno, no me voy a quedar aquí sola y voy a intentar desarrollar otro tipo de actividad’, delegando en la sociedad civil lo que haya que hacer para conseguir los objetivos que tiene», augura.
La izquierda abertzale ha tomado una decisión estratégica, y con esa decisión es con la que hay que tirar adelante
La expresión de aquella decisión, el comunicado del 20 de octubre de 2011, era para él una especie de esperado secreto a voces: «No sentí nada especial porque era algo que ya se venía barruntando, pero hubo un alivio generalizado. Generó deseos de que esto sirva o contribuya a que seamos capaces entre todas y todos de mirarnos con naturalidad, de mirar hacia delante y construir algo nuevo», explica. Ante la tesitura de que alguien se planteara ahora las cosas que él se planteó antes de entrar en ETA y viera las armas como una opción responde plegándose al discurso actual: «No soy muy partidario de decirle a una persona lo que tiene que hacer, pero sí soy bastante disciplinado, y en ese sentido lo que sí diría es que, nos guste o no, compartamos o no decisiones de las direcciones políticas, hoy en día la izquierda abertzale ha tomado una decisión estratégica, y con esa decisión es con la que hay que tirar adelante», asegura. «El que hoy en día quiera ver o no motivos para ejercitar o llevar a cabo estrategias que tengan como herramienta la lucha armada pues es algo que a mí se me escapa», dice mientras encoge los hombros e inspira aire muy despacio. «Se me hace muy difícil decirle a alguien que no haga aquello que piense, aunque yo lo invitaría a que no lo hiciera y a que sumara fuerzas con la causa común, que es la que está marcando hoy en día la dirección de la izquierda abertzale».
La dirección política ha estado siempre en el sur del País Vasco, en su época fue HB y hoy en día son Sortu, LAB y Ernai. Y ahí no está ETA. No ha sido nunca ETA la que ha marcado una línea. La que ha marcado la línea ha sido la cara política del movimiento
El centro de decisión, por tanto, habría cambiado, aunque en su opinión no es a causa de una variación en la soberanía desde ETA hacia la izquierda política. «En cierta medida es así, pero izquierda abertzale ha sido siempre todo. Izquierda abertzale no es ETA. Izquierda abertzale no es HB. Izquierda abertzale es todo, izquierda abertzale es LAB, izquierda abertzale es HB, izquierda abertzale es ETA, izquierda abertzale es Ikasle Abertzaleak, los movimientos juveniles, todas las organizaciones o asociaciones que se han movido en el ámbito de la izquierda abertzale. No hay una dirección, no hay un ‘ETA es la que dice’, como se ha pretendido hacer ver. La dirección política ha estado siempre en el sur del País Vasco, en su época fue HB y hoy en día son Sortu, LAB y Ernai. Y ahí no está ETA», asegura. «Hoy en día la izquierda abertzale en su totalidad ha decidido una estrategia nueva y ahí hay una sola palabra y no hay más. Sobre el paraguas de esas tres organizaciones, Sortu, LAB y Ernai, hay una estrategia concreta, apoyada por el colectivo de presos, de refugiados, de ETA, para que a buen entendedor todos digamos que somos izquierda abertzale. Sí, ahí puede haber esa apreciación de que hay un cambio de papeles, pero no ha sido nunca ETA la que ha marcado una línea. La que ha marcado la línea ha sido la cara política del movimiento. Habría que decirlo con naturalidad: lo mismo que el IRA era el IRA y el Sinn Fein era el Sinn Fein, aquí no se da un esquema diferente», reflexiona.
Tengo cierto temor a que, como no se encauce esto en un periodo razonable, pueda surgir algo. Pero no ETA
Con cambio o sin él, Josean ve definitiva la decisión tomada por ETA, aunque reconoce preocupación. «Sobre que pueda surgir otra organización con otro nombre que vaya a hacer cosas similares a las que ha estado haciendo ETA», comenta. «Sinceramente tengo mis dudas, y más viendo el escaso interés de los estrategas franceses y españoles por canalizar o dar una salida a la situación que se ha abierto. No se está aprovechando en cuestiones tan básicas, por ejemplo, como la dispersión, o el tema de los enfermos. No hay ninguna posición que haga que ese joven que puede estar pensando en coger un arma diga ‘hostia, pues efectivamente se están dando pasos’. Entonces, si soy sincero, tengo cierto temor a que, como no se encauce esto en un periodo razonable, pueda surgir algo. Pero no ETA. ETA como tal ha desaparecido ya», explica. «En este tipo de conflictos o situaciones el lado emocional juega un papel muy importante, y si tú tienes amigos, o abuelos, o padres que están en la cárcel veinte años y la perspectiva de libertad es la muerte…». Vuelve a tomar aire muy despacio y continúa. «Jugando con las emociones esa persona puede tomar cualquier decisión. Sin embargo, si tú a esa persona le das una luz en el túnel, que vea que hay una perspectiva, que hay unos avances, una disposición a cambiar esto, esas ganas de hacer algo seguramente se apaciguarían», explica.
Si ETA ya da las armas, los zulos, todo lo que tiene que dar, y se disuelve, la lógica es que la situación de presos y refugiados se vaya resolviendo
El problema que ve, por tanto, es el enquistamiento de la situación tras el cese de la violencia de ETA. «Hoy en día ETA no busca una negociación política con el Estado, lo que busca es una negociación más bien técnica que pueda acreditar la desactivación de sus armas y arsenales. Yo no entiendo que aunque ETA mañana se disolviera la actitud del Gobierno español o francés variara. ¿Por qué? Porque históricamente se han dicho muchas cosas, como el Pacto de Ajuria Enea, donde se aseguraba que en ausencia de ETA se podría hablar de cualquier cosa y hoy en día se está viendo que no», dice torciendo el gesto. «Por que ETA diga mañana ‘me disuelvo’ no creo que venga un cambio del Estado español. Es más, yo creo que seguiría alimentando lo que hoy está alimentando: el odio, la venganza, el ‘que se pudran’, etcétera». Esa variación de actitud que menciona sería «el tema relacionado con presos y refugiados», algo que «correspondería al ámbito político». En su opinión, «no es una condición, no se está pidiendo. Sería lo lógico, pero en política la lógica del ciudadano normal no se suele aplicar. Si ETA ya da las armas, los zulos, todo lo que tiene que dar, y se disuelve, la lógica es que la situación de presos y refugiados se vaya resolviendo», opina. Esa resolución pasaría por «acabar con la dispersión y aplicar las libertades que les corresponden por Ley, además de la readaptación de las leyes a la coyuntura actual. El auto famoso de Garzón donde dice que todo es ETA no tiene ningún sentido, la Ley de Partidos no tiene ningún sentido, la Audiencia Nacional como tribunal excepcional o especial no tiene ningún sentido…», afirma. «Dentro de la lógica no sólo está el tema de presos y refugiados, sino también el de víctimas, las consecuencias derivadas de estos años, todo, en su globalidad, se tendrá que solucionar. Se tendrá que llevar a un término aceptable por todos».
Si bien soy partidario de la amnistía, entiendo que en la situación actual no es una opción viable
Esos términos también han cambiado con el tiempo. Desde la ETA que reclamaba la amnistía de sus presos a que ETA ya no exista y que esa no sea una opción. «Si bien soy partidario de la amnistía, entiendo que en la situación actual no es una opción viable. La amnistía no se ha dado nunca. Eso que nosotros hemos llamado amnistía en la época postfranquista tampoco fue una amnistía, fue un Real Decreto, un indulto», considera. «Ojalá la amnistía viniera mañana, pero hay que ser realista: lo que hay que buscar es un acuerdo entre los partidos políticos y los responsables judiciales y sociales, que determinen cómo se puede facilitar el retorno a casa de estas personas».
Los hijos de las personas que han sufrido las consecuencias de la acción de ETA están ahí, los hijos de los que han sufrido las consecuencias del Estado también están ahí. Eso no se cura de la noche a la mañana
Más allá de las cuestiones, lo que quedaría pendiente sería cerrar heridas. «No sólo creo que se pueda, sino que se debe. Pero sí es verdad que a nuestra generación no le corresponde eso porque hay demasiado dolor, demasiadas heridas y demasiada sangre», asegura. «Es un proceso que no sé si será largo en el tiempo, pero esto no es una cosa que se vaya a superar de la noche a la mañana. Los hijos de las personas que han sufrido las consecuencias de la acción de ETA están ahí, los hijos de los que han sufrido las consecuencias del Estado también están ahí. Eso no se cura de la noche a la mañana. Es muy difícil empatizar porque no estamos poniendo todos de nuestra parte para que se puedan alcanzar esos niveles de empatía», lamenta.
«Sería importante que en el ámbito del Estado todas las personas estuvieran interesadas en que se oigan las verdades que hay en todos los sitios. Que se apueste por una convivencia en paz sin olvidar el pasado, porque el pasado no se puede olvidar: las heridas están ahí, los dolores están ahí», dice. «Que seamos capaces de avanzar, de dibujar un nuevo futuro donde todas y todos podamos mirarnos a la cara sin rencor y dejar ese regalo para nuestras nietas y nietos, y que vivan una nueva vida en que, a través de iniciativas democráticas, puedan alcanzar aquellos objetivos que entiendan son los suyos».