Galder González (Autor: Borja Ventura)
Galder González (Autor: Borja Ventura)

Galder González: «He tenido amigos o amigas a los que sé que han violado en comisaría con una pistola, eso también es parte de tu juventud»

Entrevista a Galder González, uno de los líderes de Ikasle Abertzaleak durante años. Pisó la cárcel por primera vez con dieciocho años. Este texto es parte de ‘Guztiak‘, un libro de entrevistas sobre el final de ETA.

 

«¿En terreno neutral o en la ‘herriko’ ?». La pregunta, en tono desenfadado, marcaba el punto de inflexión entre meses de discusiones y afiladas réplicas a través de redes sociales y la cita formal para una entrevista. La respuesta fue una herriko taberna en el corazón de Zarautz unas semanas después. Galder González estaba sentado al fondo del local, leyendo el periódico y bebiendo una cerveza que le teñía de espuma la barba. Nacido a principios de los ’80, entró con dieciséis años en Ikasle Abertzaleak, el sindicato estudiantil de izquierda abertzale, donde fue portavoz. «Siempre recuerdas la adolescencia como algo más intenso, más crítico. Era una época donde había muchas más huelgas, y una manifestación todas las semanas. Había efervescencia. Me acuerdo del instituto como una época en la que había actividad todos los días. Pero también tiendes a mitificar, porque luego lo ves con el tiempo y te planteas que quizá hacíamos huelgas por cosas que no tenían mucho sentido», comenta sonriendo.

«Yo vivía entonces en Altsasu, en Sakana, en Navarra. Es un valle con una mayoría notable de izquierda abertzale que además se mantiene en el tiempo. Fue justo cuando Herri Batasuna presentó la alternativa democrática. Hicieron un vídeo que estaba perseguido, pero lo emitimos en el instituto. Recuerdo que aquello salió hasta en los medios de comunicación», comenta. Se refiere al momento en el que ETA cambió la alternativa KAS por una nueva vía. El hecho de que HB decidiera replicar aquel comunicado de ETA como su vídeo electoral fue el punto de apoyo del que se valió el Estado, primero para censurar el spot y más tarde para instar a la ilegalización de la formación. En esos mismos años también tuvo lugar el pacto de Lizarra. «Vivíamos en una actividad un poco frenética», rememora. «Era un tiempo en el que hubo bastante ilusión: había iniciativas nuevas, veías que se podían hacer cosas, como la creación de instituciones nacionales como Udalbiltza». Dicho proyecto, puesto en marcha en 1999, supuso la constitución de una asociación de municipios en España y Francia gobernados por los partidos firmantes del pacto, como el PNV, Eusko Alkartasuna o la izquierda abertzale. «Había cosas que decías ‘joder, vamos bien, se puede conseguir algo’ «, recuerda. Cuatro años más tarde el juez Garzón disolvió la iniciativa, pero mucho antes las expectativas de Lizarra ya se habían desvanecido.

El día anterior me habían regalado el primer móvil de mi vida, y me acuerdo de que la primera llamada que recibí fue de mi padre para decirme que la Guardia Civil había ido a buscarme a casa

En la universidad siguió con su actividad. Se matriculó en Geología en el campus de Leioa, cerca de Bilbao, pero empezó mucho más tarde que sus compañeros. La media sonrisa al hablar de aquellos años se borra por completo cuando narra lo que le pasó justo al inicio de aquel curso: su paso por la cárcel. «Vino la Guardia Civil a buscarme a casa por una revista antimilitarista que se hacía en Altsasu. Tenía dieciocho años recién cumplidos. Yo no estaba en casa porque precisamente acababa de ir a la universidad. El día anterior me habían regalado el primer móvil de mi vida, y me acuerdo de que la primera llamada que recibí fue de mi padre para decirme que la Guardia Civil había ido a buscarme a casa. Yo estaba en otro sitio, miré por la ventana, vi que estaban abajo y me dije ‘adiós’ «, rememora. «Conseguí que no me detuvieran», dice, aunque asegura que no huyó. «No fueron a buscarme donde tenían que ir a buscarme», comenta sonriendo brevemente.

«Una semana después fui a Madrid con un abogado y me presenté en la Audiencia Nacional. Me mandaron a la cárcel cuatro meses y me los comí por el morro», dice, ya sin atisbo alguno de sonrisa. Estuvo en prisión preventiva en Alcalá-Meco, y seis años después sería juzgado y absuelto. «Fui detenido por una chorrada», comenta. «Era una revista bastante inocente: simplemente era una recopilación de cosas como los lugares donde había habido controles. Me detuvieron porque la subí a internet. En la sentencia nos acusaban de colaboración con banda armada porque decían que los datos que proporcionamos podrían ser utilizados para atentar contra ellos», comenta. «El valle aún sigue siendo el sitio con más policías de Europa, nueve por cada mil habitantes, lo que es una burrada porque la media europea son tres. La situación sigue siendo tensa: todos los días con controles, vejaciones… Entran como Pedro por su casa, van a los bares…», relata. «En aquella época se salía de la cárcel más rápido, no es como ahora que hay prisiones preventivas de cuatro años», comenta sobre aquellos días. «Me pusieron una fianza de 500.000 pesetas, que en aquel tiempo era una burrada, aunque comparado con otras fianzas que se han puesto después, no era para tanto».

Dentro de la cárcel solía mantener el contacto con los suyos. Habla, por ejemplo, de un teléfono al que llamaba, alrededor del cual «solían estar bastantes amigos». Recuerda también su última noche encarcelado, en enero de 2001. «El día anterior se habían intentado fugar Igor Solana y Harriet Iragi», dos presos acusados de pertenecer a ETA. «La dirección de prisiones decidió que nos tenían que cambiar a todos de celda ese mismo día, el día en que yo salía. Me llevaron a la única que estaba vacía de toda la cárcel de Alcalá-Meco: la celda en la que se suicidó ‘Katxue’ «, el apodo de José María Aranzamendi, otro preso acusado de pertenecer a ETA que se quitó la vida en febrero de 1997. «Recuerdo que me negué, pero me dijeron ‘entras y punto’. Al final, como sabía que salía ese día, entré. Me obligaron a pasar la noche allí. Lo limpié y, como ya tenía todo recogido y tenía una tele, la puse. Me acuerdo de que esa noche dieron ‘Condemor, el pecador de la pradera’. Es una situación patética, pero es que me reí mucho», comenta con una amplia sonrisa tras reconocer que era un gran fan de Chiquito de la Calzada. «Era la peor situación del mundo: llovía un montón y se colaba agua por la pared. Me acuerdo de que empecé a limpiarla y se quitaba el gotelé. Al final paré y me dije ‘como siga así voy a quitar la pared’. Era como si la hubiera hecho Berlanga», comenta divertido.

Ya sabía lo que había pasado. ‘Es que me pusieron unos electrodos en los huevos’

Salió de la cárcel a finales de ese mes. «A los dos días tenía un examen, porque claro, yo estaba matriculado en la universidad. No había ido todavía ningún día porque me detuvieron justo antes de empezar, pero había estudiado. Salí, fui al pueblo, me hicieron el ‘ongi etorri’, estuve con la gente y fui a la universidad. Aprobé. En mi clase había un militante de Segi que me dijo años después: ‘Creo que ese día es el día que más te odié en mi vida, porque saliste y aprobaste y yo no’ «, rememora con otra sonrisa que, al segundo, se le borra de la cara. «Al final nos absolvieron. El Estado, por no devolverme, no me devolvió ni los vídeos de vacaciones que nos quitaron como prueba, ni el ordenador, ni el dinero… No han devuelto nada. Es algo que he hablado con más gente, que cualquier otro diría ‘yo soy víctima del Estado’. Podría decirlo tranquilamente, porque me llevaron por el morro y me comí cuatro meses», comenta. «La primera cosa chocante que recuerdo de la cárcel fue que me encontré con uno que habían detenido en la misma operación que a mí. Era un chaval que yo conocía, del pueblo de al lado. Estaba deshecho. Cuando lo vi estaba como fuera de sí, y lo primero que me dijo fue ‘perdona, pero es que he tenido que decir tu nombre’. Yo le dije ‘no, no, tranquilo’. Ya sabía lo que había pasado. ‘Es que me pusieron unos electrodos en los huevos’ «. Ahí Galder tenía dieciocho años. Esa mención tan concreta no es la única de su relato: describe varias escenas similares narradas por personas conocidas. «He tenido amigos o amigas a los que sé que han violado en comisaría con una pistola, y hostia, eso también es parte de tu juventud», relata con gesto amargo. «Conozco a gente, y no voy a dar más detalles, a la que han detenido y han obligado a hacerle una mamada a uno de su cuadrilla en comisaría. Hay gente que no quiere hablar de ello, pero yo sé lo que ha pasado. No sé si eso te hace más fuerte, más insensible o más determinado en tus convicciones, no sé lo que te hace, pero lo he vivido, y eso nadie lo cuenta», lamenta. «Hoy en día están saliendo más cosas, así que dices ‘mira, ya era hora de que alguien fuera de Euskal Herria también contara que estas cosas han pasado’. En realidad casi todo el mundo en el País Vasco habla de torturas, aunque muchos representantes políticos lo hacen con reservas o directamente fuera de la grabadora. Eso, y el hecho de que fuera del País Vasco sea algo que no se suela expresar en esos términos es algo que Galder achaca al llamado Plan ZEN, un proyecto elaborado por el Ministerio del Interior de José Barrionuevo en 1983 y que describía una ‘Zona Especial Norte’ a la que aplicaba unas medidas policiales excepcionales en el escenario de la lucha contra ETA. El proyecto fue declarado inconstitucional casi una década después.

Galder González (Autor: Borja Ventura)

Galder González (Autor: Borja Ventura)

Hay gente que no quiere hablar de ello, pero yo sé lo que ha pasado. No sé si eso te hace más fuerte, más insensible o más determinado en tus convicciones, no sé lo que te hace, pero lo he vivido, y eso nadie lo cuenta

Galder enmarca muchos hechos dentro de esa idea de excepcionalidad, que él describe como «un muro invisible, un cerco creado alrededor del independentismo vasco para no reconocer lo que aquí ha habido». Da distintos ejemplos, desde el rechazo que causó un relato «que mantiene una equidistancia bastante neutra» como ‘La pelota vasca’ de Julio Medem, hasta el hecho de que el delegado del Gobierno Carlos Urquijo pidiera información sobre las ayudas públicas que recibió el documental Lasa y Zabala, centrado en uno de los crímenes más célebres de los GAL. «Creo que es valiente intentar dar un punto de vista poliédrico. Hacer un reportaje sobre lo buenos que son unos y lo malos que son otros no aporta nada más que agradar al que corresponde, y creo que es hora de que se empiecen a publicar cosas que sean desagradables para la gente. Aquí hay una verdad incómoda», comenta. «Con diecisiete o dieciocho años experimentas cosas que probablemente la mayoría de adolescentes del Estado español no han experimentado. No sé, que detengan y torturen a un amigo es algo que no es habitual, y aquí sin embargo sí lo es: la mayoría de gente conoce a alguien a quien han detenido, han encarcelado o han torturado, y eso también te marca. Te marca estar con gente en una reunión y, al día siguiente, despertarte y que los hayan detenido. Eso me ha pasado varias veces, y dices ‘podía haber acabado yo ahí, ayer estaba con estos’ «, relata.

Es hora de que se empiecen a publicar cosas que sean desagradables para la gente. Aquí hay una verdad incómoda

Durante toda la conversación Galder pasa de la sonrisa y la expresión cercana al gesto adusto y el relato más duro, especialmente cuando narra las vivencias de gente cercana. «Yo ya sé lo que hago yo. Soy capaz de asumir mis propias responsabilidades y mis propias cosas», dice hablando de sí mismo, pero cambia al hablar de su entorno. «Han torturado a gente a la que yo le he dado su primer marrón, gente a la que he cogido en Ikasle Abertzaleak y les he dicho ‘oye, te podías encargar tú de esto’, lo han hecho y les han detenido. Y eso, joder, también te hace sentir responsable, no sé». Esos encargos que describe consistían en «coordinar políticamente algunos barrios, o llevar a cabo una campaña concreta, y claro, es gente que debido a esa labor ha tenido que reunirse por ejemplo con Jarrai», que ya estaba entonces en el punto de mira de la Justicia por ser considerada, junto a Segi o Haika, una «cantera de ETA». Niega que ninguna de esas acciones fuera de tipo violento: «No era nada delictivo… Bueno, sí, era delictivo para la Audiencia Nacional, aunque en algunos casos luego los han absuelto. Pero delictivo a ese nivel, de organización política, no eran encargos de quemar o romper nada», asegura. «Pero joder, yo a ese chaval o a esa chavala cuando tenía dieciséis años estuve diciéndole ‘¿por qué no hacemos esto?’. Y luego, con diecinueve años, han cogido y lo han violado en comisaría. A mí me da que pensar. No es culpa mía tampoco, aquí cada uno hace lo que puede hacer… pero son cosas que le han pasado a gente de cerca, y marcan».

Cuenta que desde que estuvo en la cárcel hubo cuatro operaciones contra Jarrai, Haika, Segi y otras organizaciones juveniles y colectivos similares. «En todas esas operaciones han detenido a gente con la que he militado, gente de Ikasle Abertzaleak, de Segi o de Jarrai con los que yo tenía relación en reuniones», comenta. Agacha la vista hacia la mesa y sigue: «Una de las cosas que más he sufrido fue en la última detención que hubo contra Segi, que juzgaron a unos cuarenta, de los que yo conocía como a la mitad. Me acuerdo de levantarme por la mañana, encender el ordenador, ver la noticia… Buf, se te cae el alma a los pies. Conozco a todos estos, sé lo que les van a hacer y, en muchos casos, se confirma. Yo sé lo que he hablado con esas personas durante mucho tiempo, sé lo que he trabajado con esas personas, y es una sensación dura. Sentimentalmente sí recuerdo esa ocasión como la peor, un golpe muy duro. Te dices ‘no, no, esto no puede seguir así, algo estamos haciendo mal. ¿Qué estamos haciendo mandando cada seis meses a cuarenta jóvenes al matadero?’. Creo que es lo que ellos querían conseguir, esa sensación de ‘da igual lo que hagas que voy a detener cada seis meses a los que pongas’ «, reconstruye. «En la ilegalización también teníamos una sensación de que el reemplazo era infinito, pero… Había un amigo mío que decía: ‘Es que poner carteles firmados por Segi es como pegarle un tiro a alguien: te van a caer doce años, ¿qué sentido tiene?’. Te dices, ¿qué pasa, no hay solución, no hay salida?, ¿qué tengo que hacer?».

Es muy grave que una persona salga de casa o se meta en la cama sin saber si al día siguiente va a estar en el mismo sitio

Él mismo también pasó por eso. Además, desde la vez en la que se entregó y acabó en la cárcel, ha sido detenido tres veces «por tres cuerpos policiales diferentes: la Guardia Civil, la Policía Nacional y la Ertzaintza». Marca las palabras para matizar que sufrió «mal trato, pero no maltrato», y explica algunas vivencias al respecto: «Tienes controles de carretera de hora y media en un descampado, ponerte una metralleta en la cabeza… Todo esto ha pasado varias veces, pero es algo que aquí tenemos un poco asumido, que es grave tener asumido que pasen. Y por todas partes, porque supongo que habrá gente del PP que te dirá ‘es duro tener asumido que tienes que mirar debajo del coche todos los días’, y sí, es grave tener que asumir que un tipo de situación así se dé. Diré más: creo que además es muy grave que una persona salga de casa o se meta en la cama sin saber si al día siguiente va a estar en el mismo sitio. Yo lo he pasado y no se lo deseo a nadie», asegura.

Galder González (Autor: Borja Ventura)

Galder González (Autor: Borja Ventura)

Al salir de la cárcel la vida siguió su curso. «Justo ahí hubo opción de entrar en el consejo de estudiantes. Me lo pidieron a mí, más que nada por experiencia, porque necesitaban a alguien que controlara cómo funcionaba la universidad para un cargo así, y ahí estuve dos años. Ya no estaba en la dirección de Ikasle Abertzaleak, pero bueno. Casi hacía más reuniones con el rectorado, así que estaba todo el día de aquí para allá. La clase tampoco es que la pisara mucho», comenta al tiempo que incide en que aprobó la carrera y le gusta lo que hace. Su militancia duró en total seis años y, asegura, nunca se salió de lo político para entrar en la violencia. «Te mentiría si dijera ‘no, no, nunca jamás’, porque en realidad en este país es así», matiza, a la vez que asiente cuando se citan boicots llevados a cabo por su sindicato. «En este país es complicado no involucrarse en ninguna acción violenta: con que carguen en una manifestación… Y aquí es muy habitual», explica. «En una ‘mani’ si de repente están cruzando contenedores, pues dices ‘aquí que voy’ -explica-, pero no, soy bastante flojo y tampoco tengo fondo como para correr», bromea. «De hecho, una de las veces que me detuvieron, cuando tenía diecisiete años, me acusaron de tirar piedras a un Patrol de la Guardia Civil, cosa que no hice. Estábamos haciendo un mural, pero nos acusaron de eso, y me condenaron a multa de 14.000 pesetas porque era menor», explica. «Luego, durante todo el periodo de la universidad, yo era una cara pública: si había follón yo solía ser el que iba a hablar con el rector y con el mando policial, así que entonces tampoco, como es evidente».

Si me planteas si todos y cada uno de los actos violentos han servido para algo la respuesta evidente es no, aparte de para generar sufrimiento. Si lo que planteas es si como estrategia ha servido para algo la respuesta es que sí, claro

Esa violencia omnipresente que describe rodeó la vida política y social vasca durante mucho tiempo en forma de herramienta para conseguir unos fines. Esa percepción impide a Galder calificarla como buena o mala porque, en su análisis y hablando de ETA, depende de la perspectiva. «Sé que es complicado, pero no puedes juzgar con ‘bien’ o ‘mal’ un hecho histórico global de cincuenta años, eso es muy complicado. Si me planteas si todos y cada uno de los actos violentos han servido para algo la respuesta evidente es no, aparte de para generar sufrimiento. Si lo que planteas es si como estrategia ha servido para algo la respuesta es que sí, claro. Si no hubiera servido para nada no se hubieran sentado a negociar tres gobiernos diferentes, y evidentemente si lo han hecho es porque hay algo que quieren solucionar», analiza. «La estrategia violenta en su conjunto es difícil de analizar. Carrero Blanco estuvo bien, muy bien. Creo que hay poca gente que te va a decir que estuvo mal. Hipercor estuvo mal, muy mal, y no creo que haya nadie que te vaya a decir ‘estuvo de puta madre’, no cabe en ninguna cabeza», analiza. «Si tú me pones ahora aquí delante a la hija de Isaías Carrasco y me dices ‘dile a ella que estuvo bien’ te diría ‘no, mira, no estuvo bien, lo siento mucho, con toda mi alma: lo que le pasó a tu padre no estuvo bien’. Si me pones aquí a la nieta de Carrero Blanco le diría ‘oye, pues lo siento mucho, pero estuvo de puta madre y, de hecho, la mayoría de españoles deberían agradecer aquello’ «, argumenta.

Galder deshilacha la violencia de ETA para analizarla, y llega a conclusiones diversas. «Éticamente estuvo mal, porque éticamente la violencia es mala: en todas partes todas las violencias son malas. Moralmente no lo sé, el tiempo lo dirá. ¿Matar franceses en 1808 estuvo bien? Para España sí, hacen fiesta nacional en Madrid», compara. Más allá de esas consideraciones, sí reconoce un fallo de base de la estrategia violenta más allá del dolor generado: el rechazo social. «Si tú lo que quieres es llevar el frente político y decir ‘venga, que el 60% de la población esté conmigo’, no es la mejor estrategia. Por tanto ahí está mal, mal planteada». Y políticamente, el cuarto punto, «dependiendo para qué y hasta qué punto». En ese «depende» se cuela otra consecuencia de la violencia, aunque sea indirecta: la movilización social. «La estrategia en sí no conlleva sólo la violencia. Conlleva que alrededor de eso se creen unas redes militantes muchísimo más activas que de otra manera no se darían. No es casualidad que aquí haya movimientos sociales muchísimo más activos: por ejemplo, tienes redes de solidaridad con los presos que movilizan todas las semanas a miles de personas en los pueblos, o a algunos de los movimientos juveniles más potentes que hay», dice, citando a Jarrai, Segi o al actual Ernai. Esa movilización no desemboca únicamente en actos de protesta tales como las muestras de apoyo a los presos. «Se activa en más frentes, que pueden ir desde la búsqueda de modelos sociales alternativos a la búsqueda de modelos de organización juvenil. Eso hace que haya más organismos, lo que hace que al mismo tiempo haya fiestas populares, o que haya una representación institucional más potente», explica en referencia al tejido asociativo del País Vasco. «¿Eso quiere decir que toda la gente está con la estrategia violenta? No, eso quiere decir que la gente está con una estrategia de movimiento social o de movimiento político», comenta, al tiempo que describe a la izquierda abertzale como uno de los movimientos de izquierda «más potentes de Europa» hasta la irrupción de Syriza en Grecia, o de Podemos en España. «La izquierda independentista lleva dentro de sí, por ejemplo, que exista un movimiento feminista, o que exista un frente cultural. Es un movimiento amplio que se define como independentista y socialista, y articula muchísimas luchas. Eso hace que puedas tener a tu alrededor a gente que puede ver con buenos ojos, o no, la estrategia político-militar, pero que al mismo tiempo considera que todos los demás objetivos por los que se está moviendo la gente son justos y son necesarios». Es ahí donde enmarca a organizaciones juveniles como la ilegalizada Jarrai: «Organizaba a miles de jóvenes en torno a reivindicaciones que en otros lugares del Estado son un erial. ¿Eso es responsabilidad de ETA? No, claro que no, pero en torno a una reivindicación concreta se forma políticamente un movimiento que lo desborda por todas partes, es mucho más rico y consigue cosas que en otros sitios sólo son posibles en grandes ciudades».

Pero toda esa red de movilizaciones sociales diversas surgidas alrededor de la estrategia violenta de ETA acabó siendo cuestionada por la Justicia precisamente por la presencia de esa violencia. «Eso llevó a lo de ‘ah, entonces todo es ETA’. No, no es eso: simplemente es que hay mucha gente que se siente identificada con querer una Euskal Herria independiente o con decisión propia y con más justicia social, gente que está activa en muchísimos frentes y que encima digamos que tiene puntos de anclaje, como puede ser por ejemplo la solidaridad hacia los presos», comenta. «No es única y exclusivamente estar de acuerdo con una acción armada, porque si fuera así el Estado tendría un problema muchísimo más grave. Es que tú quieres que los objetivos por los que aquellos lucharon salgan adelante», concluye. Sin embargo, muchas de esas organizaciones acabaron siendo ilegalizadas. Galder rechaza, sin embargo, que fueran en forma alguna una pasarela hacia ETA. «De hecho muy probablemente fuera al revés, porque las personas que son activas en un movimiento no lo son en otro», explica. «Además, hay mucha gente a la que han detenido por ser dirigentes de Segi que no lo eran, eso lo puedo asegurar al cien por cien, y no porque haya una sentencia, sino porque los conozco», afirma. «Es evidente que la gente que se integra en ETA antes ha estado militando en algún otro sitio, de alguna manera llega», reconoce, pero insiste en que el hecho de que en algunos casos sea así no significa que todos lo sean. En todo caso, asegura, Jarrai y Segi eran una cantera, pero de la izquierda abertzale. «Esa gente son los militantes jóvenes, y es evidente que van a ser los cuadros de los partidos políticos en los próximos años. De ahí a inferir que ‘ah, claro, pero entonces pasan’… Mucha gente pasa porque si tienes veinte años, estás militando en un sitio y te dicen que por pegar carteles te detienen y te caen diez años de cárcel, dirían ‘joder, pues para que me caigan doce años me voy a la clandestinidad y me pongo a pegar tiros, porque me van a caer doce años igual’ «, relata. «Yo he sido de la dirección de Ikasle Abertzaleak y no sé cómo se puede llegar a ETA. No lo sé. Nunca nadie me ha ofrecido nada, nunca nadie ha venido a decirme ‘oye, mira, si tienes algún problema vete a donde ese’. El que quiera sabrá cómo se hace, yo nunca he sentido esa necesidad y nunca lo he hecho», comenta.

Mucha gente pasa porque si tienes veinte años, estás militando en un sitio y te dicen que por pegar carteles te detienen y te caen diez años de cárcel, dirían ‘joder, pues para que me caigan doce años me voy a la clandestinidad y me pongo a pegar tiros, porque me van a caer doce años igual’

Lo que sí hizo respecto a ETA fue ilusionarse con el comunicado en el que anunció que cesaba su actividad. «Era algo que se veía venir», dice. «La sensación era de alivio. Vale, sí, bien, también es verdad que pensábamos que iba a ir más rápido, tardaremos, pero vamos a solucionar algo…», comenta en relación a la política de inacción del Gobierno respecto al final de ETA. «Aquí todos sabíamos que era la vencida, que era la última. Era evidente que para la izquierda abertzale era esta, no había más oportunidades. Yo me acuerdo de eso: alivio e ilusión», dice. Aunque en su caso, más que el comunicado, menciona la Declaración de Aiete que vino poco después. «Lloré en casa», recuerda. Para él, lo que motivó esa decisión de ETA fue el bloqueo político que tenía en marcha el Estado. «El aparato político estaba completamente perdido, la organización política no podía avanzar. Las actas que se han publicado de las reuniones que hubo en Suiza demuestran eso, que incluso el Estado hizo alguna propuesta política, se aceptó y se echaron atrás», dice, en un momento en que por parte de ETA había «una actividad militar de baja intensidad, y lo siento por los diez o veinte muertos de ese periodo, pero era algo asumible por el Estado», dice. «Creo que la decisión se toma porque el Estado es mucho más débil en la actuación política que en la actuación militar. En la actuación militar puede coger y detener cada semana a cuarenta personas y vender fácilmente el ‘es que ahí está ETA’. Hoy en día es mucho más complicado para ellos. Lo siguen haciendo, pero tiene más consecuencias detener a alguien y decir ‘es que ETA…’, porque hay mucha gente que dirá ‘oiga, perdone, pero es que ETA lleva años sin atentar’ «, narra en una especie de conversación consigo mismo que le lleva a hablar de la política del Gobierno. «Hay dos encuestas recientes muy interesantes. Una sobre acercamiento de presos en la que el 85% de la población vasca dice que hay que acercarlos, lo que quiere decir que, por lógica, hay mucha gente de PP y PSOE que lo dice. En la otra encuesta es un poco cómico lo que se cuenta, aunque no debería ser de risa», dice en referencia al Deustobarómetro publicado en septiembre de 2014. «Preguntaron qué opinaba la gente, del 1 al 10, sobre cuánto habían hecho por la paz diferentes actores y, joder, ETA le ganaba al PP: más gente consideraba que ETA ha hecho más por la paz que el PP, y eso es algo muy grave», opina. «Ahora el único que puede ganar puntos con la resolución del conflicto es EH Bildu, y por eso otros intentan alejarse».

Portada de Berria del 25 de febrero de 2015

Al empezar la conversación Galder había dejado apartado sobre la mesa un ejemplar del diario Berria. Lo coge, lo despliega y enseña la portada de un día atrás. Hay una fotografía del expresidente del PSE, Jesús Eguiguren, que negoció durante la última tregua con Arnaldo Otegi, y Karlos Ioldi, el candidato que HB propuso como lehendakari en 1987. Lo curioso de la estampa es que entonces Eguiguren era el presidente de la Cámara, y tuvo que tomar la decisión de permitir que Ioldi, que cumplía condena en la cárcel, acudiera al Parlamento para la sesión de investidura en la que se iba a proponer su nombre. «Esta foto era impensable hace cuatro años, y es consecuencia de que hay gente que sí que quiere ir adelante. El problema es que en el Estado eso ya no vende. Y es muy complicado: nadie gana nada en el Estado solucionando esto», comenta. La imagen del periódico retrata una conversación animada entre ambos mientras pasean por el campo: antiguos rivales políticos en dos trincheras diferentes, hoy alejados del foco público y con una relación casi de amistad. La imagen, además de eso, encierra para Galder la convicción de que el Estado no se esforzará en pasar página, lo que hace que imágenes así sean tan inusuales y se produzcan siempre a título personal y no a nivel institucional. «Lo tenemos que hacer sólo nosotros», dice, en referencia a una vía unilateral. «Cuando lo tienes que hacer sólo tú y no hay nadie más interesado, pues…». Deja unos segundos de silencio, como augurando la dificultad del proceso. «Porque la llave de la cárcel la tiene otro, la llave para el desarme la tiene otro, y la llave para el reconocimiento de todas las víctimas la tiene otro. No las tienes tú, y ahí tienes la dificultad», comenta. Asegura sin embargo que políticamente el Estado «es cada vez más débil», y cita como ejemplos el proceso soberanista catalán o el derrumbe en Cataluña y el País Vasco del PP. «Aquí cada vez que siguen los dictámenes de Madrid se les acaban los argumentos. Aquí van para abajo, y no sólo por corrupción: van para abajo porque no tienen oferta, no enganchan», analiza. «Si has entrevistado a gente del PP de aquí es posible que te digan cosas muy diferentes a las que te diría un dirigente del PP en Madrid», aventura. «Al final lo que se propone es la unilateralidad: aquí hacemos las cosas nosotros, y vamos hacia adelante en todo sólo nosotros. Es una consecuencia lógica: no tiene ningún sentido que tú vayas diciendo ‘vamos a hacer las cosas por vías pacíficas y democráticas hasta el final’ y que al mismo tiempo no se esté haciendo. El tiempo demuestra que está bien tomada esa decisión, no sólo a nivel moral y ético, sino a nivel político», comenta.

El conflicto, como lo veo yo, es una cuestión de respeto a las voluntades democráticas de la mayoría

En ese sentido, considera que el conflicto no ha terminado con la decisión de ETA. «Depende de qué consideres que es el conflicto. De hecho, si consideras que era eso, en realidad tampoco habría terminado porque aún quedarían los temas técnicos. Pero si consideras que el conflicto es previo a la existencia de ETA es evidente que por mucho que acabe ETA el conflicto no acaba. El conflicto, como lo veo yo, es una cuestión de respeto a las voluntades democráticas de la mayoría», analiza. «Hay una acción armada concreta, que no es la única, que acaba. Acaba, por tanto, una parte bastante visible del conflicto que ha generado no sólo millones de titulares, sino también sufrimiento, presos, muertes… De todo. Pero no es la que inicia el conflicto. Cuando ETA inicia su actividad lo hace respondiendo a una situación, en su momento bastante compleja y diferente a la de ahora. El conflicto en sí sigue existiendo, pero de otra manera: sigue habiendo una negación del derecho a decidir, o del derecho de la mayoría», opina. «Muchas veces se dice que lo que hay que resolver ahora son las consecuencias del conflicto, pero el problema general no ha terminado».

Por eso, insiste en que la única opción para sus aspiraciones es una vía unilateral. «Es muy difícil, pero es evidente que hay un momento en que tienes que decir ‘mira, no hay manera de entenderse, y si no hay manera de entenderse lo único que puedo hacer es irme’. Lo entiendo, llevándolo a otra situación, como una relación de pareja: ‘Oye, mira, lo he intentado todo, pero no hay opción, me tengo que ir’. El otro, claro, no te podrá decir nada», explica con una metáfora. La cuestión soberanista es, sin embargo, más complicada por lo que implica. «Necesitas reconocimiento internacional, que otros actores digan ‘tú, eres un Estado’. Aunque en realidad es mucho más fácil: bastaría con que todo el mundo entendiera que hay diferentes voluntades y que la que sea mayoritaria será la que haya que hacer, con eso valdría», explica. En su opinión hay algo más que un «no reconocimiento» de ese derecho a decidir. «Hay un insulto histórico que viene de tiempos, una negación constante. ¿Cómo se termina eso? Reconociendo que hay que hacer lo que quiera la mayoría. ¿Cuál es el problema? Que el Estado español tampoco está dispuesto a asumir eso. Entonces, ¿cómo se termina? No se puede terminar con un reconocimiento porque no se está dispuesto a reconocer, así que la única manera es esa vía unilateral: declarar la independencia cuando se tenga mayoría suficiente para hacerlo y ya veremos si la mayoría de la población está de acuerdo o no».

La única manera es esa vía unilateral: declarar la independencia cuando se tenga mayoría suficiente para hacerlo y ya veremos si la mayoría de la población está de acuerdo o no

La clave sería si de verdad hay una mayoría dispuesta a dar un «sí». Galder apura con un último trago el vaso de cerveza y sigue. «Si tú preguntas ahora igual sale que sí, no lo sé. Pero estas cosas son a tiempo vista, planteando cuál es tu modelo social, y ahí es donde se decanta la gente a votar sí o no», explica. «Depende de cómo hagas la pregunta. La clave no está sólo en articular independencia con el factor nacionalista, sino en articular independencia con poder vivir mejor o con poder tomar decisiones económicas, como hace Syriza en Grecia cuando articula la palabra ‘soberanía’, o como hace Podemos: si eres capaz de articular ese discurso habría mucha gente hoy en día que, sin ser nacionalista, diría ‘mira, pues yo en eso sí prefiero ser independiente a seguir mandado por esta gente’ «.

En su razonamiento, por tanto, es importante quién sea esa «otra gente» que gobierne en Moncloa y lo receptiva o no que sea. «Probablemente si Podemos gana en España habrá mucha gente en Cataluña que en los últimos años ha sido claramente independentista que diga ‘bueno, vamos a dar una oportunidad’. Esto es bastante más volátil de lo que parece», asegura. «Habrá que buscar una manera para que la voluntad de la mayoría se canalice», prosigue, «pero no se trata sólo de una mayoría en las urnas electorales: puedes tener una mayoría que no sea independentista, no tiene por qué ser la misma. De hecho, últimamente se está dando un fenómeno bastante grande de gente que no se declara nacionalista pero sí independentista, es un fenómeno por ejemplo que aglutinan mucho las CUP en Cataluña. Nosotros lo que queremos es decidirlo todo, un proceso constituyente, decidir cómo queremos vivir, cómo queremos organizar nuestra economía, qué tipo de relaciones queremos con el resto… No es tanto una cuestión identitaria, que es mucho más difusa, o una cuestión de idioma. Es otro factor, y ahí es donde está la clave», sostiene. «Si no hay mayoría, no hay mayoría, pero yo considero que la hay, y quiero demostrarlo».

Para recorrer ese camino desde el escenario tras el fin de la violencia de ETA Galder contempla dos elementos. «A nivel político hace falta, por lo menos para mí como independentista, convencer a la gente de que no hay otra manera que hacer la vía unilateral y olvidarse de España ya para siempre. No hay opciones, no dan opciones. A nivel humano es necesario un grupo, llámalo como quieras, que se siente y diga “todo el que crea que haya sufrido que pase por aquí y me lo cuente, que cuente su verdad, que cuente lo que ha pasado”. Creo que lo dijo Laura Mintegi -cabeza de lista de EH Bildu a la lehendakaritza en las elecciones de 2012-: cuando te dicen ‘aquí hace falta una verdad, o aquí hace falta un relato’, igual el relato o la verdad es la suma de los tres millones de relatos o los tres millones de verdades que tiene cada uno. Quizá sea eso. Quizá a una verdad o a un relato no se puede llegar, pero podemos todos ver y por lo menos reconocer que hay muchas cosas por todas partes que son una auténtica salvajada y que hay mucha gente que ha sufrido. Eso se podría haber solucionado políticamente de forma mucho más fácil: sólo hacía falta voluntad de solucionarlo, y reconocer las verdades y sufrimientos», asegura. «Creo que en realidad es eso, que no es mucho más: cada uno debe decir ‘voy a intentar llevar mi proyecto político adelante’, cada uno el suyo, y el que tenga más apoyos gana, y entre todos intentar alcanzar una garantía de no repetición. Decir ‘ha pasado esto, por esto y por esto’. Aquí hay muchas cosas que se tienen que solucionar y hay que hablarlas. Y no, solucionarlas no es llevarlo a vía judicial: solucionarlas es hablarlas y reconocerlas».

Ahora mismo a un guardia civil no le estrecharía la mano. Le negaría el saludo por ser de una organización asesina que ha matado a 150.000 personas en su historia, por ser militares de fuerzas de ocupación, por haber hecho lo que le han hecho a este país y porque sobran. Están aquí para asesinarnos, para torturarnos, es su trabajo

Pero a la hora de hablar de conciliación y encuentro sigue habiendo barreras que parecen insalvables. » ‘Nunca’ es una palabra bastante dura. Todo es posible, tal y como pase el tiempo…», asegura. Pero hoy en día esas fronteras existen también para él: «Ahora mismo a un guardia civil no le estrecharía la mano. Le negaría el saludo por ser de una organización asesina que ha matado a 150.000 personas en su historia, por ser militares de fuerzas de ocupación, por haber hecho lo que le han hecho a este país y porque sobran. Están aquí para asesinarnos, para torturarnos, es su trabajo. Evidentemente no podría. Si me dijera ‘voy a dejar de ser guardia civil’ le diría ‘ven aquí, un abrazo’, pero si lo sigue siendo, aquí, en este momento, no le saludaría, no sería posible», dice afilando la mirada.

Coge de nuevo el periódico de la mesa y, señalando al artículo de Eguiguren y Ioldi, sigue hablando de la conciliación. «Volvemos a esta foto. Han pasado veintiocho años desde la última vez que se vieron. Claro que es posible. Es posible y se está dando, además, a muchos niveles: víctimas y victimarios de diferentes niveles, en lo político y en lo humano. Creo que es positiva y buena, y de hecho creo que es necesaria, entendiendo la conciliación como el reconocimiento de la verdad ajena, o el reconocimiento del sufrimiento ajeno», explica. «Me parecería algo brutal que el Estado hiciera lo que hizo Obama hace poco. Decir, ‘sí, efectivamente, aquí en los últimos cuarenta años ha habido 9.000 torturados’. Hostia, eso sería algo impresionante. Claro, no lo van a hacer», opina. «Yo no voy a negar a nadie que haya sufrido el hecho de haber sufrido. Cuando alguien me dice ‘he sufrido’ yo no soy nadie para decirle ‘no, eso es mentira’. Por otra parte, me convertiría en un auténtico hijo de puta si se lo digo, ¿qué clase de persona sería?», pregunta. «Por otra parte, yo pido lo mismo si a alguien le digo ‘yo he sufrido’. Es cuestión de tiempo, y de quiénes sean las personas. Hay personas que nunca podrán en su vida, personas que sí, personas que por motivos obvios llevarán cosas dentro de su cuerpo hasta que se mueran, y probablemente sus hijos también. Eso pasará, como pasa con la Guerra Civil, son cosas muy complicadas. Pero el tiempo, al final, lo puede todo. Yo creo que se puede».