Convertir unas anchoas en icono político requiere de un carisma enorme, pero de eso Miguel Ángel Revilla va sobrado. De eso y de olfato. No en vano lleva dos décadas haciendo carrera en la política cántabra, siendo algo más que imprescindible: el líder del Partido Regionalista de Cantabria ha sabido convertirse en inevitable.
Por eso no le han dolido prendas en pactar con unos u otros. Primero, fue vicepresidente en los dos Ejecutivos autonómicos liderados por el popular José Joaquín Martínez Sieso desde 1995 hasta 2003. Entonces, y con apoyo del PSOE, se convirtió en presidente hasta el año 2011, cuando la ola azul del PP socavó el zapaterismo e inundó prácticamente todas las instituciones nacionales. Fue, sin embargo, un breve lapso: en 2015 volvió al cargo y ahí sigue, recién elegido de nuevo, otra vez de la mano de los socialistas.
Esos cuatro años, sin embargo, fueron bien utilizados por Revilla. En lugar de pensar en una retirada honrosa -tenía 68 años cuando perdió la presidencia- decidió dar el salto a la televisión. En la retina de muchos españoles, sus llamativas apariciones en La Moncloa, siempre en taxi, siempre haciendo al conductor que bajara a saludar al presidente del Gobierno y siempre con una bolsa llena de anchoas y sobaos para obsequiar a ambos.
Socarrón y directo, no le dolían prendas en cantar las verdades a sus oponentes sin por ello dejar de caer simpático. Es quizá el único político al que pararían por la calle para saludarle en cualquier barrio de cualquier ciudad española
Justo en el momento en el que las tertulias políticas fueron el eje sobre el que se construyó una nueva era política en este país, Revilla se convirtió en un tertuliano frecuente en el ‘prime time’. Desde su púlpito catódico azotaba a diestro y siniestro con su particular contundencia y lenguaje llano. Socarrón y directo, no le dolían prendas en cantar las verdades a sus oponentes sin por ello dejar de caer simpático. Es quizá el único político al que pararían por la calle para saludarle en cualquier barrio de cualquier ciudad española.
La estrategia dio sus frutos: no sólo recuperó la presidencia cántabra, sino que consiguió representación en unas elecciones generales por primera vez: tanto en abril como ahora uno de los cinco escaños de la región han sido para el PRC.
La importancia de la transversalidad
Su presencia en el Congreso, como la de muchas otras fuerzas, será testimonial. Pocas cosas se pueden hacer con un escaño. Pero el objetivo está conseguido: la visibilidad. A fin de cuentas, Revilla lleva haciendo lobbying muchos años, anchoas y sobaos mediante, y consiguiendo objetivos: fue de los primeros en reclamar la autonomía cántabra y ha conseguido notorias inversiones estatales -desde autovía hasta línea de AVE- merced a su visibilidad. Él pone y quita presidentes y vicepresidentes autonómicos, y ya ha demostrado que puede pactar con unos u otros si las circunstancias lo exigen.
Revilla lleva haciendo lobbying muchos años, anchoas y sobaos mediante, y consiguiendo objetivos: fue de los primeros en reclamar la autonomía cántabra y ha conseguido notorias inversiones estatales
Revilla es posiblemente el ejemplo más elocuente de ese otro nacionalismo que siempre ha estado presente en la política española. Es ese nacionalismo ciertamente identitario, de defensa de lo suyo, pero que no busca mayores cuotas de independencia y de autogestión, ni que tampoco actúan casi como delegaciones territoriales de partidos nacionales -como el FAC en Asturias, UPN en Navarra o NC en Canarias-. Más bien al contrario, lo que reclaman es la atención y las inversiones que no conseguirían de otra forma.
El motivo es evidente: son territorios poco poblados que apenas mueven escaños, por lo que no entran en los planes de campaña de los grandes partidos. Y así se retroalimenta el silencio a su alrededor. Precisamente es por eso por lo que la estrategia de la visibilidad es acertada, y por eso ser transversales se vuelve imprescindible para ellos.
Otro caso similar en cuanto a la estrategia bien podría ser el de Coalición Canaria: como el PRC, son imprescindibles en su territorio y son también capaces de pactar tanto con el PP -gobernaron coaligados entre 2007 y 2010- como con el PSOE -sus socios de gobierno desde 2011-. Además su peso en Madrid siempre ha sido sensiblemente relevante, llegando a sumar cuatro diputados en tiempos de Felipe González y José María Aznar, aunque pasando a estancarse en uno o dos escaños desde la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. A pesar de eso sus votos han decantado votaciones importantes en no pocas ocasiones.
Carisma… y soledad
No todas las formaciones de este tipo han sido tan transversales, aunque siempre se han caracterizado por tener líderes carismáticos capaces de lanzar su mensaje. Fue el caso de José Antonio Labordeta, histórico líder de la izquierdista Chunta Aragonesista, o de Vicente González Lizondo, única voz de la conservadora extinta Unió Valenciana.
Hay casos ciertamente más recientes, como los de la expresidenta navarra Uxue Barkos, marcadamente abertzale, pero que consiguió colocarse en varias ocasiones como la política más valorada según el CIS. O el del actual diputado de Compromís, Joan Baldoví, que ha conseguido cierta visibilidad a pesar de ser el único representante de su formación.
Su propia naturaleza hace que puedan ser relevantes en su región, pero que apenas supongan una presencia anecdótica en las Cortes
De hecho, casi todos estos grupos, como sucede ahora con ‘Teruel Existe’ comparten una notoria soledad: su propia naturaleza hace que puedan ser relevantes en su región, pero que apenas supongan una presencia anecdótica en las Cortes. En cualquier caso, consiguen en ocasiones llevar el debate nacional a su territorio… nunca mejor dicho.
El flamante nuevo diputado de esta formación, Tomás Guitarte, ya ha dejado claras sus intenciones: no sólo representar a su tierra, sino también a las regiones de esa ‘Siberia española’ que comparten sus problemáticas más comunes: el abandono, la falta de recursos y la letal despoblación. Esa misma España, la rural y olvidada, que ha servido de trampolín a partidos como Vox y que, en virtud de esa súbita relevancia, quizá empiece a tener la atención que tantos años lleva reclamando.