Carles Puigdemont, recibido por alcaldes independentistas (Fuente: Wikimedia Commons)
Carles Puigdemont, recibido por alcaldes independentistas (Fuente: Wikimedia Commons)

Gatopardismo a la catalana: siete victorias y siete derrotas para que todo siga (más o menos) igual

Las noches electorales son, por lo general, noches de fiesta: hay quien paga tragos para celebrar y hay quien tiene que pasar un trago mientras otros celebran. Rara es la vez que un resultado es tan claro en sentido desfavorable que el candidato fallido hace autocrítica y presenta su dimisión. De hecho, todos se despiden del público entre aplausos y gritos de ánimo. Al final, las luces se apagan, se barre el confeti y todos se van a casa. La democracia es una guerra incruenta en la que parece que todos creen ganar.

La nueva política, sin embargo, nos ha traído ciertas variaciones de todo esto. Ahora ya no importa tanto quién gana, sino qué bloque suma. No importa ni siquiera quién queda segundo, o tercero, sino si un partido casi extraparlamentario mantiene escaños suficientes como para desequilibrar la balanza global. Hay partidos con un montón de escaños que lloran de decepción y otros que celebran a gritos unas pocas migajas. En política la expectativa lo es casi todo, y la apariencia completa la suma.

El partido ganador muy probablemente no gobernará, el partido perdedor controla el desarrollo de los acontecimientos y, aunque han cambiado algunas cosas, todo sigue más o menos igual que antes

De las elecciones de Cataluña del 21 de diciembre se pueden contar tantas cosas como protagonistas han tenido, ya que los siete partidos del Parlament tienen cosas que celebrar y penas que llorar. A grandes rasgos, el partido ganador muy probablemente no gobernará, el partido perdedor controla el desarrollo de los acontecimientos y, aunque han cambiado algunas cosas, todo sigue más o menos igual que antes.

¿Qué ha cambiado? Lo primero, la participación: unos comicios con el 82% de participación son incuestionables. Lo segundo, el color de muchas cosas: Ciudadanos ha barrido al PP de Cataluña hasta dejarlo en el grupo mixto y al borde de ser extraparlamentario, en gran parte también a costa de crecer en el cinturón obrero catalán que primero fue rojo, luego morado, y ahora naranja. Lo tercero, que pese a la acción policial, la acción judicial y la acción penal, el independentismo sigue siendo mayoritario y es más fuerte de lo que era antes.

¿Qué va a pasar ahora? Difícil saberlo. Hay escenarios curiosos, como el hecho de que aquellos diputados electos presos o huidos no podrán delegar su voto en el Parlament. O como que CUP y PP -en ese orden- compartirán grupo mixto. O que los ‘comunes’ han pasado de ganar en Cataluña en las generales a ser la quinta fuerza con ocho diputados. O que Puigdemont ha ganado a Junqueras. O que los socialistas han dejado de empeorar por primera vez en muchas elecciones. O que las CUP se han derrumbado hasta casi desaparecer pero seguirán siendo claves para sumar mayoría independentista.

Así las cosas, hay argumentos de victoria y derrota para todos los participantes -y, en general, para todos los votantes-.

Ciudadanos: ganar para no gobernar

En apenas una década han pasado de tres escaños a 37, de la irrelevancia a la victoria. Lo logrado por Ciudadanos en Cataluña es incuestionable, a pesar de todas las excepcionalidades de estas elecciones. Es cierto que si JxS hubiera reeditado marca electoral habrían quedado segundos con casi la mitad de escaños, pero también es cierto que han logrado llevarse importantes feudos ajenos y sobrevivir al duro proceso del crecimiento a nivel estatal.

Sin embargo, nada de eso sirve para nada. Sí, les hace ganar empaque a nivel nacional y fortalecer sus bases en Cataluña, que puede convertirse en un determinante granero de votos. Pero Inés Arrimadas sabe que no gobernará salvo catástrofe independentista o ilegalización masiva. Cosas más raras se han visto en la política española, y si no que le pregunten a Rafael Simancas.

JxC: gobernar sin poder gobernar

Los triunfadores de la noche posiblemente sean Junts per Catalunya, que es la enésima marca de Convergència desde que dejó de ser Convergència. Carles Puigdemont, al que se daba por amortizado por su huida a Bélgica y su papelón con las instituciones europeas, ha conseguido lo que parecía imposible: evitar el ‘sorpasso’ de un Junqueras que no quiso reeditar Junts pel Sí porque pensaba que podría encabezar él el movimiento independentista. El voto estructural ‘convergente’ sigue ahí, a pesar del giro radical tan -parecía- incómodo para su base votante tradicional urbana.

Sin embargo, Carles Puigdemont se ha convertido en el heredero de la herencia de Convergència. Igual que Artur Mas tuvo que sacrificarse para que las CUP invistieran presidente, Puigdemont será detenido en cuanto pise España para hacerse con su acta de diputado. El independentismo usará la imagen de la detención de un candidato electo para su causa, pero a efectos prácticos Puigdemont no podrá gobernar.

Esquerra: de nuevo al rebufo

Se las prometía felices Oriol Junqueras con el devenir de los acontecimientos. Se pensaba, en general, que el desgaste del ‘procés’ y los casos de corrupción -la sentencia del caso Palau será leída poco después de los comicios- acabarían por devorar a Convergència. No revalidar JxS parecía la mejor forma de tomar la bandera de la mano del cadáver político de Puigdemont, y el paso por la cárcel era al final un argumento de firmeza y sacrificio en oposición a la huida de la Justicia. Craso error.

Las fuerzas estructurales son, en general, mucho más lentas al cambio de lo que se suele prever. La Convergència que parecía Cataluña sigue viva, y muchos votantes siguen viendo en sus herederos el reflejo de su territorio. A Esquerra, por tanto, le queda el consuelo de que las distancias con las dos fuerzas que le preceden es nimia -una horquilla de apenas cinco escaños y 80.000 votos- y de que, quién sabe, igual la acción de la Justicia o de las CUP le dan la posición que las urnas le han negado.

PSC: no empeorar no es una mejora

Miquel Iceta es posiblemente el salvador más inesperado. Lo fue cuando logró sobrevivir contra todo pronóstico al tsunami de destrucción socialista de hace unos años. Ahora lo ha vuelto a hacer: por primera vez en una década (en España) y en dos décadas (en Cataluña) el PSOE ha dejado de perder votos y escaños, y todo gracias a él.

Es cierto, no obstante, que el PSC es ya irrelevante. Pensaban que en caso de empate técnico entre bloques, la antipatía que Ciudadanos despierta entre otras formaciones -como los ‘comunes’- podría provocar una carambola que acabara con Iceta como president. Eso ya parece descartable. Al menos parece que hay vida para ellos entre tanta tormenta.

Podemos: de ganar a diluirse en tres actos

La formación de Pablo Iglesias ha vivido su particular calvario antes de las elecciones. En una especie de aplicación del 155 a nivel interno, Podemos se quitó de encima a Albano-Dante Fachín por haberse acercado peligrosamente al independentismo. Es cierto que a ellos, aunque sea por ideología, se les presumía más cercanos a esas posturas que a las de imponer la intervención por vía constitucional, pero el impacto para el voto nacional de acercarse a ese polvorín fue rápidamente detenido desde Madrid.

Los costes de la (más o menos) equidistancia son altos cuando el ambiente se polariza tanto. El problema de Podemos en Cataluña es doble: por una parte han pasado de ser la primera fuerza en las generales a ser casi irrelevantes en lo autonómico; por otra, han quemado por el camino a un peso pesado como es Xavier Domènech, que pasa de mano derecha de Iglesias en el Congreso a portavoz de un grupo irrelevante en el Parlament. Por lo menos los resultados le han quitado un problema de encima en un sentido: ya no tendrá que decantar la balanza entre bloques.

CUP: decisivos pese a la caída

Las CUP llegaron al Parlament casi por sorpresa y, a la segunda, trastocaron la política catalana por completo. Ellos se cobraron la cabeza de Artur Mas y ellos empujaron el procés por la vía menos posibilista de todas. Aunque resulte chocante no se puede decir en realidad que sea una sorpresa porque es justo eso lo que hace una fuerza antisistema: ir contra el sistema.

El juego de la dureza, y el hecho de que su candidato no tuviera ni de lejos el carisma de sus predecesores -Antonio Baños y David Fernández tenían mucho más empaque que Carles Riera-, les ha jugado una mala pasada. Puede decirse que se han derrumbado -de 10 a cuatro escaños-, pero en realidad siguen más o menos igual: sus cuatro escaños son la diferencia entre la minoría y la mayoría en el bloque independentista, y con eso pueden hacer lo que quieran negociando, incluso hacer que gobiernen los otros. Ir contra el sistema también puede ser eso.

PP: la debacle que, en realidad, no cambia nada

Que el partido en el Gobierno se quede al borde de ser extraparlamentario en Cataluña da para pensar. Hay, en cualquier caso, muchos motivos detrás del resultado -elegir al candidato más radical, aprobar algo tan doloroso como el 155, no diferenciarse del discurso de Ciudadanos, pasear a Rajoy por la campaña-. Sea cual sea el detonante, el hecho no cambia: el PP es el más irrelevante de todos los partidos, hasta el punto de que compartirá grupo mixto con las CUP, con lo que eso significa.

Pero Rajoy, que se ha caracterizado por ser un hombre pragmático y tranquilo, tiene el as en la manga. A fin de cuentas, qué más da el poder Ejecutivo si se cuenta con el poder judicial: no es que Rajoy lo controle, sino que la ley le respalda, con lo que irrelevante o no, pero sigue controlando el devenir del ‘procés’.

En unas circunstancias como estas caben pocas salidas para Rajoy. O negociación y diálogo, o continuidad y bloqueo. Si un 82% de los catalanes han vuelto a votar y mayoritariamente al independentismo, y más en las actuales circunstancias, nada hace presagiar que eso vaya a cambiar añadiendo más leña al fuego. Aunque quién sabe: a falta de oposición en Madrid, quizá hasta venga bien tener un contrincante político contra quien cargar las tintas para reforzar su posición