Arnaldo Otegi, de EH Bildu, y Gabriel Rufián, de ERC (Fuente: Agencia EFE)
Arnaldo Otegi, de EH Bildu, y Gabriel Rufián, de ERC (Fuente: Agencia EFE)

ERC y EH Bildu rompen su tradición: el independentismo quiere tener voz en Madrid

La izquierda abertzale y ERC sumaron para que la moción de censura de Pedro Sánchez saliera adelante, desalojando así a Mariano Rajoy de La Moncloa. Lo hicieron junto a otras muchas fuerzas, pero con una peculiaridad: ninguna de ambas fuerzas, ubicadas en el independentismo más firme, han solido participar de la política nacional.

 

El azar quiso que 22 años exactos separaran dos momentos cruciales en la historia de la izquierda abertzale. El 20 de noviembre de 1989 los cuatro diputados de HB que habían obtenido representación tras las elecciones generales se preparaban para la sesión de investidura del día siguiente. Iba a ser la primera vez que la formación, con ETA en sus años más duros, participara de la política nacional. Pero dos ultraderechistas entraron en el local en el que estaban reunidos y abrió fuego contra ellos. Josu Muguruza murió en el acto e Iñaki Esnaola resultó herido.

Después de aquello los miembros de HB volvieron al Congreso tras conseguir representación en 1993 y 1996 -dos diputados en ambos casos-, pero siempre con un perfil bajo: muchas ausencias y poca participación. Pese a ello aún resuena aquel ‘Gora Euskal Herria askatuta’ de Jon Idígoras a Felipe González en 1995. En 2000 decidieron no concurrir y dos años después las formaciones de izquierda abertzale fueron ilegalizadas durante casi una década.

La izquierda abertzale decidió participar en contra de lo que marcaba su trayectoria y contribuyó a que Pedro Sánchez fuera elegido presidente del Gobierno con sus votos

No sería hasta 2011, de nuevo un 20 de noviembre, cuando Amaiur -el enésimo nombre que adquirieron los abertzales tras las sucesivas ilegalizaciones- irrumpiera en las Cortes. Los años de ausencia les empujaron hasta conseguir siete escaños, suficientes para lograr un grupo parlamentario propio de no haber sido porque el Gobierno del PP hizo uso de su mayoría absoluta para impedirlo. Pocos meses después ETA anunciaría su fin.

Desde entonces hasta ahora los abertzales han participado con relativa normalidad en la vida parlamentaria. Eso sí, se han esmerado en las cuestiones tocantes al País Vasco o a la causa nacionalista en general, pero no mucho más. Votaron Presupuestos y leyes, pero casi siempre con una implicación limitada. La moción de censura que tumbó a Rajoy fue la que rompió la tendencia: decidieron participar en contra de lo que marcaba su trayectoria y contribuyeron a que Pedro Sánchez fuera elegido presidente del Gobierno con sus votos.

El giro, parece, ha llegado para quedarse. El propio Arnaldo Otegi, líder indiscutido de la izquierda abertzale actual, lo decía en un mítin hace unos días y lo repetía en la televisión nacional poco después: la izquierda abertzale quiere ser «determinante» -dijo- en el Congreso. Es decir, quiere hacer política en Madrid. Y eso supone una novedad inapelable que los rivales de Pedro Sánchez ya usan como argumento para criticar sus apoyos.

El peso de Esquerra

La decisión de EH Bildu de participar activamente en la política nacional tiene mucho de simbólico, pero poco de práctico en realidad. Los siete escaños de 2011 fueron una anomalía que respondía a la reacción de un electorado molesto por sus años de ilegalización: una vez superada esa situación han vuelto a su ratio de votantes normal, lo que les ha resituado en su horquilla tradicional -entre dos y cuatro escaños gracias, sobre todo, al sistema electoral-.

En un escenario de bloqueo cada escaño cuenta para sumar mayoría, pero si las encuestas no se equivocan, y a pesar del retroceso de Podemos -una fuerza pujante en Euskadi-, la izquierda abertzale no será demasiado relevante aunque quiera serlo.

Otra cuestión es lo que sucederá con Esquerra. Los sondeos recogen el fin de un ciclo: la demolición interna de la antigua Convergència, devorada por el procés y ahora partida en dos toda vez Carles Puigdemont ha ordenado desde el exilio purgar a los posibilistas que dieron su apoyo a Sánchez en la moción de censura. Todo el rédito parece que caerá del lado de Esquerra, que ultimaría el ‘sorpasso’ que la candidatura unitaria de Junts pel Sí sólo pudo retrasar.

ERC aspira a liderar el frente independentista, que recogerá más o menos la mitad de los escaños en juego en las cuatro circunscripciones catalanas

Así las cosas, ERC aspira a liderar el frente independentista, que recogerá más o menos la mitad de los escaños en juego en las cuatro circunscripciones catalanas. En eso las matemáticas son claras: en el País Vasco cinco partidos pelean por 18 escaños, mientras que en Cataluña siete formaciones pelean por 48 asientos. Esquerra será, a todas luces, una fuerza determinante, hasta el punto de poder convertirse en la sexta fuerza del Congreso -sólo por detrás en escaños de los cinco partidos nacionales-.

La clave será el papel que el nutrido grupo de diputados de Esquerra quiera adoptar. El uniteralismo ha sido un fracaso, no ya por no haber conseguido su objetivo, sino también porque ha salpicado al debate político de una forma que ha permitido el surgimiento de Vox y la consecuente derechización de los espacios políticos, tanto tradicionales -el PP ha endurecido su discurso- como renovadores -Ciudadanos ha abandonado la lucha por el centro-.

Si Esquerra recoge el testigo de los Carles Campuzano y Marta Pascal, muñidores del apoyo de Convergència a Sánchez, Esquerra puede ser determinante. En un contexto en el que el bloque de izquierdas necesite su apoyo para gobernar, una postura flexible de ERC podría facilitar una salida negociada a la crisis soberanista catalana. El riesgo, con todo, es evidente: tanto el PSOE como los republicanos se enfrentarían al acoso de sus propios contrapoderes internos, reacios en ambos casos a tender la mano al oponente.

Sea como fuere, y aunque el riesgo de que las elecciones generales no arrojen una mayoría clara y haya que volver a pasar por las urnas, algo empieza a moverse. Dos formaciones tradicionalmente ajenas a la toma de decisiones nacionales quieren implicarse en el sistema, aunque sea con el objetivo de subvertirlo. Se da, además, la ocasión perfecta: sus votos pueden coronar o deponer reyes. El soberanismo tiene en su mano no sólo marcar la agenda política en Madrid, sino también decidir a qué oponente quieren prefieren combatir en La Moncloa.