Fuente: CienciaXplora
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La ideología del cambio climático

El ecologismo es una postura tradicionalmente asociada a la izquierda. De hecho, y a pesar de que formaciones ecologistas se han aliado con partidos conservadores -en Alemania, por ejemplo- la mayoría de veces se vincula la defensa del medio ambiente con postulados como el fomento de lo público o las políticas sociales.

Existen ciertos postulados políticos que no tienen una ideología concreta, aunque se asocian a ellas. Además del ecologismo existe, por ejemplo, el liberalismo. A grandes rasgos defiende la no injerencia del Estado en ningún plano de la vida, denostando por tanto la inversión pública, sistemas como la Seguridad Social, la educación pública o la capacidad legislativa de cualquier Gobierno en lo que afecte al sector privado.

Igual que pasa con el ecologismo, el liberalismo tiende a asociarse con lo conservador: es una política centrada en lo económico, en el capitalismo, que no trata otros aspectos alejados de la política pero que suelen ser también definitorios, como la religión, el aborto o el nacionalismo.

Y ocurre que dos perspectivas políticas en principio no alineadas a ideología alguna acaban siendo contradictorias. Porque, ¿cuál es el motivo de que exista un significativo número de líderes de opinión contrarios a aceptar la tesis del cambio climático? Porque, regularmente, son liberales. Ultraliberales, de hecho.

«Es una historia acerca de regulación gubernamental, acerca de organizaciones que toman partido contra la acción del Gobierno en el mercado». Lo dice Naomi Oresles, profesora de Historia de la Ciencia de Harvard y coautora del libro ‘Merchands of doubt’, que trata precisamente acerca de cómo diversas campañas a lo largo de la historia han camuflado bajo la idea de las libertades personales una postura contraria a la intervención pública. Y no es sólo cosa del cambio climático, sino también, recientemente, la oposición a la política gubernamental en materia de antitabaquismo.

La idea del cambio climático se ha convertido en algo comunmente aceptado, en gran parte gracias a que la práctica totalidad de los estudios científicos respaldan esa realidad. Como consecuencia, la lucha contra los efectos de la polución en el entorno se ha convertido en una de esas ideas positivas que se usan para vender: desde un coche menos contaminante a un programa electoral que repite la palabra «sostenible» varias veces. Tanto es así que negar el cambio climático, además de intentar rebatir pruebas científicas sin tener nuevas pruebas, es algo impopular y políticamente correcto.

Pero como en las historias de Asterix, existe una aldea que se resiste contra viento y marea. No son sólo liberales, sino populistas. Como los representantes conservadores del Parlamento Australiano, que vieron en las políticas de su país contra el cambio climático una «iniciativa socialista» para recaudar con un impuesto al carbón. Algo similar a lo que defiende en EEUU esa extraña facción del Partido Republicano que es el Tea Party: según una encuesta de Pew Research, el 84% de los demócratas acepta el cambio climático, por el 61% de los republicanos y sólo el 25% de los miembros del Tea Party. Quizá por eso tras su financiación estén algunas de las corporaciones que más contaminan del mundo, como BP.

¿British Petroleum? ¿Y qué pinta una empresa europea subvencionando una división política estadounidense? El cambio climático, sus efectos y sus intereses no son locales, sino globales. Y eso lo saben bien en Reino Unido, donde también tienen su ración de negacionistas. Es el caso de Nigel Farage, líder de UKIP, que fue el segundo partido más votado en las últimas europeas y que aspira a volver a serlo ampliando su porcentaje de votos hasta el 24%:

¿Qué dice Farage? Que la tesis del cambio climático ha favorecido «a los burócratas, pero no a la gente pobre»

Lo que dice Farage era algo impensable en Europa no hace demasiado. Sin embargo, producto del sentimiento de desafección política, y a consecuencia de la crisis, están floreciendo en todo el continente formaciones populistas y euroescépticas, algunas ultranacionalistas, que en muchos casos comparten esa visión de que el cambio climático no es importante o, incluso, que no es real.

El propio Farage, hace pocos días, decía en una intervención televisiva que no tenía muy claro cuál era el efecto del C02 en el calentamiento, vistas las inundaciones que ha sufrido el Reino Unido en las últimas semanas. De hecho, ese es un argumento común: cómo se puede hablar de cambio climático cuando en EEUU hiela como nunca, en Reino Unido hay inundaciones y acabamos de tener un invierno más frío en el Hemisferio Norte.

La respuesta es que todo esto tiene que ver, precisamente, con el cambio climático, y que el calentamiento global es una realidad a través de las mediciones, independientemente de que haya fenómenos fríos de forma ocasional. De hecho, hasta dentro de tres décadas no se espera que tengamos otro año como este, sino que nos esperan años muy calurosos. Todo esto, de forma mucho más entretenida, lo expone el investigador Joe Smith en una carta abierta al propio Farage.

Pero estas contradicciones están incluso en el seno de los conservacionistas. Porque, volviendo a la idea del inicio, ¿puede un conservador ser conservacionista? Claro que sí. O al menos intentarlo, como el príncipe Guillermo explicando cómo la caza no le hace ser menos ecologista o, ya en un plano político, como el discurso que recientemente daba John Gummer, Lord Deben

¿Quién es este hombre? Un férreo defensor del medio ambiente en el cuerpo de quien menos te esperabas. Miembro del Partido Conservador, en política desde la década de los 70, con 74 años ya cumplidos y nada menos que un Lord de la Cámara de los Lores británica. sin embargo en su alocución carga contra los escépticos, especialmente contra el Tea Party, asegurando que el reto del cambio climático es el reto de nuestras vidas, lo que decidirá si la humanidad progresa o no, algo que tendremos que afrontar unidos de forma global… y diciendo que quienes discuten estas teorías «no quieren vivir en la vida moderna».

No exento de polémicas, este Lord por decisión política -existe en Reino Unido el título nobiliario no hereditario-, hizo lo que nuestro actual ministro de Medio Ambiente con la crisis de las vacas locas: se comió una hamburguesa de ternera con su hija de cuatro años para calmar a la población. Claro, que también fue uno de los parlamentarios que pidió 36.000 libras de fondos para gastos de jardinería… hay amores a la naturaleza difíciles de justificar.

Mientras, en España, el ya citado ministro Cañete, que por cierto se perfila como posible cabeza de lista para las europeas en el PP, es un coleccionista de coches antiguos y accionista de varias petroleras, algo cuanto menos llamativo para un titular de Medio Ambiente.

En ninguno de ambos países los ecologistas han tenido peso político real. De hecho en España Equo, recientemente aparecida, se quedó fuera del Congreso a pesar de ser la octava más votada en las últimas generales, con 215.776 votos, más que formaciones con representación parlamentaria como BNG, Compromís, FAC o Geroa Bai, y muy cerca de un partido que cogobierna en Cataluña, como es Esquerra.

En Alemania sin embargo los ecologistas han llegado a formar Gobierno de coalición entre 1998 y 2005, bajo gobierno de Gerhard Schroder, y actualmente, pese a estar en horas bajas, tienen un 10% de los escaños del Bundestag y son la cuarta fuerza política del país. Allí, por terminar con las contradicciones, la canciller Angela Merkel, conservadora y poco amiga de la intervención gubernamental, fijó para 2022 el apagón de todas las centrales nucleares de su país. Lo hizo al socaire de la crisis de Fukushima, y tras su anuncio no sólo hay ecologismo sino acuerdos energéticos y motivaciones políticas, pero… sirve para romper el cliché de la ideología conservacionista.