«¿Qué va a saber un hombre como Aramburu de lo que pasó aquí si se fue a Alemania hace más de 20 años?». Lo dice un vecino de Hernani en un artículo de El Mundo de hace unos días, a modo de única voz discrepante entre el coro de halagos a la obra. No de los vecinos, a los que se retrata esquivos, como si el tema les incomodara en una crítica poco velada, sino a muchos fuera.
No en vano el libro lleva vendidos 200.000 ejemplares en menos de medio año y eso, en uno de los países con peores índices de lectura y especialmente abordando un tema tan complicado como el llamado conflicto vasco, tiene mérito. Mucho.
Si se hace balance entre las críticas positivas y las negativas, el resultado es demoledor en favor de la obra de Fernando Aramburu, y es lo que cabría esperar de un éxito de ventas de estas características. Sin embargo, sorprende que siendo un tema respecto al cual no se ha conseguido ni consensuar un idioma común (que si hay conflicto o que si no, que si las víctimas son iguales o si no lo son) haya halagos aparentemente unánimes. Porque los hay, al menos en la prensa mainstream.
En El País, por ejemplo, hay críticas que arrancan directamente con «van faltando ya adjetivos y adverbios hiperbólicos» para lo que califica como «novelón» u otra que habla de «novela memorable». «Hay que celebrar esta gran obra», escribe Elvira Lindo, mientras Vargas Llosa asegura que hace tiempo «que no leía un libro tan persuasivo y conmovedor, tan inteligentemente concebido».
Hasta los partidos políticos parecen estar de acuerdo con la obra, reza otro artículo, aunque tras el titular el texto diga otra cosa. Sólo una pieza dice algo (muy) distinto: que la visión del libro es «poco incisiva y moralmente ventajista porque presenta a la contraparte mala de toda esta historia de manera simplista y estereotipada».
En El Mundo se repite el patrón. «No hay ni pizca de exageración en los elogios», dicen en una entrevista al autor, mientras una columna cuya autora lloró al acabar el libro –ella misma lo cuenta– aprovecha para zurrar a todos los partidos usando el pretexto de la obra, algo similar a lo que hace otra política en otra columna. Otro artículo habla de «la gran epopeya del terrorismo», una idea que se refuerza en otra tribuna -también de un político- en la que se afirma directamente «si alguien quiere entender lo sucedido, basta con que lea esta novela». Sin más.
Rajoy diciendo «conflicto vasco»
La tendencia, fuera de las dos mayores cabeceras, continúa. Tal ha sido el hype que hasta el presidente del Gobierno reconocía en una entrevista que la novela «es buenísima» y que «refleja muy bien el conflicto vasco». Otro punto para el autor, además del éxito de ventas: que Rajoy use la terminología que siempre criticó para hablar de lo sucedido en Euskadi («conflicto vasco») y que compre un relato en el que, aunque de puntillas, se habla también de torturas, abusos policiales y persecución ideológica.
Fuera de los grandes medios dos columnas ‘lideran’ la visión crítica. En la primera el también escritor Iban Zaldua explica por qué no le gustó ‘Patria‘ enumerando cuestiones históricas y literarias y criticando «el adanismo» del autor y la editorial, que —a su juicio— hablan de la obra como si nunca ningún otro autor hubiera escrito sobre ello y Aramburu fuera el primer valiente en hacerlo.
Como novela es entretenida, le darán un millón de premios… Literariamente no estoy capacitado para criticarla, pero políticamente es parcial
En la segunda, el catedrático de la UPV Ramón Zallo se centra más en lo político y social, criticando lo estereotípico de los personajes y la parcialidad del relato ofrecido. » ‘Patria’ le ha venido bien al establishment, especialmente en la llamada batalla por el relato. Una batalla en parte inútil porque siempre habrá varios relatos y el que plantea Aramburu es uno más, bastante parcial y maniqueo», opina. El propio Aramburu aseguraba, de hecho, que la «derrota literaria de ETA» seguía pendiente, toda una muestra de intenciones.
«Lo veo ‘un relato’, no ‘el relato’ «, comenta en esa misma línea el senador de EH Bildu Jon Inarritu. «Hay mucho estereotipo, en algún caso ridículo. Lo que cuenta pudo ocurrir, pero otras cosas que no cuenta también pasaron. Como novela es entretenida, le darán un millón de premios… Literariamente no estoy capacitado para criticarla, pero políticamente es parcial, un intento del establishment de llevar una obra de ficción al tema del relato», concluye.
Algo similar describe Lara Hermoso, periodista y otra de las voces críticas respecto a la obra: «Para mí el problema de ‘Patria’ reside en que se queda en los estereotipos, todos los personajes responden a uno fácilmente reconocible. Se supone que aborda el conflicto vasco y ni siquiera hay un debate ideológico.
El propio Joxe Mari, el etarra, es un bruto, alguien sin cerebro que parece que está en la organización casi por accidente, que se desencanta de la organización sin un razonamiento profundo. En una novela que se vende como el gran relato de lo que ha pasado en Euskadi estos años, tal vez habría merecido la pena dar una visión más profunda de la izquierda abertzale. Tengo la sensación de que el éxito de la novela radica en que cuenta una versión que muchos querían oír y en que es un libro muy fácil de leer, pero lleva el cliché hasta el final», considera.
Muy distinta es la valoración que hace Alfonso Gil, teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Bilbao por parte del PSOE. «Su mayor valor es que ayuda a deslegitimar la violencia terrorista y a construir un relato respetuoso con la verdad de lo ocurrido y con la memoria de las víctimas».
«La fractura que se abre entre dos familias amigas es la representación de la fractura que se abrió en la propia sociedad vasca», considera. Similar es la visión de otro político de distinto signo, el senador Jokin Bildarratz , del PNV: «Con su lectura he sentido de cerca vivencias y relaciones humanas que he conocido en primera persona. El autor ha sabido reflejar en cada persona la tragedia, angustia y soledad provocada por décadas de violencia y terrorismo sin sentido. El libro es una invitación a abrazar el tránsito del horror a la esperanza».
Políticos, periodistas y vecinos
En algún punto intermedio entre el aplauso y el cuestionamiento está Javier Vizcaíno, periodista de Onda Vasca: «Escribí una primera columna recomendándola [aquí], luego otra matizando [aquí]…», explica él mismo. «Lo leí poco después de salir y entonces me pareció muy adecuado, al margen de la calidad literaria, manifiestamente mejorable», opina.
En el lado bueno de su lectura se centra en el retrato de los personajes y en los temas que se tratan. «Me quedo con el retrato de lo que sospecho que muchos quieren olvidar. Quizá se exageran los perfiles pero, por desgracia, reconozco a la mayoría de los personajes. ¿Son estereotípicos? ¡Mierda! Es que hemos caído en el estereotipo más burdo», exclama. «Aprecié también que esta vez Aramburu no oculta la otra realidad: las torturas sistemáticas, la guerra sucia, el aprovechamiento político y mediático. Quizá no incide en ello, pero está ahí. Cuando Rajoy dice que es un gran retrato, está asumiendo todo eso», incide.
Quizá se exageran los perfiles pero, por desgracia, reconozco a la mayoría de los personajes. ¿Son estereotípicos? ¡Mierda! Es que hemos caído en el estereotipo más burdo
«También me divierte la movidilla que ha provocado en el mundillo literario e intelectual de mi país. Esas críticas de carril diciendo que es una novela de carril, esas apostillas maniqueas diciendo que es una novela maniquea, esas diatribas de parte acusando a la novela de ser de parte…», ironiza.
Luego está la parte negativa de su lectura: «Me disgustan el fenómeno en que se ha convertido, su utilización tosca, la pretensión de que es ‘la gran novela sobre…’ o, peor, ‘la primera novela sobre…’. Hay decenas de novelas sobre la cuestión. Bastantes son un puñetero pestiño de parte, pero otras son honestas. Es mentira que haya habido no sé qué tabú», zanja.
Al menos, y a pesar de las críticas de parte y de los aplausos amplificados, con tabú o sin él, la novela ha hecho visible un tema olvidado, quizá demasiado tiempo y quizá por demasiada gente. Y no, no se trata en esta ocasión de los vecinos de Hernani.