Qué raro hablar de amor en política cuando lo que cunde es otra cosa, pero es que la vida pública española es una sucesión apresurada de cambios de ciclo. Empezamos a apretar el acelerador tras el 15M y por ahora no hemos aminorado la marcha. Se suceden los líderes, emergen y sucumben partidos y se tejen y destejen alianzas sin cesar. Tan rápido va todo que parece complicado ver tendencias de fondo ante un panorama en constante cambio.
Pero tras esa cadena de nombres, siglas y bailes demoscópicos hay una herencia de aquellos convulsos días de 2011 que permanecen a día de hoy: el bipartidismo no ha recuperado el paso, y a tenor de la crisis interna que vive el PP, es difícil que lo haga en los próximos años.
Porque sí, el ciclo del 15M languidece desde una perspectiva partidista porque tanto Podemos como Ciudadanos han dejado de ser formaciones con aspiraciones de gobernar. En pocos años han pasado de liderar las encuestas a quedar reducidos a un puñado de escaños. Ahora siguen siendo útiles como apoyos de los grandes, pero quizá en poco tiempo incluso dejen de serlo.
Sin embargo, desde una perspectiva estructural, su legado permanece: su llegada puso fin a la época de las mayorías y la alternancia y dio paso a una nueva realidad en la que la geometría variable y los acuerdos entre muchos (y distintos) se hace necesaria. Y eso parece haber llegado para quedarse, aunque ellos ya no estén en posición prominente.
El impacto que supusieron ambas formaciones en el panorama nacional marcó un cambio de ciclo (este sí) todavía inacabado. Recopilando las elecciones nacionales, entendiendo como tales aquellas en las que todos los ciudadanos acuden a votar a la vez (generales, europeas y municipales), se aprecia claramente el retroceso del bipartidismo desde su irrupción. Fue en las europeas de 2014, y por primera vez los dos grandes partidos sumaron menos de la mitad de los votos. Se acabó la monogamia gubernamental.
Voto bipartidista en elecciones generales
La tendencia no se quedó ahí. Es cierto que el bipartidismo recuperó algo de pulso tras ese primer envite, pero su mejor marca desde ese momento fue el de las generales de 2016, la primera repetición electoral, cuando llegaron al 55,64% de los votos. Hasta esa fecha, las horas más bajas del bipartidismo se habían registrado en las municipales de 1987, cuando sumaron el 57,46% de los votos. En las primeras generales de 2019 no llegaron al 44% entre ambas fuerzas.
La caída del bipartidismo, como el amor, va por regiones. Es verdad que en aquellas donde hay un sentimiento identitario más fuerte ha existido siempre un ecosistema propio de partidos que ha hecho que el voto sumado de PSOE y PP no fuera tan relevante. Vaya, que tenían sus escarceos por su cuenta. Pero incluso en esas regiones el retroceso ha sido notorio, y se aprecia si se comparan los resultados de las últimas elecciones regionales celebradas con las anteriores a ese 2014 en el que el ciclo cambió.
En Euskadi, por ejemplo, el bipartidismo pasó de sumar un 30,48% de los votos en las autonómicas de 2012 a quedarse en el 20,42% en las últimas que se celebraron, allá por 2020. En Canarias pasaron de sumar un 53% en 2011 a quedarse en el 44% en 2019.
Variación del voto bipartidista en las autonómicas
El fenómeno se repite también en las regiones con dinámicas contrarias, es decir, en aquellas donde el bipartidismo siempre fue fuerte. Las más monógamas, políticamente hablando. En Castilla-La Mancha pasaron de sumar un 91,51% de los votos en 2011 a quedarse en el 72,6% en 2019. En Extremadura pasaron del 89,7% de 2011 al 74,25% de 2019. Vaya, que sí hay zonas donde el bipartidismo sigue siendo hegemónico, pero dejándose hasta una quinta parte de sus votos en diez años. La relación sobrevive, pero con desgaste.
Las regiones en las que apenas hay variaciones son las menos. Se trata de Cataluña o Asturias (donde el bipartidismo ha perdido menos de un punto porcentual en estos años), Navarra (apenas dos puntos) o la excepción nacional que marca Galicia: es el único territorio en el que el bipartidismo ha crecido, pasando del 66,41% de 2012 al 67,35% de 2020. Siempre hay quien se casa, aunque se desplome el índice de matrimonios.
El mapa autonómico actual, salvo contadas excepciones, está pendiente de renovación. De hecho, hasta en ocho regiones la primera fuerza tras PSOE y PP es Ciudadanos, que ya está casi desaparecido, además de Podemos, que es la primera fuerza en una. La realidad demoscópica marca un panorama bien distinto ahora mismo, donde seguramente cobraría más fuerza Vox, que solo es la primera fuerza alternativa al bipartidismo en una región. Y justo se trata de Castilla y León, la última en celebrar elecciones. Hay un nuevo ligue en la ciudad.
Primera fuerza diferente a PSOE y PP en las comunidades autónomas
Es complicado intentar predecir cómo será el mapa en 2023, cuando casi todas las regiones están llamadas a votar y habrá también elecciones generales. Pero tres claves dan pistas sobre lo que puede pasar. Primero, que aunque Podemos y Ciudadanos han perdido peso, Vox lo ha ganado. Segundo, que el fenómeno de la España Vaciada puede inundar el Congreso de pequeñas formaciones locales que resten aún más peso a los grandes. Tercero, que la enésima crisis del PP puede llevar incluso a que el bipartidismo deje de ser lo que es. Va a ser como una fiesta de solteros, pero con escaños.
A fin de cuentas eso último, lo de cambiar la pareja del bipartidismo, ya sucedió antes. Durante los dos primeros años de nuestra democracia, los partidos hegemónicos fueron la UCD y el PSOE. Luego, durante 40 años lo han sido el PSOE y el PP. Quién sabe si ahora lo serán el PSOE y Vox, o algún otro cónyuge.
Sea como sea, el bipartidismo lleva ya ocho años sin ser sistémico. Lo único que sobrevive al paso del tiempo, con sus altos y sus bajos, parece ser el PSOE, y eso que la socialdemocracia estaba en retroceso. Al menos de momento, a saber qué pasa en unos años.