En política, como en todo, existen las casualidades y existen los planes. Ambos extremos sirven para explicar casi cualquier cosa: cómo un candidato inesperado se hace con la victoria, un acuerdo concreto sirve para sumar unos votos imprescindibles o un mensaje acertado logra colocarte en el centro del debate público. La casualidad no tiene autoría, pero la estrategia sí. La pregunta es ¿de quién?
Porque tomar la decisión y ejecutarla se espera que corresponda a quien tiene la responsabilidad de gobernar tras haber sido elegido por la ciudadanía. Pero otra cosa distinta es si esa decisión concreta, la forma de llevarla a cabo o incluso el momento son de su propia cosecha o responden a un plan determinado urdido en su entorno.
La figura del asesor está ligada a la historia de la política en sí misma, hundiendo sus raíces en el antiguo Senado romano. «Los asesores del líder, ya sea en la empresa privada o en el sector público, siempre han existido», explica Íñigo M. Redín, asesor del gabinete de la vicepresidenta de Asuntos Económicos. «Ya fueran chamanes, druidas, augures o como pitonisa en el Oráculo de Delfos, son los que susurraban al oído de héroes y villanos para recomendarles los siguientes pasos en la batalla, el equivalente moderno a la gestión de crisis».
«Ahora es más notorio por varias razones», apunta Verónica Fumanal, presidenta de la Asociación de Comunicación Política de España (ACOP). «En primer lugar, porque se ha profesionalizado. Existen cursos y másters que hacen del spin doctor una salida profesional reconocida y reconocible». Pero también, inevitablemente, porque los medios de comunicación han colocado a los asesores en el centro de sus relatos.
Detrás de cada acción -o ausencia de esta- de Mariano Rajoy se adivinaba la figura de Pedro Arriola. Detrás de cada golpe de efecto de Pedro Sánchez emerge el nombre de Iván Redondo. Hasta en ámbitos más regionales sucede lo mismo: muchos ven a Miguel Ángel Rodríguez, que ya fuera el Rasputín de José María Aznar, como el artífice del fenómeno Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid.
La comunicación como herramienta de gestión
«Nada de esto se explica sin la cultura audiovisual y de redes sociales. Me llama la atención la notoriedad y sobreexposición de una profesión hasta ahora más bien discreta», considera Redín, que ve esas herramientas, antes impensables, como elementos imprescindibles de la comunicación actual. «A partir de ahí, la necesidad de llenar un espacio mediático que de otra forma llenará tu adversario obliga también al refuerzo de la comunicación», explica. «Los medios viven de la narrativa y no se pueden resistir a un buen relato». Ahora bien, ¿cuánto influye un asesor en el esquema actual?
«Existe mucho misticismo en torno a la influencia real que tienen los asesores. Muchas veces se recurre al “¿pero quién le asesora?” para criticar a algún líder político, como si la explicación de algo tan complejo como la toma de decisiones fuera fruto de una teoría de la conspiración compleja en la que participan toda suerte de personas desde un rincón oscuro». Quien hace esa lectura asesoró a un ministro del Gobierno de Zapatero y considera que, en general, «hay muchísimo sesgo retrospectivo» a la hora de analizar qué decisiones tomadas salieron bien o mal más allá de la influencia de los asesores.
«Todo es mucho más simple y tiene que ver con el tipo de persona que ejerce el liderazgo», explica. «Hay perfiles de gestión que aterrizan a un determinado puesto de responsabilidad sin ningún interés en tomar posiciones en la agenda mediática: lo único que les preocupa es gestionar bien lo que les han encargado. En el otro extremo están los políticos que solo piensan por y para los medios, con línea directa y constante con periodistas y líderes de opinión, que ven su cargo público como un instrumento o trampolín para otro puesto de mayor relevancia y poder. Ya sea en un extremo u otro de estas tipologías, y en los matices y grises que hay entre los que se parecen más a un lado u otro de la balanza, los asesores o consultores se adaptan a cada uno».
Son figuras muy atractivas para la prensa, quién se esconde detrás de tal o cual estrategia, cuando lo cierto es que hay más mito que realidad: la política es un juego de equipo por definición y el liderazgo es un fenómeno grupal
Coincide con el análisis otra persona que ha dirigido un gabinete ministerial en el Gobierno de Sánchez: «El asesor político encaja con su jefe en función de cada estilo de liderazgo o de la preparación del líder o de su experiencia. Los hay que todo lo supervisan, los hay que complementan…».
«Son figuras muy atractivas para la prensa, quién se esconde detrás de tal o cual estrategia», reflexiona Fumanal, «cuando lo cierto es que hay más mito que realidad: la política es un juego de equipo por definición y el liderazgo es un fenómeno grupal», explica. «El poder real es la decisión final, el poder ejecutivo de asumir o no la estrategia sugerida. Además, en los partidos no hay un único foco de influencia, por lo tanto, nadie en política es imprescindible; ni siquiera los líderes, y mucho menos los asesores y asesoras», concluye.
Quien dirigió el gabinete de un ministro de Sánchez, aunque coincide en la visión de trabajo colectivo, sí ve justificado el protagonismo: «Nada de mitos, la estrategia recae en un asesor y su equipo y los presidentes o líderes se apoyan en los estrategas para enmarcar el acierto de sus decisiones. La influencia es real, absolutamente. Y siempre depende del grado de dependencia que se establezca entre el líder y su asesor o asesores», puntualiza.
«La comunicación y la estrategia es inherente a la política, que por definición, es competitiva», explica Fumanal, aunque reconoce que en los últimos tiempos el papel de los asesores ha tomado mayor relevancia, además de por el factor comunicativo, por el aumento de la competición con nuevos partidos. «Se necesita entrar en una competición más atinada de quiénes son los aliados, quiénes los enemigos y quiénes los rivales», coincide quien asesorara en un ministerio de Sánchez.
¿Ejecutores, asesores o decisores?
La discusión de hasta dónde llega ese poder no es menor. Quienes ejecutan son cargos electos, pero quienes sugieren -o deciden, según las versiones- no lo son. Quizá eso motivó un controvertido artículo del pasado mes de abril en el que Francesc de Carreras se preguntaba si estábamos gobernados por una consultocracia. «La novedad está -reza el texto- en que estos consultores, en lugar de influir, desplacen a los políticos en la toma de decisiones, ocupen su lugar y, de hecho, se conviertan en los auténticos políticos». La respuesta, publicada unos días después, la firmaba la propia Verónica Fumanal de forma tajante: «La consultocracia no existe«, asegura.
«Interpreto que [el artículo de De Carreras] buscaba criticar el hecho de que personas sin perfil orgánico de un partido, como el caso de Iván Redondo en el PSOE, alcancen puestos de dirección en la administración pública», explica quien fuera asesor del Gobierno Zapatero. «Pero eso es muy diferente a que los asesores o consultores logren, desde fuera, reemplazar la dirección que toman los políticos», cuestiona. Un asesor «puede llegar hasta donde la organización o el liderazgo le permitan», resume Fumanal.
«Lo primero que se pide de un asesor es que asesore», explica Redín. «Pero es verdad que un elemento de comunicación puede obligar a modificar una decisión pública: puede poner de manifiesto la falta de oportunidad de una medida o poner el foco en que su aplicación puede suponer una crisis reputacional, por ejemplo».
Para un asesor político, estar integrado en un equipo político le cierra perspectivas y al cabo de un tiempo pierde objetividad y precisión. Por eso los buenos asesores políticos siempre trabajan de forma externa
En ese sentido las visiones coinciden en que conviene distinguir dos tipos de asesores a juzgar por su cercanía al líder: el asesor que se integra en su equipo y, por tanto, es parte de un círculo de confianza, y el asesor externo que presta una asesoría más alejada y, por tanto, neutral. «El externo es una figura de contraste, una especie de productor de ideas que el equipo implementa o no. El que contrata a un externo es porque quiere más información de la que le proporcionan los afines», explica la persona que ha dirigido un gabinete ministerial del Gobierno de Sánchez.
«Para un asesor político, estar integrado en un equipo político le cierra perspectivas y al cabo de un tiempo pierde objetividad y precisión. Por eso los buenos asesores políticos siempre trabajan de forma externa», observa. «Lo habitual es que cualquier persona en un puesto de gran responsabilidad tenga un amplísimo elenco de personas que le asesore, tanto formal como informalmente. Es una postura muy cómoda, que te permite recibir múltiples inputs e ideas de gente que siempre va a querer quedar bien», explica quien fuera asesor del Gobierno de Zapatero. «La habilidad o no de un determinado candidato o político es saber tomar decisiones en función de esos análisis».
«Cuando uno ocupa un cargo de designación política deja de ser un asesor para convertirse en un político más, con su carga ideológica y política», coincide Fumanal. «Yo he trabajado para partidos muy diversos desde el punto de vista ideológico, y se puede hacer con profesionalidad, pero desde la distancia», explica. Y en realidad no es tan inusual: ella asesoró a Albert Rivera en Ciudadanos y después al propio Pedro Sánchez en el PSOE, igual que Iván Redondo dirigió campañas para el PP a nivel autonómico y ahora dirige el gabinete del presidente del Gobierno de coalición entre socialistas y Podemos. «Nada hay más eficiente en política que contar con puntos de vista distintos», remarca Fumanal.
Lejos o cerca, muchos o pocos
Esa perspectiva lleva inmediatamente a una segunda dimensión más allá de la cercanía o la lejanía al líder: cómo de amplio o estrecho es ese círculo de asesores. Y eso no depende del número de personas, sino de cómo de variados sean, tanto en su papel como en su adscripción ideológica. «Es muy difícil encontrarse a un líder político que esté cómodo con un asesor que le lleve la contraria», explica el asesor que participó en un Ministerio del Gobierno Zapatero. «Normalmente, los asesores más cercanos que podrían influir en una decisión ejercen el papel de terapeutas. Y aunque en algún momento puedan ser críticos, en el fondo siempre serán un punto de apoyo al líder y remarán a favor en las circunstancias complicadas o en momentos de presión», concluye.
En ese sentido, la fundación CIVIO publicó hace unos meses un buscador gráfico que permite repasar quiénes son los asesores del Gobierno, haciendo usables datos públicos de los últimos once años. La idea era ver qué asesores designados por cargos electos sobrevivieron a quienes les nombraron y el resultado es elocuente: solo uno de cada seis (apenas 234 de un total de 2.247 personas).
No creo que rodearse de afines sea un problema siempre que haya perfiles variados. Tengo la experiencia de que cuanto más personalidad política tiene el líder, más tiende a buscar opiniones no alineadas
Redín es, precisamente, uno de esos supervivientes: empezó trabajando en el Ejecutivo de Aznar, regresó con Rajoy y ahora continúa en el de Sánchez. Ha asesorado a seis ministros, dos de ellos vicepresidentes, en cinco legislaturas diferentes. «He conocido políticos que solo querían afines que aplaudiesen sus decisiones. Y he conocido otros que solo buscaban la profesionalidad, la capacidad de conectar con la realidad y la calidad humana en un asesor con el que, en definitiva, vas a pasar la mayor parte de las horas durante el tiempo que dure tu responsabilidad», explica.
«No creo que rodearse de afines sea un problema siempre que haya perfiles variados», considera quien dirigió un gabinete ministerial en el Gobierno de Sánchez. «Tengo la experiencia de que cuanto más personalidad política tiene el líder, más tiende a buscar opiniones no alineadas». «La importancia del buen asesor está fuera de toda duda», considera Redín. «¿A quién, si no, se va a culpar cuando las cosas salgan mal?», ironiza.
Pero, desde su posición de asesor en activo, y tras pasar por hasta tres Gobiernos distintos, es tajante: «La decisión final siempre ha sido del César. Le puede salir bien y cruzar el Rubicón o desoír las voces que en sueños le recomiendan no ir al Senado en los idus de marzo. A César lo que es del César. No haber ido, le podrán decir».