Fuente: Puterful
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🤏🏻 La clase media no existe, son los padres

Mi difunta abuela era una prototípica mujer mayor de la posguerra, de esas que hacía comida para un regimiento “per si torna la guerra” y que repetía mucho eso de “qui guarda quan té, menja quan vol”. También llamaba “espiretis” a los espaguetis y “guayacanos” a los nísperos, pero eso ahora no viene al caso. Las frases hechas de antes serán, para algunos, reflejo de una época en la que la prudencia era un defensa contra la incertidumbre. Pero en términos económicos el discurso de mi abuela era ‘de pobre’ porque naturalizaba la posibilidad de no tener. Y de eso hablaremos hoy, de autopercepción y economía.

Al lío 👇🏻

🔙 Punto uno: la generación de expectativas de donde venimos

Nótese que el título de este bloque no es una interrogativa indirecta, sino una afirmación, de ahí que no lleve tilde.

Cada uno venimos de un contexto, de una situación que forma nuestra visión del mundo. Ya hablé de la forma en la que el entorno familiar, de una manera u otra, moldea parte de tu visión del mundo. Hay mucha ideología en las casas, aunque no siempre en sentido directo. En la mía, por ejemplo, diría que casi cada uno tiene una visión distinta, y añadiría que eso eso también es una forma de ideología.

Me gusta definir ideología no como una visión política, sino como tu visión (amplia) hacia el mundo. Lo que piensas de lo político es difícil de desligar de lo que piensas de lo moral, lo económico, lo religioso o lo cultural, por poner algunos ejemplos. Eso se aprende en casa y luego se completa en la sociedad. Por eso es imposible no influir en la visión del mundo de tus hijos, aunque intentes fomentar que piensen por sí mismos. Sirva de ejemplo lo que escribió el otro día mi hijo en el colegio:

«Si yo fuera el presidente del gobierno de Andorra lo primero que haría sería aumentar los impuestos para que la gente rica y tacaña no se fuera ahí a vivir ahogando a los que tienen poco. También haría que se pagara para pasar la frontera, y con el dinero ganado haría mercado con el resto de países para mejorar las condiciones de vida de los habitantes, mejoraría la industria y pondría fábricas en sitios donde no hubiera bosques ni viviendas por riesgo a las intoxicaciones de los ciudadanos. Controlaría la contaminación y subiría los sueldos, y reduciría las horas de trabajo para que los trabajadores tuvieran condiciones justas y aprovecharía las fronteras con otros países para poner viviendas y escuelas para que más gente fuera a vivir».

La forma en que uno se percibe a sí mismo es parte fundamental de cómo percibe lo que hay alrededor. Yo nunca hubiera definido a mi abuela como una persona pobre. Su origen, como el de casi toda España, sí lo era, pero no por lo económico sino por lo circunstancial: vivía en un pueblo pequeño, en la España de la Guerra Civil y la posguerra, con una sociedad dividida en la que las mujeres no trabajaban. La historia de casi todos, vaya, en un país que sí estaba empobrecido.

Mi familia dio el salto a un núcleo urbano cercano, gestionando un trinquete de pelota durante años. Cuando lo demolieron acabaron viviendo en un piso enorme, de la época, no muy lejos de allí. La siguiente generación restauró la antigua casa del pueblo, y mi abuela acabó sus días viviendo en aquel piso enorme y disfrutando las vacaciones allí. Ahí estaba: vivienda cómoda y segunda residencia, el acta fundacional de lo que entendemos como clase media. 

Los hijos de mi abuela ya pudieron mudarse a la ciudad y se formaron. Sus nietos, aquí es donde entro yo, fueron a la universidad. En mi caso, fui educado en un entorno más acomodado que el mío como forma de ver otras realidades a las que aspirar. La idea, como la de toda mi generación, continuar la inercia ascendente de la familia y abandonar esa supuesta clase media para, quién sabe, optar a una vida más acomodada. No ser de clase alta, porque para eso hay que heredar, pero sí habitar la sublimación del plan generacional: lo que quiera que sea la clase media-alta.

Luego llegaría la realidad y lo jodería todo. Con el tiempo, servidor de ustedes y gran parte de su generación nos dimos cuenta de que de ‘alta’ nada. Y, según el CIS, ni siquiera media: en septiembre de 2020 sólo un 7% de la gente se definía como pobre y ahora se ve así un 12,3% de la población

🔛 Punto dos: el vacío inesperado en el que estamos

Sigo sin preguntar, es otra afirmación, de ahí que tampoco haya tilde.

Aquí es donde, para seguir el razonamiento, habría que meter todos esos titulares de ‘la generación más preparada de la historia’ que paradójicamente (dicen) es la primera que vive peor que sus padres. La lectura profunda de esto es esa inercia: lo ‘natural’ del progreso es progresar, y eso implica vivir cada vez mejor. Hacerlo de forma ‘acomodada’. El significado de eso no es baladí.

En nuestra sociedad casi todo es dinero. De hecho, existe la creencia de que casi cualquier problema se puede afrontar mejor si tienes dinero: es más factible superar una enfermedad si puedes pagar cualquier tratamiento, es más fácil vivir mejor si puedes permitirte mejores medios y hasta es más fácil encontrar pareja si tienes dinero. En resumen: qué problema puedes tener si tienes tus necesidades básicas cubiertas. Una vez me lo pregunté al ver a un grupo de chicas jóvenes en un Starbucks del barrio de Salamanca hablando de las casas que les habían regalado sus padres: cómo debe ser la vida si no tienes que preocuparte por trabajar porque tienes dinero como para vivir (de nuevo) de la inercia.

Pero la realidad es otra para la gran mayoría. Vivimos endeudados, centrados en la productividad de lo que hacemos, en una carrera constante para pagar las cosas que tenemos. El acta fundacional de la clase media puede ser la segunda residencia, pero la realidad actual es que en muchos casos no hay ni primera residencia. Pese a ello el gen de la aspiración no se quita fácilmente: seguimos pagando para que otros limpien nuestra casa aunque seamos mileuristas, y seguimos buscando colegios supuestamente ‘pijos’ para nuestros hijos para inculcarles esa misma aspiración por la mejora.

Por cierto, un inciso: si no la conoces, la newsletter que escriben Bea y Julio sobre las miserias de hacerse adulto en un mundo precario sirve para dar dimensión a cuál es la realidad de las generaciones formadas y urbanitas actuales.

Volvamos a donde estábamos. Antes de hablar siquiera de autopercepción habría que definir cuáles son los términos que se pueden usar. Es decir, qué es ser pobre, qué es ser clase media y qué es ser acomodado. Aquí es donde empieza el sesgo: la gran mayoría de la gente tiende a percibirse mejor que muchos y peor que otros tantos, lo que provoca que la ‘clase media’ sea siempre parezca hegemónica. Ahí radica el primer error. La clase media, como el centro político, son no-lugares, y sucede lo mismo en este caso: la mayoría dice ser de centro, pero a la hora de la verdad muy pocos votan al centro.

Hace años enseñaba en la universidad una asignatura de creación de proyectos. Una de las primeras cosas que tenían que hacer los alumnos era planificar cuál iba a ser su ‘target’. La enorme mayoría hacían una primera aproximación hablando de ‘poder adquisitivo medio o medio-alto’, fuera lo que fuera aquello. Era lo mismo que no decir nada.

Creo que la clase media, como el centro político, en realidad no existen. Si ser pobre es no tener lo suficiente para satisfacer tus necesidades básicas, todo aquello que sea cubrirlas y te permite gestionar el excedente entra dentro de la idea de abundancia. Vale, ya sé que en realidad sí que existen porque hay puntos medios en la vida, pero ahí entra un componente más de interpretación que meramente numérico: ser parte de ese enorme y difuso colectivo que tiene para vivir pero no para hacerlo sin guardar ese miedo reverencial a la incertidumbre. Lo que Hector G. Barnés llamaría "futurofobia", supongo.

La idea de la clase media es, en cierto modo, mitología capitalista. Las sociedades prósperas se miden, entre otras cosas, porque tienen grandes bolsas de clases medias, en oposición a países en los que hay ricos muy ricos y pobres muy pobres. La clase media es un estado de eterna espera: aspirar a mejorar, aspirar a ganar más, aspirar a que tus hijos tengan la educación y los medios que tú no tuviste. De ahí el problemón que supone que muchos no puedan dar a sus hijos ni siquiera los medios que ellos mismos sí tenían porque en este mundo cobran más los pensionistas por no trabajar que los trabajadores por hacerlo.

En esa aspiración reside el sueño americano y, por extensión, toda la construcción cultural de la meritocracia: cualquiera puede llegar a lo que sea, independientemente de su origen. Aquello del ascensor social según el cual si mi abuela nació en un pueblo en mitad de la pobreza coyuntural y pudo acabar viviendo cómodamente en un piso enorme es que las cosas iban bien. Hasta que dejan de ir bien y nos cuestionamos el sistema porque, según los datos, el ascensor social está un poco estropeado.

🤔 Uniendo los puntos

Supongo que ahora esperabas un ‘a donde vamos’, de nuevo afirmando y sin tilde. Pero, la verdad, no tengo ni idea. Lo que sí sé que mis hijos viven con más medios de los que yo tenía, pero yo vivo con muchos menos de los que esperaba tener.

También sé que ha quedado un texto como muy marxista sin yo ser tal cosa, hablando de clases sociales y mitología capitalista. Será porque crecí escuchando cosas como esta de Def Con Dos, por las que hoy estarían en la cárcel, diciendo eso de “voy a enseñarte qué clase de lucha es mi lucha de clases”. Hoy somos más refinados y nos consolamos con ficciones sobre los problemas vitales de la gente rica.

Intenta descansar, que te escribo de nuevo en breve 👋🏻