En septiembre de 2008 pasaban dos cosas. Primero se desencadenaba una tormenta financiera gigantesca sobre los países más desarrollados y después el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, se sacaba un conejo de la chistera. Él, que era bien conservador, proponía “refundar las bases éticas del capitalismo” viendo lo que se venía encima.
Quince años después vuelven los nubarrones y, quién lo iba a decir, nos pilla con el capitalismo sin refundar. Ahora se aprecia que aquel truco era aún más impresionante de lo que se pensaba, porque resulta que el conejo era invisible y por eso nadie lo vio jamás.
😶🌫️ Punto uno: todo es mentira
Como este boletín va de volver atrás en el tiempo, permitidme que yo también me repita:
1️⃣ Para reiterar que estamos como en 2008, si no en lo económico sí en lo político: aunque hablemos de otros temas, la legislatura que viene va a pivotar alrededor de la economía.
2️⃣ Segundo, para recordar aquella pregunta que he mencionado ya en alguna ocasión acerca de cómo debe ser la vida cuando tienes dinero suficiente como para no tener que preocuparte por el futuro.
¿A qué viene esto? Resulta que justo cuando terminábamos de salir de aquella crisis, se nos vino encima una pandemia con un pequeño sobresalto en la cadena de suministros. Las instituciones decidieron esta vez afrontar aquello poniendo dinero en lugar de tirando de austeridad, y la cosa fue bien hasta que los precios se dispararon. Si en 2008 preocupaban los rescates y la prima de riesgo, ahora inquietan la inflación y los tipos de interés.
Por caminos distintos, y en circunstancias diferentes, pero estamos llegando a un punto en común: caen los bancos y el pánico se contagia rápido. En 2008 las entidades se venían abajo porque estalló una burbuja, y ahora lo hacen porque no pueden hacer frente a las subidas de tipos. Va a resultar que la medida, decidida por las instituciones financieras para que gastemos menos y los precios bajen, va a servir para volver a evidenciar las debilidades de aquel sistema que debía haberse refundado, pero no lo hizo.
En ambas circunstancias subyace el mismo debate, ya sea por las medidas de austeridad o por las subidas de tipos: ¿es lícito repercutir el peso de la crisis en el consumidor final? Joe Biden responde en tres puntos: los clientes de las entidades caídas podrán acceder a su dinero, los responsables serán despedidos si hay intervención estatal y los inversores no serán respaldados.
Por si te pierdes en el idioma, aquí va la última parte traducida (desde el minuto 2:11 hasta el 2:24):
«Los inversores no tendrán protección. Optaron de forma consciente por inversiones de riesgo, y cuando no dio el resultado esperado perdieron su dinero. Así es como funciona el capitalismo»
Biden es el Sarkozy de ahora, con la diferencia de que ni es tan conservador ni preside un país secundario a nivel mundial. Ya enseñó la patita con aquel “pagadles más” que espetó a los empresarios que lamentaban la falta de mano de obra, o aquel “no está bien” cuando denunciaba que trabajadores pagaran el doble de impuestos que los millonarios. Ambas cosas, por cierto, las dijo susurrando.
Y así es como llegamos a otro punto en común entre 2008 y la actualidad: todo nuestro sistema económico se basa en delicados equilibrios entre expectativas, riesgos y apuestas. La Bolsa, los créditos y los intereses son quimeras que no se corresponden, en muchas ocasiones, con el valor real de las cosas, ni con la liquidez a la que pueden hacer frente los bancos. No es cuánto vale algo, sino cuánto creo que debe valer.
Si lo piensas, el dinero en sí es una convención: decidimos que un papel que sólo puede emitir una entidad tiene un valor determinado. No habría material suficiente en el mundo para abrazar el bullionismo, además de sus problemas inherentes. Al final, estaríamos confiando también en que el oro vale algo, cuando en realidad vale lo que queremos que valga. De ahí que mucha gente se lanzara a las criptomonedas… Ah, no, que lo hicieron también para especular pensando en ganar dinero fácil sin hacer nada.
🌷 Punto dos: somos capullos (de tulipán)
Si un viajero del tiempo nos viera se asombraría de ver lo mucho que cambian ciertas cosas en nuestra sociedad, pero lo poco que varían otras más estructurales. Vivimos en una crisis de los tulipanes perpetua, atrapados en burbujas especulativas como aquella en la que un bien tan efímero como una flor podía valer más que un inmueble.
Ignoro quién fue la versión neerlandesa de Sarkozy del siglo XVII, pero, como el exmandatario galo, se dejó el trabajo por hacer. Esta nueva crisis nos ha pillado repitiendo los mismos errores de 2008, y sólo cabe esperar que las consecuencias sean diferentes.
¿Tan difícil es? La respuesta corta es que sí, claro. Más que nada porque es una cuestión cultural: atacar el capitalismo te sitúa en un eje de trasnochado revolucionario porque, ya sabes, es el sistema -sea lo que sea eso-. De hecho, el marco que se fija al hablar de dinero ya fija el discurso.
Hace unos días un contrariado Aimar Bretos contaba en la Cadena SER cómo está abordando la patronal el debate sobre la reforma de las pensiones:
«Es muy llamativo cómo la patronal está intentando utilizar el lenguaje para fijar un marco antiGobierno (…) ‘Todo se lo lleva el Gobierno’. Un lenguaje ultraliberal cuando estamos hablando de cómo financiar las pensiones para los pensionistas»
No voy a entrar en que el liberalismo interprete cualquier impuesto como negativo, y cualquier acción del Estado como una injerencia. Iría aún más allá: hablamos de ‘financiar’ las pensiones. Como si las pensiones fueran un negocio o un gasto contable y no una protección social básica del llamado estado del bienestar. En el momento se usa el lenguaje del mercado -sea lo que sea eso también- para definir los ejes de acción de nuestra sociedad es que ya nada es sociedad porque todo es economía.
🫰🏻 Punto tres: casi todos los problemas son dinero
Cómo sería la vida sin tener que preocuparnos por el dinero, me repreguntaba antes. Pues en un mundo en el que todo es dinero, bastante agradable. Claro, no todo es dinero: está la salud, está el amor, está todo eso que el dinero no puede comprar pero que, convendremos, facilita bastante. Y luego está pagar las facturas y hacer la compra.
Y en estas que llega Juan Roig, el hombre detrás de Mercadona, un empresario de referencia, y suelta la típica frase bienintencionada que hace que cualquier responsable de comunicación sufra un síncope inmediato.
¿Qué quería decir? ‘Sí, hemos subido precios, pero no para ganar más dinero sino para pagar más a los productores’. ¿A qué sonó? ‘A que hemos subido los precios “una burrada” (literal) en mitad de una crisis, con la gente ahogada por las hipotecas, y que de paso hemos tenido beneficios enormes’. Como, por cierto, gran parte de las grandes empresas a pesar de las estrecheces de la ciudadanía en general, subidas de tipos mediante.
Revelador, cuanto menos, pero no sólo del lado de la crítica: esa pretendida protección al productor viene de la mano de una de las marcas distintivas de Mercadona (y otras muchas), y es que presume de que se nutren de producción de proximidad. Es decir, de los de ‘aquí’. Por eso que subir precios, quería decir Roig, es una forma de repartir más dinero con quienes nos rodean.
Y es aquí cuando se cierra el círculo. Donald Trump ganó las elecciones por varios motivos, varios de ellos más relacionados con las carencias de sus rivales que con sus aciertos personales. Pero en la escueta lista de cosas que supo hacer fue justamente esa: apostar por el proteccionismo económico.
Los expertos ya apuntan a que esa refundación del capitalismo que buscaba Sarkozy no tendrá nada que ver con la ética, sino con la lógica productiva: no producir y comprar tanto fuera, dado que la pandemia y la guerra han sembrado de incertezas el escenario, sino acercar más todo. No es por proteger lo propio, sino por reducir incertidumbres. Y, ya de paso, reducir impacto ambiental por las cadenas de suministro (lo cual queda fenomenal) y ahorrar costes de importaciones aunque se traduzca en pagar más por una mano de obra que tiende a tener más derechos y garantías.
De nuevo, no es ética, es negocio.
🤔 Uniendo los puntos
Un amigo estadounidense me confesaba tiempo atrás que no veía con malos ojos a Trump precisamente porque su entorno tenía trabajo gracias a que había renacionalizado parte de la producción. No es casual que desde la derecha se entone eso de ‘los nacionales primero’, ‘mejor producto nacional’ o ‘el trabajo y las ayudas para los de aquí’.
Y es que esto del proteccionismo económico suena regular cuando se baja al lenguaje de la calle, porque suena incluso racista, cuando quizá es la reacción de esos perdedores de la globalización de los que se alimenta el voto más radical. No es que ataquen a quienes no son de aquí, sino a una forma de producción y vida ante la que no se puede competir.
Es la lógica de ‘centro comercial contra comercio de barrio’ llevada a escala planetaria, enfrentando un producto barato fabricado en países sin controles de calidad ni garantías laborales frente a producción de proximidad, mucho más cara aunque cumpliendo todos los estándares demandados.
Cuando la extrema derecha critica el ‘globalismo’ piensa en la pérdida de la identidad (el comercio de barrio), pero lo vende como un activo económico. Curiosamente, lo maridan con una defensa a ultranza del liberalismo (aquello del libre comercio) y a nadie le chirría. Hacen lo mismo cuando hablan de ‘libertad’ pero se refieren a la suya propia (de ir en coche y contaminar, fumar donde quieran o saltarse las restricciones de la pandemia), pero no a la del resto (a abortar, a amar a quien se prefiera o a contribuir a lo común con impuestos).
Y es que, igual que todo es dinero, todo también es ideología.
Descansa si puedes. Te escribo de vuelta en unos días 👋🏻