Novak Djokovic durante un partido (Fuente: Agencias)
Novak Djokovic durante un partido (Fuente: Agencias)

🎾 Punto de break al contrato social

Que ningún serbio se ofenda, pero vamos a arrancar esta semana tratando a Novak Djokovic como una marioneta. No es que diga que nadie le maneje ni nada de eso. Sencillamente, que lo que ha sucedido en estas semanas con el tenista sirve para ilustrar algo que la pandemia ha puesto de manifiesto: hay un profundo descontento de una parte de la ciudadanía global con las bases de nuestro sistema. No hablo de la democracia, sino de algo más básico: el contrato social que fundamenta cualquier expresión cívica común.

Al lío 👇🏻

🦉 Punto uno: doscientos años para llegar hasta este punto

¿Sabes esa sensación cuando estás viendo una serie y hay un salto en el tiempo en el que pasan cosas que luego nadie te explica? Suele suceder entre temporadas: una termina de una forma y la siguiente retoma tiempo después, con los personajes cambiados y con cosas que antes no había sustituyendo a otras que sí estaban. 

Entre el rodaje de una y otra a veces pasa tiempo y las vidas de los actores son azarosas. Pasa por ejemplo con Cirilla de Cintra en ‘The Witcher’: acabó la primera temporada siendo una niña y, una pandemia después, ya no lo es. Hasta el punto de que lo más buscado del personaje en Google es si es la misma actriz (spóiler: sí).

Pues algo así sucedió entre 1704 y 1712: hubo un vacío de ocho años en el continuo temporal de la formación de los Estados modernos. A saber, Thomas Hobbes nació en 1588 y murió en 1679. Por aquel entonces John Locke tenía ya 47 años, y aún viviría algunos más hasta 1704. Pero (salto temporal) no sería hasta 1712 cuando nacería Jean-Jaques Rousseau. ¿Y qué tienen dos ingleses y un francés en común en esta historia? Entre los tres definieron el Estado moderno, con esos ocho años de lapso en sus dos siglos de trabajo secuencial.

Porque en realidad lo hicieron uno detrás del otro añadiendo matices y revisiones al anterior. Pero diferencias temporales, filosóficas y religiosas aparte, coincidían en una idea básica: el Estado es el resultado de un acuerdo entre ciudadanos. Por simplificar, el individuo acepta renunciar a su libertad para defenderse y usar la violencia a cambio de que haya un ente superior (el Estado) que les defienda y se haga con el monopolio de la violencia. Dicho de otra forma: si me robas no voy a pegarte una paliza, sino a denunciarte a la Policía para que ellos apliquen la Ley. Así -pensaban- se acabaría con las guerras.

🤹🏼‍♀️ Punto dos: equilibrios entre libertad individual y civismo

Nuevo salto en el tiempo, ahora hacia delante. Empezaba este año 2022 con un tuit del filósofo Fernando Savater en el que reflexionaba acerca de cuáles son los equilibrios de poder que configuran un estado moderno actual. Y es curioso, porque lo que muchos percibimos como opciones (ser social o liberal, ser capitalista o no), él lo expone como suma.

Lo que sucede es que en estos últimos años todo se pone en cuestión. En realidad no es algo inherente a esta generación, porque suele suceder cada tanto. Pero ahora, por obra y gracia de las crisis económicas y políticas occidentales, el cuestionamiento va a la raíz. No es que discutamos sobre ser más o menos liberales, sociales, capitalistas o nacionalistas. Es que andamos cuestionando el origen del contrato social: por resumir, ¿por qué tengo que sacrificar mi libertad individual en el altar del bien común?

En estos tiempos convulsos la globalización, los flujos migratorios y los cambios tecnológicos han hecho que muchos se sientan desarraigados. Por eso el auge del liberalismo no es casual: interpretar la realidad en clave económica y de protección de los valores propios engarza muy bien con un ideal de libertad individual. Un ‘tú opina lo que quieras, pero yo voy a hacer las cosas así’.

Y no, no es algo nuevo: allá por 2007 Aznar planteaba aquello de ‘quién es la DGT para decirme cuánto vino puedo beber’, y trece años después ese mismo espíritu hacía que se promovieran manifestaciones en coche para protestar contra las medidas sanitarias.

Por tanto, esa pulsión egoísta siempre ha existido: poner por delante mi voluntad al bienestar de los demás. Yo quiero poder ir al centro en coche, aunque contamine. Quiero poder salir de mi comunidad aunque se haya decretado el Estado de Alarma. Quiero llevar la mascarilla en la papada. Quiero poder ir al bar. En resumen, quiero usar ante todo mi libertad, que acaba convertida en argumentario político único. Como si todo lo que no sea eso fuera opresión e imposición.

En realidad se trata de romper el contrato social por el que renunciaba a cierta cuota de libertad a cambio de alcanzar un acuerdo con mis iguales. El problema es que nos ha sobrevenido una pandemia que ha dejado una incómoda lección: cuando vives en sociedad tus actos individuales sí afectan a los demás, y mucho. Por tanto, desde una perspectiva social, la libertad del individuo puede pesar menos que el bienestar general. Y eso, claro, genera rechazo.

Así las cosas, países como Austria o Italia han impuesto la vacunación obligatoria. Francia se ha lanzado a una guerra declarada al negacionismo. En EEUU se han visto obligados a incentivar (económicamente, cómo no) que la gente se vacune. En muchos países se suceden las reacciones contra la vacuna y las restricciones sanitarias: hay manifestaciones más o menos violentas, y hasta peligrosos personajes públicos travestidos en lisérgicos chamanes del negacionismo azuzando a las masas conspiranoicas.

💉 Punto tres: NoVac YoCovid

Y en esto salta a la pista Novak Djokovic, un tenista para la historia con una personalidad para la histeria. Hablamos de alguien que cree firmemente que el pensamiento positivo es capaz de purificar el agua, con ondas mentales o algo. Pero que sin embargo desconfía de la ciencia y renuncia a vacunarse. 

Y de nuevo el debate sobre la libertad: ¿acaso no es alguien libre para decidir si quiere inyectarse un compuesto químico o no? Por supuesto. Ahora bien, si vivimos en sociedad, lo que haces o dejas de hacer en el ejercicio de tu libertad tiene consecuencias. Y esa consecuencia ha llegado en forma de deportación de Australia, un país muy estricto en política sanitaria, que le ha negado la entrada para disputar el Open de tenis en el que precisamente él es especialista. Tú eres libre de no vacunarte, pero aquí está reservado el derecho de admisión, le han venido a decir.

El caso se ha convertido en un sainete por muchos factores. Entre ellos, la fama del implicado, y el hecho de que en los convulsos Balcanes (de esa amenaza de guerra latente ya hablamos otro día) su familia ha intentado erigirle en un símbolo de resistencia contra la opresión. Sus padres, ultranacionalistas ellos, llegaron a compararlo con Jesucristo, diciendo que le habían torturado y que estaba alojado en condiciones deplorables. 

🤔 Uniendo los puntos

Crecí escuchando una frase que mi madre solía repetir mucho en casa: “tu libertad termina donde empieza la de los demás”. Extrapolándolo, mi libertad a no seguir las normas sanitarias debería terminar donde empieza la de mis conciudadanos a hacer vida normal sin miedo a que yo les contagie. Porque yo puedo estar sano y ni notar los síntomas, pero quizá la gente a mi alrededor, o la gente que hay alrededor de ellos, sean personas de riesgo. 

¿Sabes eso de que los testigos de Jehová se niegan a recibir transfusiones de sangre? Los médicos entienden que el consentimiento está por encima de cualquier criterio clínico. Pero al menos en su caso la opción que toman no afecta a los demás.

Sube a la red de la semana, que el sábado te escribo de nuevo 👋🏻